miércoles, 12 de septiembre de 2012

EL LARGO Y CÁLIDO VERANO

 Sí, yo también estaba un poco harto de ver a Will Smith montado en su supermoto, así que ahí va un artículo sobre lo que he visto durante estos meses en cine y TV:

En TV:

Hell On Wheels. Serie protagonizada por Anson Mount, un hombre con un pasado que le atormenta -no me extraña, fue el galán de Britney Spears en Crossroads- y que, mientras se emplea en la construcción de la mítica Union Pacific, busca a los responsables de la muerte de su esposa allá por 1865. Una historia trufada de venganza, indios, racismo, mugre, topógrafas rubitas, predicadores idos, potentados del ferrocarril con cara de Colm Meaney, irlandeses borrachos, esclavos recién liberados y, por encima de todo, la omnipresencia del Caballo de Hierro llevando el progreso inexorablemente hacia el lejano Oeste. Una serie muy recomendable para todos los aficionados al western, con una gran sintonía además del oscarizado Gustavo Santaolalla, y que cuenta con mi atención para la segunda temporada.



Homeland
Paranoia antiterrorista post 11-S con un reparto de actores que estaban en horas bajas, y que gracias a esta adictiva serie se han reivindicado. Ya sea Claire Danes, muy alejada aquí de la cándida Julieta de Baz Luhrmann en su papel de Carrie, una agente de la CIA tan perspicaz como mentalmente inestable; Damian Lewis, el olvidado pelirrojo de El cazador de sueños y que aquí encarna al sargento Brody, el personaje más interesante y misterioso del plantel; Mandy Patinkin, el Iñigo Montoya en La princesa prometida y a quien no reconocí hasta el segundo episodio en la piel del workaholic Saúl; o la sugerente Morena2 Baccarin, subida a bordo de otra serie tras el fracasado remake de V. Estamos ante la versión USA de la israelí Gideon’s War y que, lejos de ser maniquea separando a los teóricamente buenos -los occidentales- de los malos -los terroristas árabes-, resulta inquietante al mostrarnos que en la vida real nada es o blanco o negro, sino de un turbio gris donde todos somos víctimas del miedo y la intolerancia.

En el Cinema Jove:

Asistí al encuentro con Nacho Vigalondo y Michelle Jenner, donde contaron anécdotas del rodaje de Extraterrestre -más divertidas que la película-, de sus filias y fobias y de su posible salto a Hollywood. Vigalondo también habló de un puñado de films recomendados por él que formaban un miniciclo dentro del festival: Petulia, The Wicker Man, El tren, Las dos caras del Dr. Jekyll etc. Aunque a mi pregunta de por qué había elegido así mismo un truño tamaño XXL como La puerta del cielo, no supo donde meterse, y tuvo que reconocer que de las películas malas también se aprende.

Antes de la charla me hice una foto con la bella Michelle, a la que por fin TVE le ha descongelado la serie de Isabel donde encarna a la famosa Reina Católica de Castilla. Menos mal que no había leído el blog ni mi crítica de Extraterrestre -aunque de ella no dije nada malo, que conste-.


De la sección oficial fui a De bon matin, un drama francés con Jean-Pierre Darroussin, visto en Largo domingo de noviazgo y actor habitual de Robert Guédiguian. La historia de un hombre que trabaja en un banco y una mañana se lía a tiros con sus jefes. Luego en un flash-back nos explican el motivo, y no, no era porque lo tenía todo en preferentes. Un poco densa como casi todas las películas de festival, pero con la que probé a ver si había suerte y la única cinta a concurso que veía era la que ganaba luego, como me pasó en 2011 con la polaca Mall Girls. Pero aquest any no.

También vi la película de clausura, Torpedo, una simpática road movie belga protagonizada por François Damiens -que salía en La delicadeza con Audrey Tatou-. Va de un tipo bastante desastre que gana un premio en unos grandes almacenes consistente en que él y su familia cenen gratis con el gran Eddie Merxx. Pero como nuestro hombre es soltero y sin hijos, decide pagar a una ex novia y al niño de unos vecinos para que se hagan pasar por su esposa y retoño respectivamente, y así poder cobrar el premio…

En el cine:


El caballero Oscuro: La leyenda renace. La película más comentada del verano -antes de la llegada de Prometheus- y que, aunque no estaba a la altura de las dos anteriores de la saga, al menos resultaba digna y no daba cosa presentarla en sociedad, como les debe pasar a los Padrinos setenteros con su hermano pequeño de 1990.

Este broche a la sobresaliente trilogía de Christopher Nolan nos mostraba a un Bruce Wayne 8 años después de El caballero oscuro, medio cojo y retirado estilo Howard Hughes, pero que debía volver a la acción ante la amenaza de un nuevo supervillano en la ciudad: Bane -interpretado, dicen, que por Tom Hardy-, un ciclado de voz cantarina y máscara de oxígeno tapándole la cara y que amenazaba con destruir la paz y a Wall Street -qué pena- junto a un puñado de indignados.

Lo mejor de este Batman 3 era sin duda comentar en tertulia a posteriori esos pequeños detalles que le dan vidilla a una película, como el cameo en el avión del prólogo de uno de los actores de Juego de tronos; la extraña voz de doblaje para Bane -aunque por lo visto calcada del original ¿?-; la polémica sobre si Wayne les tira la cuerda o no a sus amigos de la cárcel tras subir por el pozo -¿y qué hay de la caminata luego desde Oriente Medio a Gotham?-; o ese final tan ultrasecreto para Nolan pero bastante previsible para cualquiera con ojos desde el minuto uno de película.  Decir que la cinta también cumplía rigurosamente una regla no escrita e inventada en las películas de James Bond: si el protagonista tiene dos chicas para elegir, una de ellas será la mala.


Prometheus. O el retorno a la saga Alien de su creador Ridley Scott después de que autores como Cameron, Fincher o Jeunet dejaran su impronta con desiguales resultados –tendrían que haber metido mano también en lo de Alien Versus Predator, a ver-... A medio camino entre la filosofía y la acción, Prometheus es uno de esos films que provocan adhesiones o rechazos instantáneos, sin medias tintas que valgan. A mí particularmente me gustó por las connotaciones filosóficas que plantea sobre el origen de la vida en la Tierra, un tema interesante para todo aquel que haya empezado a oír hace poco palabras como anunakis, draconianos, reptilianos o Nibiru. Y aunque al final el film se dejara llevar más por la acción en perjuicio de la metafísica y acabase formulando más preguntas que las que respondía -normal, uno de los guionistas era Damon Lindelof, el de Lost-, al menos el anunciado viaje al planeta de los ingenieros por parte de los supervivientes se antoja muy promethedor. Una secuela que ya no verá Tony Scott, hermano de Ridley y que se suicidó arrojándose de un puente en Los Ángeles; dejándonos tristemente huérfanos de futuras películas suyas con Denzel Washington. Un Denzel que ganó el Oscar en 2001 junto con Charlize Theron -lo siento, muy cogido por los pelos, pero no sabía cómo hilarlo- y de la cual sorprende en Prometheus la presencia tan intrascendente que tiene su personaje: muy destacado en todos los carteles publicitarios pero en realidad con menos relevancia en la trama que yo como el portero del hotel en Trileros:




El Dictador. La nueva gamberrada de Sacha Baron Coen, que seguía con la tónica habitual de su humor irreverente y políticamente incorrecto, aunque esta vez prescindiendo de la cámara oculta mediante una historia de ficción convencional. La película tenía sus momentos pero al final dejaba la sensación de que era menos divertida de lo que su descacharrante trailer prometía; siendo bastante inferior a Borat o Brüno. Aunque un programa doble de Homeland con esta película sería toda una experiencia kafkiana.



Siguiendo con las comedias, por fin llegó Manolete, una película maldita rodada en 2006 y estrenada en todas partes menos aquí. Pero no por miedo a que viéramos lo mala que era, sino por deudas de la productora con la empresa constructora de decorados; un litigio que congeló su distribución española hasta este verano. Sobre la película en sí -umm, colmillos afilándose en 3, 2, 1…- decir que resulta un engendro considerable,  y que sus ¡ocho! remontajes previos hasta encontrar el bueno le dan una estocada definitiva a la película, por si no tuviera ya bastante con la espeluznante labor del holandés Menno Meyjes como guionista y director. Y es que la cinta no tiene una estructura propiamente dicha, viéndose lastrada por molestos saltos temporales que no aportan nada ni profundizan en la psicología de los personajes. Encima parece dirigida por un antitaurino, ya que apenas hay secuencias de toreo y todo se reduce a escenas aburridas entre Manolete y Lupe Sino, diciéndose mamita y papito todo el rato y fumando como carreteros -tanto, tanto, que por curiosidad me tragué los créditos hasta el final para ver si estaba patrocinada por Tabacalera, pero no-. De hecho lo único destacable de la película es el asombroso parecido físico de Adrien Brody con el recordado matador andaluz o la racial actuación de Penélope Cruz. Pero eso no tiene ningún mérito, porque el uno ya nació con esa cara de pasmado y la otra tiene muy asimilado el papel de buscona a fuerza de repetirlo.  


Lo cierto es que a pesar de su 24 millones de euros de presupuesto, tampoco se podía esperar mucho más de Manolete; una película de un tema tan cañí… pero rodada en inglés y escrita y dirigida por un guiri holandés. Y ojo al inenarrable momento de vergüenza ajena que nos deparaba el film: después de ver por toda la película carteles y letreros en español, una despechada Lupe Sino deja escrita con pintalabios una frase en un espejo para que la lea luego Manolete… ¡¡pero en inglés!!! ¡¡Ozú, shiquiya!!


Los mercenarios 2. Lo que empezó como una broma de Stallone para quedar con viejos colegas va camino de convertirse en la idea del millón y en una franquicia-coche escoba donde veamos a cada vez más viejos roqueros del actioner ochentero. Porque si en la primera el Dream Team del poster era un poco timo por la testimonial presencia de Schwarzenegger y Bruce Willis, en esta al menos se han alargado algo sus papeles y ambos cuentan con más minutos en pantalla para cargarse malos y soltar chistes idem. Si a eso añadimos a Chuck Norris, Jean Claude Van Damme y a los habituales Statham, Lungren, Li, Crews y Couture -estos dos para hacer bulto-, el resultado no es precisamente para ganar Oscars, pero sí para pasar un rato entretenido y comprobar lo raro que sigue resultando ver a esta gente compartiendo plano, después de tantos años de verles hacer la guerra por separado. Y es que aquí la factura visual está un poco más aseada que en la primera y podemos contemplar perfectamente a Stallone, Schwarzenegger y Willis repartiendo estopa juntos, o a Arnold y Norris, o a Sylvester y Van Damme, etc. como si la teoría de los multiversos fuera cierta y hubieran acabado colisionando todos. Sin embargo, dentro del jolgorio que produce este placer culpable de film, siendo pejiguero encontré dos sorpresas negativas: lo mal que dobla Constantino Romero a su odiado Schwarzenegger -como si lo hiciera mal aposta, en plan parodia- y el lifting de ojos tan horrible que se ha hecho Van Damme, lo que prácticamente le obliga a llevar gafas de sol durante toda la película para no dar tanto repelús, aunque sea el malo.

En fin, que no es Ciudadano Kane pero da lo que promete, tú. Y para Los mercenarios 3 ya suenan Steven Seagal, Nicolas Cage, Robert de Niro, Al Pacino y el mismísimo Clint Eastwood. ¡Toma ya! Como he leído por ahí: esto es para hombres. Abstenerse gafapastas.

Otras películas vistas:

Lawrence de Arabia (1962) El inesperado homenaje de Prometheus a la obra maestra de David Lean fue una excusa tan buena como cualquier otra -y que la hicieron una larga tarde por Canal 9- para ver de nuevo a Peter O’Toole y compañía por el desierto jordano-almeriense-marroquí. Un prodigio de film que mejora con los años y que constituye sin duda el mejor biopic de la historia, fundiendo la espectacularidad de sus escenarios con el retrato intimista de un hombre tan extraordinario como atormentado.

El chico (1921); Luces de la ciudad (1931)

En un verano en el que también me dio por recuperar a Charles Chaplin con Candilejas, Tiempos modernos, Monsieur Verdoux o El gran dictador, el siguiente paso fue ver por fin los dos largos suyos que me faltaban: El chico y Luces de la ciudad. Dos películas magistrales en las que el maestro demuestra su dominio de la comedia o la pantomima y su capacidad para emocionar y hacer reír a partes iguales. Aunque técnicamente El chico (1921) sea un mediometraje de 50 minutos, supone el primer título importante de la filmografía de Chaplin, un recuerdo a su mísera infancia en Londres donde destaca su química con Jackie Coogan, el chico del título al que cría como su hijo tras encontrarlo de bebé abandonado en la calle. Juntos tratarán de sobrevivir sorteando con picaresca el hambre, a la policía o a los asistentes sociales que pretenden llevarse al niño a un orferlinato; un antro de sufrimiento bien conocido por Chaplin. En Luces de la ciudad, por su parte, las atenciones de Charlot son para una florista ciega que le toma por un millonario. El hombrecillo del bombín y el bastón intentará encontrar el dinero para pagar la operación que le devuelva la vista con un sinfín de trabajos, así como siendo el compañero de juergas de un ricachón bipolar. Uno de los mejores films de la historia del cine, en el que el equilibrio chapliniano de comedia y drama alcanza su apogeo -gracias también a la fuerza expresiva del cine mudo-, y con un final mítico resuelto en un juego de miradas tan ambiguo como conmovedor.



Deliverance (1972). Es lo que tiene irse un día a surcar el Turia con casco y neopreno, que luego apetece ver alguna película ambientada en ambiente fluvial. Además, también había curiosidad por visionar el clásico de John Boorman que se hizo un nombre en el imaginario infantil de los ’80 al inaugurar el prohibidísimo ciclo de TVE de Cine de Medianoche -de dos rombos nada menos-; y todo por una escena de sodomía de unos montañeros asilvestrados al pobre Ned Beatty. Este es también el film del archifamoso duelo de banjos, una escena paradigmática del conflicto entre primitivismo y civilización y tema habitual en la filmografía de Boorman como en La selva esmeralda. Una cinta, en fin, de estructura sencilla pero efectiva, y que incluso fue nominada a varios Oscars en 1972, el año de El padrino y Cabaret. Por cierto, el neopreno de Burt Reynolds parecía poco útil en el agua: era apenas un chaleco.


El último deber (1973): La película que confirmó el carisma de un Jack Nicholson a puntito de protagonizar Chinatown. Es la historia de dos marines que deben escoltar a un tercero a la cárcel, condenado a ocho años por un hurto menor. Durante el viaje de una semana los carceleros trabarán amistad con su preso -un joven sin muchas luces pero de buen corazón-, corriéndose alguna que otra juerga por el camino para que el muchacho disfrute un poco de la vida y  tenga algo agradable que recordar entre rejas. Un film de planteamiento simple pero que demuestra una vez más que con una buena idea y personajes bien definidos ya hay medio camino hecho.

Criticoll