domingo, 20 de enero de 2013

Sangre y balas

Django desencadenado

En una filmografía con tantas películas del Oeste encubiertas, a la octava por fin Quentin Tarantino ha rodado un western oficialmente: Django desencadenado, aunque dadas sus características, más bien habría que decir que se trate de un Spaguetti-Southern. Y es que el modelo que ha tomado como referencia no son los films canónicos de Ford, Hawks o Hathaway del Hollywood clásico, sino los eurowesterns baratos de Leone, Corbucci, Eugenio Martín y compañía que solía devorar en su videoclub de Manhattan Beach. Historias llenas de violencia, sangre, codicia, traiciones, venganzas… que parecen hechas a su manera de ver el cine y por las que deambulaban tipos con tan pocos escrúpulos como El hombre sin nombre, Tuco, Sábata, Sentencia o el propio Django.

Django Unchained cuenta con un arranque brillante, con un Christoph Waltz portentoso como el Doctor Schultz, un cazarrecompensas alemán que libera al esclavo Django -Jamie Foxx- de sus negreros y lo contrata como ayudante. Tras un periodo de prácticas acribillando forajidos aquí y allá, ambos se dirigirán a una plantación de Mississippi para rescatar a la esposa de Django, Broomhilda -Kerry Washington- de las garras del temible Calvin Candie -Leonardo DiCaprio-, un terrateniente aficionado a la frenología y a las peleas de Mandingos…


La película resulta en bastantes tramos muy disfrutable y entretenida para los aficionados al western y a Tarantino en general, suponiendo una mejora respecto a sus dos últimas cintas, la horrenda Death Proof y la sobrevalorada Malditos bastardos, aunque hay que reconocer que cerca de a la mitad de su metraje se estanca y da la sensación de que la media hora final sobra. Curiosamente, uno de los puntos flacos del film es el propio personaje de Django, al que Jamie Foxx -que se impuso en el cásting a Will Smith o Kenneth Michael Williams- no consigue dotarle del carisma necesario, viéndose superado por caracteres mucho más interesantes -y mejor escritos- como los de Schultz o Candie; por mucho que Foxx posea atributos ocultos que no tengan, ejem, nada que envidiar a los de otro actor tarantiniano -Michael Fassbender- en Shame. Y es que tras desaparecer Waltz y DiCaprio del mapa y centrarse el desenlace sólo en Django, esto supone un lastre del que la película no se recupera. Encima con esa secuencia final de vergüenza ajena, en la que los personajes de Foxx y Washington tienen gestos y actitudes muy abofeteables, que te sacan de la historia, y que uno no se explica cómo las incluyó Quentin en la escena hasta que no conoces lo que sucedió en realidad: que tras rodar el final previsto, éste no convenció a su director y guionista y se encerró en su caravana unos minutos para escribir otro, que es el que finalmente sale en la película. Ya me imagino las palmaditas en la espalda de todo su equipo de succionadores de miembros viriles -como diría el Señor Lobo con otras palabras- ante la espontánea genialidad de su jefe. Pues craso error, amigo Quentin, porque queda fatal. Tampoco la empatía de los tres mineros -uno de ellos el mismo Tarantino- ante la patraña que les cuenta Django para que lo suelten resulta muy creíble, como si hubiera escrito el diálogo también in situ por pereza. Sólo por estas dos cosas ya no debería ganar el Oscar al guión original que parece tener en el bolsillo. Esa aparición pasado de kilos de Quentin como actor me hizo pensar, simbólicamente, en otros dos aspectos adyacentes: que su oronda figura era una metáfora del metraje que últimamente siempre le sobran a sus películas, encima ahora sin la figura clave de la fallecida Sally Menke -la editora de todos sus films- para controlarlo; y el hecho de que detonarse a sí mismo sea como decirle a crítica y público que ya ha dicho todo lo que tenía que decir en el cine: que ya le da todo igual y que esto es lo que hay. Pues da un poco de pena que su talento se haya dejado vencer así por la autoindulgencia, porque a estas alturas está claro que Tarantino nunca más va a alcanzar con otro largometraje el nivel de sus prometedores inicios, aunque él opine todo lo contrario en declaraciones como éstas: “He llegado a la cima. Tengo una enorme ambición y he aprendido a usar al máximo mi talento”. Ojalá fuera cierto; lo único seguro es que al menos podremos disfrutar una y otra vez de Reservoir Dogs y Pulp Fiction cuando queramos, que no es poco.


En cuanto a los habituales guiños y referencias, en esta ocasión destacan los cameos de Russ Tamblyn, Don Johnson -la escena del Ku Klux Klan es muy ingeniosa- Don Stroud o el propio Franco Nero, el Django original al que Tarantino brinda una majestuosa réplica cuando Jamie Foxx deletrea su nombre y le dice que la D es muda: “ya lo sé”. O la ecléctica banda sonora de la película, que recupera apropiadamente el tema de Ennio Morricone de Dos mulas y una mujer y el de Jerry Goldsmith de Bajo el fuego… junto con algún resbalón como ese rap -una concesión a sus fans negros que no son Spike Lee- y que desluce todavía más la bochornosa escena final.

Una última mención para Leonardo DiCaprio, que en esta ocasión me gustó porque hace de malo con los dientes sucios. De su actuación destaca el momento en el que está hablando de forma vehemente en plano americano y de repente le da un puñetazo a la mesa mientras hay un primer plano de su cara. DiCaprio sigue hablando en plano americano y súbitamente brota sangre de su mano ¿? pero el tío acaba el resto de la escena sangrando como si nada, sin darle importancia. ¿Un fallo de raccord? Pues no, porque, por lo visto, al dar el puñetazo rompió una copa y se clavó un cristal. Leonardo, metido como estaba en el personaje, continúo rodando y se olvidó por completo de su herida hasta que supuestamente dijeron “¡corten!”. Sí, bueno, bueno, lo que hay que oír… no dudo de la profesionalidad o la capacidad de concentración del rubio actor de Titanic, pero parece una de esas tretas que acaban decantando la balanza a tu favor para que te den el Oscar. Pobre Leo, desde luego, lo que hay que hacer para ganar la estatuilla, y encima al final ni te nominan. Quizá harto porque ya ni hiriéndose aposta acaba convenciendo a los académicos, el actor ha declarado su retirada momentánea del cine -aunque tiene El gran Gatsby y The Wolf of Wall Street en la recámara- para tomarse un descanso y dedicarse a sus actividades habituales. Que pasan, como sabemos, por la ecología y por liarse con ángeles de Victoria`s Secret… aunque éstas estén casadas y con bebés recién nacidos, como Miranda Kerr. Ay, ay, Leo, como saque el arco Orlando Bloom…

Criticoll

jueves, 10 de enero de 2013

RESUMEN DE 2012 (II): LOS SUFICIENTES

Vamos ahora con los suficientes, films que me decepcionaron pero no en grado sumo, ya que a pesar de todo tenían algún detalle atractivo que los salvaba de la quema de estar junto al Señor Mierda, John Carter y compañía.

Los suficientes del año: Lo imposible, Intocable, Looper, La vida de Pi.


LO IMPOSIBLE


Ha recaudado cifras récord, ganará un porrón de Goyas y también han nominado a Naomi Watts y Ewan McGregor para darle glamour a la ceremonia  -eso si vienen-, pero lo cierto es que me esperaba mucho más de Lo imposible. Tanto se había comentado de la película de Juan Antonio Bayona que al final no pude sentirme más que decepcionado ante lo poco destacable que tenía que ofrecernos el film. OJO, SPOILERS, si queda alguien en Siberia que no sepa lo que pasó.

La película empieza con una familia europea de postal en el avión que les lleva a un hotel costero tailandés, el 24 de diciembre de 2004. En el cuarto de hora inicial antes de la catástrofe, nos dan una breve pincelada de los protagonistas, un matrimonio y sus tres hijos varones: de su personalidad, sus quehaceres, inquietudes, etc. Un poco sonrojante que J A. Bayona pretenda que sintamos pena por ellos ya antes de la ola, porque, eh, también tienen problemas: igual despiden a Ewan McGregor de su trabajo en Japón y ya no podrán pasar más navidades en otro megarresort de lujo en Tailandia. Snif, snif, puta crisis, siempre cebándose con los mismos.

En fin, que tras una escena muy bonita en la que encienden unos faroles por la noche y todos se abrazan -¿sacaría el Butanito la expresión de abrazafarolas de algún viaje por allí?- a los 15 minutos de metraje llega el momento del tsunami, que los pilla a todos descalzos en la piscina. Como consecuencia del impacto, María -Naomi Watts- y el hijo mayor -un adolescente algo irritante llamado Lucas, que se había ido a buscar una pelota roja-, se ven separados de los otros 3 miembros de la familia, esto es, Henry -Ewan McGregor- y los dos niños pequeños.

Y a partir de ahí se puede decir que se acaba la película, porque ya no hay más olas gigantes, ni amenazas, ni saqueadores, ni pederastas, ni peligros para María y Lucas, que a partir de entonces pasan a monopolizar la trama. Si acaso, y conforme se sitúa la acción a partir de que los llevan a un hospital, los malos parece que vayan a ser los desbordados médicos y enfermeras nativos ¿? o la pierna herida de la Watts, de la que uno se espera otro plano subjetivo amenazante, como hemos visto antes uno del mar mirando a los incautos humanos en la playa -plano saqueado, por cierto, de Tiburón-. Y es que la película se centra en ellos y olvida por completo las vicisitudes de Henry y los niños. ¡Dios mío! ¿Qué habrá sido de ellos? ¡Seguro que están muertos y lo de Ewan en el reparto era como lo de Janet Leigh en Psicosis! Bueno… puede que algún espectador llegara a pensar eso, pero se trataría de alguien que no ve mucho la tele y no se hubiera enterado aún de que ésta era una historia real basada en una familia española que sobrevivió al tsunami. ¡Vaya! ¡Un spoiler! Ni de coña, porque hace cuatro meses que está en cines y Bayona y compañía ya se encargaron en su momento de publicitarlos y pasearlos por todas partes en los preestrenos; con dos coj... Lo imposible era no enterarse de que estaban vivos. Y luego quieren que la gente sufra, se muerda las uñas y se estremezca por la incertidumbre frente a la pantalla. ¡JA!

Pues eso, que Ewan y los dos niños no vuelven a salir hasta una hora después o por ahí, que es cuando la película nos muestra el post-tsunami desde su punto de vista. Una historia que no deja en muy buen lugar a Henry que digamos: sobrevive a la ola pero se hace más daño luego al tropezarse dos veces con unos muebles; vuelve a una habitación de bungalow y no se le ocurre buscar ropa nueva o zapatos; deja a los pequeños al cuidado de unos extraños que bien podrían ser de alguna red de pederastia -aunque la película lo obvia por completo, desgraciadamente se dieron muchos casos de esos en la realidad-, y encima se achanta cuando le pide prestado a un tipo su móvil para llamar a casa y este se lo niega porque “se le gasta la batería”. ¡Maldito rácano! Ojalá se te hubiera tragado la mar, piensa el público al unísono -qué raro que no sonara aquí la música a todo trapo para acentuar el dramatismo-.


Pues nada, que hasta que se reúnen hay una escena con Geraldine Chaplin para rellenar, otra con Marta Etura potando, muchos planos aéreos de escombros para que veamos qué grande es la Ciudad de la Luz de Alicante, y una pelota roja que le hace a Henry bajarse de la camioneta y encontrar a su familia en un hospital. El problema es que no era la de su hijo, se había quedado en el resort… Ya, bueno, que era un presagio de que ellos estarían en ese hospital, y bla, bla, bla. ¡Pues no cuela, muy cogido por los pelos! Encima al final les ponen a un avión para ellos solos para que se vuelvan a casa, para recordarnos que siempre hubo clases.

Llegados a este punto hay que hacer referencia a dos aspectos de la película bastante molestos: el primero el guión de telefilme lacrimógeno de Sergio G. Sánchez, con fallos como no poner en paralelo las dos historias; recursos dramáticos tan manidos como el bote de coca-cola o la pelota, o el hecho de que escenas dramáticas como el sofoco de Lucas al ver que su madre ya no está en la cama tras la operación, queden en agua de borrajas porque sabemos que no murió.  Y el segundo, la música tan manipuladora y subrayante de Fernando Velásquez, que trata continuamente al espectador como a un pelele al que ha de guiársele en sus emociones: ahora toca llorar, ahora reír, ahora emocionarse mucho, etc.

Y tanto destacar los efectos visuales y no eran tan espectaculares, casi que los de Más allá de la vida eran mejores; al menos esa estuvo en el terceto de nominadas al Oscar. Lo Imposible no pudo ni entrar en el corte previo de las 10 preseleccionadas de noviembre. En fin, que la apruebo porque tengo debilidad por Naomi Watts y porque si yo hiciera una película intentando copiar a Spielberg, probablemente me saldría una muy parecida a ésta. Con la diferencia de que yo al menos habría escondido a la familia protagonista en un búnker bajo tierra hasta que la echaran algún día por Telecinco. Por cierto, ¿he dicho ya que todos sobrevivieron?

INTOCABLE

Antes de las nominaciones a los Oscar me sentía una mala persona al haber visto Intocable y no haber caído rendido a sus pies como el 98 % de la gente, como si así tuviera que ser para que el orden natural de las cosas se mantuviera. Su no inclusión en el quinteto final a la Película en Lengua Extranjera me alivia un poco, ya que pensaba que era yo solo y que había perdido el gen de la empatía con las masas o algo.

La película recrea la historia real de Philippe -François Cluzet-, un tetrapléjico-multimillonario-francés-blanco que contrata a Driss -Omar Sy-, un joven negro-de-origen-senegalés-de-los-suburbios-parisinos para ser su enfermero y ayudante personal. Sólo que en la realidad el joven no era negro, sino árabe. Vaya, ya empezamos mal:  vamos a contar una true story de amistad y buen rollo entre dos hombres de razas y clases sociales distintas pero cambiando al moro por el moreno, que es más cool para que nos compren el remake los americanos… Qué se le va a hacer, lo magrebí no vende a no ser que la peli trate sobre terrorismo.

Pero lo que realmente chirría de Intocable no es eso; a fin de cuentas, esto no es Lo imposible y si no has indagado un poco en el asunto, hasta los créditos finales no te enteras. No, lo verdaderamente molesto de ella es la acumulación de tópicos que nos meten los directores y guionistas -Olivier Nakache y Eric Toledano- para vendernos su moto, que en el fondo no es nada más que otra adaptación del mito del buen salvaje o del pez fuera del agua; como Pretty Woman, Una monja de cuidado, Sonrisas y lágrimas o las películas de Marisol o Shirley Temple de siempre: un personaje luminoso de extracción social baja que entra en contacto con algún ricachón y pone patas arriba su encorsetada existencia a golpe de vitalidad, espontaneidad e incorrección política, para acabar mejorando su vida y la de todos los que le rodean.

Especialmente molesto es Driss, un caracter que parece dibujado por los guionistas siguiendo el modelo de Mary Poppins, y que acaba resultando muy cargante al resolver los problemas de todos y cada uno de los personajes con los que interactúa. No me resisto a poner esta reflexión que he visto en filmaffinity y que secundo:

Si la película durase 5 minutos más, Driss aprendería a tocar el chelo.
Si la película durase 10 minutos más, Driss arreglaría los problemas gástricos de Yvonne.
Si la película durase 15 minutos más, Driss arreglaría la homosexualidad de Magalie.
Si la película durase 20 minutos más, Driss conseguíría que Giselle Bündchen se enamorara de Philippe.
Si la película durase 20 minutos más, Driss arreglaría la boda de Gastón y Adama.
Si la película durase 25 minutos más, Driss ganaría el gran premio de Mónaco de F1.
Y si la película durase 30 minutos más, Driss estudiaría medicina, se especializaría en neurocirugía y operaría a Philippe con resultados espectaculares.

¿Y por qué Philippe de repente lo despide? Con la buena química que tenían y lo bien que había encajado en su entorno... No, "porque ya llevaba mucho tiempo, y como es joven seguro que tendría otras ambiciones laborales aparte de cuidarlo a él". ¿? No tiene ningún sentido, y conforme está el patio menos. Más bien parece que en el guión había que poner algo que funcionara como segundo nudo de la trama antes del desenlace.

Pues eso, que no la suspendo porque su mensaje de esperanza para las personas minusválidas es aprovechable, y también porque me parece un poco fuerte meterla en el mismo saco que Holy Motors. Pero si hay una película en 2012 que me desilusionó después de todos los parabienes que había oído de ella, sin duda fue ésta.

LOOPER

Hace tiempo intenté ver una película que me habían recomendado llamada Brick, obra de un tal Rian Johnson. Era una historia contada a la manera del cine negro y ambientada en un instituto, donde un alumno -Joseph Gordon-Levitt- trataba de encontrar a su novia desaparecida entre matones, soplones y femmes fatales. Aguanté 15 minutos antes de darle al stop y decidir que no me apetecía mucho verla en aquel momento: ese cuarto de hora se me hizo eterno y los personajes y la trama, muy forzados. Han pasado varios años y nunca he vuelto a apretar el play para retomarla, y tampoco volví a saber nada de Johnson hasta este otoño, que se estrenó Looper y vi que había vuelto a la carga. La verdad es que no acudí muy raudo al cine como cuando se estrenó Eyes Wide Shut -a la primera sesión del primer día-, y el hecho de leer que los mismos críticos que habían ensalzado Brick hacían lo mismo con ésta no ayudó mucho. Así que la dejé pasar oliéndome otro aburrimiento similar, aunque la presencia de Bruce Willis y la trama fantástica de viajes en el tiempo parecían atractivos. Al final, el 31 de diciembre, unas horas antes de las campanadas, le di una oportunidad a Looper, a ver si imbuido por el espíritu del cambio de año lograba verla hasta el final. ¡Y lo conseguí! La verdad es que la película no puede negar que es hija del amigo Rian, un tío que lleva en los genes el ritmo premioso y que seguiría estando presente en sus films aunque le hiciesen rodar el remake de Speed. Debe ser una de esas personas lentas comiendo, de los que cuando en el cole estaba alguien leyendo en voz alta y había que pasar la página, la de su libro era la última que se oía.

Volviendo a Looper, la película empieza bien pero pronto se desvía por unos meandros argumentales que no eran los que debería haber seguido, no exprimiendo del todo el tema más interesante del film: la paradoja de encontrarte con tu propio yo del futuro y tener que acabar con él. Y eso que el trailer parecía muy chulo, pero en realidad la película pasa pronto de moderneces y juegos temporales para refugiarse en la quietud de la granja de Emily Blunt y convertirse en una especie de cruce de Raíces profundas con Terminator. ¿Y por qué en el futuro todo el mundo tiene tan mala puntería, que sólo aciertan con un trabuco a 2 metros? ¿Hacía falta caracterizar tan mal a Joseph Gordon-Levitt en su rol del Bruce Willis joven? Que yo recuerde, el bueno de Bruce nunca tuvo esas cejas tan negras ni esas arrugas en la frente, por no hablar de las lentillas tan cantarinas para cambiarle el color de ojos. El chico se esfuerza e intenta copiar sus tics, pero más bien parece que se haya aprendido los de Robert De Niro.

SPOILER Y lo del final… He hablado con más gente que ha visto Looper para ver si ellos le encontraban sentido a la idea de que la clave de la película sea proteger a un niño telequinésico llamado a convertirse en un nuevo Hitler. "¡Que no, que no, que al cambiar el presente cambia el futuro y ya no se hará malo!" Tch, tch, milongas: la semilla del mal anida en él… Ya me lo imagino cabreado al día siguiente porque los cereales estaban fríos y armándole a su madre un cisco de cuidado; como el niño de En los límites de la realidad al que había que tener contento para que no te matara. Pues eso, que la salvo porque a Piper Perabo al menos se le ve el tema y tal.
Criticoll
 

sábado, 5 de enero de 2013

RESUMEN DE 2012 (I): LOS SUSPENSOS

Resumen de 2012: Los suspensos

Aunque este año ya no he visto Tu cara me suena, para no perder la tradición voy a poner notas como en el colegio a varios de los films estrenados en 2012. En esta ocasión analizaré los que merecen ser suspendidos por malos, fallidos y prepotentes, entre ellos el peor largometraje del año con diferencia: Holy Motors. Como de Manolete, John Carter, La sombra de la traición y Extraterrestre ya hablé en su momento, me concentraré en los otros títulos que me quedan por destrozar.

Los suspensos del año: Holy Motors, Manolete, John Carter, La sombra de la traición, Extraterrestre, Luces rojas y La chispa de la vida.

HOLY MOTORS

He visto por ahí que algunas webs de cine han elegido a Holy Motors como la mejor película del año. Es natural, dicen que sobre gustos no hay nada escrito. Hay personas que prefieren la mostaza al ketchup, Death Proof a Pulp Fiction, se ríen con Miki Nadal o disfrutan con la versión cinematográfica de Dune. El problema viene cuando un grupo de individuos se ponen de acuerdo para llegar a conclusiones tan equivocadas y tratan de convencer al resto de la humanidad de que ésas son las buenas, por lo que a uno le da por pensar si hablan en serio y no estarán todos para que los encierren. De hecho, igual ya viven en algún manicomio y esas listas las han escrito en el recreo o entre electroshock y electroshock. Solo así se entiende que una mierda del tamaño de Holy Motors haya sido capaz de subyugar la mente de tanta gente y, lo que es peor, de tanta gente que no se conoce entre sí.

Y es que cuando parecía que ninguna película de 2012 era tan irritantemente mala como para recoger el testigo de El árbol de la vida, llegó Holy Motors y salvó los muebles. ¡Alegría, alegría! Como agravante hay que señalar que su director -Leos Carax- sólo rueda una película cada 10 años, así que, falta de tiempo para pensarla no habrá sido... Sin embargo, l’enfant terrible del cine francés parece que hubiera filmado aquí la primera chorrada que se le ocurría en el plató, dando un nuevo sentido a la frase “las drogas son malas, no te las pongas”, bajo la excusa del surrealismo y de manchar el nombre de Buñuel o Ionesco por el camino. Sí, amigos, estamos ante un verdadero engendro con ínfulas de cine de autor, la típica marcianada narcisista hecha para provocar como sólo los gabachos saben perpetrar cuando se lo proponen. Como no podía ser menos, Cahiers du Cinéma tardó poco en ponerla como la mejor película del año; un hecho que no hace sino confirmar el chiste con el que terminaba Woody Allen Un final made in Hollywood.

Un Señor Mierda de film

Lo de Cahiers era de esperar y se entiende por su legendario chauvinismo, pero desde el sentido común es como para pensarse si la gente que vota esas cosas vive en este mismo planeta, y no sabe que también se estrenaron en 2012 Los vengadores o Los mercenarios 2. Y qué decir de las pobres Eva Mendes y Kylie Minogue… nada, salvo que están muy perdidas en la vida. Al menos Kylie cantaba una canción y eso, pero la Mendes no se libraba de salir en la escena más sonrojante del año -la de la Piedad- junto con el inenarrable Señor Mierda-Dennis Lavant, en... ¿persona? Por cierto, haciendo honor a su apellido, con todo bien lavantao.

En fin, que una cosa es el surrealismo y otra el morro y la pereza integral, y lo de Leos Carax parece esto último. Y eso que de vez en cuando metía en Holy Motors algún homenaje cinéfilo para aparentar ser muy profundo y multirreferencial, como, por ejemplo, que Edith Scob -la chófer- saliera con la misma máscara que llevaba en Ojos sin rostro (1960) de Georges Franju. Algo que no venía mucho a cuento y sólo servía para que los espectadores gafapastas le hicieran la ola con las orejas, y los demás se comieran la cabeza buscando significados ocultos; eso en el supuesto de que aguantaran hasta el final de semejante tortura de película. En este sentido, recuerdo una historieta de Mortadelo y Filemón que viene bastante al caso: los dos agentes de la T.I.A. reciben un mensaje secreto -wIrhe894yirRh- y se rompen las meninges tratando de averiguar lo que significa, utilizando todos los códigos descifradores a su alcance. Todo en vano hasta que, al final, consiguen entrar en la habitación desde donde se envió el mensaje y se encuentran… a una gallina aporreando una máquina de escribir. Pues eso. Que la próxima vez le dejen hacer la película a la gallina. O a las monas.



Otros dos estrenos de principios de año también hicieron méritos para figurar en este artículo. Igual la mayoría ya no los recordáis y con razón, pero yo es que soy muy rencoroso y les apunté la matrícula: hablo de Luces rojas y La chispa de la vida.

LUCES ROJAS


Hay un chiste fácil que viene al pelo para resumir Luces rojas: “Rodrigo Cortés pasó de tener al protagonista enterrado a tener una película para enterrar”. Y es que esa sensación de decepción es la que provocaba este thriller de misterio sobre dos físicos -Cillian Murphy y Sigourney Weaver-, que se dedicaban a desenmascarar a videntes supuestamente farsantes, como a una vieja gloria del negocio -Robert De Niro- que volvía al ruedo después de una larga temporada inactivo.

Yo ya cumplí en su momento y fui lo suficientemente ambiguo como para no spoilear nada, pero lo que sí me siento obligado a avisar a los que no hayan visto todavía Red Lights es… que no la vean, porque la vida es corta y no vale la pena.

Fallida y tramposa, casi todos los males de la película se concentraban en el guión escrito en solitario por el propio Cortés -en vez de firmar con seudónimo, el muy temerario-. Un libreto supuestamente original y novedoso pero en realidad plagado de tópicos y recursos baratos dignos de Uwe Boll,  con demasiados diálogos y que encima tomaba por tonto al espectador al sacarse de la manga un giro final estilo El sexto sentido que traicionaba todo lo que habíamos visto hasta entonces, y que le hacía preguntarse a uno qué fue lo que se fumó Cortés cuando decidió acabar así su película.

Por supuesto tampoco faltaban escenas gratuitas para lucimiento de sus estrellas hollywoodenses, como ese encuentro furtivo en una habitación de hotel con ecos a Twin Peaks entre el pobre De Niro -su carrera sí que está en luces rojas- y Cillian Murphy sin mucho sentido en la trama, salvo para figurar como la típica secuencia en la que el antagonista le suelta el discursito auto justificativo al héroe, antes del clímax final y similar a la del mismo De Niro y Al Pacino de la cafetería en Heat -aunque al menos aquí ambos sí que compartían un puñetero plano-. Ah bueno, y en Luces rojas también salía Elizabeth Olsen, pero de eso ya ni me acuerdo. Ella seguro que tampoco.

LA CHISPA DE LA VIDA


La carrera de Alex de la Iglesia no ha evolucionado a la altura que prometían Acción mutante y El día de la bestia, sus dos primeras películas y las mejores junto con La comunidad. Y es que con cada nueva realización de Álex se ha hundido un poco más el buen recuerdo dejado por esos films, quedando patente que lo del de Bilbao es tropezar una y otra vez con la misma piedra y repetir sistemáticamente el error que arrastran todas sus películas: partir de una idea sugerente e ir malográndola poco a poco con un desarrollo pobre, para al final acabar de cualquier manera y por debajo de lo esperado.  

La chispa de la vida
no fue una excepción a la norma, por mucho que Álex viniera ahora de heredero de autores como Berlanga, Ferreri o Wilder nada menos. Pero la realidad fue tan cruel como la que nos mostraba su film, y ésta vino a decirle que su talento no daba para tanto, al andar tan escaso de sutileza y ambigüedad como sobrado de humor negro y mala leche. Y es que justo en esta película, cuando más falta hacía que desplegara esas virtudes que sin duda atesoraba en beneficio de la historia, va y se quedó corto de ellas, entregando un film blandito y excesivamente didáctico. Casi como si le diera vergüenza añadir matices al guión de la cinta -obra de Randy Feldman, ¡el de Tango y Cash!- y en el que por primera vez en su filmografía no participó ni como co-guionista.

La película nos mostraba el circo mediático que se originaba cuando un publicista en paro -José Mota- caía en unas obras del anfiteatro romano de Cartagena y se quedaba inmovilizado en el suelo con un hierro clavado en la cabeza. Pronto su percance se convertía en centro de la actualidad y todo el mundo -las televisiones, los dueños del anfiteatro, los políticos, hasta el propio accidentado- intentaban sacar tajada del suceso sin muchos escrúpulos.

Aunque aquí De la Iglesia mejoró un poco respecto a la muy fallida Balada triste de trompeta, el film tampoco resultó muy memorable y no pasó a la historia salvo para recordar la extraña pareja que formaban José Mota y Salma Hayek. Mota lo intentaba al principio pero luego se le acababan notando bastantes carencias dramáticas, aparte de tener en contra su background de cómico televisivo, demasiado marcado en el imaginario como para lograr hacerse creíble en este largo. Hayek, en cambio, terminaba resultando la chispa de la película, realizando una interpretación muy natural y conmovedora como la esposa del protagonista, la única persona que no ponía precio a su dignidad entre tanto sujeto dispuesto a venderse o a aprovechar el suceso de una forma u otra, incluyendo a su propio marido. Un trabajo que la llevó a ser nominada al Goya con todo merecimiento -le ganó Elena Anaya por La piel que habito-, y no como algunos malpensados creíamos, como el típico peloteo a la estrella de Hollywood que rebaja su caché y se digna a salir en una cinta española, estilo el Viggo Mortensen de Alatriste o Naomi Watts en Lo imposible.

Un detalle de La chispa de la vida que llamó mi atención es que era muy crítica con la telebasura pero luego en los créditos le daba las gracias a Tele 5 por la colaboración prestada -¿sería por el asesoramiento de sus expertos en la materia?-… Y es que la cadena de Vasile estaba durante todo el largometraje en medio de la diana, con el ficticio canal Antena 5, los cameos de Jorge Javier, Lidia Lozano o ese Rumore, Rumore tan similar al Sálvame o La Noria. Sin embargo, a la película le faltaban más dosis de ambigüedad para resultar real, ya que sus villanos -el alcalde que hacía Galiardo, el director de Antena 5 al que encarna Puigcorbé, siempre rodeado de meretrices- eran malos de una pieza, meras caricaturas; y, frente al íntegro personaje de Hayek en el polo opuesto -¿aún queda gente así?-, apenas habían unos pocos caracteres intermedios que hicieran el film más creíble: el médico de Antonio Garrido -en el fondo complacido por haber salido en la tele-, o el guardia jurado de Manuel Tallafé, que no podía evitar chupar plano en la emotiva entrevista familiar.

En resumen, que en este caso no costaba mucho imaginar lo que habría hecho un cineasta con más talento -y no con un hierro sino, como decía William Holden, con cuchillas de afeitar en el cerebro- como Billy Wilder, ya que ahí está El gran carnaval para que comprobemos de verdad cómo se utilizan la ironía, el sarcasmo o el morbo en una situación tan atractiva como la que nos plantean ambas películas.

Criticoll