sábado, 26 de octubre de 2013

FIESTA DEL CINE Y OLÉ

Sí, yo también fui uno de esos 1.513.948 espectadores que corrieron raudos y veloces a las taquillas a ver pelis a 2'90 € por cortesía de las federaciones de productores (FAPAE), distribuidores (FEDICINE) y cines (FECE), entidades que durante tres días al año se ponen de acuerdo para saltarse el 21 % del IVA y atraer a las buenas gentes a los cines. ¿Los cines? Sí, ya sabéis, esos sitios donde se solían ver antaño las películas de estreno sin miedo a que te clavaran 10 € por la entrada y otros 10 en palomitas, bebida y demás. La iniciativa contó con el apoyo del Instituto del Cine y las Artes Audiovisuales (ICAA) del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que también quisieron salir en la foto por habernos aflojado las cadenas durante tres días, los muy cínicos... Se ve que ésta era la quinta edición y todo, ¡y yo que me he enterado este año! Claro, como antes no pagaba nunca :(
 
Total, que en esos 21, 22 y 23 de octubre tenía previsto saquear la cartelera como hizo mi amiga Pili, pero al final entre pitos y flautas sólo pude ir a ver dos films: Gravity en 3D y Las Brujas de Zugarramurdi, las cuales procedo a destripar -y en varios sentidos, ya que en la crítica de Gravity hay SPOILERS-. Avisados estáis.

Basura espacial
GRAVITY

Tras la seminal Avatar, la tecnología de efectos especiales en 3D ha entrado en una nueva era de brillantez y perfección, capaz de dejarnos a todos ojipláticos por el nuevo camino de posibilidades que se abre ante nuestras pupilas. Lo que ya sería la hostia es que estas películas tan apabullantes visualmente tuvieran tal virtuosismo también en el guión, o que al menos éste ocupara una servilleta escrita por las dos caras.

Y eso que Gravity empieza de forma espectacular, con un plano secuencia de 13 minutos destinado a pasar a la antología del cine como los de Sed de mal, The Player o Snake Eyes. Haciendo gala luego de una capacidad técnica increíble para convertir al espectador en un astronauta más flotando por el cosmos junto a Matt Kowalski -George Clooney- y Ryan Stone -Sandra Bullock-, apretando tuercas aquí, sorteando basura espacial allá, surcando de nave en nave o, en fin, disfrutando de las mejores vistas de la Tierra antes de que nos la carguemos del todo. El problema es que, una vez pasado el impacto inicial, uno se acostumbra a lo bueno y ya no parece algo tan extraordinario compartir órbita con Bullock y Clooney, queremos más, queremos una historia que aunque se pase por el forro cuestiones físicas y aeronaúticas que uno no tiene por qué saber -es imposible pasar tan alegremente del Hubble a la Soyuz, o de la Estación Espacial Internacional al módulo chino, están en órbitas distintas y muy lejos unos de otras- no resulte tan trillada y sentimentaloide como al final acaba deviniendo.

En efecto, la historia enseguida se torna muy previsible, y uno se va imaginando todo lo que va a pasar antes de que suceda, como si la velocidad mental de los guionistas -el propio director Alfonso Cuarón y su hijo Jonás- se desplazase a través de esa misma gravedad cero que inunda la trama de principio a fin. SPOILER Las continuas e irreales licencias tecnológicas que se toman para allanar el camino a Stone en su odisea espacial tampoco ayudan demasiado, al final acaban siendo tan molestas como la música de Steven Price. FIN DE LA CITA, DIGOO DEL SPOILER

 
Al menos, la película aborda un tema que a mí siempre me ha inquietado: que con la cantidad de residuos de satélites destruidos y basura espacial que hay orbitando peligrosamente alrededor del planeta, y que, fíjate, nunca haya impactado con ningún trasbordador  USA, con el Hubble o con, yo que sé, el satélite Meteosat... Por lo visto, si pasa muy a menudo lo que nos cuenta Gravity, en un futuro cercano la Tierra tendrá un anillo de porquería rollo Saturno, y habrá que fletar una misión como en Armaggedon pero con astronautas rumanos y albanokosovares para, ejem, deshacer el anillo ese, compuesto de cobre y materiales similares.

PÁRRAFO DE SPOILERS La película plantea así mismo varios interrogantes: ¿Alguien me puede explicar por qué el personaje de George Clooney se suicida de repente, en un pseudo-homenaje a Titanic? ¿Por qué la morralla espacial viaja a esa velocidad tan rápida? ¿Qué coj... hace una raqueta de ping-pong en el módulo chino? ¿A cuánto ascendería la factura por todos los artefactos y naves USA, rusas y chinas que destroza Stone? ¿Por qué los chinos no traducen sus manuales de instrucciones a otros idiomas? FIN DEL SPOILER


Preguntas, preguntas sin respuesta. En fin, que respecto a Gravity, lo mejor será no pensar demasiado en sus agujeros argumentales y verla definitivamente en 3D -en 2D pierde bastante-. Todo sea para deleitarse de las asombrosas vistas de la Tierra desde el espacio por cortesía del chivo Lubezki, o, para los más masoquistas, por experimentar la sensación de que te tiren tuercas a la cara todo el rato. Pero en verdad, para disfrutar de esta película al 100 % las condiciones ideales serían verla en 3D, en una pantalla IMAX de 180º y en una sala con gravedad cero. Bueno, y ya puestos -nunca mejor dicho-, bajo el influjo así mismo de ciertas sustancias psicotrópicas para flotar aún más, tío, o al menos, para poder olvidar los ladridos de Sandra Bullock en esa escena o lo fea y caravinagre que sale todo el rato. Y es que... ¿qué fue de aquella guapísima Sandy de Miss agente esp@cial?

Criticoll

Todas Brujas
LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI

Tras jugar a ser Berlanga, Saura o incluso Billy Wilder en sus dos últimas y patéticas películas, Álex de la Iglesia ha entrado en razón y comprendió que, aunque le vayan a subvencionar igual cualquier truño que ruede a estas alturas, puede que lo suyo sean después de todo las comedias gamberras estilo El día de la bestia (1995); su segunda y mejor película y la piedra de toque con la que comparar el resto de sus obras.

En efecto, como si nos hubiésemos subido al DeLorean, parece que con Las Brujas de Zugarramurdi hayamos viajado a 1996 con un Álex de la Iglesia con la muñeca aún caliente, decidido a continuar por la misma senda cómica, salvaje y enloquecida de su exitosa cinta del año anterior. En la que dio en la diana porque quizá con ella sólo buscaba un divertimento sin más pretensiones que las de entretener; con un buen guión -coescrito con Jorge Guerricaechevarría-, y con su proverbial ojo para los actores. Sin esa pretenciosidad de films posteriores suyos de querer abarcar más de la cuenta, y en los que, desviándose progresivamente de la comedia al drama o prescindiendo de su genial co-guionista, poco menos que se pensaba que estaba reescribiendo el cine español.

Así pues, y como si fuese un follow up directo de El día de la bestia, la divertida Las brujas de Zugarramurdi nos presenta a otro trío de perdedores -Hugo Silva, Mario Casas y Jaime Ordónez- que, agobiados por sus mujeres, deciden atracar una tienda de "Compro Oro" en plena Puerta del Sol para solucionar sus problemas económicos. En su atropellada huida a Francia, se verán retenidos cerca de la frontera por un grupo de brujas navarras -Carmen Maura, Terele Pávez, Carolina Bang- dispuestas a practicar con ellos sus artes oscuras...


La película tiene buena estrella y conecta con el público ya desde los créditos, en los que vemos a una sucesión de mujeres de armas tomar de la historia, como Salomé, Cleopatra, Isabel la Católica, Mata -Hari, Margaret Tatcher o Angela Merkel, ésta sin duda la foto mental de bruja que flota en el imaginario colectivo actual. Unas imágenes que resumen brillantemente el mensaje del film: las mujeres son en realidad las que cortan el bacalao, y los hombres, unos pobres peleles a su merced.

El film homenajea Los Goonies, Abierto hasta el amanecer, Los Cazafantasmas  o La matanza de Texas, pero en realidad hunde sus raíces en el cine de humor español más tradicional y costumbrista, desde Los Tramposos a Atraco a las tres o Torrente, con ese trío de antihéroes que no saben dónde se han metido ni de las fuerzas tan poderosas contra las que luchan, y que bien podrían haber sido en otra época Tony Leblanc, José Luis Ozores y José Luis López Vázquez, o Alfredo Landa, Pepe Sacristán y Andrés Pajares.

Si la película triunfa es básicamente gracias a dos factores: el primero, su ingenioso guión, con Jorge Guerricaechevarría como el héroe en la sombra, el guionista al que tanto se le echó de menos en los últimos títulos delaiglesianos  y que ha hecho las paces con el director para volver a poner orden e interés en su cine; y el segundo, a la hábil dirección de actores de de la Iglesia para escoger a los intérpretes ideales para cada papel, por mucho que esto esconda alguna sorpresa, como ahora veremos. Como protagonistas del film tenemos a Hugo Silva, que aquí se aleja de su imagen de galán para interpretar a un padre divorciado que se lleva a su hijo al atraco "porque le tocaba tenerlo ese día"; Jaime Ordónez, familiar rostro televisivo de La hora de José Mota o La que se avecina como el taxista aficionado al esoterismo; y Mario Casas como Toni, el mascachapas sonado roba-escenas que tiene las mejores frases de la película y que merece una nominación al Goya como secundario, aunque la categoría que mejor le pegue en realidad sea la de actor revelación, tal es la sorpresa de comprobar que sepa interpretar sin quitarse la camisa y todo. De hecho, me vino a la mente aquello que le dijo John Ford a Howard Hawks tras ver al John Wayne de Río Rojo: "¡no sabía que ese hijo de puta fuese capaz de actuar!".

Otros actores destacados son Carolina Bang, que a fuerza de ser incluida en todas las películas de su novio ha aprendido a decir sus frases con más o menos soltura y a no tropezarse con los muebles, como lograron antes que ella Faith Domergue, Juliette Greco o Lina Romay; las veteranas Carmen Maura y Terele Pávez encarnando a las otras brujas de la familia,  Macarena Gómez y su proverbial vis cómica, o Javier Botet como el esperpéntico Luisma, cuya barba y voz de pito provoca que ya no vaya a darnos miedo REC 4. Y mención especial para Carlos Areces y Santiago Segura, verdaderas mascotas del director y que aquí tienen un hilarante cameo como dos señoras vascas muy respetables que también son brujas en sus ratos libres. Aunque por otro lado, donde no hay no se puede sacar, y la dicción de muchos actores españoles sigue siendo lamentable, dejando inaudibles varias frases graciosas. Tampoco de la Iglesia parece que se repasó la escena de las maracas de Con faldas y a lo loco, para aprender a hacer pausas entre chiste y chiste y que las risas del público no tapen el siguiente y tal.

Aunque Las Brujas... no se libra del habitual bajón final de todas las películas de su director -el clímax con el monstruo es demasiado largo y aparatoso-, al menos aquí el desenlace no resulta tan molesto, siendo más resultón y digno de lo esperado. En fin, esperemos que Álex siga por esta senda que es la que mejor le sale, y que en sus películas posteriores valga la pena gastarse los 10 € de la entrada, por si acaso no coincide con sucesivas fiestas del cine o le toque compartir cartelera con Avatar 2, 3 o 4.
Criticoll

domingo, 14 de julio de 2013

ASTÉRIX Y COMPAÑÍA

Tras varios lustros muertos de risa en la estantería, este verano me ha dado por releer los cómics de Astérix y recordar viejos tiempos. Después, como no había visto ninguna de sus películas con actores reales, me entró la curiosidad y se me ocurrió verlas todas de un atracón. Una empresa ardua y costosa y que decidí hacer por etapas, temeroso de que la visión ininterrumpida de alguna de ellas me provocara más daños cerebrales. Pero bueno, tras mucho miedo y mucho sufrimiento, al final lo he conseguido. ¡Toma ya! Todo sea por la ciencia.


La primera es la decepcionante Astérix y Obélix contra el César, dirigida en 1999 por Claude Zidi y con una notable presencia alemana en la producción, lo que explicaría su alarmante falta de gracia. La cinta más cara hasta ese momento del cine francés, con 42 millones de euros de presupuesto -nadie lo diría, viendo la cutrez del vestuario o el abuso de cartón piedra por doquier- y que no supone la adaptación literal de ninguna de las historietas originales, sino una mezcla de personajes y situaciones extraídas de El adivino, Astérix legionario, El caldero, La hoz de oro y Astérix y los godos, para pergeñar un guión sin chispa que no daría para mucho en una clase de Robert McKee, y que provoca varios suspiros y cambios de postura en el asiento a los mayores de 10 años.

Nótese, a diferencia de los cómics, la sutil inclusión aquí de la palabra Obélix en el título, clave para entender que en el cine el protagonismo pasa de Astérix a Obélix, ya que quien corta el bacalao, el más famoso y el mejor pagado de la franquicia no es otro que el ruso Gérard Depardieu, el único inamovible de una película a otra tanto delante como detrás de las cámaras. No en vano, es el más poderoso de la historia al encarnar -nunca mejor dicho- a alguien que se cayó dentro de la marmita cuando era pequeño, y a quien los efectos de la poción mágica le son permanentes. Un Obélix ya fijado en el imaginario colectivo pero bastante más lelo que en los cómics, ya que, por ejemplo, en una escena ve cómo Astérix está en peligro frente a leones, cocodrilos o arañas y no mueve un dedo para ayudarle ¿? Y todo porque está infiltrado entre los romanos y no oye la frase clave que le grita todo el rato su amigo, mediante la cuál habían acordado previamente que empezaban las toñas. Un gag eficaz para animadores de comuniones pero que en la gran pantalla se revela fallido.


En cuanto al propio Astérix, Christian Clavier es el único que repite en 2 pelis, siendo posiblemente el que más se asemeja físicamente al personaje de los 3 actores que lo interpretan a lo largo de la saga. A favor contaba con su probada vis cómica y con el grato recuerdo de Los visitantes, donde el parisino también quedaba bien en el contraste visual con otro co-protagonista tan grandote como Obélix -Jean Reno-.

A los fans de las viñetas les chirriará que aquí la poción mágica sólo dure 10 minutos, que los legionarios romanos vayan de rojo y no de verde, que Idéfix sea el perrito de Astérix y no de Obélix, o que este último añada a su vestuario un chaleco de cabra ¿? detalles descuidados que se van sumando en el debe del director Claude Zidi y que provocan al final que cualquier integrista de los cómics quiera colgarlo de un palo y con razón. Pero no sólo es eso, es que además demuestra una pésima dirección de actores, a cada cuál más sobreactuado. Algo especialmente palpable en las escenas que comparten Julio César -el alemán Gottfried John- y Detritus -Roberto Benigni, el fichaje estrella de entonces tras La vida es bella-. Una insoportable competición de histriones que hace parecer a Jim Carrey como el sobrio heredero de Buster Keaton.

 























Lo más vistoso del film -aparte de Laetitia Casta- es lo bien que están resueltos los f/x cuando los romanos vuelan por los aires y se estrellan contra el suelo tras recibir los puñetazos de rigor. O la última poción de Panorámix, que permite clonar a la gente durante un rato, y que aprovechan los galos para crear un ejército de Astérix y Obélix y zurrar por multiplicado a sus enemigos. Poción que el propio Obélix utilizará luego para clonar a la ennoviada Falbalá-Laetitia y enrollarse un poco con su copia. Vaya, vaya, vaya, pues al final no era tan tonto…


En 2002 llegó la segunda entrega, Astérix y Obélix: misión Cleopatra, de Alain Chabat. A diferencia de la zafiedad y el humor de brocha gorda de su antecesora, aquí estamos ante una película que no avergüenza enseñar a las visitas, que sí que parece hecha por un verdadero fan de los cómics de Uderzo & Goscinny. Y es que el guión es la adaptación prácticamente literal de Astérix y Cleopatra (1965), uno de los mejores trabajos del dúo: memorable parodia del largo y largo largometraje de Joseph L. Mankiewicz de 1963 ya desde su portada, y con una Reina de Egipto dibujada según los inimitables rasgos de la propia Elizabeth Taylor. Una Cleopatra que aquí la encarna Mónica Bellucci, que al cambio tampoco está nada mal :P
 

 Una buena idea es ver esta cinta con el álbum en las rodillas, e ir comparando ambos para constatar que la fidelidad de Chabat -en su doble faceta de director y guionista- llega al punto de recrear muchas viñetas y diálogos enteros del libro; siendo quizá el único en toda la franquicia que comprendió que era tontería enmendarle la plana al gran René Goscinny con cambios sustanciales en la historia, que siempre resultarían inferiores al original. Bueno, sí que se inventan un rollete de Astérix con una esclava de Cleopatra, pero no importa demasiado.


Las interpretaciones aquí están más contenidas, algo que le acerca más al cómic y la alejan de su irritante predecesora. Claro que Chabat no puede evitar caer en el nepotismo de emplear a media familia suya, así como a la tentación de adjudicarse el rol de Julio César cuando físicamente no le pegaba ni con cola. Quién sabe si para tener así la oportunidad de, ejem, magrearse con la Bellucci en una añadida escena final. Otro que está tonto, sabes…





Los legionarios dejan el rojo y vuelven a su uniforme verde tradicional de las viñetas: algo que también debió gustar a la Academia de Cine francés, que le otorgó a este film el César al mejor vestuario de 2002 -quién sabe también si por agradecimiento al quitarle el absurdo chaleco a Obélix que le plantaron en la anterior-. Y es que hasta el maquillaje, las pelucas y la gordura del guerrero pelirrojo parecen mejores que en el de 1999.
 




Entre las novedades del reparto, destaca la aparición de Jamel Debbouze como el arquitecto Numerobis; un actor visto en Amelie y que aquí esconde su discapacidad -le falta la mano derecha desde los 15 años debido a un accidente- mediante una oportuna túnica que le cubre el brazo entero. Añadir que como ayudante de Numerobis aparece el cómico Edouard Baer, que en la cuarta entrega de la serie encarnará al propio Astérix; algo extraño porque es casi igual de alto que Depardieu. Por otra parte, las exóticas localizaciones egipcias de esta aventura hizo que se rodase casi entera en Marruecos, lo que impide que salga nadie del poblado galo salvo Astérix, Obélix, Panorámix e Idéfix, que vuelve a ser el perrito del segundo como mandan los cánones.
 


En este largo se adopta por primera vez la introducción esa de la lupa y el mapa tan del cómic para situar el pueblo de Armónica resistente al invasor, narrada por una voz que no es otra que la de Pierre Tchernia, un viejo compinche de Uderzo y Goscinny que tomaron sus rasgos para el centurión Gazpachoandalus de Astérix en Córcega. Un buen detalle de Chabat que hace las delicias de los más Astérixófilos y que se convirtió en una entradilla fija en esta peli y la siguiente. Añadir que también hacen su debut los sufridos piratas con los que siempre se topan los galos cuando se acercan al mar; y que aquí, tras ser hundidos, recrean en un plano la célebre viñeta parodia de La balsa de la medusa.



En fin, sin duda la mejor película de la serie, no sólo por su fidelidad al original, por ser la única que ha obtenido Césars o la que más ha recaudado, sino por resultar ciertamente entretenida. Quizá porque el humor de Chabat y sus colaboradores de la TV francesa era muy cercano al espíritu de los cómics.



Para la tercera entrega hubo que esperar 6 años: Astérix en los Juegos Olímpicos (2008), en la que el productor Thomas Langmann -el verdadero motor de la franquicia- se implicó más que nunca, ya que sus atribuciones también pasaron por las de co-guionista y co-director. Pero el fracaso artístico y de taquilla de este mediocre film debieron de escocerle bastante, ya que finalmente vendió los derechos de la franquicia y se desvinculó de ella por completo. -Tranquilos, tampoco le fue tan mal luego, ganó un Oscar por The Artist-. Los culpables de los pobres resultados obtenidos por esta aparatosa película de 78 millones de euros son su excesiva duración y su deslavazado guión, que en teoría seguía el álbum homónimo de 1968, pero que en la práctica se inventaba subtramas y personajes bastante a la ligera, como ese triángulo amoroso entre Bruto, Lunátix e Irina; así como la presencia de Julio César -un autoparódico Alain Delon-, y que en la historieta no sale, sólo se oye su voz en la última viñeta.

El largometraje se rodó en 2006 pero se guardó dos años en un cajón para poder estrenarlo en año olímpico y aprovechar el tirón de los Juegos de Pekín ‘08. Un retraso que tuvo un hecho luctuoso: que el gran Jean-Pierre Cassel -que aquí interpretaba al tercer Panorámix de la saga- no viviera para verlo en la pantalla, ya que falleció en abril de 2007.




En esta cinta se produce el primer relevo de actor para Astérix, puesto que Clovis Cornillac sustituye a un cansado Christian Clavier para darle otro toque al personaje, menos paródico y más serio. Y aunque la desaparición de Obélix del título del film parecía que le iba a dar más protagonismo a este nuevo Astérix, lo cierto es que Cornillac pasa muy desapercibido, ya que el personaje aquí es bastante secundario: casi parece que moleste en la trama o que se le meta con calzador en ella porque llevase mucho rato sin hacer nada. Y es que el guión en realidad convierte en el verdadero protagonista a Bruto -el belga Benoît Poelvoorde-, hijo de César y villano metepatas que ve frustrado todo lo que intenta: asesinar a su padre, ganar los juegos olímpicos o casarse con Irina, la bella princesa griega. Señalar que, como en el anterior, se incluyen guiños a Star Wars o a Cyrano de Bergerac.

 



De esta película es aquella foto de Paco Camps y Depardieu vestido de Obélix en una pausa del rodaje en la Ciudad de la Luz de Alicante, estudios que albergaron el grueso de la filmación en aquellos maravillosos años de derroche y Fórmula 1. Digo yo que, ya puestos, Paco podría haber llevado uno de sus famosos trajes y hacer un cameo o un algo, ya que si de algo puede presumir esta cinta es de apariciones gratuitas de famosos por doquier: Michael Schumacher, Jean Todt, Zinedine Zidane, Tony Parker o la tenista Amelia Mauresmo, mientras que por el camino se quedaron las previstas de Jean-Claude Van Damme y David Beckham.


El papel de maciza de turno se repartió en esta ocasión entre las modelos Vanessa Hessler -Irina- y la sin par Adriana Sklenarikova, que tomó el relevo de Arielle Dombasle como la voluptuosa mujer de Edadepiédrix. En cuanto a la aportación española -la administración y varias productoras patrias aportaron pasta, además de localizaciones- ésta corrió a cargo de Santiago Segura como Doctormabus, un chapucero brujo que surte de pociones a Bruto; mientras que, según el imdb, también salían Mónica Cruz y Eduardo Gómez -La que se avecina-. Pues... debí de parpadear, porque no los recuerdo.

Destacar la secuencia de la carrera de cuádrigas, ausente en el libro y que parece un guiño, más que a la inevitable Ben-Hur, a esa Comunitat Valenciana que acogía el rodaje y tenía pasta para invertir 

























en la F1 y en películas de cómics franceses, por muy de Astérix que fueran. Y es que el derroche en todos los sentidos que supone este film -cameos, metraje, presupuesto- parece una metáfora de los días de vino y rosas que corrían por aquí en el añorado 2006.


La cuarta cinta de la saga, Astérix y Obélix: al servicio secreto de su majestad, es la última hasta la fecha, estrenada el 30 de noviembre de 2012. Como decíamos unos párrafos más arriba, la película supuso un lavado de cara para la franquicia, ya que fue la primera sin Thomas Langmann, el productor que a principios de los ’90 levantó el proyecto de Astérix, pero que vendió los derechos tras el fracaso de los Juegos Olímpicos. Wild Bunch, Fidelité y la Televisión Pública Francesa tomaron el relevo y su primera medida fue escoger como director y guionista a Laurent Tirard, que ya se había fogueado con la adaptación al cine de otro cómic de Goscinny, El pequeño Nicolás (2009).
 



Aquí vuelve a desaparecer la introducción del mapa narrada por Pierre Tchemia y se adoptan unos títulos de crédito estilo James Bond, no en vano la trama de la aventura transcurre en Londinium y alrededores -aunque en realidad se rodó en Irlanda-. Es lógico que al comenzar a visionar este largo los fans integristas de Astérix lo reciban con bastante recelo, ya que ¡vaya! el guión mezcla otra vez elementos de dos álbumes del personaje, Astérix en Bretaña y Astérix y los Normandos. Tampoco Fabrice Luchini parece tener presencia para encarnar a Julio César, y, para colmo, el nuevo Astérix -Edouard Baer, el Otis de Cleopatra- no ha menguado con los años y sigue siendo casi igual de alto que Obélix, ¡por Tutatis!... Sin embargo, poco a poco la película nos va ganando y casi todos los temores resultan infundados, ya que finalmente hay que reconocer que la cinta resulta entretenida, bastante fiel en el guión y en su sobrio tono humorístico a los dos álbumes en los que se basa, con una buena factura técnica -aunque los legionarios vuelvan a vestir de rojo…- y, en general, una sensible mejoría respecto a la tercera de la serie. Incluso los personajes principales se ven en conflicto unos con otros y evolucionan dramáticamente y todo: Astérix, cansado de su soltería y de la falta de inteligencia de Obélix, al final comprenderá que el amor viene cuando menos te lo esperas y que hay que querer a los amigos tal y como son; Obélix aprenderá a usar la mollera además de la fuerza para ayudar a sus amigos; el bretón Buentórax -Guillaume Galliene- logrará ser más apasionado y menos flemático como le pedía su novia Ofelia -Charlotte Lebon- y hasta los salvajes normandos conseguirán conocer el miedo e incluso tener modales en la mesa, como le sucede al invitado especial Dany Boon -todo un guiño el que haga de normando tras Bienvenidos al Norte-. En fin, que por una vez hasta Robert McKee podría estar contento.


Otras guest stars del film son Gérard Jugnot -irreconocible como el jefe de los piratas-, y Catherine Deneuve interpretando a Cordelia, la Reina de los Bretones. La diva de Buñuel o Polanski cumple con su cometido, aunque a lo mejor podrían haber escogido en su lugar a Helen Mirren, habría sido un punto. ¡Y cuidado! ver a la Deneuve compartir planos con Depardieu-Obélix aquí y visionar a continuación El último metro puede cortocircuitar las neuronas de más de uno; a mí casi me pasó. En cuanto a la aportación española, se reduce a la aparición de Javivi como un carcelero romano y a la de Tristán Ulloa como otro legionario según imdb, aunque a éste no recuerdo haberle visto en ningún momento.




Para concluir, destacar también el acento inglés exagerado rollo Laurel y Hardy del doblaje -muy divertido-, y las inevitables referencias cinéfilas a Star Wars, Kill Bill, La naranja mecánica o al Londres moderno -los punks, los mods, los autobuses rojos de 2 pisos-, dignas de haber figurado en alguna viñeta de las historietas, como aquella mítica de Astérix en Bretaña que mostraba a Los Beatles –“unos bardos muy populares entre nosotros“- firmando autógrafos a un grupo de fans chillonas, mientras Astérix exclamaba: “¡si Asurancetúrix viera esto!”.



(ACTUALIZADO A JULIO DE 2023)

Hubo que esperar 11 años para el siguiente título de la serie, Astérix y Obélix y el Reino Medio (2023) un lavado de cara de la franquicia que pasó por varias manos. Así, Michel Hazanavicius, Franck Gastambide o Fabien Onteniente fueron contactados por los nuevos propietarios de los derechos -la Pathé y Netflix- para dirigir este quinto film. Onteniente deseaba adaptar Astérix en Córcega, el recordado álbum número 20  de la colección, pero el proyecto se frustró. Las conversaciones con Hazanavicius y Gastambide tampoco fructificaron, si bien este último aparece en el film recogiendo el testigo de Gerard Jugnot en el rol del capitán del barco pirata. Finalmente el elegido fue el actor/director Guillaume Canet, quien también se hizo cargo del guión.

Por primera vez en la saga, la trama es completamente original, al no estar basada en ninguna historieta previa. En esta ocasión nuestros amigos viajan a China para ayudar a una emperatriz y a su hija a recuperar su reino -uno de los seis en los que estaba dividida China en el 50 A.C.-, usurpado por unos traidores.  La filmación iba a tener lugar en el país mandarín, pero al final debido a los múltiples permisos exigidos y a las trabas de la censura -no se podían hacer chistes de osos panda, por ejemplo- se acabó rodando en la propia Francia, en el Massif de Sancy del Macizo Central.

Con la baja de Gerard Depardieu aquí tenemos un elenco completamente renovado, pues ya no repite nadie de las películas anteriores, si bien a pesar del cambio de actor el estatus de Obélix se mantiene al incluirse otra vez su nombre en el título, algo que se ha convertido ya en norma. En esta ocasión es Gilles Lellouche el que interpreta con solvencia el papel del repartidor de menhires, si bien la excesiva fuerza que demuestra Obélix le hace parecer ahora una especie de Hulk. Incluso se permite el lujo de tener un rollete con la china Wang Tah, la horma de su zapato a la hora de repartir leches -como su propio nombre indica, Guantá- aunque su estilo de lucha sea el wuxia, rollo Tigre y Dragón. En otro guiño hacia el personaje, la película incluye un flash-back de cuando se cayó a la marmita de pequeño, si bien no es igual que en el libro de 1989 que narraba lo mismo, doy fe, yo lo tengo.

En principio Guillaume Canet, además de dirigir, iba a interpretar a Julio César, pero no quería verse emparejado de nuevo con Marion Cotillard para no cansar al público y evitar comparaciones con otras películas, como la comedia Cosas de la edad (2017), así que al final interpretó a Astérix. Canet no acaba de sentirse cómodo en el rol, componiendo un personaje demasiado sombrío y taciturno, alguien insatisfecho con su vida que fracasa en todo lo que intenta, ya sea un romance con la princesa china, ganar una pelea sin recurrir a la poción o volverse vegano ¿? Tampoco queda noble que le niegue un trago de poción a su enemigo íntimo Granodemaíz -Jonathan Cohen- en la batalla final; el del cómic sí que le habría dado. Con su 1’78 m, Canet es el Astérix más alto de toda la franquicia, midiendo lo mismo que Obélix-Lellouche, lo que estéticamente no queda muy lucido y apenas logran disimularlo.


La película empieza bien, con bastantes guiños al cómic, pero progresivamente se va diluyendo en un humor demasiado infantil y con gags poco afortunados. Lo mejor de la función es el Julio César de Vincent Cassel, mordaz y de rostro anguloso que habría hecho las delicias de Goscinny & Uderzo, además de que Cassel cuente con bastantes conexiones con el universo Astérix: su exmujer Monica Belluci fue Cleopatra en la segunda -y mejor- película de la saga, su padre Jean Pierre el Panorámix de la tercera, y el propio Vincent fue el modelo para el personaje de Maccabeo en el cuaderno Astérix y los pictos. La contribución hispana corre a cargo de José García, actor francés hijo de españoles y que encarna a Biopix, biógrafo  -con acento gallego en el doblaje- de Julio César, y que recuerda en su servilismo al señor Beauchamp de Sin perdón (1992). También destacan la fotografía y los efectos especiales, y el gag con las palomas mensajeras y el ruidico rollo Twitter o wasap cuando llega una trayendo un mensaje. A cambio, se nota la mano de Netflix en el peaje a pagar en el guión al acentuarse el feminismo y women power o en el irritante veganismo de Astérix.


A destacar así mismo el cameo de Marion Cotillard como Cleopatra, pareja en la vida real de Canet y cuya intervención sabe a poco, pues apenas sale en una escena; y el del futbolista sueco Zlatan Ibrahimovix, digoo Ibrahimovic -joer, con ese apellido estaba destinado a salir en una de Astérix- que interpreta a Antivirus, un soldado romano todo un crack en el combate cuerpo a cuerpo -y sin poción mágica- que pelea al ritmo de We Will Rock You de Queen. Para salvaguardar su imagen de winner y no recibir una paliza de los galos, el personaje oportunamente se lesiona al inicio de la batalla final y pide el cambio, saliendo otro soldado en su lugar, como si fuera un partido de fútbol. Un gag no muy gracioso, aunque sirva como parodia de Zlatan hacia sí mismo y su tendencia a las lesiones. Aprovechando la coyuntura china, también hay otros nombres ocurrentes en el doblaje: la ya comentada Wang Tah, Dang Sin Kuing, que suena como Dancing Queen, Chi Qi Tin, Fo-Yong (Follón), etc.

En fin, la película más costosa de la franquicia -65 millones de euros-, y con la que Canet ansiaba alcanzar las cotas de Astérix y Obélix: Misión Cleopatra, su modelo a seguir. Pero al final se quedó a medio camino tanto en calidad artística como en taquilla, pues tras su estreno en febrero de 2023 sólo recaudó 39 millones en su mercado principal, Europa. Convirtiéndose así en la avanzadilla de un curioso fenómeno que están padeciendo varios blockbusters en los cines en este verano de 2023: la gente ya no va a las salas como antes de la pandemia, pero estas megapelículas no abaratan sus costes de producción, con lo que no hay forma de recuperar la inversión.


 Criticoll

sábado, 30 de marzo de 2013

RESUMEN DE 2012 (y IV): LOS NOTABLES

Llegamos al final del repaso a 2012 con los films que alcanzan un notable, que este año es la nota más alta de todas ya que he dejado desierto los sobresalientes. Y es que ninguna película de estreno del año pasado me sorprendió y maravilló en grado sumo como para merecer darle esa calificación. Ójala no tenga que esperar a 2015 y a Avatar 2 para poder ponerle esa nota a otra película. J

Los notables del año: Drive, Argo, Skyfall, Los vengadores.

DRIVE


Hace unos años, en el Cinema Jove de 2005 tuve la oportunidad de ver Pusher II, una película danesa de la que nada sabía pero que me sorprendió gratamente. Se trataba de un thriller ambientado en Copenhague y protagonizado por Tonny -Mads Mikkelsen, el malo de Casino Royale- un camello de poca monta que trataba de regenerarse al salir de la cárcel, pero que pronto comprendía que lo iba a tener difícil rodeado como estaba de drogadictos, miseria y mafiosos de baja estofa. Un film distinto a la típica cinta aburrida de festival y en la que su director -un tal Nicolas Winding Refn- demostraba trazas de buen cineasta, con un vigor y un estilo parecido al del joven Scorsese y que me hizo preguntarme si alguien habría visto su película en Hollywood.

Pues por lo visto la respuesta fue que sí, porque unos años después tuvimos a Winding Ref debutando en el cine USA con Drive, obra que se movía por parámetros similares a los de Pusher II y que le hizo ganar el premio al mejor director en Cannes. Su historia nos presenta a un crack del volante, frío y reservado -Ryan Gosling- que trabaja como mecánico y especialista de cine y que esporádicamente participa en atracos como chófer. Un día nuestro hombre conoce a su vecina Irene -Carey Mulligan- una joven con un hijo pequeño cuyo padre está en la cárcel, y que le provoca un cambio en su solitaria vida...

Nicolas Winding Refn parecía rendir aquí un homenaje a thrillers de los ‘70 y ‘80 como Driver o Vivir y morir en Los Angeles, añadiendo a la coctelera elementos de El silencio de un hombre, Taxi Driver e incluso Raíces profundas (1953). Y como en Pusher II, el protagonista -del que no llegamos a saber su nombre- era un hombre de hielo que no tenía problemas para moverse por la ilegalidad gracias a su talento natural al volante, aunque al enamorarse de Irene veía cómo esa frialdad se resquebrajaba poco a poco. Todo ello en un ambiente cargado de fatalidad y desesperanza debido a los negocios del héroe con gente peligrosa, que no estaba dispuesta a dejarle marchar así como así.


Los aciertos de Drive -que se ha convertido ya en una película de culto- eran muchos y muy variados, y pasaban por su sugerente tempo narrativo, repleto de líricos ralentís o una música retro que le confería un extraño atractivo a sus imágenes, alternado por el realismo con el que se nos mostraban los manejos de la mafia de Los Ángeles. También por sus vibrantes secuencias de acción -como el atraco inicial, resuelto de forma brillante- o la riqueza de su reparto, con presencias tan significativas como Bryan Cranston -Breaking Bad- o Albert Brooks -Taxi Driver-. Precisamente, el Ryan Gosling de este film era primo lejano de Travis Bickle, observando el mundo girar desde la rueda de su volante pero sin inmiscuirse ni relacionarse afectivamente con nadie: como si se supiese portador en su interior de una bestia salvaje esperando a salir a la superficie en cualquier momento, y del que ese escorpión dibujado en su chaqueta -una prenda con grupo propio en facebook- parecía actuar como amenazador aviso.

En fin, que en un año en el que las buenas películas se vieron con cuentagotas, no está de más reconocer la calidad de este largo y el talento de Winding Refn, de quien tras ver Drive seguro que a más de uno le apeteció echarle un vistazo al resto de su filmografía, desde los tres Pusher a Bronson, pasando por Bleeeder, Fear X o Valhalla Rising.


ARGO


Para su tercera incursión tras las cámaras, Ben Affleck dejó los bajos fondos de Boston y se embarcó en su película más ambiciosa hasta la fecha: Argo, la recreación de una operación supersecreta de la CIA durante la revolución islamista de Jomeini en el Irán de 1979, cuando 6 funcionarios del gobierno USA quedaron atrapados allí con una orden de busca y captura sobre sus cabezas. Para sacarlos del país sin violencia ni conflictos de orden político, y después de desechar varios planes, la agencia de inteligencia dio con uno tan absurdo y arriesgado que por fuerza tenía que funcionar: inventarse una película ficticia con rodaje previsto en Teherán y camuflar a los fugitivos como parte del equipo de filmación.

Una premisa ciertamente atractiva -que ya cautivaba desde su trailer-, y que le permitió a Ben Affleck lucirse en 3 ambientes muy diferentes: las escenas desarrolladas en las entrañas de la CIA, serias y cercanas a Todos los hombres del presidente; las que sucedían en Hollywood con todo lo relacionado con la falsa película Argo, muy divertidas y satirizando los tópicos más habituales sobre la gente del cine; y las que acontecían en Irán, más próximas al cine político de Costa-Gavras y con el añadido de su emocionante desenlace en el aeropuerto de Teherán, con un suspense o una tensión que parecían homenajear directamente al gran Hitchcock.


El gran mérito de Affleck como director fue lograr combinar esos tonos y ambientes tan distintos sin que la película se resintiera ni hiciera decaer en ningún momento el interés del espectador ante lo que estaba viendo. Mientras que, en su vertiente como actor, también era loable su empeño de permanecer discretamente en un segundo plano -a pesar de encarnar al protagonista- y dejar que fueran los demás intérpretes los que obtuvieran mayor lucimiento. En este sentido, a mí me gustaron especialmente Alan Arkin y John Goodman como esa pareja de viejos zorros hollywoodenses que se sabían todos los tejemanejes de la Meca del Cine y se movían por ella como peces en el agua, brindándonos para la ocasión algunas escenas ciertamente cómicas.


El resultado fue una película muy interesante y entretenida que cautivó a crítica y público desde el primer momento y que se fue convirtiendo poco a poco -y conforme iba ganando en todas entregas de premios previas- en la gran favorita para llevarse el Oscar, a pesar de la chapuza de la Academia al dejar fuera a Ben como mejor director. El final todos lo conocemos ya, con esas tres estatuillas -Mejor Película, Mejor Guión Original, Mejor Montaje- que la acreditan sin duda como una de las cintas más destacadas de 2012, y a Ben Affleck como un actor-director a tener en cuenta y firme heredero de los Redford, Beatty, Costner, Gibson y compañía. Quién lo iba a decir la primera vez que lo vimos, como el ex-novio antipático-armario empotrado de Shannen Doherty en Mallrats...

Criticoll

miércoles, 27 de febrero de 2013

OSCARS 2012

Argo para todos

Muy repartidos. Esa es la conclusión que se extrae de la 85ª edición de los Oscars que coronó a Argo como la nueva reina de Hollywood y que vio cómo 8 de las 9 cintas candidatas a mejor película se llevaban algún premio a casa. El film de Ben Affleck hizo buenos los pronósticos y se cargó a Lincoln, la máxima favorita cuando se anunciaron las nominaciones allá por Enero, pero que se fue desinflando espectacularmente hasta el punto de que un mes después en Las Vegas ya nadie daba un dólar por ella ¿? Igual es que la vieron.

Como maestro de ceremonias debutó con éxito Seth MacFarlane, el creador de Padre de familia y de la cuerda polémica de Ricky Gervais, aunque al final no lo fue tanto y se mantuvo bastante cerca de la corrección política. Si bien empezó fuerte con sus pullas a la academia por dejar fuera a Ben Affleck en la categoría de mejor director, sus intenciones de hacer reír al pétreo Tommy Lee Jones o su conexión en directo con William Shatner-Capitán Kirk del futuro, que le advertía sobre lo que no tenía que hacer para no ser elegido el peor presentador de la historia: irreverencias como la canción We Saw Your Boobs, en la que con su vozarrón de crooner iba enumerando actrices y películas en las que se les veían las tetas, y con la que Charlize Theron o Naomi Watts fingían enfadarse. Pero no, era un montaje y grabado, llevaban otros vestidos.

Tras un buen sketch con Sally Field -en el que daban por hecho que la secundaria la ganaba Anne Hathaway, como así fue- y otro parodiando El vuelo con calcetines -impagable el plano de una lavadora dando vueltas-, Seth fue perdiendo fuelle a la vez que sus comentarios, como con su chiste malo de que a los hispanos como Pe, Bardem o Salma Hayek no se les entendía cuando hablaban, aunque eso sí, eran muy atractivos. El exceso de vocalización de la mexicana al salir a continuación demostraba que estaba picada y con razón con la observación. Al menos, MacFarlaine recuperó chispa con sus chanzas sobre la duración de la gala, un hecho que siempre da mucho juego a todos los host de turno. Éste no fue una excepción, destacando el que soltó antes de presentar el premio a las actrices, al señalar que había una de 9 años -Quvenzhané Wallis- y otra que tenía 9 cuando comenzó la gala -la francesa Emmanuelle Riva, que ese día cumplía 86-. En fin, que en mi opinión Seth resultó ser una buena elección como host en el cómputo general; y, por cierto, el tío no hizo ninguna referencia a que él mismo estaba nominado a un Oscar -el de mejor canción por Ted- y no le afectó en absoluto perderlo ante la Adele de Skyfall. Igualico que Antonia San Juan cuando presentó los Goyas, vamos.


Precisamente Skyfall fue una de las protagonistas de la noche al hacer historia y convertirse en la tercera película de la franquicia James Bond en ganar Oscars -GoldfingerOperación Trueno  recibieron uno cada una en 1964 y 1965, respectivamente-. De hecho es la primera de la saga en alcanzar 2 estatuillas gracias a la brillante canción de Adele y a los mejores efectos de sonido, compartidos ex aequo con La noche más oscura, la sexta vez en la historia de los Oscars en los que hubo un empate y dos ganadoras en la misma categoría. La Academia quiso homenajear a 007 así mismo con un video conmemorativo por sus 50 años en el cine, coronado por la aparición estelar de Shirley Bassey cantando en directo la mítica Goldfinger. Digo yo que también habría sido un buen detalle incluir a Skyfall en la decena de nominadas al Oscar, la ocasión lo merecía… Nueve es un número raro para cerrar una categoría y la película tenía calidad de sobra para no haber levantado sospechas. Bueno, al menos en 2062 puede que llamen a Adele para que interprete el tema de Skyfall en el 100 aniversario del personaje.



Otra actuación sonada fue la vuelta a la ceremonia de Barbra Streisand tras 36 años de ausencia y desencuentros varios con la Academia. La diva de Brooklyn cantó su The Way We Were y homenajeó así al desaparecido Marvin Hamlisch, el último en aparecer en el video In Memoriam a los fallecidos en 2012, entre los que se encontraban Ernest Borgnine, Tony Scott, Celeste Holm, Nora Ephron o la diseñadora de vestuario Eiko Ishioka, quien, como el Cid, habría ganado su última batalla después de muerta si Blancanieves (Mirror, Mirror) no hubiera perdido frente a la favorita Anna Karenina. Un hecho que también dejó fuera al español Paco Delgado por Los miserables.


Precisamente Lés Miserables -qué bien pronunciaban todos en francés el título original- fue otro de los referentes de la velada, como no podía ser menos en una edición cuyo tema era La música en el cine. Y es que todo el elenco de la película -Jackman, Hathaway, Crowe, Seyfried, Baron Cohen, Redmayne, etc- subió al escenario para cantar One More Day y llevarse la esperada standing ovation del público, un reconocimiento que también obtuvo pocos minutos antes Jennifer Hudson con un tema de Dreamgirls -aunque probablemente también influyó en el ánimo colectivo el recuerdo de los terribles asesinatos en su familia-. Se trataba de tres actuaciones seguidas con la excusa de celebrar los diez años del Oscar a Chicago, y que abrió Catherine Zeta-Jones con All that Jazz. Nada, que en vez de olvidar aquella afrenta al cine, va y la conmemoran…


La novedad musical fue que la orquesta no estaba físicamente en el Dolby Theater, sino en el edifico circular del Capitol Studios, en la misma acera de Hollywood Boulevard pero unas manzanas más al Sur. Así que cuando sonaba la amenazante música de Tiburón para que los premiados cortaran sus rollo-discursos en realidad los músicos lo estaban viendo por la tele…


Llegados a este punto hay que hablar de la película más oscarizada de la noche, que no fue otra que la sobrevalorada La vida de Pi con cuatro: banda sonora, efectos visuales, fotografía -para el chileno Claudio Miranda- y director; un Ang Lee que empataba así con Frank Borzage y George Stevens al ganar por segunda vez el Oscar al mejor director por una cinta que al final no lograba el de mejor película. Otra más y le iguala el récord a John Ford, que lo hizo en 3 de sus 4 Oscars. Precisamente, la estatuilla al mejor director fue el centro de la polémica este año, ya que el premio para Ang Lee tenía que haber sido en realidad para Ben Affleck, pero, es que… no estaba nominado ¿? porque, como dijo Seth McFarlaine, la academia la había cagado y lo sabía. Así pues, con Affleck fuera, ¿a qué director darle el Oscar? Los académicos tiraron por lo fácil, y para no otorgárselo a Spielberg por la densa y aburrida Lincoln -además de por la ancestral tirria que le tienen desde El color púrpura-, ni al europeo Haneke -ya tenía bastante con el de película extranjera-, ni a David O’ Russell o Benh Zeitlin -estamos de coña, ¿no?- el único que fría y objetivamente podía ganar era Ang Lee, con la coartada además de dirigir la película más oscarizada del año y de tener un prestigio por haber ganado ya la estatuilla. La standing ovation ante el taiwanés maquilló todas estas maquinaciones de pasillo, como si su Oscar fuera lo más lógico y merecido del mundo…




Otro Oscar que parece de lo más natural -volver a premiar a Quentin Tarantino por su indiscutible talento como guionista- en realidad deja las dudas de saber si lo hicieron como desagravio a Pulp Fiction -que mereció ganar todo en 1994- o porque realmente los académicos pensaban que el guión de Django desencadenado estaba a la altura del de su segunda y genial película. Y es que lo peor que le podía pasar a la carrera de Tarantino es que le dieran otro Oscar a estas alturas, cuando la autocomplacencia y la desmesura campan a sus anchas por sus películas, y sus guiones hace mucho que dejaron de ser perfectos. Al propio Django Unchained, aun siendo mejor que sus últimos films,  le sobra media hora y el final es como para abofetear a alguien. Pero bueno, en el fondo yo también sonreí complacido al ver cómo Mr Tarantino subía a por su 2º Oscar pasando de todo, con la corbata desabrochada y el Dolby Theater en pie. Un hecho que también se había producido una hora antes con el premio de secundario para Christoph Waltz, en la categoría con menos nervios de la noche: los 5 actores nominados ya habían sido oscarizados anteriormente.

En cuanto a los actores principales, Daniel Day-Lewis hizo historia al conseguir su tercera victoria como mejor actor, algo inaudito en la historia de los Oscar, ya que parecía existir una regla no escrita que limitaba a los actores principales a ganar como mucho dos veces. Pero su prestigio y la alargada sombra de Lincoln pudieron más que el hecho de que un intérprete contemporáneo superara a leyendas como Gary Cooper, Spencer Tracy o Marlon Brando. Del agradecido speech del británico sorprendió su arranque cómico al decir que Meryl Streep -que le había entregado el premio- era la primera opción de Spielberg para encarnar al venerado ex-presidente y que él en realidad iba a hacer de Margaret Thatcher. También se autolanzó una pulla al reconocer sus limitaciones en el musical al alegrarse de que Lincoln no lo fuera, recordando su fracaso en Nine. Por cierto, que Spielberg -con perpetua cara de poker, como sabiendo que nunca más va a ganar un Oscar- casi siempre lo sacaba de perfil en la peli, como en las monedas de centavo, quizá porque ahí era más acentuado el parecido. Y es que yo tengo un problema con su Lincoln: sigo viendo a Daniel Day-Lewis todo el rato con una perilla y una voz rara. Liam Neeson sí que lo habría clavado de verdad.

En la mejor actriz, todo apuntaba a priori a que Jessica Chastain y Jennifer Lawrence se disputarían el triunfo, con una ligera ventaja para la segunda según las entregas de premios previas. Pero la incertidumbre pronto quedó disipada porque desde el minuto uno de ceremonia… quedó claro que el Oscar sería de Lawrence. MacFarlane no paraba de mentarla -como en la canción de We Shaw Your Boobs, con guiño incluido a la cámara-, continuamente salían imágenes de su película -El lado bueno de las cosas tenía nominados a todos sus actores- e incluso al realizador parecían haberle chivado que ganaba ella, porque chupó bastante plano cuando se trataba de sacar recursos del público, mientras que la Chastain parecía asumir su derrota entre las sombras. Al final lo que tenía que pasar pasó y Jean Dujardin -objeto de otro cruel chiste de MacFarlane, por haber desaparecido también del mapa- anunció su nombre como ganadora del Oscar. Jennifer, para no perder la tradición de saraos anteriores -en uno perdió un tacón, en otro se le rompió el vestido…- tropezó al subir las escaleras -¡por Dior!- y se dio de bruces contra el suelo, quién sabe si objeto de algún extraño vudú de la Jessi, reafirmando el mito de la mala leche de las pelirrojas. Por cierto, me acabo de acordar de que cuando Daniel Day-Lewis ganó su primer Oscar, Jennifer Lawrence aún no había nacido...

Para la entrega del último y más importante Oscar, la academia decidió innovar y, junto con el eterno Jack Nicholson -¿alguien recuerda alguna gala en la que no haya estado?- se estableció una conexión en directo con la Casa Blanca, donde estaban Michelle Obama y un grupo de gente vestida rara haciendo bulto, dispuestos a desvelar el misterio y darle el postrero disgusto a Spielberg. La primera dama USA abrió el sobre y dio como ganadora a Argo, de Ben Affleck, que al final pudo subir al escenario junto a Grant Heslov, George Clooney y el resto de su equipo para recibir los agasajos de la academia y el público, 15 años después de aquel sorprendente Oscar como co-guionista de El indomable Will Hunting.


Para finalizar, y mientras todo el mundo corría a los bares y servicios del teatro, Seth MacFarlane y una tal Kristin Chenoweth se arrancaron con una canción-epílogo-anticlimax que seguro que no se repite, "Here's to the Losers," en la que se acordaban de la gente que no había ganado, como Bradley Cooper, Amy Adams, Joaquin Phoenix, etc. mientras a uno le daba por pensar: ¿Y cómo sabían que ésos no iban a ganar? ¿Habrá también tráfico de sobres en la Academia de Hollywood?

LO MEJOR


Que ganara la aparente sencillez de Argo y no Lincoln o La vida de Pi, cintas demasiado densas y pagadas de sí mismas. Y que lo hiciera Amor en la película extranjera.

Los números musicales, como la canción We Saw Your Boobs, la eléctrica presencia de Shirley Bassey -76 años- con Goldfinger y la Adele de Skyfall, así como el retorno de la Streisand para honrar a Hamlisch con The Way We Were.

Lo bien que administró Mark Wahlberg la sorpresa de que  hubieran 2 películas ganadoras en los efectos de sonido: primero nombró al equipo de La noche más oscura y luego, cuando éstos recogieron sus premios y se retiraron del escenario, anunció el segundo film ganador, con pausa dramática y suspense incluidos: ¡Skyfall!

Que la franquicia Bond fuera premiada con dos Oscars.

El vestido de Jennifer Lawrence, aunque le hiciera tropezar.

LO PEOR

La chapuza de la Academia al no nominar a Ben Affleck como director.

La enésima humillación a Spielberg. Por mucho que Lincoln fuese un poco ladrillo, el hombre que salvó a la industria del cine USA en los ’70 junto a Lucas no se merece estas afrentas que periódicamente recibe por parte de la Academia de Hollywood.

Que Pixar gane la película de animación hasta cuando entrega una cinta normalita como Brave. ¡Rompe Ralph! o Frankenweenie -con la posibilidad de premiar por fin a Tim Burton con un Oscar- habrían sido mejores decisiones.

El vestido de Anne Hathaway...


Que George Clooney ganara otro Oscar. Al menos estuvo calladito y no le quitó el protagonismo a Ben Affleck.

Que Jean Dujardin no dijera Je… y luego no hiciera la pausa dramática de Wahlberg al leer el sobre a la mejor actriz. La cara de las dos favoritas habría sido impagable :)


Criticoll