martes, 10 de abril de 2018

Escupiré sobre vuestra tumba


Brawl in Cell Block 99




Brawl in Cell Block 99 se abre con el plano detalle de una lata aplastada por un coche. Algo que puede pasar desapercibido la primera vez, pero que en posteriores visionados comprenderemos que no está puesto ahí al azar, sino como metáfora visual de otros planos con similar angulación y gran violencia que luego contemplaremos a lo largo del film; el segundo escrito y dirigido por S. Craig Zahler tras Bone Tomahawk. Si su notable ópera prima se ambientaba en el salvaje Oeste, en esta ocasión estamos ante otro género viril, un thriller que sólo hacia la mitad se torna carcelario pero en el que aparecen las mismas constantes que en aquel: una historia clásica de buenos contra malos, de hombres duros envueltos en una espiral de violencia extrema y sádica no apta para estómagos sensibles.

Con sólo dos películas en su haber, S. Craig Zahler se ha revelado como un cineasta a tener en cuenta, muy en la línea de Quentin Tarantino en su gusto por el exploitation serie B de los ‘70, la reinterpretación de géneros o por compartir actores veteranos como Kurt Russell o Don Johnson. Sin embargo, Zahler no tiene tanta preferencia por los diálogos ingeniosos y prefiere mostrar su violencia sin trampa ni cartón en austeros planos secuencia, aderezados por un cierto aire contemplativo que le acerca a su vez a autores como el danés Nicolas Winding Refn -pero sin caer en los excesos de engendros como Only God Forgives-. Que su película favorita sea Grupo salvaje de Sam Peckinpah nos da bastantes claves, en este sentido. Otro rasgo que asemeja a Zahler con Tarantino es su preferencia por recuperar a actores en horas bajas o en busca de nuevos desafíos interpretativos. Un fenómeno conocido en Hollywood como la McConaissance desde la machada de Matthew MacConaughey de pasar de hacer comedietas a ganar el Oscar, y al que parece que se ha apuntado Vince Vaughn, como ya demostraban sus intervenciones en la propia True Detective o en Hasta el último hombre de Mel GibsonBrawl in Cell Block 99 significaba una buena oportunidad para ampliar sus registros, y Vaughn se preparó a conciencia, perdiendo veinte kilos y sometiéndose a un entrenamiento intensivo de boxeo durante tres meses para hacer creíbles las escenas de peleas. Los resultados son satisfactorios y saltan a la vista: con su 1’96 de altura, el cráneo rasurado y un tatuaje de una cruz en el cogote, su aspecto resulta ciertamente amenazador. Sin embargo, su personaje -Bradley, no Brad- es en realidad un tipo estoico, noble y con gran autocontrol, alguien que, como los héroes clásicos del cine, sólo hace lo que tiene que hacer por el bien de los suyos.

A pesar de que al final resulte un poco gore para mi gusto, lo cierto es que con Brawl in Cell Block 99 estamos ante un film muy entretenido y recomendable, que hace esperar con interés el próximo trabajo de Zahler; un policíaco llamado Dragged Across Concrete con el renacido Gibson y en el que repetirán Vince Vaughn, Jennifer Carpenter, Don Johnson y el inquietante Udo Kier, en lo que promete ser otro descenso a los infiernos marca de la casa. Por cierto, si vais a USA, mejor que no os metan en la cárcel...

Criticoll

lunes, 26 de febrero de 2018

El mundo según Julita

Muchos hijos, un mono y un castillo


El Goya al mejor documental estaba cantado para todo aquel que hubiera visto Muchos hijos, un mono y un castillo. En 2003, casi a la vez que Richard Linklater iniciaba Boyhood, el actor Gustavo Salmerón tuvo una idea similar: ir grabando sin guión las peripecias cotidianas de su madre, Julita Salmerón, y dejar así testimonio al mundo de una personalidad tan excéntrica como divertida. El resultado, 400 horas filmadas durante 14 años -13 de rodaje y otro de montaje- ha llegado por fin a las pantallas, convirtiendo a su madre en una estrella del rock gracias a su espontaneidad y sencillez, mostrando sin artificios sus virtudes y defectos, algo que le dota de gran humanidad y cercanía de cara al espectador. Como ya se ha encargado de repetir la publicidad, el enrevesado título del film se corresponde con los tres deseos que una joven Julita se hizo prometer a sí misma, y que logró cumplir con más o menos éxito a lo largo de su vida.

Al tratarse de un rodaje tan peculiar y sobre un personaje tan próximo, Bill Nichols diría que Gustavo Salmerón adopta una postura documental que oscila entre lo reflexivo, lo interactivo y lo performativo, y donde brilla con luz propia el re-enacment de Julita recreando anécdotas -como la de la sacarina en El Corte Inglés o al recordar al mono gamberro-, que deja bien claro que en casa de los Salmerón no se han debido aburrir nunca si estaba cerca esa mujer tan políticamente incorrecta. Junto a esos apuntes de vida, en el film también somos testigos gozosos de muchas otras de sus costumbres, como el hecho de poner el Belén el 1 de diciembre y dejarlo hasta septiembre -en verano riega las figuritas para que no suden-; verla cruzar el Puente de San Pablo de Cuenca con su walkman de cinta de casette escuchando villancicos en pleno mayo de 2014; pinchar a su marido por las noches con un tenedor extensible para comprobar que sigue vivo, o darle un nuevo significado al Síndrome de Diógenes, al acumular cajas y trastos por todas las habitaciones como si fuera lo más normal del mundo. En este sentido, no es extraño que tuviera un cuadro del filósofo griego en su castillo ni que su lema sea “si tiras cosas, pierdes parte de tu vida”. Y es que -según reveló Julita en El hormiguero- la misma noche de los Goya, al volver hizo una parada en el contenedor de la esquina porque había unos muebles muy interesantes, y que supongo que luego acabarían en la nave industrial que posee la familia Salmerón: La fábrica, el cuarto trastero más grande ever.

Rodado en 4/3 con Mini DV, iPhone 6 y el apoyo de viejas películas caseras en Super-8, el documental es muy entretenido y se deja ver con una sonrisa, por más que algunas cosas que cuente Julita no sean muy alegres -su hermana y uno de sus hijos murieron-. Y es que, en el fondo, todos podemos vernos identificados con la historia de Julita Salmerón, un ser humano cualquiera y al mismo tiempo inimitable, capaz de ensayar su propio funeral o de levantarse de madrugada a comer un bocadillo de chorizo porque le entra hambre, ¿por qué no? Por ponerle alguna pega, lamentar que el montaje no esté un poco más afinado de ritmo en su parte final, o que los tres guionistas acreditados le den tanta importancia al macguffin -las vértebras extraviadas de la abuela- o al antagonista -la crisis económica-. Sin duda, concesiones de guión a la ortodoxia cinematográfica más comercial, pero demasiado metidas con calzador en un documental sobre un personaje tan heterodoxo y libre como Julita Salmerón.


Criticoll

miércoles, 17 de enero de 2018

Placer culpable

"The Disaster Artist"




Hace tiempo me dio por curiosear en imdb.com las películas peor puntuadas de la historia. Junto a contribuciones hispanas como El E.T.E. y el oto o Zocta, la mayoría eran cintas de serie Z, turcas cutres de superhéroes o engendros del estilo Barridos por la marea, Glitter o Crossroads, vehículos para divas de la música que creían que lo iban a petar también en el cine. Uno de aquellos cochambrosos films llamó mi atención, porque era norteamericano y de 2003 pero no conocía a ninguno de sus actores o equipo técnico: se titulaba The Room. En los extintos y añorados foros de imdb, la gente se cachondeaba de lo lindo, así que la cinta debía de ser cosa fina. Se trataba, por lo visto, de un one man show de quien encabezaba el reparto, un tipo con pintas extrañas llamado Tommy Wiseau, que no había hecho nada más desde entonces, y que también firmaba como director, productor y guionista. Como no la encontré en DVD o por internet, al final me olvidé de ella. Años después, cuando leí que James Franco estaba rodando una película llamada The Disaster Artist, descubrí que en realidad iba sobre el rodaje de aquella The Room, convertida ahora, gracias al boca-oreja de espectadores guasones, en auténtico objeto de culto, la mejor-peor película de inicios del siglo XXI.

El film de Franco, último ganador en San Sebastián, está basado en el libro The Disaster Artist: My Life Inside The Room, the Greatest Bad Movie Ever Made, obra de Greg Sestero y Tom Bissell -el primero, amigo de Tommy Wiseau y co-protagonista del film-, que cuenta la génesis de cómo Sestero conoció a Wiseau y, sobre todo, sus experiencias durante la filmación de The Room. Los dos se hicieron amigos en un taller de actores de San Francisco, donde Tommy le llamó la atención por su determinación y absoluta falta de vergüenza, animando a Greg a seguirle a Los Angeles para perseguir el sueño de ambos de triunfar en el cine…

Decía el misterioso Wiseau -todo un personaje de edad y procedencia desconocidas- que los únicos actores que podían interpretarle eran James Franco y Johnny Depp, y lo cierto es que tiene su lógica. Franco ganó un Globo de Oro de TV en 2002 por encarnar a James Dean, uno de los héroes de Wiseau y Sestero. No en vano, en The Disaster Artist les vemos yendo al cruce de la carretera cerca de Cholame donde se mató Dean, y recordemos que una de las secuencias más hilarantes de The Room es aquella en la que Johnny grita You`re tearing me apart, Lisa! inspirado en la famosa escena de Jim Stark en la comisaría de Rebelde sin causa. En cuanto a Depp, es fácil verle una semejanza física con Wiseau, que habría sido uno más en su extravagante galería de caracteres, tal y como lo fue precisamente Ed Wood (1994) el más ilustre antecedente de Wiseau como mejor-peor director; y al que Franco parece aludir al situar la última escena de su film -la premiere  de The Room- en un cine similar en donde el Wood de Tim Burton estrenaba Plan 9 From Other Space. Si bien Burton se dejaba llevar por la poesía al mostrar a unos espectadores apócrifamente encantados con la película, y Franco nos presenta una situación mucho más cínica  -aunque tampoco muy real acorde con lo sucedido aquel día-, con el público frenético y muerto de risa ante lo que está contemplando: un film dramático convertido en comedia involuntaria debido a su desastrosa calidad artística.

Hay otras diferencias: Wood tenía que camelarse a gente de lo más diversa para poder financiar sus películas baratas, mientras que Wiseau era su propio productor y puso 6 millones de dólares de su bolsillo para hacer The Room. En qué se lo gastó y, sobre todo, cómo tenía tanto dinero en el banco, permanece un enigma hasta hoy, aunque hay rumores de que importaba productos procedentes de Asia, como estoo… chaquetas. Aunque el hecho de que aquí tengan cameos los mismísimos Bryan Cranston y Bob Odenkirk de Breaking Bad puede ser un guiño de Franco al hecho de que Tommy se hiciera rico comerciando con sustancias bien conocidas por Walter White o Saul Goodman. Por cierto, que la fama actual de The Room es tan grande en USA, que Melanie Griffith, Sharon Stone, Zac Efron o Judd Apatow también se apuntaron -junto con el inevitable Seth Rogen- para hacer apariciones breves en el film.

Y es que si es verdad lo que vemos en The Disaster Artist, el rodaje de The Room debió de ser algo inenarrable y digno de vivirse en aquel verano de 2002, con momentos impagables como el casting de la actriz que interpretara a Lisa -la protagonista femenina-, y las absurdas pruebas de improvisación que les ordenaban a las candidatas -haz como que vas a caballo; ahora cabalgas comiendo un cucurucho; ahora cabalgas, llaman a la puerta y abres ¿?-.  Aunque las más graciosas son sin duda las que recrean escenas de la propia The Room de forma mimética, como la ya legendaria de I did not hit her, i did nooot! Oh, hi Mark, repetida una y otra vez hasta que a Wiseau le sale la frase, y objeto de divertidos montajes de youtube. En este sentido, James Franco imita a la perfección el físico y la voz de Wiseau, y merece una nominación al Oscar, aunque al final seguro que gana Gary Oldman por recrear a otro biografiado más políticamente correcto, Winston  Churchill. Un Churchill cuya célebre cita "el éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo" parece estar hecha a medida, paradójicamente, de Tommy Wiseau.



Pero la película no se queda solo en la superficie de recrear con profusión y fidelidad escenas de tan descacharrante rodaje -en los créditos finales se muestran a la vez original y copia-, sino que, por debajo, James Franco nos va filtrando los temas de los cuales quiere reflexionar en realidad: la amargura de descubrir que la pasión por el cine pueda estar reñida con el talento propio, la importancia de la amistad o creer en uno mismo ante cualquier adversidad. Todo ello mediante frases tan inspiradoras como la de Wiseau a Greg al llegar a Hollywood -“para triunfar en Los Angeles tienes que ser tu mejor versión, nunca tirar la toalla-“. Si bien Franco también deja caer que hubiera una sutil atracción homosexual de Wiseau hacia su joven amigo Greg, que, aquí, al estar interpretado por su propio hermano Dave Franco, le da una sórdida vuelta de tuerca a la situación.

En resumen, una película muy divertida sobre uno de los fenómenos del cine trash reciente, considerada como “la Ciudadano Kane de las películas malas”, y que provoca al espectador que, tras ver The Disaster Artist, le entren ganas de ver The Room a continuación, para comprobar con sus propios ojos si aquello de verdad existe. Pues como está en youtube así lo hice al salir del cine, y, no sé si porque estaré ya curado de espanto o qué, pero la verdad es que al final no me pareció tan horrible. Porque, de acuerdo, será pretenciosa y marciana y está muy mal interpretada, pero no es para tanto; las transparencias de la pantalla verde dan el pego para 2003, y he visto películas mucho peores. Por cierto, quien vaya al cine a ver The Disaster Artist, que se espere a que terminen los títulos de crédito, pues luego hay una escena en la que sale el propio Wiseau frente a James Franco interpretando a otro personaje y, por lo tanto, hablando consigo mismo. El colmo ya habría sido que le hubiese dicho: Hi Tommy, vengo del futuro y The Room se sale. Hahaha. No cambies naaaada.


 Criticoll

domingo, 7 de enero de 2018

Me siento empequeñecer

"Una vida a lo grande"

Una vida a lo grande es el ejemplo perfecto de film con una idea inicial brillante que se ve lastrado por un desarrollo muy alejado de las expectativas creadas. Y es que el planteamiento  de Alexander Payne y su inseparable Jim Taylor prometía: unos científicos descubren una fórmula por la cual es posible reducir el tamaño de una persona a una altura de 12 centímetros. La medida, irreversible y creada para combatir la superpoblación, la escasez de recursos o el aumento de residuos, pronto se revela así mismo como una solución práctica para gente que no llega a fin de mes, pues en el mundo de los pequeños, un sueldo normal equivale a varios millones de dólares, y con él allí uno puede vivir a lo grande…

La decepción se acentúa si se ha visto antes el tráiler, que nos vende la película equivocadamente como una comedia estilo Cariño, he encogido a los niños, con Matt Damon, Kristen Wiig o Jason Sudeikis viviendo divertidas peripecias al ser reducidos a tamaño de muñecos de Star Wars. De hecho, eso parece cumplir el film durante sus primeros 40 minutos, pero, a partir de su segundo acto, Payne cambia progresivamente el tono y va conduciendo la historia por otros derroteros muy distintos, para acabar convirtiéndola en un drama new age con connotaciones humanistas, políticas y ecologistas, demasiado largo -135 minutos- y que olvida su original premisa y a algunos de esos cómicos del tráiler por el camino. Al final, el film hace honor a su título en inglés-Downsizing- con la progresiva mengua de interés del espectador hacia lo que acontece en pantalla, dando la impresión de que los personajes no actúan ni reaccionan con lógica, sino porque lo pone en el guión. Los diálogos tampoco alcanzan la solidez de otros trabajos del autor de Entre copas, y la reducción de tamaño del protagonista -un Damon más americano medio que nunca- termina siendo un macguffin, una excusa molesta para el propio Payne, más preocupado por hablar de su libro -la denuncia de las desigualdades económicas y sociales que acarrea la globalización- que de extraer todas las posibilidades argumentales que le ofrecía su original premisa. Al menos, el film sirve para descubrir a la actriz tailandesa Hong Chau -Puro vicio, Treme-, merecidamente nominada al Globo de Oro como Mejor Actriz Secundaria por su papel de refugiada vietnamita lisiada.

Criticoll