miércoles, 30 de julio de 2014

SIN PELOS EN LA LENGUA

He leído 2 libros de memorias de personajes relacionados con el cine. Eran muy interesantes y los acabé en apenas unos días. Luego, pensando en ellos, llegué a la conclusión de que aunque sus autores no podían ser más distintos, lo cierto es que tenían mucho en común: una impresionante capacidad para recordar detalles de cosas sucedidas hace décadas y, lo que es más importante, hablar sin pelos en la lengua -y con anécdotas muy jugosas- sobre las celebrities que conocieron.

El primero es Alfredo el Grande. Vida de un cómico, las memorias de Alfredo Landa extraídas de largas conversaciones con el crítico Marcos Ordóñez.

Landa lo cuenta todo”, promete el libro en la portada, y a fe mía que lo hace. El añorado intérprete se aleja de lo políticamente correcto y se moja lo suyo, criticando a diestro y siniestro a la gente que a su juicio se lo merecía, por muy famosos que fueran. Además el recorrido que hace por su vida es muy ameno, con un lenguaje cercano y coloquial, como si estuviera hablando con el periodista en la barra de un bar, pero regado con un gran número de detalles que obviamente han sido corroborados luego. Empezando por la curiosa fijación que tuvo el número 3 en su trayectoria vital: nació el 3-3-1933, debutó en el cine en Atraco a las 3, tuvo 3 hijos, le dieron 3 Goyas, vivía en un 3º, falleció en 2013, etc. Por cierto, el libro que leí era la 3ª edición, pero creo que eso no cuenta.

El padre de Alfredo era guardia civil, y se trasladó de Pamplona -donde nació él, hijo único- a Figueres, Madrid y finalmente San Sebastián, lugar en el que Landa solía jugar al fútbol de adolescente con Elías Querejeta, o donde descubrió su pasión por la actuación tras salir en una obra de teatro del instituto. Tras la muerte de su progenitor en 1950, nuestro héroe entró a trabajar en una oficina mientras mataba el gusanillo de la interpretación en el TEU, el teatro universitario franquista, donde conoció a su mujer y se curtió en las tablas. Luego abandonó la carrera de Derecho y convenció a su madre para que le dejara probar fortuna en Madrid persiguiendo su sueño de ser actor. Los principios allí fueron duros, y Alfredo sólo pudo encontrar hueco como actor de doblaje, profesión que también seguiría, por cierto, un amigo suyo del cole de Figueras, Arsenio Corsellas -famosa voz barcelonesa de Burt Lancaster o Sean Connery-. La anécdota más famosa que cuenta Landa de su etapa en el doblaje madrileño es que prestó su voz anónimamente a Cantinflas en La vuelta al mundo en 80 días, para algunos diálogos que el humorista mexicano se había dejado por doblar.

Pero sin duda el núcleo duro del libro es la relación de Alfredo Landa con el teatro y el cine, sus dos grandes amores y que también proveen las páginas más suculentas de chismorreos. Y es que Alfredo recuerda con memoria de elefante las obras teatrales de la capital en las que fue metiendo cabeza poco a poco, y cómo fue ese proceso de ir ascendiendo en la profesión a fuerza de tesón, pasión por la actuación…  pero también quiénes fueron aquellos que le pusieron zancadillas en su camino al éxito. La lista negra de Landa es larga y tendida, siendo los nombres más famosos los de Rafael Alonso, Manolo Gómez Bur, Tony Leblanc Juanjo Menéndez, o José Luis López Vázquez -el morito-, ya fueran por divos, egoístas, roba-escenas a traición o mal compañeros.


Con su salto al cine a principios de los ’60 -llegaría a rodar unos 130 films- se abrió otro de sus frentes belicosos, esta vez contra los productores de películas, seres codiciosos y amorales a los que también pone de vuelta y media, haciendo especial mención en José Frade o en aquel que se convertiría en su gran enemigo y némesis: José Luis Dibildos, marido de Laura Valenzuela y que lo atrapó con mala fe en un contrato leonino y esclavizante durante casi 3 años… hasta que un buen día Alfredo se hartó y le metió una de esas broncas que también -y tan bien- daba en la pantalla, y con la que Dibildos se ve que se achantó y le rescindió el contrato. En este sentido, es gracioso eso que dice Landa que pensó en enviarle al productor una cabeza de caballo a su cama como en El padrino, pero que al final desistió, porque, conociendo al personaje, se la habría colgado en la pared…

Tras un repaso por la famosa época del landismo de los primeros ’70 -es el único actor de la historia que ha dado nombre a una corriente cinematográfica- y su conversión posterior en actor serio -con el triunfo en Cannes o sus Goyas-, Landa también se centra en sus últimos años en asuntos privados como sus diferencias con José Luis Garci, con el que mantuvo una complicada relación de amor-odio. Aunque al final se reconciliaron, yo siempre creí que Garci y él eran mucho más amigos, ya que el actor le mete aquí unos rajes importantes. Otros que no salen muy bien parados son Luis García Berlanga -un poco sádico dirigiendo La vaquilla-; Gracita Morales -se le subió la fama a la cabeza y se volvió insoportable-; Imperio Argentina -una vieja tirana, con la que coincidió en Tata mía-, o Pilar Miró, que para Landa era una falsa y a la que no le perdonó que cancelara El Quijote televisivo cuando dirigía RTVE, o que reconociera que prefería que Paco Rabal ganase en solitario en Cannes por Los santos inocentes. En el lado bueno de la balanza, se llevan los elogios Antonio Ferrandis, José Luis Ozores, Pepe Isbert, Emiliano Piedra, Tip, Concha Velasco, Amparo Soler Leal, Alfredo Matas, Mónica Randall y, sobre todo, Pepe Sacristán, Manolo Summers y Jesús Bonilla, amigos fieles de toda la vida.


Para el cinéfilo, el mayor acierto del libro es el esquema argumental elegido, en estricto orden cronológico; parece que Ordóñez hubiera cogido la ficha de Alfredo Landa en imdb y le fuera preguntando una a una por todas sus películas. La verdad es que en este sentido el libro es muy completo: Landa tiene al menos un comentario para cada largometraje en el que intervino, por muy pequeña que fuese su participación o lo malo que éste fuera. Así, alguien puede ver cualquier cinta suya y luego coger el libro y leer lo que Landa tenía que decir -o mejor dicho, rajar, pues salva muy pocas- de esa película, rollo un Truffaut-Hitchcock castizo aderezado además con curiosas anécdotas del rodaje, que le dan una nueva dimensión a lo que vemos en la pantalla.
De este modo, dan ganas de revisar no sólo sus highlights como Los santos inocentes, El Crack 1 y 2, La vaquilla, o El bosque animado, sino otras cintas como la ya mítica No desearás al vecino del quinto -la película más taquillera de la historia del cine español hasta Amenábar, Segura y compañía-, Los que tocan el piano -una divertida comedia sobre ladrones de 1968- o Polvos mágicos, una auténtica bazofia pero un éxito sorprendente tras ser redoblada estilo El informal -por ejemplo, salía Frankenstein y alguien gritaba: “mira, ha llegado Fraga”-.

Para finalizar, da un poco de lástima el momento en el que Landa recuerda su embarazoso discurso de agradecimiento por el Goya de Honor en 2008, en el que se quedó en blanco y sólo acertó a decir palabras inconexas, sin sentido. El actor le quita hierro al asunto y lo achaca a la emoción del momento, sin saber que en realidad eran los primeros estragos del Alzheimer que lo llevaría a la tumba.





Servicio completo

Scotty Bowers y Lionel Friedberg

Probablemente a Alfredo Landa se le habría caído un mito al conocer la cara oculta de uno de sus ídolos -Spencer Tracy- según lo que nos cuenta Servicio completo, el otro libro al que me refería al principio. ¡Resulta que Tracy nunca estuvo liado con Katharine Hepburn! Todo era un montaje de los estudios para desviar la atención sobre los verdaderos gustos de ambos: los de Kate, que prefería la compañía de mujeres no sólo para jugar al bridge; y los del no tan varonil Spencer, que en realidad era un alcohólico bisexual que tuvo sus affairs con varios hombres.

Ese es sólo uno de los chismorreos que contiene Servicio completo, las memorias del chapero y alcahuete Scotty Bowers, una de las leyendas más desconocidas del Hollywood clásico. Bowers, nacido en Illinois en 1923, era un joven y apuesto marine que tras luchar en la 2GM llegó a Los Ángeles en 1946 en busca de trabajo, el cual encontró al poco en una gasolinera de Hollywood Boulevard esquina con Van Ness Avenue. Un día pasó por allí el actor Walter Pidgeon y se lo ligó, llevándoselo a la mansión de un amigo gay para una tarde de piscina, sol y sexo. Ese fue sólo el primero de una larga lista de escarceos del bisexual Scotty con los ricos de Hollywood: a partir de entonces, y demostrando una mente ciertamente empresarial, Bowers utilizó la gasolinera como base para concertar sus propios encuentros sexuales con famosos, y de mediar en los de otros gracias a sus recién descubiertas dotes de alcahuete: Scotty les proporcionaba a las celebrities jóvenes de ambos sexos con las que desfogarse, pero eso sí, sin cobrar ningún porcentaje por concertar esas citas ajenas. Lo único que le importaba a nuestro héroe era ver a la gente feliz; a los unos por haber echado un buen polvo, y a los otros, por ganar un dinerillo que les venía muy bien.
Después de unos años, Bowers dejó la gasolinera y pasó a emplearse como barman de fiestas privadas, en las que continuó practicando y perfeccionando su negocio en la sombra. Lo cierto es que Scotty era muy alabado no sólo por sus dotes, ejem, físicas, sino además por su carácter afable y discreción, lo que le aseguró muchos amigos y trabajo durante décadas en esos saraos de las mansiones de Hollywood, más allá del final feliz que solían tener.
La lista de Bowers
Lo bueno de Scotty es que no se va por las ramas ni utiliza seudónimos para hablar de los famosos involucrados, sino que los cita con nombres y apellidos. La lista de los amantes de ambos sexos que tuvo es infinita, y entre los más célebres se encuentran Walter Pidgeon, Randolph Scott, Cary Grant, Vivien Leigh, Tyrone Power, Charles Laughton, Elsa Lanchester, Nöel Coward, Edith Piaf, los duques de Windsor, Raymond Burr, J Edgar Hoover, Vincent Price, Cole Porter, Brian Epstein, Spencer Tracy, George Cukor, Tennesse Williams y hasta la mujer de Harold Lloyd, en un rato en el que éste les sacaba unas fotos en 3D a unas modelos.


Paradójicamente, y al contrario que Alfredo Landa, el en teoría poco respetable Bowers resulta la candidez hecha persona y no habla mal de nadie. Pero el hecho de que la práctica totalidad de los famosos del libro ya estén fallecidos podría llevarnos a pensar que lo que nos cuenta Servicio completo es falso, los 15 minutos de fama de un nonagenario con afán de notoriedad. Sin embargo, me da la sensación de que todo cuanto revela Scotty sucedió. No sólo porque lo refrenda el reputado escritor y guionista Gore Vidal en la contraportada -“Scotty no miente y conoció a todo el mundo”- o el mismísimo Román Gubern en la introducción, sino porque da muchos detalles de rumores que ya habían sido apuntados hace años por Kenneth Anger en Hollywood Babilonia: la especial “amistad” entre Randolph Scott y Cary Grant; la afición de James Dean por ofrecer su cuerpo como cenicero en orgías gays, la de George Cukor por los trabajos bucales -que se lo digan a John Holmes- o la de Tyrone Power por la lluvia dorada; las peleas conyugales de Charles Laughton y Elsa Lanchester por los jóvenes efebos a los que contrataban, etc. La novedad respecto a Anger es que Scotty nos proporciona información de
primera, ejem, mano, de historias nunca oídas que él mismo protagonizó. Como su noche salvaje con Vivien Leigh en casa de Cukor; las farras junto a Errol Flynn y cómo éste llegaba tan borracho a casa que no podía cumplir con la chica de turno, por lo que le tocaba a él rematar la faena mientras Errol dormía la mona; la vez que conoció a los Beatles por medio de Brian Epstein y les consiguió una mansión para huir del acoso de los fans; su semana de sexo con la cantante Edith Piaf, etc. Unas interacciones con famosos desconocidas por la Historia oficial que convierten a Scotty en el remedo salidorro de Forrest Gump.

Bowers también recuerda cosas como la tacañería de Rita Hayworth con su propio hermano Eduardo, quien le pidió un préstamo de unos dólares para arreglar un neumático de su vieja furgoneta de repartidor y ésta se negó; el gusto por el sadomasoquismo de John y David Carradine; la afición de Rock Hudson o Montgomery Clift por los encuentros furtivos con vagabundos; o que fue el propio Scotty quien teletransportó en su coche a todo correr a su amigo Nestor Almendros -el famoso director de fotografía español- a una ceremonia de los Oscar a la cual éste rehusaba ir a pesar de estar nominado, y en la que al final ganó por Días del cielo. Años después Almendros le legaría su estatuilla en herencia como agradecimiento, y  aquí los celosos de la verosimilitud lo tienen muy fácil para saber si Scotty miente: que vean esta foto de la derecha. Uno no tiene un Oscar en su casa así como así.

El libro tiene su parte trágica cuando Bowers rememora su infancia antes de Hollywood, una época bastante terrible, aunque él la cuente con una frialdad pasmosa. A los 7 años fue abusado por un vecino, a los 11 o 12 por varios curas en Chicago y por otros hombres que se lo rulaban por unos dólares mientras jugaban al póker. Pero él lo recuerda sin darle importancia, como si fuera su obligación el ayudar a su madre viuda llevando dinero a casa durante la Depresión… De sus experiencias en la guerra en el Pacífico -donde vio morir a su hermano Donald- Scotty tomó la decisión de que si se escapaba de aquel infierno, viviría la vida a tope. Así acabó haciéndolo, y muchas veces, por lo visto. Su vida familiar en Los Angeles -estaba casado, pero su mujer prefería no enterarse de nada- también se tiñó de tragedia cuando su única hija falleció a los 23 años, víctima de un aborto mal practicado. Bowers pasa de puntillas por su pérdida, lo que denota que sin duda debió de ser el hecho más doloroso de toda su vida.
Otra etapa interesante fue su colaboración con el célebre Alfred Kinsey en la investigación sobre el comportamiento sexual de hombres y mujeres: Bowers reunió a un grupo de amig@s suyos de los de la gasolinera y le abrió al sexólogo de Hoboken y a su equipo un nuevo mundo de conocimientos prácticos… mientras los blocs de notas echaban humo, supongo. En otras ocasiones, sus servicios eran requeridos para embarazar a mujeres ricas, con las que Scotty cumplía como un campeón con su obligación de semental y tal.

En fin, que las enseñanzas que se extraen de este libro son varias: en las gasolineras se puede pillar algo más que un disgusto al mirar los precios del caldo; las estrellas del Hollywood clásico no eran tan mojigatas como el Código Hays nos hizo creer en la gran pantalla, ya que tenían una vida sexual secreta de no te menees; y que si Scotty hubiese pedido un porcentaje de todos los polvos que alcahueteó, hoy sería millonario y no se estaría levantando todavía a las siete de la mañana. Sin duda que Scorsese y DiCaprio deberían hacer una película sobre tan tremendo personaje, y saldría una mezcla de Uno de los nuestros, El aviador o El lobo de Wall Street con Forrest Gump. Aunque eso sí, algún otro tendría que hacer de Howard Hughes o de Hoover, porque ya tienen su cameo en esta historia. Como diría Scotty: folleu, folleu, que el mon s’acaba!
Criticoll

sábado, 22 de marzo de 2014

OSCARS 2013

12 años de esclavitud y Gravity se repartieron los honores


Siete contra tres. Como si hubieran querido homenajear la presencia de Liza Minnelli, este año se repitió algo parecido a lo de 1972 con El padrino y Cabaret: dos películas se repartieron la mayoría de Oscars, aunque la que perdió el de Mejor Película dobló el número de estatuillas de la que finalmente se llevó el premio gordo. Algo que siempre resulta extraño e incoherente, y que este año desnudó la reticencia de la academia a premiar una cinta de ciencia-ficción sobre el típico drama histórico de toda la vida. Y es que los ilusos que pensaban que Gravity tenía alguna posibilidad al ver aparecer a Will Smith para entregar el último Oscar -ey, ¿no  salía en Independence Day, Soy leyenda o ejem... After Earth?- debieron de caer luego en la cuenta de que su presencia se debía más bien a su condición de afroamericano.
Como maestra de ceremonias repitió la irregular Ellen DeGeneres, que comenzó su monólogo con un viejo chiste de Billy Crystal, al rememorar la primera y última gala que había presentado -en 2007- y cómo las cosas no habían cambiado mucho en estos 7 años:  Cate Blanchett, Meryl Streep, Leo DiCaprio o Scorsese volvían a estar nominados, como entonces. A continuación hizo las típicas menciones a las 18 nominaciones de Meryl, a los tropiezos de la patosa Jennifer Lawrence -si ganas no hace falta que subas, te llevaremos el Oscar a tu asiento- o a la parte de su anatomía que enseñaba Jonah Hill en El lobo de Wall Street, algo que hacía mucho tiempo que no veía en un hombre… Por cierto, las chanzas a Hill oscurecieron a DiCaprio, que empezó a sospechar que esa no era su noche al no ser mencionado en absoluto en los chistes -y eso que Jordan Belfort daba mucho juego- o que tampoco lo reclamaran para el selfie; todo lo contrario que la recién llegada Lupita Nyong'o, que parecía la mascota de la ceremonia, constantemente nombrada o aludida por todos. Donde DeGeneres patinó fue con la mofa al aspecto físico de Liza Minnelli -le felicito por su imitación de Mrs Minnelli, señor-, y que levantó murmullos de estupor en la sala. Quizá con remordimientos, después se hizo una foto con él/ella como desagravio. Otro momento bizarro de Ellen fue cuando llamó a una pizzería y encargó tres familiares: pero luego me fijé en que desde el momento en que las pidió hasta que las trajeron pasaron más de 40 minutos… En algunas pizzerías que conozco el repartidor habría tenido que dárselas gratis al cliente por tardón, pero aquí no, esto es Hollywood; al final hasta se llevó unos 300 dólares de propina. En cuanto al famoso selfie del récord de retweets, la DeGeneres -que en 2007 también llevaba una cámara- dejó constancia paradójicamente de su poco arte como fotógrafa: primero no dejaba a nadie hacer la foto, y luego la quería componer en vertical ¿¿?? Menos mal que Bradley Cooper la cogió y apretó finalmente el botón. Por cierto, por fin descubrí quién era el que estaba al lado de Julia Roberts y no identificaba: Channing Tatum. Y eso de que Liza Minnelli también quiso acoplarse a la foto pero no llegó a tiempo, debía ser una leyenda urbana: un segundo después aparecía ya sentada en su butaca, no le habría dado tiempo.
La gala estuvo dedicada a El mago de Oz -de ahí la presencia de la hija de Judy Garland, que no acudió sólo para ser objeto de burlas-, así como a los héroes del cine, en general. Para ello Pink cantó Over the Rainbow y Bette Midler la de siempre, Wind Beneath My Wings. Así mismo integrado en esta sección de héroes metieron el video de In Memoriam, donde se recordó a fallecidos como James Gandolfini, Peter O’Toole, Joan Fontaine, Paul Walker, Shirley Temple o el último de ellos, Phillip Seymour Hoffman, muy apropiadamente, muerto de sobredosis de heroína -eh mira, Ellen, yo también sé hacer chistes crueles-. Por cierto, que en los videos sobre héroes y superhéroes no sacaron ninguna imagen del Will Kane-Gary Cooper de Solo ante el peligro, que en aquella clasificación del American Film Institute de 2003 -que la Academia parecía seguir al pie de la letra- estaba en el 5º lugar, por detrás de Atticus Finch, Indiana Jones, James Bond, y Rick Blaine, todos presentes en los clips, junto a otros como Rocky, el Robin Hood de Errol Flynn, Harry Potter, Iron Man, etc. ¡Pues muy mal!

En las canciones, este fue uno de esos años -como el de Pocahontas- que la Disney arrambla más por nombre que por merecimiento, gracias a la canción sin carisma de Frozen, que dejó con las manos vacías a U2 o a la festiva Happy, de Pharrell Williams, quien revolucionó la platea con su actuación -uno de los highlights de la noche- y que era el tema que realmente debería haber ganado.
Lo cierto es que fue una gala bastante ágil -el imdb le da unos honrosos 7’8 puntos-, sin demasiados parones aburridos de gente agradeciendo a otra gente sus Oscars. De hecho, hubo momentos bastante curiosos en los discursos, como el de la diseñadora de vestuario de El Gran Gatsby -la mujer de Baz Luhrmann- que se sacó del sujetador la chuleta doblada con los agradecimientos, pero luego ni siquiera la abrió ¿? ; los del documental A 20 pasos de la fama, que se pusieron a cantar; Paolo Sorrentino, que le dedicó el premio a Maradona ¿? O Jared Leto, que en un emocionado discurso se acordó de su madre y de las de los que mandan en Ucrania y Venezuela. A Matthew McConaughey,  por su parte, se le fue la olla y se declaró amigo de Dios y de ser su propio ídolo; como si estuviera recitando los diálogos de True Detective, vamos... Claro que mejor que lo que le pasó a Alfonso Cuarón al recoger el Oscar de montaje junto a Mark Sanger: primero habló
éste y cuando le tocaba dar las gracias al mexicano, empezó a sonar la música y ya no le dejaron decir nada. Menos mal que era el favorito al Mejor Director y le dejaron explayarse luego, tú... En relación a esto, reconocer un buen chiste de DeGeneres: al presentar a la orquesta, estos se pusieron a tocar y  Ellen le dijo al realizador que los cortara de repente, para que fueran ellos para variar los que se quedaban con la palabra en la boca.

En resumen, que al final no hubo muchas sorpresas y que todo salió más o menos como se esperaba. Al menos, señalar que por fin Steve McQueen tiene un Oscar, aunque no sea por Papillón o El coloso en llamas, y sí porque el director y productor de 12 años de esclavitud se llama igual. Sus padres debían de tener más sentido del humor del que demuestra él en sus películas.

Lo mejor: El momento Happy de Pharrell Williams; la imitación de Bruce Dern que hizo Jim Carrey; los emotivos discursos de Jared Leto y Lupita Nyong'o; que no ganara el corto The Voorman Problem -lo vi en Cinema Jove y era bastante insulso-. Y que se atrevieran por fin a darle el Oscar al Mejor Director a un hispano.
Lo peor: Que una película que se lleva siete Oscars no sea considerada la mejor del año, o que Brad Pitt tenga que hacerse productor para poder ganar uno. Que se olvidaran de Sara Montiel en el video de In Memoriam y de Gary Cooper en los de los héroes de cine. Total, sólo tenía 3 personajes en la lista oficial esa de la AFI: Will Kane, Lou Gehrig y Alvin York...
Criticoll

miércoles, 19 de febrero de 2014

Entre pillos anda el juego

LA GRAN ESTAFA AMERICANA


 El plano inicial de La gran estafa americana ya nos avisa de los derroteros por los que deambularemos las próximas dos horas y cuarto: Irving Rosenfeld -Christian Bale- peinándose cuidadosamente ante el espejo con cortinilla, postizos y mucha moral para esconder su calvicie. Y es que el engaño, la simulación o el timo están en el ADN de este film de David O. Russell, uno de los favoritos para alzarse con el Oscar el próximo 2 de Marzo.
 
La película narra en clave de sátira la historia de dos timadores de baja estofa que se ven obligados a colaborar con el FBI para empapelar a senadores demasiado amigos de sobornos. Las alianzas, las traiciones o los dobles juegos entre personajes serán los protagonistas de la trama, una especie de Entre pillos anda el juego con patillas, pantalones de campana y canciones setenteras.

David O. Russell vuelve a demostrar aquí todas las constantes de su cine, ya sean temáticas -desenfado, personajes peculiares en dificultades- o de estilo -primeros planos, travellings, ralentís musicales, improvisación-... algo que parece encandilar a la Academia de Hollywood, que por tercera vez consecutiva ha vuelto a nominarle a todo tras The Fighter y El lado bueno de las cosas. Sin embargo, y al igual que sucede con el eunuco dorado, puede que no sea oro todo lo que reluce, ya que si rascamos un poco en la superficie de American Hustle quizá descubramos que tantos honores le vengan un poco grandes a la cinta. En efecto, el film resulta simpático y posee buenas interpretaciones, sobre todo a cargo del triángulo formado por ese Christian Bale de peinado imposible, esa Amy Adams alérgica a los sostenes y esa Jennifer Lawrence terror de microondas y secundaria roba escenas; pero la cinta se ve lastrada a lo largo y ancho de su metraje por un exceso de espontaneidad e improvisación actoral, algo habitual en el trabajo de O. Russell con su reparto, pero que aquí lleva demasiado lejos. Y es que el ritmo interno de las escenas, los diálogos... se ven perjudicados por un abuso constante de pausas, acciones y reacciones innecesarias de sus intérpretes, algo que se nota -aunque no tengamos el libreto delante o no hayamos visto la trivia de imdb- por ejemplo en el ya famoso morreo que le planta Jennifer Lawrence a Amy Adams en los servicios. Un hecho éste el de la espontaneidad que le resta agilidad a la trama -compadezco a su trío de montadores acreditados, no sabrían dónde cortar- y que no le habría gustado nada a Billy Wilder, quien siempre condenó este libertinaje para con sus guiones hasta el punto de que fue el motivo de su salto a la dirección. O. Russell en cambio no parece muy sofocado por esto, estando más interesado en cuidar la estética años '70 o en sus homenajes cinéfilos -como ese gratuito baile en la disco copiado de Saturday Night Fever- que en otra cosa. Es el espectador, en última instancia, el que ve frustradas sus expectativas de estar ante el prometido gran film hollywoodense del año, sintiéndose al final como el personaje de Bradley Cooper con la historia del hielo y la pesca que nunca le acaba de contar Thorsen -Louis C.K.-.

Criticoll
 

domingo, 16 de febrero de 2014

EL GRAN COLOCÓN



El Lobo de Wall Street
La quinta colaboración entre Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio en realidad tendría que haber sido la cuarta. Y es que la pareja rumiaba El Lobo de Wall Street desde hacía siete años, antes incluso de rodar Shutter Island en 2010 -que por mí que se la podían haber ahorrado-.
La película es una especie de Uno de los nuestros pero en clave de comedia negra, la misma historia de un joven ambicioso -Jordan Belfort, un yuppie real de los '80 y '90- que partiendo de la nada consigue triunfar pero a costa de perder su alma por el camino. La cinta es divertida y nunca deja de resultar interesante, gracias al talento de Scorsese y por la naturaleza tan atractiva y excesiva de un personaje como Belfort, el puto amo para cualquier borregomátrix que la vea, siempre rodeado de lujos, top models y drogas por doquier. Pero si lo piensas un poco, el film es bastante reprobable moralmente, ya que a veces no se sabe muy bien dónde acaba la sátira y dónde empieza la apología hacia su protagonista, que no duda en estafar a un montón de pequeños inversores para pagarse fiestas, mansiones o sus queridos qualuds. Por ejemplo, la escena en la que Jordan se burla de un pobre cliente por teléfono, con sus colegas al lado riéndole sus gestos y gracietas, es ciertamente desagradable. Una situación que se repetirá, más matizada, en el último plano de la película, en el que una audiencia de perdedores sin glamour contemplan con gesto entre borreguil y admirativo a Belfort / DiCaprio, que les vende la moto -o el boli- de que ellos también pueden ser tan winners como él y no unos pringados. No me extraña que en el preestreno una mujer les echara la bronca al equipo de la peli y le dijera en la cara a Scorsese que si no tenía vergüenza por haberla rodado; quizá esa espectadora indignada fue una de las afectadas por las acciones a centavo. Es como si aquí hubiéramos hecho una comedia sobre un director de banco algo granujilla enriquecido tras colocar preferentes a ancianos y parados.

 
 
En cuanto a su protagonista, a mí no me cae muy bien Leo DiCaprio que digamos, he leído sus hazañas de divo prepotente y caprichoso durante lustros; pero bueno, hay que reconocer que el tío se lo curra y es constante en sus objetivos, que no son otros que los de ganar un Oscar como sea. Año tras año, el bueno de Leo lo intenta de todas las formas y maneras posibles, con los papeles y géneros más del gusto de la Academia: retrasado mental -A quién ama Gilbert Grape-; villano en una de Tarantino -Django desencadenado-, en biopics con y sin transformación física -El aviador / J. Edgar-; dramas íntimos -Revolutionary Road- o de denuncia social -Diamantes de sangre-, remakes de clásicos -El gran Gatsby-, etc. etc. Da un poco de pena, en este sentido, que con cada nueva intentona se degrade un poco más para dar más lástima a los académicos y que éstos le den de una puñetera vez la estatuilla, para no tener que esperar al Oscar honorífico cuando tenga 90 años. En esta ocasión, no se hiere aposta en la mano con un vaso de agua -aunque deja que se lo tiren a la cara... ¿homenaje a Pocholo?- sino que enseña el culo varias veces, se arroja por unas escaleras, repta por el suelo todo drogado, habla ininteligiblemente, hace muecas bastante desfavorecedoras, le practica el boca a boca a Jonah Hill, se enrolla con una señora de 67 años, etc. Pues lo siento, Leo, pero ni por esas; me da que esta vez tampoco va a ser. Encima este año tenías al enemigo en casa. Una pista: sale al principio cinco minutos, se da unos golpes en el pecho y te enseña todos los trucos para enriquecerte en la bolsa...

En fin, que coincido bastante con la genial crítica de Poli Rincón: "a la película le sobra una hora, se hace larga y es muy buena, pero es infumable y no hay quien la aguante" :)
SPOILERS
Lo mejor: Su energía, la escena de las pastillas con retardo y el teléfono, y la de Jordan y tía Emma en el parque, en la que oímos en off los pensamientos de los personajes -"¡joder, si me está tirando los tejos!", mientras hablan de otras cosas, estilo Annie Hall.
Lo peor: El pesado de Jonah Hill, su duración excesiva y que a veces tome demasiado partido por su crápula protagonista.
Criticoll