jueves, 29 de diciembre de 2011

RESUMEN DEL AÑO (I)

Quizá trastornado de tanto ver a Ángel Llácer y compañía en Tu cara me suena, he decidido adoptar el rol de profesor Criticoll para repartir las calificaciones del 2011 a las películas que se han estrenado y que he visto. Hoy empezaremos con los suspensos, las que a mi juicio son las peores películas del año. Ya fueran cintas que apuntaban muy alto y decepcionaron estrepitosamente, u otras que ya desde el principio prometían llegar a las más altas cotas de la miseria que luego alcanzaron.

SUSPENSOS



El Capitán Trueno

Más conocida como Capitán Chispita durante su rodaje -porque nadie creía que pudiera llegar muy lejos- o Capitán Truño entre los cuatro incautos que luego fuimos a verla, parecía que a esta desdichada película le había mirado Goliat o Carlos Fabra desde el principio. Y es que, si ya la historia de cómo se inició el proyecto -y las vueltas que dio durante años- y los cambios y suspensiones sufridas darían para un libro, cuando por fin empezó su filmación no hubo otra cosa que broncas, peleas y malos rollos. Debido principalmente a dos factores inversamente proporcionales pero muy relacionados entre sí: la falta de cash y el exceso de jeta de sus productores, quienes, a pesar de deberle dinero a casi todo el mundo -actores, equipo técnico, hoteles, panaderías, bares de carretera- tuvieron el morro de sacarles a las arcas públicas 10 millones de euros de subvención, que debieron perderse en algún agujero negro porque en pantalla la cosa lucía más bien como de 10 euros. Y eso que, cinematográficamente hablando, su director Antonio Hernández al menos intentó saquear ideas de los buenos -Spielberg,  Lucas o el prólogo de Robin Hood: Príncipe de los ladrones- para darle algo de forma al desastre, pero al final todo fue más inútil que la r de Marlboro: no había por donde cogerla. Empezando por sus escenas de acción, pretendidamente dinámicas pero que hasta Manoel de Oliveira habría rodado con más brío; su guión, por lo visto escrito en una servilleta de papel a una cara y plagado de expresiones tan entrañables del tebeo como cáspita, recórcholis y voto a bríos, con las que sin duda las nuevas generaciones se sentían muy identificadas; su paupérrima dirección artística, inferior a la de algunas obras de parvulario que he visto; o sus discutibles “actores”, gente como Gary Piquer que, tras perpetrar este film, dio el siguiente paso natural en su carrera: salir de prota en la última de Garci. Y eso por no mentar a la sin par Jennifer Rope, a quien a más de uno le dieron ganas de colgarla -o colgarse- de su apellido antes que volverla a ver nunca mais en una pantalla de cine. Pero a pesar de todo, El Capitán Trueno no era tan rematadamente horrenda como se ha dicho; de hecho, durante unos segundos salían bellos parajes de la Serranía valenciana de Chulilla, y tampoco se puede decir que llegara al nivel chusco de Plauto, R2 y el caso del cádaver sin cabeza o Hot Milk. Pero dio igual: los fans veteranos de Trueno ésas no las habían visto -ni sabían que existían, no iban al cine desde 1980- y de lo que se sintieron orinados en sus recuerdos infantiles fue por la forma tan cutre con la que se había llevado a la pantalla a su amado personaje, después de tantos años esperando. Hasta los propios actores acabaron rajando de ella ¿? e incluso Enrique González Macho -el presidente de la Academia Española de Cine-, que se supone que debe mentir bellacamente para defender las cintas patrias, no se atrevió a hacerlo y la acabó de rematar corriendo la voz de que era un pestiño y que la gente debía ir a ver Tintín en su lugar; esa otra cinta, por otra parte, de arte y ensayo cañí y también muy necesitada de publicidad… Lo que no entiendo es por qué al final los productores de El Capitán Trueno le hicieron caso al G-Macho y no la presentaron a los Goyas: en realidad no habría desentonado tanto en la gran noche del cine español.



Linterna verde

Y hablando de premios cabezones, la chola de Héctor Hammond, el villano-empollón de esta Linterna verde debería entrar en el libro Guinness por su tamaño de récord, ya que dejaba enana a la del pintor de Fuendetodos, y más que miedo provocaba lástima al imaginar los ratos que debió de pasar en el cole. Normal que le acabara estallando al ver que el soso de Ryan Reynolds le levantaba sus maquiavélicos planes de dominar el mundo y desayunar con Blake Lively, y poder así impresionar a su avergonzado padre, el senador -Tim Robbins-. Por lo demás, una historia de superhéroes montonera con diálogos y situaciones plagiados de Superman o Batman Begins, un héroe que ponía cara de no creerse nada -o eso o que no sabía hacer otra-, y una película, en fin, que a las únicas secuelas a las que podía aspirar era a las que se produjesen en el cerebro de sus sufridos espectadores. Para lo único que sirvió Green Lantern fue para que los efebos Reynolds y Lively se enrollasen en la vida real y olvidaran sus mutuas calabazas de Scarlett Johansson y Leo Di Caprio. Y es que no hay nada que hacer, Héctor; Dios los cría, ellos se juntan y Darwin hace el resto.


Conan el bárbaro

Los héroes de saldo veraniegos continuaron con Conan el bárbaro, poco convincente reboot del universo creado por Robert E. Howard con más aire a exploitation europeo cutre -tipo Druidas- que a un blockbuster hollywoodense de pro. Y es que tampoco Jason Momoa, aunque gozase de un similar físico ciclado, lograba hacer olvidar aquí al gran Arnold Schwarzenegger, resultando mucho más convincente como el Khal Drogo de Juego de Tronos que cortando cabezas y dando saltitos con su espadón por esa Cimmeria fotografiada en exteriores búlgaros. Eso por no hablar de su discutible estreno en tres dimensiones, ilustrando una vez más el principio de que cuando una película se desarrolle en interiores de espacios poco iluminados, lo último que se necesita es un par de gafas oscuras en 3D para no ver nada.


 Super 8

Pero en mi opinión la decepción del verano fue Super 8, sobre todo teniendo en cuenta la expectación levantada y la fama y el prestigio de sus responsables, J. J. Abrams y Steven Spielberg. Y es que a pesar de sus buenas intenciones, la película sufría de varios elementos en su contra: un guión poco trabajado y ñoño para los mayores de 12 años; una banda de sonido repleta de ruidos estridentes; un peloteo excesivo del creador de Perdidos hacia E.T. Los Goonies o Encuentros en la 3º fase… amén de un horripilante doblaje al castellano para acabar de arreglarla. Demasiados factores adversos ante los que poco podía hacer la sensible -y autoplagiada de Lost- música del gran Michael Giacchino.

 Zoo loco

Fallida mezcla de ¿risas? y ciencia-ficción, esto último, no por el hecho de tener animales que hablasen, sino porque las jamonas Rosario Dawson y Leslie Bibb se disputaban el amor del poco agraciado Kevin James; otro cómico amigo de Adam Sandler que ha sabido aprovechar la amistad de su colega y productor para ser la estrella de subproductos familiares tan irritantes como éste.


El árbol de la vida

Ejemplo perfecto del cuento de El traje nuevo del emperador, o cómo elevar a los altares a una película por presiones de la crítica sesuda o el pseudoprestigio de Terrence Malick, a quien se le fue definitivamente la olla con este film y que pareció malinterpretar aquello que decía Hitchcock sobre el oficio de dirigir -“para mí el cine son 400 butacas por llenar”- y creer que de lo que se trataba era de vaciarlas.
Y es que con El árbol de la vida estábamos ante algo más cercano al video-arte que a una cinta convencional con planteamiento, nudo y desenlace: un hecho éste que su sibilina publicidad intentó ocultar durante la semana de su estreno para sacarle a la plebe el mayor botín posible antes del efecto negativo del boca-oreja. Pero todo fue inútil, pues ya desde el primer día se produjeron deserciones en masa de la ídem durante sus proyecciones, a modo de anunciantes de La Noria. Un sorprendente fenómeno que llegó incluso a los telediarios y a que algunos cines colgaran carteles avisando del riesgo al que se exponía uno al entrar a la sala. Y es que la película pretendía ser nada menos que “un poema visual, un retrato familiar íntimo y una digresión filosófica sobre la existencia humana”, pero en realidad suponía un gafapastil remedo de 2001: Una odisea despacio  -bueno, despacio no, lo siguiente- de Malick respecto al gran Kubrick. Con un Sean Penn que pasaba por allí con cara de no entender nada, un Brad Pitt en plan padre cabrón -y que esperemos que no trate a su prole así en la vida real-, y una etérea Jessica Chastain recitando a las hojas y a las nubes como recién salida de un anuncio de compresas. En resumen: muy aburrida, oiga. De hecho, hay rumores de que sus seis editores acreditados están en trámites de ser canonizados por la Santa Sede; porque, por si no fueran ya bastante sus interminables 133 minutos, encima en Blu-Ray se puede disfrutar de un montaje de más de seis horas...

Criticoll


lunes, 19 de diciembre de 2011

Orgullo mudo

The Artist

TÍTULO ORIGINAL: “The Artist” (2011). DIRECCIÓN Y GUIÓN: Michel Hazanavicius. REPARTO: Jean Dujardin, Bérénice Bejo, James Cromwell, John Goodman, Penelope Ann Miller, Malcom McDowell, Missy Pyle, Beth Grant, Ed Lauter, Nina Siemaszko, Ken Davitian.

Ya sólo por el acontecimiento que supone ir a ver una película muda al cine uno no se debería perder The Artist. Pero si además la experiencia va acompañada por una historia entretenida que apela a la cinefilia más pura, buenas interpretaciones y una factura técnica impecable en cuanto a banda sonora, fotografía, vestuario, dirección artística… el disfrute empieza a ser ya importante. Pues todos esos factores son los que confluyen en este film de Michel Hazanavicius, una deliciosa cinta ambientada en la época más convulsa de la historia del cine -el tránsito del mudo al sonoro- y que podría dar la campanada en la próxima entrega de los Oscars.

Y eso que el guión de The Artist no es muy original que digamos, al mezclar elementos reconocibles de Ha nacido una estrella, Cantando bajo la lluvia o El crepúsculo de los dioses, en su trama de trayectorias cruzadas entre la estrella del mudo que se hunde al llegar el sonoro, y la joven promesa que ocupa el lugar de aquel en el nuevo cine. No, la clave de este largometraje reside en la sencillez con la que nos cuenta su historia y la forma de asumir unos riesgos que hoy en día sólo merecen un aplauso. Y es que hacer una película muda en pleno 2011 puede parecer una locura, pero no lo es tanto si pensamos en la ventaja que, tras más de 100 años de films, el público ya conozca de sobra el lenguaje de las imágenes en movimiento y aquello que éstas nos sugieren. Sólo con asistir al experimento de The Artist uno comprueba que la de Hazanavicius fue una gran idea y una gozada continua para el espectador, que mientras se emociona con este retorno a la pureza y a la esencia del cine, podrá disfrutar con guiños a Ciudadano Kane, The thin man, Gene Kelly, Greta Garbo, Douglas Fairbanks, John Gilbert, Clara Bow, Murnau, Rin Tin Tin, el musical de los ‘30, etc. En definitiva, a todo ese añorado pasado de Hollywood.

De hecho, una de las reflexiones que subyacen con The Artist es que debería cundir su ejemplo y rodarse más películas mudas, aunque sólo fuera porque así el público quizá se comportase con más educación en las salas, puesto que, sin sonidos en la pantalla, parece que hasta dé más vergüenza hacer ruido. Sin ir más lejos, un servidor pudo comprobar el viernes in situ cómo a una mujer le sonó el teléfono durante la proyección y no se puso a hablar a voz en grito como es ya desgraciadamente norma, sino que -bastante apurada- lo apagó en seguida. Y todo por no enturbiar la magia que acontecía en la pantalla, así como por escuchar sin molestias la brillante música de Ludovic Bource: omnipresente durante todo el metraje -tal y como sucedía con las películas silentes-, y que incluye así mismo un homenaje al tema de amor de Vertigo. Todo un acierto el trabajo de Bource aquí, ya que, si The Artist tiene posibilidades de llevarse Oscars de carrerilla, el primero debe ser para su banda sonora. Otra recomendación -aparte de apagar el móvil para teletransportarse mejor a los años 20- es la de evitar ver el trailer de este film o sus fotos de promoción, pues, conforme avanza la historia, alguien con memoria echará en falta planos y escenas que todavía no han salido y que le spoilearán el desarrollo de la acción.

Renovarse o morir

Y es que, aparte del de su revelador trailer, si se le puede poner algún pero a The Artist sería el de la exagerada postura de George Valentin -Jean Dujardin- contra el sonido que nos muestra su guión, aceptable en aras de la dramaturgia pero que chirría un poco a efectos reales. Lo digo porque quien haya estudiado los inicios del cine sonoro sabrá que el tránsito no resultó tan radical, y que a todas las estrellas del mudo se les brindó la oportunidad de ser escuchados en pruebas o directamente en películas sonoras -las primeras talkies-, para comprobar si tenían voces satisfactorias o, en caso de los actores extranjeros, acentos adecuados para la imagen cinematográfica que proyectaban. Nadie quedó defenestrado en Hollywood por haber seguido haciendo alguna película muda mientras ya se estrenaban sonoras: fue cuando ya quedó claro que el futuro estaba en el sonido, cuando a muchas stars silentes se les bajaron los humos y comprendieron que debían adoptar el nuevo formato o desaparecer -bueno, menos Chaplin, pero el suyo fue un caso aparte-. De hecho, el estatismo teatral de las primeras cintas habladas -debido a los primitivos sistemas de sonido- aburría bastante al público, lo que produjo una mengua momentánea en sus recaudaciones toda vez pasada la novedad; y que no volvieron a crecer hasta que a Dorothy Arzner se le ocurrió atarle un palo largo al micro y sacarlo de los arbustos de atrezzo y de aquellas pesadas cajas que impedían el rodaje en exteriores. De la forma en la que nos cuenta la historia The Artist, parece como si el empecinamiento de George Valentin al progreso se debiera a que fuera mudo en la vida real, o accionista mayoritario de alguna multinacional fabricante de rótulos.

Sin embargo, ese detalle no empaña la gozada de ver The Artist, un arriesgado film que, de triunfar el próximo 26 de febrero en el Kodak Theather, significaría un soplo de aire fresco y una forma de renovar el anquilosamiento de la Academia de Hollywood, demasiado ocupada últimamente en reparar agravios a grandes autores en trabajos menores -Scorsese, los Coen-, o en premiar cintas correctas y preciosistas, pero olvidables al poco -El paciente inglés, Shakespeare in Love, Una mente maravillosa, El discurso del rey-, antes que de dar el paso y atreverse con algo diferente, como ya lo eran Brokeback Mountain o Avatar. Ejemplos éstos de películas novedosas que se quedaron en el camino ante rivales más convencionales e inferiores, y que parecen marcarle el camino a The Artist. Ojalá los académicos hayan aprendido la lección y respondan al reto que les plantea este pequeño gran film mudo, en blanco y negro y francés; todo un canto al pasado glorioso del cine USA, y que manda huev… que lo hayan tenido que hacer precisamente los galos, sus rivales en la paternidad del 7º arte… En fin, pensándolo todo con más perspectiva, si ya ganó Chicago en aquel arrebato de nostalgia musical que le dio a la academia en plena invasión de Irak (2003), ahora, con la crisis que padecemos, ¿por qué no va a hacerlo The Artist? Como entretenimiento se lo merece muchísimo más y encima no sale Richard Gere.

Criticoll

lunes, 12 de diciembre de 2011

Super 8 millas

"Attack the Block"

TÍTULO ORIGINAL: “Attack the Block (2011). DIRECCIÓN Y GUIÓN: Joe Cornish. REPARTO: John Boyega, Jodie Whittaker, Luke Treadaway, Alex Smail, Nick Frost, Jumayn Hunter, Franz Drameh.

Attack the Block arranca con un plano nocturno de las estrellas que no parece sino un guiño-homenaje a La Cosa de John Carpenter: con el UFO de turno acercándose a la Tierra con intención de caer en un lugar indeterminado de su geografía. Pero fíjate tú que en vez de hacerlo en el típico escenario de siempre -un lujoso barrio residencial USA o en medio de Manhattan-, va y aterriza en un ambiente tan hostil como los fríos hielos antárticos: en el suburbio londinense de Kennington. Un escenario tan poco recomendable para invadir como el Bronx o las favelas de Ciudad de Dios, y que es para que los aliens viajeros se hagan mirar su particular guía del autoestopista galáctico. Y es que el barrio elegido resulta ser el de unos pandilleros a los que, poco antes de la llegada de los extraterrestres, los vemos atracar a una joven que paseaba tranquilamente por allí. Un suceso interrumpido por la aparición del primer alien -a los que pronto seguirán muchos más-, y que llevará a los jóvenes a armarse y luchar contra los intrusos en su territorio sin pensar demasiado en su procedencia.

Attack the Block nos propone una desenfadada mezcla entre Gremlins, Critters, Goonies y demás productos de los ’80 con películas de asedios urbanos como Asalto a la comisaría del distrito 13 o The Warriors de Walter Hill, todo ello bañado con el humor habitual de la factoría Edgar Wright, que ya dio pie a films tan recomendables como Zombis Party. El resultado quizá no llegue a la altura de este título, aunque sí logra al menos ser entretenido, consiguiendo que casi no se note su modestia presupuestaria gracias a una inteligente puesta en escena y a un efectivo montaje, que hacen que sus 88 minutos pasen sin respiro.

Donde Joe Cornish patina un poco es al obligar al espectador a identificarse con un grupo de personajes muy discutibles, que más que rebeldes sin causa se antojan delincuentes a ojos de un servidor. Y es que, con el recuerdo todavía fresco de los disturbios de este verano en Londres, se hace difícil simpatizar con unos tipos que no habrían dudado en participar en aquellos asaltos y saqueos. Por mucho que luego la propia chica atracada se una a ellos para sobrevivir, o que a Moses -el jefe de la banda-, nos lo pinten como alguien excesivamente noble y resuelto, que por supuesto se sacrificará por todos antes de arrepentirse de sus fechorías. Una moralina no muy acorde con la demoledora crítica social que desliza el film, que aprovecha la coyuntura de la ciencia-ficción para repartir estopa a objetivos muy definidos y reales: a la policía -la autoridad en la que nadie confía, y que ni tan siquiera con un ataque alienígena se digna a aparecer por un barrio degradado-; al gobierno -sospechoso para Moses y sus amigos de haber mandado a los aliens para librarse de ellos, tras intentarlo con las armas y las drogas-; o a las ONGs, entes más preocupados por ayudar a individuos de otro continente que a los desheredados de la calle de al lado. Un punto de vista bastante caústico y que no deja de tener su parte de razón de Cornish respecto a las desigualdades del mundo actual, rematado por el triste destino que les reserva a sus héroes a pesar de haberle salvado el trasero al planeta: el trullo puro y duro.

Criticoll

lunes, 5 de diciembre de 2011

El guerrero del vertedero

"Acero puro"

TÍTULO ORIGINAL: “Real Steel” (2011). DIRECCIÓN: Shawn Levy. REPARTO: Hugh Jackman, Dakota Goyo, Evangeline Lilly, Anthony Mackie, Hope Davis, James Rebhorn, Kevin Durand, Olga Fonda, Karl Yune.


Acero puro parte de un relato corto de Richard Matheson que ya dio pie a un episodio de la mítica Dimensión desconocida de Rod Serling. En dicho episodio -llamado Steel y emitido en 1964- la trama se situaba en el año 1974, un futuro cercano donde el boxeo de humanos se había prohibido por violento y agresivo, siendo sustituido por peleas entre robots. Peones mucho menos proclives al desaliento y a rebelarse frente a los tongos, aunque con sus propios inconvenientes como el de estropearse y no tener recambios a mano, con lo que ya estaba el lío organizado. Eso es precisamente lo que le ocurría al androide de Kelly -Lee Marvin-, dueño de uno de estas máquinas boxeadoras y que, ante la perspectiva de perder la bolsa garantizada, decidía suplantar a su púgil en el ring.

Una reflexión sobre el espíritu de lucha y de superación humano que también aparece ahora -aunque sin llegar a extremos tan dramáticos-, en esta Acero puro, en la que Hugh Jackman encarna a otro ex -boxeador que malvive trapicheando con robots mediocres en peleas de segunda. Pero la suerte de Charlie -que así se llama nuestro héroe- cambiará al reencontrarse con Max, su hijo de 11 años y gran aficionado al boxeo que le pide ayuda para entrenar a su propia máquina: un androide sparring llamado Atom -pequeño de tamaño pero no de valor- con el que se atreverán a desafiar al todopoderoso Zeus, el campeón del mundo de los pesos robóticos.

Una premisa que podría haber dado mucho más de juego enfocada de manera distinta, pero que Shawn Levy malogra al adoptar una mirada demasiado infantilizada, previsible y disneyana a la historia, amén de por sus descarados paralelismos / homenajes / plagios a la recordada saga Rocky. Y es que aquí no falta el aspirante modesto que recobra la dignidad y consigue las simpatías del público por su esfuerzo y corazón; el prepotente campeón con nombre de divinidad griega -Zeus en vez de Apollo Creed-; el chándal gris, el entrenamiento por las calles; un boxeador con corte de pelo a lo mohicano como el Clubber Lang de Rocky III; la villana rusa estilo Ludmilla Drago; los ralentís en el combate definitivo, o ese ¡Maaaax, Maaaax! final a cambio del famoso ¡Aaadriaaaaan! con el que Stallone se convirtió en una estrella.

Tampoco los pequeños detalles ayudan a hacer más disfrutable la cinta, ya que el film está plagado de aspectos bastante molestos, como el prescindible personaje de Evangeline Lilly y su machacona insistencia en repetir el nombre de Charlie -¿un guiño a sus fans de Lost?-; la repelencia del niño Max y sus aires de sabeloto; el hecho de que tan sólo quede apuntada la posibilidad de que Atom tenga sentimientos -con ese misterioso plano contemplándose a sí mismo en el espejo del vestuario-; lo fácil que le resulta a Jackman congraciarse con su familia política -en primera fila en la última velada, a pesar de oponerse rotundamente a sus actividades-; o que encima se le impida al espectador presenciar la tunda de los apostadores a Ricky -Kevin Durand-, otro veterano de Perdidos y un actor casi siempre abofeteable, digno heredero de Erich Von Stroheim en aquello de ser “el hombre al que usted le gusta odiar”.

Al menos, destacar como contraste las brillantes escenas de boxeo, supervisadas por Sugar Ray Leonard y en las que se utilizó la famosa captura por movimiento para copiar a la perfección los golpes y reacciones de púgiles profesionales. Una secuencias bien resueltas por mucho que, en ocasiones, recuerden a aquel episodio de Futurama donde Bender se convertía en un Rocky robot muy particular, y en el que los promotores manejando a sus representados joystick en mano también estaban a la orden del día.

Criticoll

lunes, 28 de noviembre de 2011

Historias Mininas

Un servidor, que es mucho más de gatos que de perros, no ha podido resistirse a la tentación de acudir esta semana a la doble propuesta minina que nos ofrecía la cartelera: El gato con botas y El gato desaparece.

"El gato con botas"

TÍTULO ORIGINAL: “Puss in Boots” (2011). DIRECCIÓN: Chris Miller. REPARTO: Antonio Banderas, Salma Hayek, Zack Galifianakis, Billy Bob Thornton, Amy Sedaris, Constante Marie, Guillermo Del Toro.

La intención de DreamWorks de hacer una película protagonizada por El gato con botas nació ya tras su primera y fulgurante aparición en Shrek 2 (2004), donde el personaje doblado por Antonio Banderas casi le robaba las carteras al ogro verde y a Asno. Aunque en un principio la idea de Jeffrey Katzenberg y compañía era la de lanzar su film directamente en DVD, las exitosas intervenciones del minino en las tres secuelas de Shrek convencieron a los ejecutivos de que debían darle una oportunidad en el cine. Así, en 2009 se empezó a gestar El gato con botas con vistas a su estreno en otoño de 2011; una preproducción de sólo dos años -escaso margen para un film animado- y con un presupuesto menos holgado de lo deseable, pero en el que al menos se reclutó por el camino a Guillermo Del Toro como asesor y productor ejecutivo.

El resultado, finalmente, es una película irregular llena de guiños al spaghetti western y a la cultura latina -la audiencia mayoritaria a la que va destinada la cinta-, similar en estética y humor al de la franquicia madre, si bien cae en el error de desestimar por completo el cuento original de Charles Perrault, en favor de un remix algo deslavazado de otros relatos y caracteres de la cultura popular, como Las habichuelas mágicas, La gallina de los huevos de oro o Humpty Dumpty. Una decisión discutible que hace del guión uno de sus puntos menos logrados y que provoca importantes baches de ritmo en su desarrollo, con rémoras tales como el largo flash-back que nos narra la infancia de Gato y el pesado de Humpty, o la gratuidad de escenas como el duelo de baile entre el espadachín protagonista y Kitty -Salma Hayek-. No obstante, también es de justicia señalar aciertos como el provecho que saca Gato de sus mohínes para conseguir sus fines, el afortunado gag visual del cuervo y la pantalla partida, o frases inspiradoras del tipo “nunca es tarde para hacer lo correcto”.

Del doblaje destaca un entusiasta Antonio Banderas, que a estas alturas ya domina por completo al personaje y se nota que lo disfruta, con ese acento andaluz tan saleroso que parece homenajear al Sr Jinx de Pixie y Dixie, aunque no tenga ocasión de decir en ningún momento aquello de “¡mardito roedore!”. Todo un esfuerzo de caracterización -que contrasta con el trabajo de Salma Hayek, algo apagada- y que Antonio debería haber extrapolado también a los otros doblajes del gato en los que ha participado -además de los dos en castellano, uno para España y otro para Latinoamérica-: el inglés y el italiano, en los cuales el malagueño adopta un acento definitivamente más convencional.

"El gato desaparece"

TÍTULO ORIGINAL: “El gato desaparece” (2011). DIRECCIÓN Y GUIÓN: Carlos Sorín. REPARTO: Beatriz Spelzini, Luis Luque, María Abadi, Hugo Sigman,  Javier Niklison, Hugo Pisa.

Después de ver cómo se abortaba otro proyecto más ambicioso, Carlos Sorín decidió dar un giro a su trayectoria y atreverse con el encargo de El gato desaparece: un film de suspense hitchcockiano -por primera vez en su carrera- donde el autor argentino tendría además otros novedosos alicientes: rodar en interiores, en Buenos Aires y con el formato Cinemascope.

A partir de una anécdota muy pequeña -un paciente sale del psiquiátrico y su mujer sospecha que no está curado- la película trata de sumir al público en un extraño estado de inquietud, forzando su identificación con Beatriz -Beatriz Spelzini-, esa mujer quien, a pesar de las garantías de los médicos, no las tiene todas consigo respecto a la recuperación de su marido Luis -Luis Luque-. Un profesor universitario que, un año atrás y presa de un brote psicótico pasajero, la atacó a ella y a un amigo sin motivo aparente…

Lo que pasa es que Sorín nos va narrando la historia de forma bastante heterodoxa, sin apenas acentuar esa tensión angustiosa que tanto nos promete el film en su trailer. Más bien al contrario, el largometraje es muy reposado y tan sólo puntualmente parece recordar a qué género pertenece, pasando del suspense y recreándose en exceso en la relación afectiva entre la pareja protagonista: un matrimonio que debe recuperar la confianza cotidiana tras un año sin verse. Un hecho éste que no sólo no es malo sino que resulta atractivo y hasta interesante -sobre todo por la naturalidad de Luis Luque y Beatriz Spelzini-, pero que al fin y al cabo no es la película ni el género que nos habían vendido, dando la impresión de que el director va por un lado y la trama por otro. Una rara sensación similar a la de ver Sospecha o El carnicero dirigidas por alguien como Mike Leigh o el propio Sorín en lugar de Hitchcock o Chabrol. De autores, en definitiva, poco duchos en ejercicios de estilo o en las claves del suspense puro y duro, y más preocupados por comprender y amar a sus personajes.

Y es que todo ese suspense que pueda haber en El gato desaparece -un título bastante macguffin, por otra parte- se evapora sólo con observar la mirada de Luis en el primer instante en el que aparece, dejando en agua de borrajas todas las dudas posteriores que pueda albergar Betty sobre su marido. Tampoco su previsible desenlace molesta demasiado a esas alturas, porque la película ya se ha ganado para entonces las simpatías del espectador, entretenido por lo que ha visto por mucho que, parafraseando a Rafa Benítez, pidiera un sofá y al final le trajeran una lámpara…

Criticoll




lunes, 21 de noviembre de 2011

La Blackberry en el agua

"Un Dios salvaje"

TÍTULO ORIGINAL: “Carnage” (2011). DIRECCIÓN: Roman Polanski. REPARTO: Jodie Foster, John C. Reilly, Kate Winslet, Christoph Waltz.

Cuarenta años después de Macbeth y casi veinte de La muerte y la doncella, Roman Polanski vuelve a las tablas para encontrar la inspiración de un nuevo film, en este caso Un Dios salvaje, basado en la famosa obra teatral de Yasmina Reza. Un montaje estrenado en París en 2007 y que pronto se trasladó con éxito a otros escenarios internacionales: el español con Maribel Verdú, Antonio Molero, Aitana Sánchez Gijón y Pere Ponce, o el de Broadway con Hope Davis, James Gandolfini, Marcia Gay Harden y Jeff Daniels.

Polanski permanece aquí fiel a la obra y desarrolla su película en los mismos parámetros espacio-temporales que Reza, es decir, una hora y veinte minutos de tiempo real y un escenario único: el apartamento donde dos matrimonios se reúnen para hablar de la pelea que han tenido en un parque sus respectivos hijos. Pero lo que empieza como una charla educada entre adultos irá degenerando poco a poco en una situación cada vez menos civilizada…

No por casualidad, el director de Frenético ambienta la cinta en Nueva York -megaurbe de sus prohibidos USA y el hogar de la ONU- para ofrecernos otra muestra más de su talento para diseccionar los aspectos menos amables y más oscuros del ser humano. Todo un dechado de empatía y corrección en la superficie pero primitivo, egoísta, salvaje y belicoso en la realidad tras un buen par de tragos de whisky. Sin embargo, lejos de gravedades y pesimismos, Polanski nos cuenta su historia en clave de comedia negra para ridiculizar mejor esa hipocresía convencionalista que nos exige la vida en sociedad, muy cercana en forma y fondo a El ángel exterminador de Buñuel. Para ello sitúa a sus cuatro personajes en una progresiva lucha dialéctica, que primero enfrenta a las dos parejas, luego a los hombres contra las mujeres, posteriormente a maridos contra esposas para acabar al final con un sálvese quien pueda de todos contra todos, como los típicos caracteres polanskianos, solos y desamparados en el mundo. Un tour de force en el que todos los intérpretes brillan a gran altura y donde es imposible destacar a uno sobre el resto. Ya sea Jodie Foster como la madre y esposa abnegada que va de liberal pero que salta a poco que le toquen sus propiedades -como sus libros de arte, sus flores o su hijo-; una Kate Winslet fina y elegante -hasta cuando vomita, en uno de los momentos del año- que se burla del apego de su marido a objetos materiales como la blackberry, pero que luego no duda en llorar infantilmente la rotura de su kit de maquillaje; John C. Reilly, el tipo en apariencia bonachón pero que esconde bajo esa máscara un peligroso reaccionarismo -con John Wayne e Ivanhoe como grandes héroes-; o Christoph Waltz encarnando al arrogante y cínico abogado a un móvil pegado y que tiene la suerte de decir las frases más ingeniosas del guión.

Paradójicamente, quizá la película se acabe haciendo en su tramo final algo larga, debido a que resulta muy difícil mantener constante el ritmo de la historia durante 79 minutos, sin elipsis y en una única localización; un problema inherente a la singularidad de su propuesta y que el mismísimo Hitchcock padeció en La soga o Náufragos. No obstante, hay que reconocer que la efectiva puesta en escena de Polanski -con su proverbial habilidad para moverse por espacios cerrados y buscar siempre el mejor encuadre-, la gran labor de los cuatro actores, así como la calidad del texto original subsana esos pequeños baches que pueda sufrir el film. Un título que o mucho me equivoco, o lleva camino de igualar el hito logrado anteriormente por ¿Quién teme a Virginia Woolf? y La huella: conseguir que su reparto en pleno sea nominado al Oscar.

Criticoll