lunes, 27 de febrero de 2012

Méliès y compañía

La invención de Hugo

TÍTULO ORIGINAL: “Hugo” (2011). DIRECCIÓN: Martin Scorsese. REPARTO: Asa Butterfield, Chloë Grace Moretz, Ben Kingsley, Helen McCrory, Sacha Baron Cohen, Emily Mortimer, Christopher Lee, Jude Law.

Resulta curioso que las dos películas más oscarizadas de este año hayan hecho una apuesta tan decidida por evocar la nostalgia y la magia del cine. En efecto, aunque una sea muda y en blanco y negro y la otra se aproveche de los últimos avances tecnológicos en 3D, las dos constituyen en realidad un homenaje similar a los primeros años de vida del Séptimo Arte. En el caso que nos ocupa hoy, con La invención de Hugo Martin Scorsese parece romper en apariencia con el tono habitual de su obra y nos entrega una cinta familiar que le permite ahondar en su faceta más cinéfila; un aspecto muy presente siempre en sus películas o en documentales como Un viaje personal con Martin Scorsese a través del cine americano (1995), en el que el genio de Queens desplegaba toda su enciclopédica erudición revelándole al público sus títulos favoritos de la historia del cine USA.

En esta ocasión, es el mudo y la figura de Georges Méliès los objetos del afecto de Scorsese, que ya desde el impresionante plano secuencia que abre La invención de Hugo -un gigantesco travelling que se inicia en el cielo parisino, va descendiendo poco a poco hasta la estación de trenes donde vive Hugo; sortea vagones y pasajeros de forma vertiginosa y concluye con un primerísimo primer plano del protagonista-, deja claro que este film está hecho desde la pasión por el cine y el arte de contar historias; algo que su director consigue transmitir al espectador y que constituye el motor principal de la película. Y es que aquí se nota que el autor de Taxi Driver ha disfrutado de lo lindo orquestando todos los elementos a su alcance para recrear, paradójicamente, las sencillas películas silentes del gran Méliès así como momentos míticos de la historia del cine, como la llegada del tren a la estación de los Lumière o el de Harold Lloyd colgando del reloj en El hombre mosca. Junto a su importante virtuosismo técnico, la cinta también logra su objetivo de entretener,  aunque, si hay que ponerle algún pero, éste sería para su guión, que no tiene muy claro el foco de atención principal; ya que al principio se centra casi exclusivamente en Hugo -Asa Butterfield- pero luego, con la entrada en escena de Méliès -Ben Kingsley-, la balanza se inclina en favor de éste, quedando el chico un poco en segundo plano.

Hay que decir que el fracaso de público con el que La invención de Hugo ha saldado su paso por la taquilla norteamericana puede ser hasta cierto punto comprensible, ya que el film probablemente parezca demasiado infantil para todo aquel que no sea muy cinéfilo y la encare con más objetividad, y tampoco cuenta con un argumento muy atractivo para atraer la atención de los más pequeños, a los que el nombre de Méliès y todas las referencia cinéfilas les traen sin cuidado. Sin embargo, para todo aquel que forme parte del primer grupo, el film resulta ciertamente recomendable, aunque sólo sea para poder decir luego que uno ha visto en la gran pantalla planos icónicos del amanecer del cine, como El tren llegando a la estación, La salida de los obreros de la fábrica Lumière, el vaquero disparando a la cámara de Asalto y robo de un tren o el cohete alunizando en el ojo del satélite de Viaje a la luna.

Criticoll

lunes, 20 de febrero de 2012

Fuego en el cuerpo

Shame

TÍTULO ORIGINAL: “Shame” (2011). DIRECCIÓN: Steve McQueen. REPARTO: Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Nicole Beharie, Elizabeth Masucci, Marta Milans, Lucy Walters, Amy Hargreaves.

Si hace pocas fechas Alexander Payne logró que en Los descendientes llegáramos a sentir pena por el mismísimo George Clooney, ahora el director británico Steve McQueen ha conseguido algo similar con el Michael Fassbender de Shame: un joven ejecutivo de Nueva York muy bien dotado... para los negocios y atrapado en una vorágine de ligues furtivos, porno por internet u onanismo desenfrenado. Una existencia dura y solitaria pero ante la cual -y desde fuera- cualquier maromo se cambiaría sin muchos escrúpulos. Sin embargo, y como bien nos muestra McQueen, en la vida de Brandon -que así se llama el protagonista, en homenaje al Marlon de El último tango en París- no es oro todo lo que reluce, ya que en realidad su adicción al sexo ha acabado por convertirse en un arma capaz de anestesiar sus emociones y destruirle como ser humano. Un tema muy serio que se agudizará con la entrada en escena de Sissy -Carey Mulligan-, su problemática hermana pequeña y a la que se ve incapaz de ayudar.

Como en la inédita en España Hunger, McQueen y Fassbender se alían de nuevo para retratar a otro personaje en el límite: si entonces se trataba de un preso del IRA en huelga de hambre, ahora es un hombre incapaz de evitar sus frenéticos impulsos sexuales a todas horas y lugares: ya sea en el metro, en los servicios, en la pantalla del ordenador, en la oficina, en un hotel, en un bar o hasta en el socorrido descampado. Una patología que corre el riesgo de ser descubierta por quienes le rodean y producirle esa vergüenza social -shame- de la que habla el título original.

McQueen desarrolla la historia con su habitual querencia por el plano fijo -un recurso heredado de sus tiempos de creador multimedia-, así como por un sentido de la estética demasiado pronunciado para mi gusto. Quizá a veces uno tienda a pensar que un actor con menos planta que Fassbender sí que habría resultado realmente sórdido en escenas como en la que persigue y acosa a la chica del metro, o en las que practica la actividad preferida de Torrente mientras espera en los coches. Claro que entonces el mensaje de la película se habría perdido, ya que la paradoja que nos plantea Shame es ver cómo un hombre que en apariencia tiene una fachada perfecta, en realidad vive sumido en un oscuro infierno personal. Y si en Habitación en Roma Julio Medem consiguió que apartáramos la vista de la pantalla para mirar el reloj, McQueen logra aquí algo similar aunque por otras razones, haciendo que sus explícitas escenas sexuales terminen pareciendo agobiantes y desagradables; otro paso más de Brandon en su camino a la perdición.

Por una vez los elogios eran merecidos y hay que destacar la interpretación de un intenso y arriesgado Michael Fassbender, aunque a los académicos debieron de entrarles los sudores fríos desde el minuto 1 de Shame, pensando en qué escena poner en el video previo de nominados al Oscar al mejor actor. Pues más allá de las de sexo, lo cierto es que habrían tenido bastantes donde elegir, ya que el film cuenta con secuencias notables tanto en la parte artística como en la técnica. En la primera, por ejemplo, el New York, New York a ritmo de blues entonado por Carey Mulligan, con esa lágrima en la mejilla de Brandon al escuchar cantar a su hermana; y en la segunda, el largo travelling lateral de Fassbender haciendo footing por Manhattan, un brillante plano nocturno de más tres minutos de duración y sin cortes.

Sin embargo, el problema de Shame es que es una de esas películas -como el Juan Nadie de Capra-, en la que se ve claro que sus guionistas no saben cómo acabarla, ya que, viendo el rumbo que toma la historia, de un modo u otro el público se va a sentir defraudado. Tampoco ayuda el hecho de que el libreto venga firmado por Abi Morgan, la responsable de ese lío llamado La dama de hierro… Al final sucede lo que uno se temía y Morgan y McQueen toman la solución facilona: pasarle la pelota al espectador mediante un epílogo situado en el metro, para que éste decida la conclusión de la historia y el significado de la enigmática mirada de Fassbender a su compañera de vagón. Un gesto ambiguo que recuerda a la Garbo de La Reina Cristina de Suecia con su famosa y postrera cara de nada en el barco, aunque aquí al menos sabíamos que la divina se dirigía al exilio.

Criticoll

lunes, 13 de febrero de 2012

Salvar al caballo Joey

War Horse (Caballo de batalla)

Título original: War Horse (2011). Director: Steven Spielberg. Intérpretes: Jeremy Irvine, Peter Mullan, Emily Watson, Tom Hiddleston, Benedict Cumberbatch, Eddie Marsan, Toby Kebbel, Liam Cunningham, David Thwelis.



Hitchcock solía decir que nunca había que trabajar con niños, animales o Charles Laughton, un consejo que Steven Spielberg parece haber ignorado a lo largo de su carrera. No en vano, ha rodado con niños -E.T., El imperio del sol, Hook-, actores conflictivos a falta del finado Charles -Tom Sizemore, Dustin Hoffman, Robert Shaw-, y ahora nos llega su incursión en el reino animal con este War Horse (Caballo de batalla). Un film, curiosamente, cercano a aquel Seis destinos protagonizado por Laughton y en el que, en lugar de un frac, seguimos la trayectoria de un caballo y sus continuos cambios de dueño durante la Primera Guerra Mundial.

Estamos ante una película familiar de espíritu muy cercano a Lassie o Mi amigo Flipper, y en la que Spielberg trata de homenajear al gran número de equinos-soldado caídos en esa contienda, así como al modo de hacer cine a la vieja usanza de maestros como Ford, Wyler, Fleming o Vidor. Un terreno donde el Rey Midas pisa con comodidad y en el que demuestra de nuevo su virtuosismo como gran narrador de historias. Sin embargo, y aunque a estas alturas nadie le vaya a enseñar a filmar, sí es cierto que en esta ocasión da la impresión de que el autor de Tiburón se haya dejado llevar un poco por su entusiasmo, al sobresaturar el film de demasiados momentos emotivos y trascendentales. Instantes prefabricados a base de travellings in y out con grúa bastante grandilocuentes -un vicio adquirido seguro que por influencia de Peter Jackson-, así como por la omnipresente música de John Williams, que de tanto aparecer termina por sonar enfática y sentimentaloide.

Pero al menos la cinta entretiene, y, dentro de su inocencia o su afán por no mostrar los horrores del frente -todas las muertes se producen en elipsis, ¡estamos en la Disney!- el film posee un marcado carácter pacifista; no en vano, la frase fetiche del guión puesta en boca de varios personajes es “la guerra se lleva todo de todos”. Además, War Horse cuenta con una de las escenas mejor rodadas en la ya dilatada filmografía de Spielberg: esa de Joey corriendo por las trincheras y el campo de batalla a galope tendido, y donde todos los elementos de la película -fotografía, montaje, banda sonora, dirección…- se combinan a la perfección para lograr un momento ciertamente memorable. Una secuencia que equilibra otras algo chirriantes, -como la forzada camaradería anglo-alemana en el asunto alambre-tenazas-; el plano final del crepúsculo, saqueado de Lo que el viento se llevó; o lo raro que resulta escuchar en la v.o. a franceses y germanos hablando inglés con acento entre ellos -menos cuando las tropas marcan el paso, entonces dicen los números en alemán (¿?)-… Un recurso que obedece sin duda a esa intención de Spielberg por emular el estilo del cine añejo, pero que al Tarantino de Malditos bastardos le debe haber producido carcajadas. Otro aspecto paradójico -aunque achacable a la novela original de Michael Morpurgo- es que Joey acabe siendo en realidad tan gafe como el frac de Laughton, por lo que choca un poco que el joven Albert -Jeremy Irvine- desee recuperarlo con tanto anhelo.

En resumen, un largometraje bien realizado pero exactamente tal y como uno se lo imagina, sin poco espacio para la sorpresa, como no sea la de comprobar el talento de Spielberg para sacarle algo parecido a una interpretación al animal-caballo protagonista. Un hecho nada difícil, por otra parte, en un hombre que ya logró una proeza similar con Matthew McConaughey en Amistad.

Criticoll

lunes, 6 de febrero de 2012

La base o la vida

Moneyball: Rompiendo las reglas

TÍTULO ORIGINAL: “Moneyball” (2011). DIRECCIÓN: Bennett Miller. REPARTO: Brad Pitt, Jonah Hill, Philip Seymour Hoffman, Chris Pratt, Stephen Bishop, Robin Wright, Reed Thompson, Kerris Dorsey.


Desde que el cine es cine, toda gran estrella estadounidense que se precie ha de tener en su filmografía al menos un western o un título ambientado en el mundo del deporte. En este último caso, el boxeo o el fútbol americano son dos de las disciplinas más frecuentadas en la pantalla, aunque si hay un deporte de referencia en el celuloide USA, ése es sin ninguna discusión el béisbol. Un juego genuinamente norteamericano y que une a iconos de ayer y de hoy entre pitchers, bates y home runs. Así, tenemos a Gary Cooper y El orgullo de los yanquis, James Stewart y The Stratton Story, Robert Redford y El mejor, Kevin Costner y Los búfalos de Durham o Campo de sueños, Tom Hanks y Ellas dan el golpe, etc. A esta lista tan ilustre se suma ahora Brad Pitt con Moneyball: Rompiendo las reglas, un film basado en hechos reales y en el que el protagonista de Seven encarna a Billy Beane, el gerente de un club de béisbol modesto que, ante la escasez de dinero que le impedía fichar grandes nombres, se alió con un economista de Yale para descubrir jugadores basándose en cálculos matemáticos y estadísticos antes que en el consejo de sus ojeadores. Toda una revolución en el mundillo del béisbol pero que, tras muchas críticas y titubeos iniciales, se reveló finalmente muy productiva.

Con Moneyball no estamos ante el típico film épico en la tradición deportiva de Hollywood, ya que, más que por los terrenos de juego, la cinta frecuenta la trastienda de los despachos y los pasillos del poder directivo, ese al que Beane-Pitt pertenece y que pone patas arriba con sus novedosos métodos que desafían el establishment. El guión de Aaron Sorkin y Steve Zaillian resulta modélico en este sentido, al mostrarnos la evolución del trabajo de Billy justo desde el principio: reclutando a Peter Brand -Jonah Hill- y confiando ciegamente en sus estudios; fichando aquí y allá a la gente adecuada; cortando a los que no creen en la causa; buscando aliados entre los veteranos para liderar a los jóvenes; y hasta teniendo un poco de suerte al contar con la paciencia del presidente tras un inicio desastroso. Tampoco faltan momentos de gran intensidad y humor en la que vemos la parte humana del negocio, como cuando Billy abronca a los jugadores en el vestuario tras una derrota, su manía de no ver los partidos en directo, o los trucos que le enseña a Peter sobre cómo comunicarle a alguien que se va traspasado. Todo ello con el mensaje de fondo que subyace en la película -hay que atreverse a innovar y a luchar por las ideas propias, sin venderse al poder establecido- destilado de forma inteligente y sin machaconerías. A ello ayuda la interpretación de Brad Pitt como Beane, muy alejado aquí de su imagen más glamourosa con tanto chándal o tanto picoteo de kikos, y que logra las simpatías del público haciendo gala de su carisma habitual. Dejando, también, lamentándose a más de uno por no haberle tenido a él en el Valencia C. F. de hace un lustro en lugar de a Juan Soler, M. A. Ruiz, Chusín Wolstein y compañía.

Criticoll