lunes, 30 de enero de 2012

Historias del FBI

J. Edgar

TÍTULO ORIGINAL: “J. Edgar” (2011). DIRECCIÓN: Clint Eastwood. REPARTO: Leonardo DiCaprio, Armie Hammer, Naomi Watts, Judi Dench, Josh Lucas, Dermot Mulroney, Damon Herriman, Zach Grenier.

Cualquiera familiarizado con la Trilogía Americana de James Ellroy -América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda- tendrá la imagen del sempiterno director del FBI John Edgar Hoover como esa figura turbia y fantasmagórica que movía los hilos en la sombra y hacía y deshacía a su antojo, sin importarle mucho los medios o las muertes necesarias para conseguir sus fines: mantener intacto el poder y librar a su amado país de la amenaza de sus enemigos, del estilo de rojos, liberales, feministas, defensores de los derechos civiles, activistas, negros o intelectuales. Todo ello, curiosamente, mientras dejaba campar libre y a sus anchas a la mafia en sus negocios de Las Vegas, para así obtener luego su colaboración en magnicidios de elementos molestos como los Kennedy o Martin Luther King…

Sin embargo, y para chasco de los lectores de Ellroy, el Hoover de J. Edgar parece más bien un burócrata cuadriculado y aburrido que la verdadera reencarnación del mal que nos proponía en sus páginas el escritor de L.A. Confidential; una repetición en realidad -para Leo DiCaprio- del Howard Hughes de El aviador, ya que de nuevo tenemos a un personaje tan influyente y controvertido como estigmatizado por su madre; otra vez apretando mucho la mandíbula al declarar ante comités o jurados, y hasta con un pañuelo siempre a mano para limpiarse después de estrecharle la ídem a alguien.

Y es que la aproximación de Clint Eastwood a la figura del longevo director -48 años- del FBI resulta tibia y monocorde, no logrando transmitir apenas emociones ni despejando las dudas sobre quién era realmente Hoover. Un ser tan misterioso como sus míticos archivos, esos documentos cargados de secretos inconfesables del presidente de turno -y la mejor arma de J. Edgar para perpetuarse en el poder durante décadas-, pero que, a pesar de su legendaria fama, en este film dan muy poco juego. De hecho, sólo aparecen en la escena en la que el protagonista amedrenta a Bobby Kennedy y, casi al final, cuando tras su muerte son destruidos por su secretaria -una desaprovechadísima Naomi Watts, por otra parte-.

Uno de los grandes culpables de la decepción que supone esta cinta es el guión de Dustin Lance Black, que -como ya ocurría con el de Abi Morgan en La dama de hierro- lastra el ritmo de la película al intentar resumir sin mucho tino una trayectoria tan dilatada como la de J. Edgar, dando demasiada importancia a unos hechos -sus brillantes inicios, la lucha contra los gángsters, el episodio del bebé de los Lindbergh- y citando de pasada o incluso obviando otros muy memorables, como su enemistad con Truman o los Kennedy o su papel durante la Caza de Brujas. Entre flashback y flashback, también se nos cuenta la historia de “amistad” de Hoover -un esforzado Di Caprio- y su ayudante, Clyde Tolson –Armie Hammer-, con quien probablemente mantuvo una relación homosexual, ya que nunca se casó y lo nombró heredero de sus bienes. Lástima que las buenas interpretaciones de ambos actores -aunque sin pasarse, tampoco son de Oscar- se vean seriamente dañadas por un maquillaje ridículo que sin duda tendrá su recompensa en los Razzies. Y es que, en ocasiones, el make-up les hace parecer recién salidos de un Celebrities de Muchachada Nui antes que de una película de Clint Eastwood. Un Clint muy alejado en este film de la calidad y el interés de otras incursiones suyas en el biopic como Bird, Cazador blanco, corazón negro o Invictus; y que aquí no ha sabido -o no ha podido- entrar en el alma de su retratado para revelárnosla. Tampoco es de extrañar, viendo como el propio Hoover mentía más que hablaba al narrar a su biógrafo sus presuntos éxitos -como las detenciones de Dillinger o Bruno Hauptmann-, y que realidad habían efectuado agentes de campo justo antes de que el tío Edgar llegara para hacerse la foto.

Criticoll

martes, 24 de enero de 2012

Los ricos también lloran

Los descendientes

TÍTULO ORIGINAL: “The Descendants” (2011). DIRECCIÓN: Alexander Payne. REPARTO: George Clooney, Shailene Woodley, Amara Miller, Nick Krause, Robert Forster, Judy Greer, Beau Bridges, Matthew Lillard, Patricia Hastie, Rob Huebel.

A priori uno encara Los descendientes con bastante escepticismo, porque, a saber: su protagonista vive en Hawai, tiene el físico de George Clooney y está forrado. ¿Cómo rayos pretenden que uno se identifique o sienta lástima por él? Encima la imagen de celebrity sobrada que proyecta Clooney en todos los medios -que ya le hizo ser descartado por Alexander Payne para el rol de Thomas Haden Church en Entre copas- le hace cada vez más difícil resultar creíble, como no sea para poner cara de que se le ha acabado el Nespresso.
Pero ahí es donde entra el talento de Payne, uno de los pocos directores actuales capaces de darle la vuelta a la imagen cinematográfica de las estrellas a su cargo, y que, si ya logró que viéramos a Jack Nicholson como un viudo jubilado que se pirraba por las autocaravanas, esta vez decidió darle otra oportunidad a George y probar con él su magia. Pues lo cierto es que, si a los premios nos remitimos, parece que de nuevo ha vuelto a conseguirlo, ya que el Clooney de este film realiza una interpretación notable y deviene mucho más convincente de lo esperado, por mucho que el número de sus primeros planos -que debe exigir por contrato- no haya disminuido ni un ápice de la media habitual.
La trama nos presenta a Matt King -George Clooney-, un abogado casado y padre de dos niñas que se ve obligado a replantearse la vida cuando su mujer sufre un terrible accidente que la deja en coma. El hombre intenta torpemente recomponer la relación con sus problemáticas hijas, la precoz Scottie, de 10 años -Amara Miller-, y la rebelde Alexandra, de 17 -Shailene Woodley- al tiempo que se enfrenta a la difícil decisión de vender las propiedades de la familia; ya que, herederos de la realeza nativa y de los misioneros, los King poseen en Hawai tierras vírgenes de un valor incalculable.

La película supone un drama bastante efectivo que nos habla de la importancia de la familia y el dolor que significa perder a uno de sus miembros. La historia está bien llevada y no resulta lacrimógena ni sensiblera, siendo conducida por Payne con una elegancia y un saber estar muy naturales. El reparto raya a gran altura, pero no sólo Clooney -que ya debe estar haciendo hueco en la vitrina para otro Oscar- tiene oportunidades de lucimiento, ya que Shailene Woodley -en la escena de la piscina- o Robert Forster -cuando besa a su hija en coma en la cabeza- son incluso más emotivos que el propio George. Otros activos del film serían la preciosa fotografía de Phedon Papamichael -capturando toda la belleza de los exteriores hawaianos- y la selección musical de canciones nativas, una elección muy atractiva a la hora de ambientar y darle ritmo al relato. Sin embargo, el largometraje no acaba de resultar extraordinario -ni superior a la obra maestra de Payne, Entre copas- debido a su guión, el cual dista mucho de tener una estructura perfecta. Y es que, por ejemplo, empieza con Matt de narrador y luego ya se olvida; incluye personajes que no aportan nada -como el de Sid-, o promete escenas que posteriormente no ofrece -como la acampada final-. De hecho, si se es del todo objetivo, que una película como The Descendants se vea saludada hoy como la gran esperanza norteamericana para los Oscar frente a una cinta francesa, en blanco y negro y muda, da mucho que pensar sobre la calidad del cine actual; cuando lo cierto es que si se hubiera estrenado hace 40 años, pasaría por un buen film pero a nadie le hubiese extrañado que no alcanzara ninguna nominación -como no fuera acaso la de Clooney-. Y es que, sin este último ni Payne pero con el mismo guión, podríamos estar hablando perfectamente de Los descendientes como de una película de TV de sobremesa. Lo cual no es ningún menosprecio, porque algunas están realmente bien, y ahora no hablo de esa labor social tan reconocida de ayudar a dormir la siesta.

Criticoll

sábado, 21 de enero de 2012

RESUMEN DEL AÑO (y V)

SOBRESALIENTE

La crème de la crème. Películas que lo daban todo y que por distintas razones superaron mis expectativas hasta alzarse como las mejores del año.


Cisne negro


Tras domar a Mickey Rourke y sacarle la mejor interpretación de su carrera en The Wrestler, Darren Aronofsky hizo lo propio con Natalie Portman en otro largometraje de profesionales obsesivos: Cisne negro. Una película malrollera pero fascinante a la vez con referencias tan variadas como Polanski, Cronenberg, Dostoevski, Darío Argento, Eva al desnudo o Las zapatillas rojas, y en la que el ex de Rachel Weisz pareció fundir el hiperrealismo de El luchador con las rarezas alucinógenas que poblaban cintas como Pi, Réquiem por un sueño o The Fountain.

Cisne negro cuenta la historia de Nina -Natalie Portman-, una bailarina de una compañía de ballet de Nueva York que es elegida como protagonista de El lago de los cisnes, un exigente papel dividido en dos partes -cisne blanco y cisne negro-, que la obliga a expresar inocencia y dulzura primero y luego la maldad más hijoputesca que se pueda aparentar llevando un tutú puesto. Pero para la joven -una chica introvertida que seguía diciendo mecachis y jopé, bastante reprimida por su madre y que no se acostaba después de las 12 ni en nochevieja- resulta difícil alcanzar la furia y la oscuridad que le demanda el sexual cisne negro; encima con el hándicap de tener un coreógrafo francés dándole caña todo el rato, y a una trepa como Mila Kunis acechando para quitarle el puesto. Al final la presión termina por ser demasiada y Nina-Portman acaba más zumbada que un sonajero, adoptando el nombre artístico de Darth Natalie, dejando que un bailarín montonero le haga un bombo y fichando por películas como Thor, Sin compromiso o Caballeros, princesas y otras bestias. Ante el rumbo que tomaban los acontecimientos, un asustado George Lucas decide borrar a Amidala de la trilogía de Star Wars en Blu-Ray y sustituirla digitalmente por Jar Jar Binks, en otra decisión acertadísima del hombre que ya nos hizo disfrutar con Indiana Jones IV.

Lo que hay que escribir para no destripar finales, en fin… que Cisne negro era la mejor película del año, intensa, arriesgada, extraña y con toques de terror; es decir, ya de entrada tenía todos los ingredientes para que la Academia de Hollywood la descartase y no se atreviera a premiarla con el Oscar -a pesar de nominarla, qué hipócritas-. Al menos, donde los académicos demostraron más vergüenza fue en el apartado a mejor actriz, categoría en la que evitaron otro ridículo y no tuvieron más remedio que rendirse a la evidencia: que la interpretación de Natalie Portman era tan superior a las de las demás actrices, que probablemente ninguno llegó a votar a otra -encima con el recuerdo aún fresco del robo al pobre Mickey Rourke-. Y es que el arte de Natalie para mutar su físico al de una bailarina profesional resultaba espectacular -las dobles ésas de cuerpo no hicieron casi nada, coñe-, mientras que psicológicamente, la Portman lograba desplegar su abanico interpretativo 180 grados con una variedad de matices asombrosa, desde el candoroso cisne blanco al cabrón del negro; una transformación que ya la habría deseado para sí Pau Gasol -Gasoft según fans crueles- para acallar esas voces que le quieren fuera de los Lakers. Una película, en resumen, que traspasó el celuloide para hacerse un hueco en la cultura popular a base de parodias del Saturday Night Live o en publicidad, hurtos del cartel de paradas de bus, alusiones en el Congreso o rajes indirectos como los de Kobe en el play-off hacia Pau, exigiéndole más negro y menos blanco. Y es que no sólo las abuelas que tenía delante en el cine se quedaron con la boca abierta tras contemplar el arrebatador desenlace de Black Swan, con Tchaikovsky y El lago de los cisnes resonando a toda pastilla en la pantalla; un final poderoso que permanecía en tu cabeza hasta un buen rato después de haberlo aplaudido. Posiblemente si al salir a la calle hubiera pasado por al lado de alguna marquesina con el póster yo también lo habría mangado; aunque creo que se me adelantaron las señoras.


El origen del planeta de los simios

Pocos podían prever que la trillada saga simiesca fuera a renacer de forma tan sobresaliente después de que el remake de Tim Burton la redujera a cenizas en 2001. Pero en Hollywood los milagros a veces ocurren, y El origen del planeta de los simios, a pesar de su lastrante condición de reboot y precuela a la vez, pronto se reveló como un más que digno sucesor del original de 1968; elevándose contra pronóstico como la verdadera película del verano por encima de Super 8, Cowboys & Aliens, Los pitufos o ejem, Zoo loco. Y es que este film -que probablemente le habría encantado a Heston, Boulle o Schaffner- es un ejemplo de manual sobre cómo deberían de ser las películas comerciales del futuro: entretenidas y espectaculares, sin menospreciar la inteligencia del público y hasta deslizando un mensaje que invite a la reflexión. Y todo gracias a una feliz combinación de factores, empezando por un guión de hierro que imaginaba con ingenio el inicio de la saga y que incluía numerosos guiños cinéfilos a las películas precedentes; con un gran ritmo narrativo, personajes bien definidos y la justa emoción para llegar al corazón del espectador. Con un director -el inglés Rupert Wyatt-, que sabía lo que se traía entre manos y capaz de sacarle el máximo partido tanto a su reparto de carne y hueso -James Franco, Freida Pinto, John Lithgow-, como al de píxel -Andy Serkis / César-. También con su sabia alternancia de momentos intimistas con otros más épicos -como en la batalla del Golden Gate, una de las secuencias del año-; o por su crítica al ser humano por pasarse de la raya y jugar al dios creador. Esto último, paradójicamente, dentro de una película que contaba con unos prodigiosos F/X recreando desde la nada su fauna de monos con alto grado de perfección, simbolizado en la mirada de mala leche tan humana del ya famoso César -y que, a pesar de lo que se haya dicho en algunos cine fórums, no porque a los guionistas se les olvidara escribirle una novia-. No en vano, el realismo alcanzado por el chimpancé fue tal que incluso hubo rumores de nominación al Oscar para Serkis como mejor secundario por otra de sus impresionantes composiciones de captura por movimiento. Pues mira, no; la Academia -con el decisivo voto en contra del gremio de actores- no parece dispuesta para semejante revolución, encima estando por ahí Christopher Plummer, Albert Brooks y… ¡Jonah Hill! ¿Pero estamos todos locos o qué?


Contagio

La película con la mejor escena del año no podía faltar en el podio del 2011,  y esa la tenía Contagio, de Steven Soderbergh. Pongámonos en situación: el caos y la destrucción reinan en el planeta después de que un virus mortal y supercontagioso haya acabado con la doceava parte de la población mundial -y con alguna que otra estrella destacada del póster-. Todo parece perdido cuando, ya casi al final de la película y tras mucho sufrir, los científicos logran elaborar por fin el tan ansiado antídoto. ¡Albricias! Pero hay un problema, y es que todavía no hay dosis suficientes para todos los supervivientes… Entonces, para que no hayan más saqueos ni tumultos, se decide una solución fácil y bastante justa para suministrarlas: hacer un sorteo rollo lotería de Navidad con los niños de San Ildefonso de Harlem pero en vez de poner números de lotería en las bolitas, con las 366 fechas de nacimiento que se pueden dar en un año, y así vacunar el primer día a todos los habitantes del mundo que cumplieran años el día de la 1ª bola agraciada, el segundo día, a los de la 2ª, etc. Pues bien, serendipia y de las gordas, porque la primera bola que sale es... ¡el 10 de marzo! Es decir, mi cumple, el de Sharon Stone o el de Chuck Norris -umm, ahora que lo pienso, ¿estaría todo amañado por miedo a Chuck? No lo creo, según los facts es inmortal-. Bueno, snif, snif, que una cosa así no debía caer en saco roto, así que gracias a este detalle subjetivo sin importancia elevo a Contagio a medalla de bronce y a la categoría de film de culto personal y tal y tal y tal…
Otra cosa es que fuera poco recomendable como película para una cita, ya que en ese caso resultaba una elección tan desastrosa como el cine X que escoge Travis -Robert De Niro- para quedar con Betsy -Cybil Shepherd- en Taxi Driver. Y es que al salir de ver Contagio daban ganas de llevarse puestos a casa los guantes del "Coge y Mezcla" de las chucherías y no tocar nada ni mucho menos a nadie, a modo del Howard Hughes de El aviador para evitar gérmenes. Aunque bueno, uno podría remontar la situación otro día si hubiera una segunda oportunidad con Hitch, especialista en ligues.

Criticoll

miércoles, 18 de enero de 2012

RESUMEN DEL AÑO (IV)


NOTABLE

Esto ya empiezan a ser palabras mayores: películas que se cuentan entre lo mejorcito del año y que nadie debería haberse perdido.

Un dios salvaje

Kate Winslet sigue haciendo historia. Tras sobrevivir al Titanic y a Ricky Gervais en un episodio de Extras, ganar un Oscar a los 33 por el conjunto de su carrera o aparecer en peliculones como ¡Olvídate de mí!, La vida de David Gale o Revolutionary Road, este año la vimos vomitar -¿?- nada menos que tres veces entre cine y TV: además de en Contagio y Mildred Pierce, en Un dios salvaje, película de Roman Polanski donde lo hizo con una clase, una delicadeza y un saber estar como para que a nadie nos hubiera importado que viniera a casa a bosar un poquito en la mesa del salón -encima era de mentiras, lo hicieron con F/X-. Lástima que arrojara en el hogar de Jodie Foster, que como ya es famosa, tiene el doble de Oscars que Kate y estaba caliente con ella porque su hijo le había cascado al suyo, como que no parecía muy impresionada con la hazaña. Aunque también hay que comprender a Jodie. No debe ser fácil ser lesbiana y fingir en una película que estás casada con un tipo tan feo y patán como John C Reilly -que no es precisamente Brad Pitt- o tener que aguantar la visita de una pareja de pijos como Kate y Christoph Waltz, en la que la una te pota en tus libros preferidos y el otro no para de hablar por la blackberry voz en grito, eso cuando no te está mirando por encima del hombro a pesar de ser un enano. ¡Es que es para desquiciar a cualquiera! Encima, todo ello sin salir del apartamento, en tiempo real y con un tipo tan perfeccionista y dictador como Polanski dirigiendo el cotarro. Normal que al final le acaben dando todos al whisky, encima con los rumores que corren por ahí de que no van a nominar a ninguno al Oscar. Ellos se lo pierden, porque Un dios salvaje era una comedia negra que se reía sobre las convenciones sociales absolutamente recomendable -conocieras o no ya la obra de teatro de Yasmina Reza-, y gracias a la cual es muy probable que Kate Winslet consiga un papel en la secuela de La boda de mi mejor amiga. Y es que esa forma de vomitar con tanto glamour no puede caer en saco roto.

Melancolía

Con Lars Von Trier pasa lo mismo que con el Mozart de Amadeus. Son personas irritantes y desagradables pero bendecidas con la gracia de un gran talento artístico, inversamente proporcional a su calidad como seres humanos. O, en palabras de Kirk Douglas blasfemando sobre Kubrick, son “una mierda con talento”. Así es este pequeño y bocazas director danés de padres anarquistas -que le daban de beber champán con 5 años-, simpatizante de Hitler y las parodias de El hundimiento; capaz primero de ganar en Cannes y a continuación ser declarado persona non grata en el mismo festival. Pero también es el autor de Melancolía, la mejor de largo de todas esas incursiones atípicas en la ciencia-ficción del 2011 -El árbol de la vida, Zoo loco, Larry Crowne-, y en la que el director de Dogville volvía a demostrar su especial habilidad para conectar emocionalmente con el espectador. En esta ocasión, en otra de sus historias de mujeres desesperadas, con una Kristen Dunst más deprimida el día de su boda que en el del Juicio Final -quizá porque ya no tendría que soportar nunca más a la suegra- y Charlotte Gainsbourg como su flacuchilla hermana, y que, como buena gala descendiente de Abraracúrcix, lo que más temía en este mundo era que el cielo cayera sobre su cabeza. Lo curioso del caso es que, cuando esto finalmente sucede, lo único que se le ocurre a la muchacha es sacar la vajilla buena y ponerse a brindar con vino en la terraza ¿? En fin, una lírica y muy intensa película la del amigo Lars Von aquí, aunque muchos fans de 24 no le perdonemos que hiciera quedar como un cobarde a Kiefer Sutherland / Jack Bauer y no le permitiese ninguna maniobra de las suyas para salvar a última hora el planeta.


Reencuentro entre Almodóvar y Antonio Banderas 21 años después de Átame (1990) casualmente, mediante otra historia de secuestros obsesivos. Un film arriesgado, provocador y que a veces bordeaba el ridículo -como con el inenarrable personaje de Roberto Álamo-, pero también de una innegable capacidad de fascinación, inspirado en referentes tan dispares como Pygmalión, El coleccionista, Ojos sin rostro de Franju o el mediático doctor Cavadas. Un título que reconcilió al autor manchego con sus simpatizantes tras la aburrida Los abrazos rotos, pero poco accesible para el gran público en general, menos tolerante a los tics y salidas de tono almodovarianas. A pesar de la afrenta ante Pa Negre en la selección para los Oscars, esta piel no olerá a Aloe Vera pero sí a Goya seguro para Almodóvar, Banderas, Elena Anaya o la banda sonora de Alberto Iglesias. Oye, y que encima que la nominaron al Globo de Oro, la Jolie ha dicho que saldría en el remake…


Medianoche en París

La mejor película de Woody Allen desde Match Point también contaba con su mejor alter ego en años -Owen Wilson- como ese guionista de Hollywood que se veía mágicamente transportado cada noche al París de los años ’20 para hacerse amigo de Hemingway, Dalí o Picasso, tener a Gertrude Stein como correctora de la novela que estaba escribiendo, y aún le sobraba tiempo para liarse con una groupie del arte de 1925 muy parecida a Marion Cotillard, que además de guapa le hacía comprender aquello de que cualquier tiempo pasado -por muy mitificado que lo tuvieras- no era necesariamente mejor. Vale, las secuencias diurnas no eran lo mismo, pero al menos salían Rachel McAdams, Carla Bruni o Léa Seydoux para distraer la vista, además de buenas postales parisinas para meterte el gusanillo de volver a visitar la ciudad. En fin, una comedia deliciosa como sólo el amigo Woody sabe hacer cuando se lo propone, y que seguro que provocó más de un viaje a esa iglesia de Saint Etienne du Mont a las 00:00 horas en punto, para ver si con las campanadas pasaba por allí el Peugeot Vintage de los Fitzgerald. Que no era el DeLorean pero al final venía a servir para lo mismo -y con la ventaja de que no necesitaba condesador de fluzo para regresar al futuro-.

The Artist

La conexión francesa continúa con The Artist, la película más excéntrica que probablemente veas en tu  vida en un cine -no sale Bryan Cranston, es en blanco y negro y… muda- pero que los cinéfilos con olfato no deberían perderse, ya que bajo su radical envoltorio esconde un canto de amor al cine con referencias tan clásicas como Cantando bajo la lluvia, Ha nacido una estrella o El crepúsculo de los dioses. Encima, como no hablan -aunque sí suena la banda sonora todo el rato-, en las salas se produce un extraño y nunca visto -bueno, más bien oído- fenómeno: ¡a la gente le da vergüenza hacer ruido! Por lo que uno queda milagrosamente a salvo de móviles, comedores compulsivos de palomitas, roncadores ocasionales o el/la típic@ que se cree que está en su casa y que no para de comentar la película con el/la amig@ -y que siempre hay uno, macho-…
En definitiva, que como al final los Weinstein hagan lo que mejor saben y muevan los hilos oportunos para que le den el Oscar -y van bien, de momento ya han rascado 3 Globos de Oro- en el cine se puede montar la de Dios es Cristo. Y es que con lo copiones que son en USA con los éxitos, ya me veo el año que viene una avalancha de películas en 3D mudas, en blanco y negro y música de piano acompañando. Sería un punto y gente con problemas de dicción y voces tan desagradables como Jorge Sanz, Eduardo Noriega o Verónica Forqué por fin tomarían Hollywood al asalto, tal y como se merecen desde hace añosss…

Criticoll

viernes, 13 de enero de 2012

RESUMEN DEL AÑO (III)

BIEN

Películas de las que, para ser sincero, no esperaba mucho, pero que acabaron resultando bastante mejor de lo previsto.

Capitán América: El primer vengador

ESTE COMENTARIO CONTIENE SPOILERS -aunque tampoco son los de El sexto sentido, que digamos-.
¿Otra película con el chulito de Chris Evans de superhéroe fardón? Pues conmigo que no contasen. Sin embargo, era verano, no había nada mejor que hacer y se acababan de estrenar Green Lantern y Conan el bárbaro, por lo que las adaptaciones de cómics estaban bajo mínimos y necesitaban  de alguien que salvara el honor de las viñetas en el cine -no, Los pitufos no cuentan-. Así que le di una oportunidad al Capitán América y debo decir que me alegro, porque el Chris Evans-Steve Rogers de este film estaba a 180 grados de distancia de Johnny Storm, el sobrado Antorcha Humana de Los 4 fantásticos.
Rogers era un patriota yanqui con todas las de la ley, valiente y decidido, con el único defectillo… de ser un alfeñique escuchimizado tamaño llavero, lo que le hacía ser rechazado sistemáticamente por su amado ejército, así como por sus menos amadas chicas, que los únicos sentimientos que tenían hacia él eran maternales. Pero todo cambiaba cuando, tras conseguir alistarse y pasar una prueba dificilísima -tumbar un palo y coger una bandera que había en la punta-, nuestro amigo logra ser elegido como conejillo de indias para probar un extraño suero con el que se fabricarían Super Soldados -delanteros del Valencia no, los de la guerra, estamos en 1942- para combatir a los nazis. El experimento funciona y Steve pasa de ser, por así decirlo, Danny DeVito a Arnold Schwarzenegger, aumentando varias tallas de cuello y adquiriendo además unos superpoderes que lo hacen único. Único porque, antes de que el suero pueda probarse también en los abuelos de Justin Bieber o Tom Cruise, un espía alemán se carga el laboratorio y al inventor de tal brebaje, con lo que sólo quedan John Wayne y Rogers para ganar la guerra. Pero el ejército no acaba de confiar en Steve, y éste a duras penas encuentra curro de mono de feria para vender bonos y entretener a las tropas, bajo el nombre de Capitán América y agenciándose de paso un disfraz azul y un escudo bastante molones. Pero el superpoder de recordar líneas de diálogo insustanciales no era precisamente lo que anhelaba nuestro hombre cuando se sometió al experimento, así que al final se cansa y se pira a destruir la guarida del villano de turno, un individuo llamado Cráneo Rojo -adivinad por qué- y que debía ser primo lejano del Hammond de Green Lantern por el tamaño de su chola. Si bien hay que reconocer que al menos tenía el detalle de ponerse una máscara de vez en cuando para ocultar el cabezón, aunque fuera una con la cara de Hugo Weaving. ¿Por dónde íbamos? Ah, sí. Por supuesto, el Capitán América consigue su objetivo de vencer al malo, si bien con algunos pequeños inconvenientes: y es que para no aniquilar Nueva York -viaja en un avión cargado de misiles-, al final debe provocar un aterrizaje forzoso en el Ártico y se hunde. El mundo se salva, pero el pobre Steve se pierde la primera cita de su vida en la que iba a mojar seguro, ya que era al siguiente sábado y resulta que lo congelan y se despierta 70 años después. Un poco tarde, la verdad, para confiar en que la chica estuviera aún esperándole en el bar rodeada de telarañas -aunque quién sabe, igual era familia del taxista de Aterriza como puedas-… Total, que como un pulpo en un garaje, en 2012 y sin mucha experiencia de campo que compartir, Rogers ve frustrado su plan inicial de hacerse gurú del ligoteo, encima con la terrible competencia de Mario Luna y Raptor. Pero no pasa nada, porque enseguida un equipo de guapos, ricos y muy buenos jugadores liderados por Samou L. Jackson lo ficha para su grupo de superhéroes, llamado Los Vengadores y que promete ser la madre de todas las películas este verano: no en vano salen también Thor, Hulk, Iron Man, Scarlett Johansson, etc
Bueno, después de tanto rollo, la moraleja del Capitán América -y el detalle por el que realmente me gustó- era que Steve, en su nueva condición de Macho Alfa, no olvidaba en ningún momento su pasado Frusco y se comportaba todo el rato con una humildad, una sencillez y un saber estar imposible de entender jamás para gente como Cristiano Ronaldo. Un sujeto que, si hay justicia en próximas reencarnaciones, debería estar a la cola del draft de elegir genes y en cabeza del de cerebros.

La boda de mi mejor amiga

El título de comedia salvaje del año que tenía que haber ido para Resacón 2 fue a parar inesperadamente a esta sorprendente película de chicas, parodia de las cintas sobre bodas y escatológica como ella sola; no en vano, estaba producida por la factoría de Judd Apatow y protagonizada por la alineación titular femenina del Saturday Night Live, es decir, Kristen Wiig, Melissa McCarthy y Maya Rudolph. Una comedia divertida en la que para variar era novedoso ver a mujeres contando los chistes sobre sexo o pedos, y con algunas secuencias -como esa en la que las damas de honor van a una tienda chic a elegir el vestido- de un humor muy efectivo, a pesar de que la cosa fuese sobre diarrea y vómitos. Pero más allá de su fuerte componente guarrillo, la película también lograba transmitir un agridulce mensaje de añoranza sobre la amistad y la cada vez más lejana juventud: un estado mental idealizado que sus peterpanescas y treintañeras protagonistas se resistían a abandonar a pesar de los hijos, la hipoteca o estar a punto de cambiar de estado civil. Reconociendo que eso de ser adulto y madurar era un fastidio y muy distinto a como nos lo habían pintado; algo con el que cualquiera entre los 30 y los 40 puede llegar a identificarse. En resumen, una película recomendable aunque al final se le notase demasiado la mano de la Wiig en el guión, muy preocupado en todo momento por buscar el lucimiento de su propio personaje, Annie. Una persona horrible si lo miramos bien, por mucho que debiéramos simpatizar con ella por ser la prota y tener las mejores réplicas.

Sin límites

Sin límites contaba con la premisa más original del año: Eddie, un tipo fracasado -Bradley Cooper- se hacía con un bote de pastillas de una droga con la que conseguía poner su cerebro al 100 x 100 de rendimiento; analizando todo con increíble precisión, recordando datos olvidados, aprendiendo idiomas, conceptos y leyendo libros a la velocidad del Número 5 de Cortocircuito, o haciendo gala de una labia y un carisma descomunales para seducir a cuanta mujer se le ponía a tiro. Como es natural, su ex -novia -Abbie Cornish- volvía presta junto a él, sobre todo cuando Eddie lograba atraer la atención de un ricachón de Wall Street -Robert de Niro-, para que le ayudara a escalar económica y socialmente. Pero su amiga estupefaciente también tenía un lado oscuro…
Una película que sin duda le encantó a Pocholo, a los fans de Breaking Bad o al Hulk Hogan de Celebrities y que, a pesar de que al final dispersaba su idea inicial y no llegaba a exprimirla ni siquiera al 30 por ciento de su potencial, al menos ofrecía una historia interesante y una factura visual notable -con esos zooms y efectos ópticos para expresar los efectos de la droga en el cerebro de Eddie-, y que preludiaban lo mejor de la función: las escenas en las que veíamos al protagonista con las meninges a full y que provocaban envidia y ganas de tomar la pastillaca a partes iguales. Y es que, por ejemplo, darles una paliza a unos manguis reproduciendo golpe por golpe la técnica de kárate de Bruce Lee -porque te acuerdas de sus movimientos en una peli que viste en la TV a los 6 años-, debe de ser la hostia.


Torrente 4: Lethal Crisis

Después de la desastrosa Torrente III en 2005 más de uno pensábamos que Santiago Segura le había hecho el hara-kiri a su casposo personaje, por lo que la noticia de que la cuarta entrega llegaba en marzo no supuso ningún desvelo contando los días que faltaban para el estreno. Pero hay que reconocer que Segura es un tío listo, porque, previendo que sus ex -fans estarían de uñas, supo borrar de un plumazo los elementos que lastraban la parte 3 -tramas rebuscadas, flash-backs sin gracia, overbooking de ayudantes con encefalograma plano- para focalizarse en su personaje fetiche y entregar una cinta jaranera y muy superior a lo esperado. Quizá porque el actual panorama de la crisis daba mucho juego a la hora de idear las nuevas cutre-aventuras del ex policía, el cual, como no podía ser menos, se movía por ella como ballenato en el agua -encima ahora en 3D-. Y es que la paupérrima situación mundial parecía en realidad una maquiavélica campaña de publicidad urdida por el propio Santiago en connivencia con Wall Street para prepararle el terreno a este Torrente 4. Un largometraje que, por otra parte, integraba con humor hitos recientes de la historia de España como la victoria en el mundial de fútbol, la proliferación de pisos patera o la corrupción política -lástima que lo de Urdangarín se destapara más tarde-, alternados con secuencias merecedoras de entrar en el Olimpo torrentiano, como el monólogo ante la tumba del Fary o el intervalo en la cárcel. Por supuesto, no faltaron must como las pajillas, Tony Leblanc o las intervenciones de famosillos -Ana Obregón, Risto, Bisbal, Joselito, Cesc Fábregas, Val Kilm…digoo Sergio Ramos- e incluso la película fue capaz de sacarle algo parecido a una interpretación a tíos tan negados como Paquirrín o Francisco, al que en esta ocasión se le podría decir lo de Tu cara me suena pero tu voz no tanto, ya que extrañamente estaba doblado por Pepe Navarro ¿? En fin, que aparte de un montaje algo abrupto -esas prisas por estrenar…- y de que se le colara gente poco recomendable entre tanto cameo a cholón, en general se puede decir que Torrente 4 estaba bastante bien, y ya sólo por el detalle de tirar a Belén Esteban por las escaleras se merecía esa nota. Y ahora que ya tiene la carrera comercial hecha y la van a pasar por la tele ya puedes parar el montaje ese de la crisis, amiguete…

Criticoll




lunes, 2 de enero de 2012

RESUMEN DEL AÑO (II)

SUFICIENTE

Las películas que daban el mínimo exigido, pero que se quedaban bastante cortas respecto a lo que a priori nos habían vendido.

Cowboys & Aliens

Uno de los fracasos del año para la Universal, que la metía en el saco del desastre junto con El Hombre Lobo y El mundo de los perdidos. Y es que sus preestrenos fueron tan paupérrimos, que el estudio obligó a que se rodaran escenas nuevas y a que Harrison Ford moviera el culo de su rancho y se acercara a la Comic Con de San Diego a lucir palmito y promocionar la cinta ante los fans babeantes, algo que no había hecho ni por Spielberg con Indiana Jones IV -normal, le daría vergüenza, al hombre-. Pero en el fondo, Cowboys & Aliens, si nos olvidábamos que había costado 200 millones de dólares, no estaba tan mal, era entretenida y todo, con Daniel Craig imitando a Chuck Norris con su cara de granito perpetuo, como diciendo: a que te meto… además de tener a Harry con pistolón y sombrero vaquero, Olivia Wilde, Keith Carradine, el Monument Valley, indios, cowboys, aliens, y, y, y, y qué conyo, ¡que era un western, y ya no se hacen! Encima, la película contribuía a una gran labor social, como era la de ayudar al Servef USA dándole una pista sobre dónde reinsertar a los aliens que vinieran del espacio exterior buscando curro: como mineros encontradores de oro, los mejores de la galaxia.

Larry Crowne

O la crisis económica según Tom Hanks, un actor comprometido pero de esos de cobrar 20 millones de dólares por película. Aquí, Tom jugaba a hacerse el pobre encarnando a un recién parado que se apuntaba a la Uni para pasar el rato mientras le embargaban la casa. Pero… la de un universo paralelo, se supone, porque la edulcorada realidad que nos pintaba el amigo Hanks en su segunda película como director se las traía. Todo el mundo ayudaba al prójimo, cualquier parado cincuentón podía entrar en la universidad, ligarse a una profesora con cara de Julia Roberts, encontrar trabajo y tener aún tiempo para dar vueltas por ahí en scooter como un lila con una entrañable peña de moteros -y sin casco, como bien apuntó una poco impresionada DGT-. Total, que hasta Teddy Bautista y Urdangarín nos habrían caído bien si hubieran aparecido también por allí. Y es que Larry Crowne era una comedia ilusa e involuntariamente frívola que pretendía arrojar esperanza en tiempos duros de crisis, pero que con su exceso de azúcar y buenrollismo conseguía justo el efecto contrario, acercándola mucho más al género de la ciencia-ficción. ¿Qué por qué la apruebo entonces? Pues porque no soy diabético y porque uno, snif, en el fondo es un sentimental.

Resacón 2, ¡ahora en Tailandia!

A Resacón 2 le faltó el canto de un euro para que la metiera en el hoyo con El Capitán Trueno y compañía, pero de pronto recordé los buenos ratos pasados con la original y que en este remake -sí, remake, porque una segunda parte es otra cosa, no calcar la misma película de pe a pá- aparte de en las míticas fotos del final, al menos me había reído en un par de escenas: el despertar del resacón y en el camión con el monje y el mono. Pero poco más se puede salvar de esta cinta, cuya única razón de existir fue el inesperado taquillazo de la 1. Y es que, con una premisa tan concreta y el factor sorpresa perdido, daba la sensación de que Todd Phillips no se hubiera sentado a escribir el nuevo guión mucho más tiempo que a lavarse los dientes, o a contar los fajos que le dio la Warner por producir, co-escribir y dirigir esta innecesaria secuela; que dispuso de 80 millones de euros de presupuesto en comparación con los 35 de la primera. Pero esta vez más no fue mejor, y con el cambio de ciudad del pecado -de Las Vegas a Bangkok- resultó como si la gracia se quedase en la maleta y se hubieran limitado a repetir gags y situaciones de forma rutinaria y del modo más escatológico posible. Olvidándose de aquel espectador al que se le trataba con más inteligencia antes y que aquí debía creer que existiera alguien tan irritante y estúpido por ahí suelto como Alan Garner -el personaje de Zack Galifianakis-, una mera caricatura andante. O que fuera prioritario acudir puntual a una boda antes que pasar por el hospital para que le reimplantaran un dedo de la mano a un pobre muchacho mutilado, al que de todas formas tampoco le preocupaba mucho su apéndice cortado. Con decir que el que mejor actuaba era el mono…Y sin tratar de ser aguafiestas, tampoco su apología de la irresponsabilidad, la farra y el alcohol parecía muy educativa para los niños de 12 años que ya podían verla -¿?-; y es que llamadme iluso, pero creo que alguno queda de esa edad que todavía no se ha ido de botellón. En fin, que el gobierno holandés, en previsión de que el tercer Resacón tuviera todos los números para rodarse en Ámsterdam, decidió anticiparse sabiamente y prohibir la venta y consumo de cannabis en cofeeshops para cortarles el rollo. Normal, con Galifianakis en la ciudad el Museo Van Gogh corría más peligro que un jamón en la cocina de Falete.

Criticoll