domingo, 12 de julio de 2015

La infancia arrebatada

REFUGIADO


Diego Lerman nos propone en Refugiado una reflexión sobre el drama de la violencia de género visto a través del prisma de la inocencia infantil. Matías -Sebastián Molinaro- un niño de siete años, espera en una fiesta de cumpleaños a que su madre, Laura -Julieta Díaz- vaya a recogerlo. Como ésta tarda y al final no acude unos conocidos acercan al niño hasta su casa. Allí Matías descubre a su madre -embarazada- en el suelo, rodeada de cristales rotos y ensangrentada, víctima de una paliza de Fabián, el cabeza de familia. Madre e hijo emprenderán entonces una huida tanto física como emocional de ese padre maltratador al que nunca llegaremos a ver, pero cuya presencia se cierne constantemente sobre ellos como una amenaza fantasma.

Refugiado, definido por su director como una "road movie doméstica", surge de un hecho real: un hombre disparó a sus mujer delante de sus hijas y de la oficina del propio Lerman, que se encontró con el suceso inesperadamente. Esto llevó al autor de La mirada invisible a interesarse por el tema: a visitar refugios para mujeres maltratadas y a conversar con ellas acerca de sus experiencias. El resultado es este brillante film, cercano al realismo descarnado de los hermanos Dardenne o de Ken Loach, y que no pierde ocasión de homenajear por el camino al cine de la modernidad de Rossellini o Antonioni mediante tiempos muertos, silencios que lo dicen todo o cuidadas composiciones triangulares.

Filmado cronológicamente, en jornadas cortas y sin un final escrito en el horizonte, Refugiado destaca ya desde su título el papel de Sebastián Molinaro, el formidable niño-actor de siete años desde cuya perspectiva está narrada toda la película. Así, la cámara se sitúa a su altura y desde su mirada somos cómplices de juegos, silencios o dudas de por qué no puede volver a casa con sus juguetes y ver a su papá, o por qué éste le pegó a mamá. Es emocionante, en este sentido, la hitchcockiana escena en la que Laura acude al domicilio conyugal para recoger furtivamente enseres y dinero y Matías se encierra en el baño porque no quiere irse de allí, mientras su marido está subiendo lentamente por el ascensor... todo un ejercicio de suspense que provoca en el espectador la ira contra Matías por la tensión provocada, así como un cierto sentimiento de traición -el niño es nuestro guía en la historia- que luego se torna en lástima cuando pensamos en el incierto porvenir que le esperan a él y a su madre. Supervivientes de una familia rota, sin solución.

El film juega constantemente con una profundidad de campo muy reducida, aprisionando a los personajes en el primer plano mientras que a su alrededor todo parece tan borroso como su futuro, similar al ahogo visual que experimentaba Julianne Moore en Still Alice, cuando empezaba a sentir los estragos del Alzheimer en su jogging matutino por la Universidad de Columbia. La fotografía del operador polaco Wojciech Staron -un reputado documentalista- y la cámara en mano de Lerman también ayudan a lograr ese realismo que transmite Refugiado, en la que parece que nada se interponga entre el espectador y lo que acontece en la pantalla.

La película obvia la representación de la violencia que ha llevado a madre e hijo a tan triste situación y se centra en los efectos de la misma: la estancia en las casas de acogida, las pensiones de mala muerte, la solidaridad de las compañeras de trabajo de Laura -superlativa Julieta Díaz-, la insensibilidad del sistema judicial, o la mirada resignada de Matías, sólo un niño pero ya con la madurez en los ojos de alguien que ha visto demasiado horror en la vida. Todo ello conduce a madre e hijo a un desenlace campestre que supone un retorno a los orígenes y a la pureza de la naturaleza; un momentáneo oasis de paz dentro de la incertidumbre, y donde un columpio gira para recordarnos que la vida continúa, a pesar de todo.

Criticoll