lunes, 28 de noviembre de 2011

Historias Mininas

Un servidor, que es mucho más de gatos que de perros, no ha podido resistirse a la tentación de acudir esta semana a la doble propuesta minina que nos ofrecía la cartelera: El gato con botas y El gato desaparece.

"El gato con botas"

TÍTULO ORIGINAL: “Puss in Boots” (2011). DIRECCIÓN: Chris Miller. REPARTO: Antonio Banderas, Salma Hayek, Zack Galifianakis, Billy Bob Thornton, Amy Sedaris, Constante Marie, Guillermo Del Toro.

La intención de DreamWorks de hacer una película protagonizada por El gato con botas nació ya tras su primera y fulgurante aparición en Shrek 2 (2004), donde el personaje doblado por Antonio Banderas casi le robaba las carteras al ogro verde y a Asno. Aunque en un principio la idea de Jeffrey Katzenberg y compañía era la de lanzar su film directamente en DVD, las exitosas intervenciones del minino en las tres secuelas de Shrek convencieron a los ejecutivos de que debían darle una oportunidad en el cine. Así, en 2009 se empezó a gestar El gato con botas con vistas a su estreno en otoño de 2011; una preproducción de sólo dos años -escaso margen para un film animado- y con un presupuesto menos holgado de lo deseable, pero en el que al menos se reclutó por el camino a Guillermo Del Toro como asesor y productor ejecutivo.

El resultado, finalmente, es una película irregular llena de guiños al spaghetti western y a la cultura latina -la audiencia mayoritaria a la que va destinada la cinta-, similar en estética y humor al de la franquicia madre, si bien cae en el error de desestimar por completo el cuento original de Charles Perrault, en favor de un remix algo deslavazado de otros relatos y caracteres de la cultura popular, como Las habichuelas mágicas, La gallina de los huevos de oro o Humpty Dumpty. Una decisión discutible que hace del guión uno de sus puntos menos logrados y que provoca importantes baches de ritmo en su desarrollo, con rémoras tales como el largo flash-back que nos narra la infancia de Gato y el pesado de Humpty, o la gratuidad de escenas como el duelo de baile entre el espadachín protagonista y Kitty -Salma Hayek-. No obstante, también es de justicia señalar aciertos como el provecho que saca Gato de sus mohínes para conseguir sus fines, el afortunado gag visual del cuervo y la pantalla partida, o frases inspiradoras del tipo “nunca es tarde para hacer lo correcto”.

Del doblaje destaca un entusiasta Antonio Banderas, que a estas alturas ya domina por completo al personaje y se nota que lo disfruta, con ese acento andaluz tan saleroso que parece homenajear al Sr Jinx de Pixie y Dixie, aunque no tenga ocasión de decir en ningún momento aquello de “¡mardito roedore!”. Todo un esfuerzo de caracterización -que contrasta con el trabajo de Salma Hayek, algo apagada- y que Antonio debería haber extrapolado también a los otros doblajes del gato en los que ha participado -además de los dos en castellano, uno para España y otro para Latinoamérica-: el inglés y el italiano, en los cuales el malagueño adopta un acento definitivamente más convencional.

"El gato desaparece"

TÍTULO ORIGINAL: “El gato desaparece” (2011). DIRECCIÓN Y GUIÓN: Carlos Sorín. REPARTO: Beatriz Spelzini, Luis Luque, María Abadi, Hugo Sigman,  Javier Niklison, Hugo Pisa.

Después de ver cómo se abortaba otro proyecto más ambicioso, Carlos Sorín decidió dar un giro a su trayectoria y atreverse con el encargo de El gato desaparece: un film de suspense hitchcockiano -por primera vez en su carrera- donde el autor argentino tendría además otros novedosos alicientes: rodar en interiores, en Buenos Aires y con el formato Cinemascope.

A partir de una anécdota muy pequeña -un paciente sale del psiquiátrico y su mujer sospecha que no está curado- la película trata de sumir al público en un extraño estado de inquietud, forzando su identificación con Beatriz -Beatriz Spelzini-, esa mujer quien, a pesar de las garantías de los médicos, no las tiene todas consigo respecto a la recuperación de su marido Luis -Luis Luque-. Un profesor universitario que, un año atrás y presa de un brote psicótico pasajero, la atacó a ella y a un amigo sin motivo aparente…

Lo que pasa es que Sorín nos va narrando la historia de forma bastante heterodoxa, sin apenas acentuar esa tensión angustiosa que tanto nos promete el film en su trailer. Más bien al contrario, el largometraje es muy reposado y tan sólo puntualmente parece recordar a qué género pertenece, pasando del suspense y recreándose en exceso en la relación afectiva entre la pareja protagonista: un matrimonio que debe recuperar la confianza cotidiana tras un año sin verse. Un hecho éste que no sólo no es malo sino que resulta atractivo y hasta interesante -sobre todo por la naturalidad de Luis Luque y Beatriz Spelzini-, pero que al fin y al cabo no es la película ni el género que nos habían vendido, dando la impresión de que el director va por un lado y la trama por otro. Una rara sensación similar a la de ver Sospecha o El carnicero dirigidas por alguien como Mike Leigh o el propio Sorín en lugar de Hitchcock o Chabrol. De autores, en definitiva, poco duchos en ejercicios de estilo o en las claves del suspense puro y duro, y más preocupados por comprender y amar a sus personajes.

Y es que todo ese suspense que pueda haber en El gato desaparece -un título bastante macguffin, por otra parte- se evapora sólo con observar la mirada de Luis en el primer instante en el que aparece, dejando en agua de borrajas todas las dudas posteriores que pueda albergar Betty sobre su marido. Tampoco su previsible desenlace molesta demasiado a esas alturas, porque la película ya se ha ganado para entonces las simpatías del espectador, entretenido por lo que ha visto por mucho que, parafraseando a Rafa Benítez, pidiera un sofá y al final le trajeran una lámpara…

Criticoll




lunes, 21 de noviembre de 2011

La Blackberry en el agua

"Un Dios salvaje"

TÍTULO ORIGINAL: “Carnage” (2011). DIRECCIÓN: Roman Polanski. REPARTO: Jodie Foster, John C. Reilly, Kate Winslet, Christoph Waltz.

Cuarenta años después de Macbeth y casi veinte de La muerte y la doncella, Roman Polanski vuelve a las tablas para encontrar la inspiración de un nuevo film, en este caso Un Dios salvaje, basado en la famosa obra teatral de Yasmina Reza. Un montaje estrenado en París en 2007 y que pronto se trasladó con éxito a otros escenarios internacionales: el español con Maribel Verdú, Antonio Molero, Aitana Sánchez Gijón y Pere Ponce, o el de Broadway con Hope Davis, James Gandolfini, Marcia Gay Harden y Jeff Daniels.

Polanski permanece aquí fiel a la obra y desarrolla su película en los mismos parámetros espacio-temporales que Reza, es decir, una hora y veinte minutos de tiempo real y un escenario único: el apartamento donde dos matrimonios se reúnen para hablar de la pelea que han tenido en un parque sus respectivos hijos. Pero lo que empieza como una charla educada entre adultos irá degenerando poco a poco en una situación cada vez menos civilizada…

No por casualidad, el director de Frenético ambienta la cinta en Nueva York -megaurbe de sus prohibidos USA y el hogar de la ONU- para ofrecernos otra muestra más de su talento para diseccionar los aspectos menos amables y más oscuros del ser humano. Todo un dechado de empatía y corrección en la superficie pero primitivo, egoísta, salvaje y belicoso en la realidad tras un buen par de tragos de whisky. Sin embargo, lejos de gravedades y pesimismos, Polanski nos cuenta su historia en clave de comedia negra para ridiculizar mejor esa hipocresía convencionalista que nos exige la vida en sociedad, muy cercana en forma y fondo a El ángel exterminador de Buñuel. Para ello sitúa a sus cuatro personajes en una progresiva lucha dialéctica, que primero enfrenta a las dos parejas, luego a los hombres contra las mujeres, posteriormente a maridos contra esposas para acabar al final con un sálvese quien pueda de todos contra todos, como los típicos caracteres polanskianos, solos y desamparados en el mundo. Un tour de force en el que todos los intérpretes brillan a gran altura y donde es imposible destacar a uno sobre el resto. Ya sea Jodie Foster como la madre y esposa abnegada que va de liberal pero que salta a poco que le toquen sus propiedades -como sus libros de arte, sus flores o su hijo-; una Kate Winslet fina y elegante -hasta cuando vomita, en uno de los momentos del año- que se burla del apego de su marido a objetos materiales como la blackberry, pero que luego no duda en llorar infantilmente la rotura de su kit de maquillaje; John C. Reilly, el tipo en apariencia bonachón pero que esconde bajo esa máscara un peligroso reaccionarismo -con John Wayne e Ivanhoe como grandes héroes-; o Christoph Waltz encarnando al arrogante y cínico abogado a un móvil pegado y que tiene la suerte de decir las frases más ingeniosas del guión.

Paradójicamente, quizá la película se acabe haciendo en su tramo final algo larga, debido a que resulta muy difícil mantener constante el ritmo de la historia durante 79 minutos, sin elipsis y en una única localización; un problema inherente a la singularidad de su propuesta y que el mismísimo Hitchcock padeció en La soga o Náufragos. No obstante, hay que reconocer que la efectiva puesta en escena de Polanski -con su proverbial habilidad para moverse por espacios cerrados y buscar siempre el mejor encuadre-, la gran labor de los cuatro actores, así como la calidad del texto original subsana esos pequeños baches que pueda sufrir el film. Un título que o mucho me equivoco, o lleva camino de igualar el hito logrado anteriormente por ¿Quién teme a Virginia Woolf? y La huella: conseguir que su reparto en pleno sea nominado al Oscar.

Criticoll