domingo, 14 de julio de 2013

ASTÉRIX Y COMPAÑÍA

Tras varios lustros muertos de risa en la estantería, este verano me ha dado por releer los cómics de Astérix y recordar viejos tiempos. Después, como no había visto ninguna de sus películas con actores reales, me entró la curiosidad y se me ocurrió verlas todas de un atracón. Una empresa ardua y costosa y que decidí hacer por etapas, temeroso de que la visión ininterrumpida de alguna de ellas me provocara más daños cerebrales. Pero bueno, tras mucho miedo y mucho sufrimiento, al final lo he conseguido. ¡Toma ya! Todo sea por la ciencia.


La primera es la decepcionante Astérix y Obélix contra el César, dirigida en 1999 por Claude Zidi y con una notable presencia alemana en la producción, lo que explicaría su alarmante falta de gracia. La cinta más cara hasta ese momento del cine francés, con 42 millones de euros de presupuesto -nadie lo diría, viendo la cutrez del vestuario o el abuso de cartón piedra por doquier- y que no supone la adaptación literal de ninguna de las historietas originales, sino una mezcla de personajes y situaciones extraídas de El adivino, Astérix legionario, El caldero, La hoz de oro y Astérix y los godos, para pergeñar un guión sin chispa que no daría para mucho en una clase de Robert McKee, y que provoca varios suspiros y cambios de postura en el asiento a los mayores de 10 años.

Nótese, a diferencia de los cómics, la sutil inclusión aquí de la palabra Obélix en el título, clave para entender que en el cine el protagonismo pasa de Astérix a Obélix, ya que quien corta el bacalao, el más famoso y el mejor pagado de la franquicia no es otro que el ruso Gérard Depardieu, el único inamovible de una película a otra tanto delante como detrás de las cámaras. No en vano, es el más poderoso de la historia al encarnar -nunca mejor dicho- a alguien que se cayó dentro de la marmita cuando era pequeño, y a quien los efectos de la poción mágica le son permanentes. Un Obélix ya fijado en el imaginario colectivo pero bastante más lelo que en los cómics, ya que, por ejemplo, en una escena ve cómo Astérix está en peligro frente a leones, cocodrilos o arañas y no mueve un dedo para ayudarle ¿? Y todo porque está infiltrado entre los romanos y no oye la frase clave que le grita todo el rato su amigo, mediante la cuál habían acordado previamente que empezaban las toñas. Un gag eficaz para animadores de comuniones pero que en la gran pantalla se revela fallido.


En cuanto al propio Astérix, Christian Clavier es el único que repite en 2 pelis, siendo posiblemente el que más se asemeja físicamente al personaje de los 3 actores que lo interpretan a lo largo de la saga. A favor contaba con su probada vis cómica y con el grato recuerdo de Los visitantes, donde el parisino también quedaba bien en el contraste visual con otro co-protagonista tan grandote como Obélix -Jean Reno-.

A los fans de las viñetas les chirriará que aquí la poción mágica sólo dure 10 minutos, que los legionarios romanos vayan de rojo y no de verde, que Idéfix sea el perrito de Astérix y no de Obélix, o que este último añada a su vestuario un chaleco de cabra ¿? detalles descuidados que se van sumando en el debe del director Claude Zidi y que provocan al final que cualquier integrista de los cómics quiera colgarlo de un palo y con razón. Pero no sólo es eso, es que además demuestra una pésima dirección de actores, a cada cuál más sobreactuado. Algo especialmente palpable en las escenas que comparten Julio César -el alemán Gottfried John- y Detritus -Roberto Benigni, el fichaje estrella de entonces tras La vida es bella-. Una insoportable competición de histriones que hace parecer a Jim Carrey como el sobrio heredero de Buster Keaton.

 























Lo más vistoso del film -aparte de Laetitia Casta- es lo bien que están resueltos los f/x cuando los romanos vuelan por los aires y se estrellan contra el suelo tras recibir los puñetazos de rigor. O la última poción de Panorámix, que permite clonar a la gente durante un rato, y que aprovechan los galos para crear un ejército de Astérix y Obélix y zurrar por multiplicado a sus enemigos. Poción que el propio Obélix utilizará luego para clonar a la ennoviada Falbalá-Laetitia y enrollarse un poco con su copia. Vaya, vaya, vaya, pues al final no era tan tonto…


En 2002 llegó la segunda entrega, Astérix y Obélix: misión Cleopatra, de Alain Chabat. A diferencia de la zafiedad y el humor de brocha gorda de su antecesora, aquí estamos ante una película que no avergüenza enseñar a las visitas, que sí que parece hecha por un verdadero fan de los cómics de Uderzo & Goscinny. Y es que el guión es la adaptación prácticamente literal de Astérix y Cleopatra (1965), uno de los mejores trabajos del dúo: memorable parodia del largo y largo largometraje de Joseph L. Mankiewicz de 1963 ya desde su portada, y con una Reina de Egipto dibujada según los inimitables rasgos de la propia Elizabeth Taylor. Una Cleopatra que aquí la encarna Mónica Bellucci, que al cambio tampoco está nada mal :P
 

 Una buena idea es ver esta cinta con el álbum en las rodillas, e ir comparando ambos para constatar que la fidelidad de Chabat -en su doble faceta de director y guionista- llega al punto de recrear muchas viñetas y diálogos enteros del libro; siendo quizá el único en toda la franquicia que comprendió que era tontería enmendarle la plana al gran René Goscinny con cambios sustanciales en la historia, que siempre resultarían inferiores al original. Bueno, sí que se inventan un rollete de Astérix con una esclava de Cleopatra, pero no importa demasiado.


Las interpretaciones aquí están más contenidas, algo que le acerca más al cómic y la alejan de su irritante predecesora. Claro que Chabat no puede evitar caer en el nepotismo de emplear a media familia suya, así como a la tentación de adjudicarse el rol de Julio César cuando físicamente no le pegaba ni con cola. Quién sabe si para tener así la oportunidad de, ejem, magrearse con la Bellucci en una añadida escena final. Otro que está tonto, sabes…





Los legionarios dejan el rojo y vuelven a su uniforme verde tradicional de las viñetas: algo que también debió gustar a la Academia de Cine francés, que le otorgó a este film el César al mejor vestuario de 2002 -quién sabe también si por agradecimiento al quitarle el absurdo chaleco a Obélix que le plantaron en la anterior-. Y es que hasta el maquillaje, las pelucas y la gordura del guerrero pelirrojo parecen mejores que en el de 1999.
 




Entre las novedades del reparto, destaca la aparición de Jamel Debbouze como el arquitecto Numerobis; un actor visto en Amelie y que aquí esconde su discapacidad -le falta la mano derecha desde los 15 años debido a un accidente- mediante una oportuna túnica que le cubre el brazo entero. Añadir que como ayudante de Numerobis aparece el cómico Edouard Baer, que en la cuarta entrega de la serie encarnará al propio Astérix; algo extraño porque es casi igual de alto que Depardieu. Por otra parte, las exóticas localizaciones egipcias de esta aventura hizo que se rodase casi entera en Marruecos, lo que impide que salga nadie del poblado galo salvo Astérix, Obélix, Panorámix e Idéfix, que vuelve a ser el perrito del segundo como mandan los cánones.
 


En este largo se adopta por primera vez la introducción esa de la lupa y el mapa tan del cómic para situar el pueblo de Armónica resistente al invasor, narrada por una voz que no es otra que la de Pierre Tchernia, un viejo compinche de Uderzo y Goscinny que tomaron sus rasgos para el centurión Gazpachoandalus de Astérix en Córcega. Un buen detalle de Chabat que hace las delicias de los más Astérixófilos y que se convirtió en una entradilla fija en esta peli y la siguiente. Añadir que también hacen su debut los sufridos piratas con los que siempre se topan los galos cuando se acercan al mar; y que aquí, tras ser hundidos, recrean en un plano la célebre viñeta parodia de La balsa de la medusa.



En fin, sin duda la mejor película de la serie, no sólo por su fidelidad al original, por ser la única que ha obtenido Césars o la que más ha recaudado, sino por resultar ciertamente entretenida. Quizá porque el humor de Chabat y sus colaboradores de la TV francesa era muy cercano al espíritu de los cómics.



Para la tercera entrega hubo que esperar 6 años: Astérix en los Juegos Olímpicos (2008), en la que el productor Thomas Langmann -el verdadero motor de la franquicia- se implicó más que nunca, ya que sus atribuciones también pasaron por las de co-guionista y co-director. Pero el fracaso artístico y de taquilla de este mediocre film debieron de escocerle bastante, ya que finalmente vendió los derechos de la franquicia y se desvinculó de ella por completo. -Tranquilos, tampoco le fue tan mal luego, ganó un Oscar por The Artist-. Los culpables de los pobres resultados obtenidos por esta aparatosa película de 78 millones de euros son su excesiva duración y su deslavazado guión, que en teoría seguía el álbum homónimo de 1968, pero que en la práctica se inventaba subtramas y personajes bastante a la ligera, como ese triángulo amoroso entre Bruto, Lunátix e Irina; así como la presencia de Julio César -un autoparódico Alain Delon-, y que en la historieta no sale, sólo se oye su voz en la última viñeta.

El largometraje se rodó en 2006 pero se guardó dos años en un cajón para poder estrenarlo en año olímpico y aprovechar el tirón de los Juegos de Pekín ‘08. Un retraso que tuvo un hecho luctuoso: que el gran Jean-Pierre Cassel -que aquí interpretaba al tercer Panorámix de la saga- no viviera para verlo en la pantalla, ya que falleció en abril de 2007.




En esta cinta se produce el primer relevo de actor para Astérix, puesto que Clovis Cornillac sustituye a un cansado Christian Clavier para darle otro toque al personaje, menos paródico y más serio. Y aunque la desaparición de Obélix del título del film parecía que le iba a dar más protagonismo a este nuevo Astérix, lo cierto es que Cornillac pasa muy desapercibido, ya que el personaje aquí es bastante secundario: casi parece que moleste en la trama o que se le meta con calzador en ella porque llevase mucho rato sin hacer nada. Y es que el guión en realidad convierte en el verdadero protagonista a Bruto -el belga Benoît Poelvoorde-, hijo de César y villano metepatas que ve frustrado todo lo que intenta: asesinar a su padre, ganar los juegos olímpicos o casarse con Irina, la bella princesa griega. Señalar que, como en el anterior, se incluyen guiños a Star Wars o a Cyrano de Bergerac.

 



De esta película es aquella foto de Paco Camps y Depardieu vestido de Obélix en una pausa del rodaje en la Ciudad de la Luz de Alicante, estudios que albergaron el grueso de la filmación en aquellos maravillosos años de derroche y Fórmula 1. Digo yo que, ya puestos, Paco podría haber llevado uno de sus famosos trajes y hacer un cameo o un algo, ya que si de algo puede presumir esta cinta es de apariciones gratuitas de famosos por doquier: Michael Schumacher, Jean Todt, Zinedine Zidane, Tony Parker o la tenista Amelia Mauresmo, mientras que por el camino se quedaron las previstas de Jean-Claude Van Damme y David Beckham.


El papel de maciza de turno se repartió en esta ocasión entre las modelos Vanessa Hessler -Irina- y la sin par Adriana Sklenarikova, que tomó el relevo de Arielle Dombasle como la voluptuosa mujer de Edadepiédrix. En cuanto a la aportación española -la administración y varias productoras patrias aportaron pasta, además de localizaciones- ésta corrió a cargo de Santiago Segura como Doctormabus, un chapucero brujo que surte de pociones a Bruto; mientras que, según el imdb, también salían Mónica Cruz y Eduardo Gómez -La que se avecina-. Pues... debí de parpadear, porque no los recuerdo.

Destacar la secuencia de la carrera de cuádrigas, ausente en el libro y que parece un guiño, más que a la inevitable Ben-Hur, a esa Comunitat Valenciana que acogía el rodaje y tenía pasta para invertir 

























en la F1 y en películas de cómics franceses, por muy de Astérix que fueran. Y es que el derroche en todos los sentidos que supone este film -cameos, metraje, presupuesto- parece una metáfora de los días de vino y rosas que corrían por aquí en el añorado 2006.


La cuarta cinta de la saga, Astérix y Obélix: al servicio secreto de su majestad, es la última hasta la fecha, estrenada el 30 de noviembre de 2012. Como decíamos unos párrafos más arriba, la película supuso un lavado de cara para la franquicia, ya que fue la primera sin Thomas Langmann, el productor que a principios de los ’90 levantó el proyecto de Astérix, pero que vendió los derechos tras el fracaso de los Juegos Olímpicos. Wild Bunch, Fidelité y la Televisión Pública Francesa tomaron el relevo y su primera medida fue escoger como director y guionista a Laurent Tirard, que ya se había fogueado con la adaptación al cine de otro cómic de Goscinny, El pequeño Nicolás (2009).
 



Aquí vuelve a desaparecer la introducción del mapa narrada por Pierre Tchemia y se adoptan unos títulos de crédito estilo James Bond, no en vano la trama de la aventura transcurre en Londinium y alrededores -aunque en realidad se rodó en Irlanda-. Es lógico que al comenzar a visionar este largo los fans integristas de Astérix lo reciban con bastante recelo, ya que ¡vaya! el guión mezcla otra vez elementos de dos álbumes del personaje, Astérix en Bretaña y Astérix y los Normandos. Tampoco Fabrice Luchini parece tener presencia para encarnar a Julio César, y, para colmo, el nuevo Astérix -Edouard Baer, el Otis de Cleopatra- no ha menguado con los años y sigue siendo casi igual de alto que Obélix, ¡por Tutatis!... Sin embargo, poco a poco la película nos va ganando y casi todos los temores resultan infundados, ya que finalmente hay que reconocer que la cinta resulta entretenida, bastante fiel en el guión y en su sobrio tono humorístico a los dos álbumes en los que se basa, con una buena factura técnica -aunque los legionarios vuelvan a vestir de rojo…- y, en general, una sensible mejoría respecto a la tercera de la serie. Incluso los personajes principales se ven en conflicto unos con otros y evolucionan dramáticamente y todo: Astérix, cansado de su soltería y de la falta de inteligencia de Obélix, al final comprenderá que el amor viene cuando menos te lo esperas y que hay que querer a los amigos tal y como son; Obélix aprenderá a usar la mollera además de la fuerza para ayudar a sus amigos; el bretón Buentórax -Guillaume Galliene- logrará ser más apasionado y menos flemático como le pedía su novia Ofelia -Charlotte Lebon- y hasta los salvajes normandos conseguirán conocer el miedo e incluso tener modales en la mesa, como le sucede al invitado especial Dany Boon -todo un guiño el que haga de normando tras Bienvenidos al Norte-. En fin, que por una vez hasta Robert McKee podría estar contento.


Otras guest stars del film son Gérard Jugnot -irreconocible como el jefe de los piratas-, y Catherine Deneuve interpretando a Cordelia, la Reina de los Bretones. La diva de Buñuel o Polanski cumple con su cometido, aunque a lo mejor podrían haber escogido en su lugar a Helen Mirren, habría sido un punto. ¡Y cuidado! ver a la Deneuve compartir planos con Depardieu-Obélix aquí y visionar a continuación El último metro puede cortocircuitar las neuronas de más de uno; a mí casi me pasó. En cuanto a la aportación española, se reduce a la aparición de Javivi como un carcelero romano y a la de Tristán Ulloa como otro legionario según imdb, aunque a éste no recuerdo haberle visto en ningún momento.




Para concluir, destacar también el acento inglés exagerado rollo Laurel y Hardy del doblaje -muy divertido-, y las inevitables referencias cinéfilas a Star Wars, Kill Bill, La naranja mecánica o al Londres moderno -los punks, los mods, los autobuses rojos de 2 pisos-, dignas de haber figurado en alguna viñeta de las historietas, como aquella mítica de Astérix en Bretaña que mostraba a Los Beatles –“unos bardos muy populares entre nosotros“- firmando autógrafos a un grupo de fans chillonas, mientras Astérix exclamaba: “¡si Asurancetúrix viera esto!”.



(ACTUALIZADO A JULIO DE 2023)

Hubo que esperar 11 años para el siguiente título de la serie, Astérix y Obélix y el Reino Medio (2023) un lavado de cara de la franquicia que pasó por varias manos. Así, Michel Hazanavicius, Franck Gastambide o Fabien Onteniente fueron contactados por los nuevos propietarios de los derechos -la Pathé y Netflix- para dirigir este quinto film. Onteniente deseaba adaptar Astérix en Córcega, el recordado álbum número 20  de la colección, pero el proyecto se frustró. Las conversaciones con Hazanavicius y Gastambide tampoco fructificaron, si bien este último aparece en el film recogiendo el testigo de Gerard Jugnot en el rol del capitán del barco pirata. Finalmente el elegido fue el actor/director Guillaume Canet, quien también se hizo cargo del guión.

Por primera vez en la saga, la trama es completamente original, al no estar basada en ninguna historieta previa. En esta ocasión nuestros amigos viajan a China para ayudar a una emperatriz y a su hija a recuperar su reino -uno de los seis en los que estaba dividida China en el 50 A.C.-, usurpado por unos traidores.  La filmación iba a tener lugar en el país mandarín, pero al final debido a los múltiples permisos exigidos y a las trabas de la censura -no se podían hacer chistes de osos panda, por ejemplo- se acabó rodando en la propia Francia, en el Massif de Sancy del Macizo Central.

Con la baja de Gerard Depardieu aquí tenemos un elenco completamente renovado, pues ya no repite nadie de las películas anteriores, si bien a pesar del cambio de actor el estatus de Obélix se mantiene al incluirse otra vez su nombre en el título, algo que se ha convertido ya en norma. En esta ocasión es Gilles Lellouche el que interpreta con solvencia el papel del repartidor de menhires, si bien la excesiva fuerza que demuestra Obélix le hace parecer ahora una especie de Hulk. Incluso se permite el lujo de tener un rollete con la china Wang Tah, la horma de su zapato a la hora de repartir leches -como su propio nombre indica, Guantá- aunque su estilo de lucha sea el wuxia, rollo Tigre y Dragón. En otro guiño hacia el personaje, la película incluye un flash-back de cuando se cayó a la marmita de pequeño, si bien no es igual que en el libro de 1989 que narraba lo mismo, doy fe, yo lo tengo.

En principio Guillaume Canet, además de dirigir, iba a interpretar a Julio César, pero no quería verse emparejado de nuevo con Marion Cotillard para no cansar al público y evitar comparaciones con otras películas, como la comedia Cosas de la edad (2017), así que al final interpretó a Astérix. Canet no acaba de sentirse cómodo en el rol, componiendo un personaje demasiado sombrío y taciturno, alguien insatisfecho con su vida que fracasa en todo lo que intenta, ya sea un romance con la princesa china, ganar una pelea sin recurrir a la poción o volverse vegano ¿? Tampoco queda noble que le niegue un trago de poción a su enemigo íntimo Granodemaíz -Jonathan Cohen- en la batalla final; el del cómic sí que le habría dado. Con su 1’78 m, Canet es el Astérix más alto de toda la franquicia, midiendo lo mismo que Obélix-Lellouche, lo que estéticamente no queda muy lucido y apenas logran disimularlo.


La película empieza bien, con bastantes guiños al cómic, pero progresivamente se va diluyendo en un humor demasiado infantil y con gags poco afortunados. Lo mejor de la función es el Julio César de Vincent Cassel, mordaz y de rostro anguloso que habría hecho las delicias de Goscinny & Uderzo, además de que Cassel cuente con bastantes conexiones con el universo Astérix: su exmujer Monica Belluci fue Cleopatra en la segunda -y mejor- película de la saga, su padre Jean Pierre el Panorámix de la tercera, y el propio Vincent fue el modelo para el personaje de Maccabeo en el cuaderno Astérix y los pictos. La contribución hispana corre a cargo de José García, actor francés hijo de españoles y que encarna a Biopix, biógrafo  -con acento gallego en el doblaje- de Julio César, y que recuerda en su servilismo al señor Beauchamp de Sin perdón (1992). También destacan la fotografía y los efectos especiales, y el gag con las palomas mensajeras y el ruidico rollo Twitter o wasap cuando llega una trayendo un mensaje. A cambio, se nota la mano de Netflix en el peaje a pagar en el guión al acentuarse el feminismo y women power o en el irritante veganismo de Astérix.


A destacar así mismo el cameo de Marion Cotillard como Cleopatra, pareja en la vida real de Canet y cuya intervención sabe a poco, pues apenas sale en una escena; y el del futbolista sueco Zlatan Ibrahimovix, digoo Ibrahimovic -joer, con ese apellido estaba destinado a salir en una de Astérix- que interpreta a Antivirus, un soldado romano todo un crack en el combate cuerpo a cuerpo -y sin poción mágica- que pelea al ritmo de We Will Rock You de Queen. Para salvaguardar su imagen de winner y no recibir una paliza de los galos, el personaje oportunamente se lesiona al inicio de la batalla final y pide el cambio, saliendo otro soldado en su lugar, como si fuera un partido de fútbol. Un gag no muy gracioso, aunque sirva como parodia de Zlatan hacia sí mismo y su tendencia a las lesiones. Aprovechando la coyuntura china, también hay otros nombres ocurrentes en el doblaje: la ya comentada Wang Tah, Dang Sin Kuing, que suena como Dancing Queen, Chi Qi Tin, Fo-Yong (Follón), etc.

En fin, la película más costosa de la franquicia -65 millones de euros-, y con la que Canet ansiaba alcanzar las cotas de Astérix y Obélix: Misión Cleopatra, su modelo a seguir. Pero al final se quedó a medio camino tanto en calidad artística como en taquilla, pues tras su estreno en febrero de 2023 sólo recaudó 39 millones en su mercado principal, Europa. Convirtiéndose así en la avanzadilla de un curioso fenómeno que están padeciendo varios blockbusters en los cines en este verano de 2023: la gente ya no va a las salas como antes de la pandemia, pero estas megapelículas no abaratan sus costes de producción, con lo que no hay forma de recuperar la inversión.


 Criticoll