martes, 31 de diciembre de 2019

STAR WARS: EL ASCENSO DE SKYWALKER



La saga oficial de Star Wars ha llegado a su fin con El ascenso de Skywalker, pero, a pesar de las toneladas de nostalgia y de fan service que incluye el film, no lo ha logrado de la mejor manera posible; más bien, haciendo bueno el dicho de si no sabes adónde vas, acabarás en cualquier parte. El hándicap de esta nueva trilogía Disney ha sido la alarmante falta de coherencia argumental de una cinta a otra, debido principalmente a la ausencia de una personalidad creativa al frente y con las ideas claras que pusiera orden desde el principio. J.J. Abrams y Rian Johnnson se han dedicado durante todo este tiempo a rodar su propia versión de la trilogía y a sabotear las ideas del otro, con lo que quien ha salido perdiendo al final es la propia saga y por ende, el espectador. Aunque en realidad la culpable está más arriba y esa no es otra que Kathleen Kennedy, la mandamal de Disney que no ha sabido gestionar la lucha de egos entre los directores-guionistas de cada film para que dejaran de medirse los sables láser y remaran unidos diseñando una estructura lógica de la historia. Hoy se critica y con razón las precuelas de George Lucas, pero al menos en conjunto la trama tenía congruencia y casaba perfectamente con la trilogía original sin alterarla -bueno, menos en pequeños detalles como que Leia recordaba a su madre y que Obi Wan hubiera sido entrenado por Yoda- porque se trataba de una única persona detrás de todo y no de dos haciéndose la puñeta consecutivamente, con una tercera por encima de ellos que parecía guiarse por lo acordado en interminables reuniones de marketing con ejecutivos sin mucha idea sobre la saga -salvo que esta daría un pastón-, como desgraciadamente ha sucedido aquí.

Recordemos la historia desde el principio. Después de que en noviembre de 2012 la Disney comprara los derechos de la franquicia galáctica a George Lucas por 4.050 millones de dólares, este recomendó para el puesto de jefa encargada de los nuevos films a Kathleen Kennedy -antigua protegida de Spielberg-, a la vez que les proporcionaba unas notas argumentales sobre cómo pensaba él que debería cerrarse la última trilogía de la saga. Pero Kennedy y la Disney cortaron lazos con Lucas y encargaron el guión del primer largometraje a Michael Arndt -Oscar por Pequeña Miss Sunshine-, que luego sería retocado por Lawrence Kasdan -El imperio contraataca- y un J.J. Abrams recién salido de reflotar Star Trek y que por ello había sido el elegido para dirigir este episodio VII, titulado El despertar de la fuerza (2015). Sin embargo, Kennedy fue poco previsora y estrenó el film sin tener planificado argumentalmente lo que acontecería en los episodios VIII y IX, confiando en que ya lo arreglarían más adelante… un error fatal de cálculo que acabarían pagando caro. Además, Abrams, agotado por la presión de haber tenido que escribir, producir, rodar y estrenar The Force Awakens en sólo dos años, se bajó del barco ante la negativa de Kennedy de otorgarle más margen para dirigir los siguientes episodios de la nueva trilogía; estos debían estrenarse obligatoriamente en 2017 y 2019, ya que le habían pagado una fortuna a Lucas por la franquicia y había que rentabilizarla desde ayer. Sabiéndose dueño de una mina de oro, la Disney preveía una entrega anual de Star Wars hasta el fin de los tiempos, ya fuera de la saga oficial o de historias satélites de su universo, como Rogue One (2016) o Han Solo (2018).

El despertar de la fuerza fue un exitazo mundial en taquilla recaudando más de 2.000 millones de dólares, pero no acabó de convencer a la crítica por la estrategia reservona de Abrams de copiar de forma tan descarada La guerra de las galaxias, así como el poco carisma de los nuevos personajes, como Finn o Poe Dameron. El problema que suponía su historia por cerrar se agravó al ser elegidos para escribir y dirigir los episodios VIII y IX dos tipos -Rian Johnson y Colin Trevorrow- con el ego tan subido o más que el propio J.J. Se ve que uno era del Barça y otro del Madrid o uno de VOX y el otro de Podemos, pero el caso es que no se puede decir que hubiera mucha química o comunicación entre ellos para diseñar la historia que tenían que contar por turnos -ni tampoco con Abrams, que no se había ido del todo porque seguía de productor ejecutivo-. No solo eso, sino que Kathleen Kennedy le dio carta blanca a Rian Johnson para moldear la trama a su antojo, y el hombre se lo tomó demasiado al pie de la letra. Así, el episodio VIII -Los últimos jedi, estrenado en diciembre de 2017- pasó por ser el film más polémico de la trilogía, ya que de piedra angular al ocupar el lugar central acabó por ser el banco de pruebas para que un pirómano como Johnson desarrollara todas sus excentricidades argumentales, que pasaban por adoptar una visión iconoclasta con los personajes clásicos o de cercenar las posibles derivas argumentales insinuadas por Abrams en El despertar de la fuerza. Además, la película tenía escenas de vergüenza ajena como el momento Mary Poppins de Leia volando por el espacio o subtramas prescindibles como la excursión de Finn y Rose Tao al planeta-casino para contratar a DJ del Toro; al tiempo que tiraba directamente a la basura personajes que J.J. había apuntado en el episodio anterior como importantes, del estilo de Snoke, la Capitana Phasma o el Capitán Hux; amén de matar a Luke Skywalker para no ser menos que Abrams, que ya había hecho lo mismo con otra figura mítica como Han Solo. Irónicamente, la que sí que se murió de verdad -el 27 de diciembre de 2016- fue Carrie Fisher, cuando su personaje era el único del trío original que aún sobrevivía en la ficción. Es justo reconocer que este episodio VIII, de tan alocado e insensato, también estaba dotado de hallazgos originales e interesantes, como el entrenamiento de Rey en la isla irlandesa de Luke estilo Dagobah con Yoda, la pelea de Kylo Ren y Rey contra la guardia pretoriana de Snoke o la emocionante batalla de Luke contra la Primera Orden por Skype.


Cuando se estrenó este episodio VIII entre división de opiniones y una recaudación algo inferior -1.330 millones- ya estaba claro que Colin Trevorrow no iba a dirigir el IX, pues había sido apartado en septiembre de 2017 por las socorridas diferencias creativas que también se llevaron por delante a mitad de rodaje de Han Solo a Christopher Miller y Phil Lord -que luego no eran tan malos, ganaron el Oscar por Spiderman: un nuevo universo-. Con el previsible fracaso en taquilla de Han Solo, en la Disney empezaron a verle las orejas al lobo, por lo que sondearon a J.J. Abrams acerca de su disponibilidad para dirigir el capítulo final. Este aceptó sin muchos titubeos al verse herido en su orgullo, adoptando para sí el rol de salvador de la franquicia; era el momento de ajustar las cuentas con el díscolo Johnson y tratar de enmendar el desaguisado argumental que este le había legado. Problema agravado con el fallecimiento de Carrie Fisher, ya que Leia se presumía con un gran protagonismo en este postrero film de la trilogía. Con tanto parcheo de guión -hasta le pidieron ayuda a Chris Terrio, Oscar por Argo- la película se encaminaba a un callejón sin salida, por lo que Kennedy y sus drugos le sugirieron a Abrams que fuera a lo seguro y se dejase de experimentos, ya que la película tenía que estar lista para diciembre de 2019. De este modo, y como ya había hecho en El despertar de la fuerza con A New Hope, J.J. tomó como modelo un film de la trilogía original y fue siguiendo su pauta: en este caso, El retorno del Jedi. En pleno delirio de escrituras y reescrituras, Abrams debió pensar cosas como: ¿Que me han matao a mi Snoke? Pues nada, que vuelva el Emperador y ya está. Sin pararse a pensar que, de esta forma, se manchaban argumentalmente situaciones de la trilogía original. Y es que ahora el sacrificio de Darth Vader para salvar a Luke en el episodio VI se antojaba inútil, porque en realidad no mataba a Palpatine. Este ha vuelto y la explicación que se da a su retorno en boca de Poe Dameron no puede ser más sonrojante: clonación, artes oscuras de los sith, lo normal, ya sabes. Le faltó añadir: y que el cabrito de Rian Johnson se cargó a Snoke y ya no quedan más malos, joer.

Así, en El ascenso de Skywalker tenemos constantemente puyas hacia Johnson: si en Los últimos jedi Luke tira su sable laser con desprecio, aquí dice: Hay que respetar a los sables laser, y reconoce que se equivocó retirándose para ser un ermitaño. ¿Que los padres de Rey eran unos simples chatarreros? Pues no, oye, que al final era nieta de Palpatine, que por lo visto también se lo pasó bien de joven; ¿Que a Rey le gustaba Finn ¿? Que no, que en realidad quien le hacía tilín era el parricida de Kylo Ren, aquí oportunamente blanqueado, rollo Negan; ¿Que la pesada de Rose Tico no ha gustado al fandom? No hay problema, le hacemos un Jar Jar Binks y que se quede en la base archivando carpetas. ¿Que hay rumores de que Poe Dameron es homosexual? Le inventamos una ex novia y así enchufo a mi colega Keri Russell. ¿Qué entonces quedaremos como unos homófobos? Pues ponemos un beso al final entre dos mujeres de la Resistencia y nos ganamos al público LGTBI, etc.

Después de conocer el fallecimiento de Carrie Fisher, yo tenía curiosidad por ver esta The Rise of Skywalker y saber qué habrían hecho para conseguir integrar en la historia a Leia, y hay que decir que se nota que se han esforzado, pero el resultado queda algo pobre. En alguna escena salen airosos, pero en otras, como en un diálogo plano contra plano con Daisy Ridley, se nota que ésta desarrolla todo el trabajo y Fisher apenas asiente con un par de monosílabos, dando la impresión de que tenían poco grabado de ella y lo han estirado todo lo que han podido. Por lo visto el CGI no está todavía a la altura para poder sustituir caras y cuerpos de actores fallecidos, como ya se pudo comprobar en Rogue One. Vaya, que la película esa llamada Finding Jack que se estrena el año que viene en la que se recreará a James Dean por ordenador lo lleva claro. Volviendo a Carrie Fisher, su desaparición no es excusa para que el guión de este episodio IX sea tan deslavazado y con tantos agujeros. De hecho la película tiene tantos hoyos, que es mejor dejarse el cerebro en casa y disfrutar del carrusel de planetas, macguffins y escenas de acción que se suceden sin solución de continuidad desde el minuto uno. Porque lo cierto es que si uno se pone a analizar las cosas que pasan en el film, no tienen mucho sentido. ¿Una flota de cien mil naves enterrada en el suelo de un planeta sith con nombre futbolero -Exegol-? No hacía falta enterrarlas, ni Luke con sus poderes jedi pudo encontrarlo nunca. ¿Y cómo llegó a las manos de Maz Kanata el sable laser de Luke? Al final no lo han explicado. ¿Qué han pintado en la trilogía Finn y Poe Dameron? ¿Y cómo puede el patán de Finn ser sensible a la Fuerza? ¿Utilizaba Palpatine sus poderes sith para ligar? ¿A quién se tiró? ¿Cómo le pudo salir un hijo buena persona con los genes tan malvados que llevaba? ¿Cómo pueden respirar los caballos en el espacio?¿Por qué la Leia de CGI está tan mal hecha, aunque sólo salga dos segundos? ¿Cuándo y para qué hizo Leia su entrenamiento jedi, si nunca usó sus poderes? ¿Por qué Luke y Leia sabían que Rey era la nieta de Palpatine pero nunca se lo dijeron? Si C3PO y androides similares tienen prohibido traducir mensajes en el idioma de los Sith, ¿cómo pensaba la Resistencia ganar la guerra?


Encima la película se saca de la chistera nuevas funciones para la Fuerza, como la capacidad de curar heridas o resucitar a los muertos. Vaya, vaya, vaya, cómo habría cambiado la historia si Anakin las hubiera descubierto en su momento… No por casualidad, para curarse en salud contra los haters, en el episodio 1x07 de The Mandalorian -emitido dos días antes del estreno de The Rise Of Skywalker- Baby Yoda utiliza por primera vez este poder para curar las heridas de Greef Karga -Carl Weathers-.  Pero por si alguien no había visto ese capítulo, los guionistas también lo presentan al principio de la película, cuando Rey cura a una serpiente gigante, el típico recurso visto en mil y un cuentos en el que un león o una fiera similar tiene una pincha en una pata y el protagonista se la saca, consiguiendo así su lealtad. Una pistola de Chejov en toda regla que obviamente vuelve a salir al final del film, cuando Rey cura las heridas de Kylo Ren -bueno, Ben Solo ya- y este luego la resucita mediante el mismo método, completando su retorno del lado oscuro. Si bien el destino del personaje de Adam Driver estaba sellado por el Código Hays disneyano desde el momento en The Force Awakens en el que mataba a su padre de forma tan vil y traicionera, por mucha aparición fantasmal aquí de este -un rejuvenecido por CGI Harrison Ford, como recién salido de El irlandés- perdonándole.

De este modo, abrumado por tanta incongruencia, a mitad de película empecé a pensar secretamente: que se acabe esto de una vez, por Dios. Luego pequeños guiños de fan service aminoraron el golpe, como que Luke sacara del agua por fin un X-Wing; la medalla  retroactiva a Chewbacca, la nostálgica aparición de Lando y Wedge Antilles, o el previsible final en Tatooine de Rey y BB8 contemplando la puesta de soles bajo la mirada espiritual de los hermanos Skywalker. Sí, todo muy entrañable y emotivo, pero yo de J.J. Abrams no cantaría todavía victoria: la Disney le ha encargado una nueva trilogía de Star Wars a Rian Johnson y este debe de estar afilando ya sus puñales por la espalda contra J.J. Conociendo el percal, apuesto a que en la primera secuencia del nuevo film le explotarán los dos soles en la cara a Rey o algo.

Criticoll

lunes, 9 de diciembre de 2019

EL IRLANDÉS



Si no fuera por el spoiler a los millennials abonados a Netflix, El irlandés bien podría haberse titulado El hombre que mató a Jimmy Hoffa, pues supone para la filmografía de Martin Scorsese lo mismo que El hombre que mató a Liberty Valance (1962) para la de John Ford: la mirada crepuscular y nostálgica de un maestro sobre su género fetiche y el film que actúa como resumen de toda su obra. En el caso de Scorsese, su famoso cine de gangsters con hitos como Malas calles, Uno de los nuestros, Casino o Infiltrados. Sin embargo, El irlandés, a pesar de ser un film notable, no alcanza la categoría de obra maestra que sí tenía el film de Ford por una serie de pequeños factores cuya suma acaban por resultar molestos. Tenemos, en primer lugar, el tan discutible CGI de rejuvenecimiento facial, que provoca una sensación extraña en el espectador que recuerde cómo eran las caras de Robert De Niro o Al Pacino de jóvenes y que desde luego no eran así de raras o acartonadas, como de videojuego; dando la impresión de que Frank Sheeran y Jimmy Hoffa tengan 55 años durante tres décadas. Además, esa tecnología digital habrá costado 160 millones de dólares, pero no logra rejuvenecer ni por asomo el movimiento de los cuerpos ni su agilidad, que no son los mismos a los 25 que a los 80, y si no, a la paliza de De Niro al tendero me remito. Otro hándicap es que la película baja un poco de ritmo e interés tras el asesinato de Hoffa, dejando unos 45 minutos finales menos lucidos donde parece que la cinta vaya a echar el cierre 15 veces antes de cuando finalmente lo hace, estilo El retorno del rey. Está, por otro lado, la confusión enunciativa que provoca la ausencia física de la persona a la que Frank Sheeran -Robert De Niro- le está contando su historia. En el plano secuencia inicial oímos a Frank en off y luego aparece sentado en la residencia de la tercera edad verbalizando el resto de su parlamento introductorio, y después insertos diseminados a lo largo del film de él hablando de anciano, pero nunca vemos a ningún interlocutor que le esté escuchando. ¿Está senil y habla solo? Se ve que no, se supone que se dirige al espectador, aunque no mira a cámara. Otra opción es que se lo esté narrando de forma indirecta al escritor Charles Brandt, el autor del libro I heard you paint houses, que le entrevistó en realidad en los últimos años de su vida y a quien este sicario irlandés de la mafia le reveló la verdad sobre la misteriosa desaparición de Jimmy Hoffa. Sin embargo, a Ward tampoco le vemos ni oímos en ningún momento en toda la película ¿? Creo que aquí el guionista Steven Zaillian y Scorsese no están muy finos en la claridad de la puesta en escena.



Otro aspecto que se podría haber ahorrado Scorsese es la sobrexposición de la canción In the Still of the Night (I Remember) de The Five Satins: la película empieza y termina con ella, y durante los 209 minutos de metraje suena como unas veinte veces más; una reiteración tan machacona que acaba por hacerla aborrecible. Yo personalmente la odio profundamente después de ver este film, y creo que tampoco veré Dirty Dancing en un lustro por no encontrármela. Eso por no hablar del equivocado doblaje en castellano, con la incomprensible defenestración de Ricardo Solans, voz de De Niro en 79 películas, pero que aquí no se la presta por el capricho de Scorsese, al que le dio por meter las narices en el doblaje en castellano sin conocer el idioma, guiándose por cómo le sonaban las voces de los actores de doblaje propuestos y eligiendo al tun tun. Así, Jordi Royo tampoco pega ni con cola con Pacino -al que nunca había doblado y no creo que vuelva a hacerlo-; encima con errores de pronunciación, como cuando en un mitin Hoffa dice la frase El día que nuestros camiones se paren, Estados Unidos se parará, que no entiendo cómo no la repitieron, porque en lo de nuestros camiones parece que estuviera comiendo sopas, sólo se le intuye decirlo. El único que tiene una voz que le ajusta -la de Camilo García- es Harvey Keitel, pero sólo sale en dos escenas.

Después de darle tantos palos, ¿qué es lo que hace a The Irishman un film notable? Pues en primer lugar su carácter de fresco histórico, que la hace muy interesante al contarnos hechos mil y una vez vistos en el cine pero ahora desde la perspectiva de alguien sin pelos en la lengua que los vivió de primera mano. Así, por medio de las experiencias vitales de Frank Sheeran viajamos por la trastienda de la historia de USA del siglo XX, a través de los manejos de la mafia para mover los hilos del poder en la sombra. Ya sea al aupar a John Kennedy a la presidencia -con la promesa de este de recuperarles Cuba-; en la frustrada invasión de bahía de Cochinos, o en el asesinato de JFK por no cumplir sus promesas y colocar a su hermano Bobby -Jack Huston- de fiscal general antimafia. También somos testigos del auge de Las Vegas y, obviamente, de la desaparición de Hoffa en 1975; lo que acaba convirtiendo a El irlandés en el Forrest Gump de las películas de gangsters. Otro aspecto positivo del film es el tremendo oficio de sus tres actores principales, que consiguen sobreponerse al hecho de ser demasiado viejos para sus papeles -y a pesar de que ni el CGI millonario ni dos años de postproducción lo puedan disimular-. Empezando por Robert De Niro, que si bien no da el pego físico para encarnar al protagonista -Sheeran medía en realidad 1’94 m-, a él le hemos de agradecer que se haya rodado la película, pues fue quien le sugirió el libro de Brandt a Scorsese, como ya hiciera con Toro salvaje. De todas formas, al final te acabas acostumbrando a esta suspensión de la credulidad, y hay momentos como el rostro compungido de Frank en la secuencia del coche cuando sabe que ha de encargarse de Jimmy Hoffa, que valen el precio de la entrada. Precisamente Al Pacino, a pesar de no tener ojillos pequeños sino saltones, resulta un buen Hoffa, ya que su histrionismo por una vez no resulta excesivo y se ajusta a la personalidad arrolladora del legendario presidente del sindicato de camioneros, del que no conocía yo su fijación por los helados y la puntualidad. Tema este último que se erige en protagonista de la mejor escena de la película, la reunión de Hoffa con su odiado Tony Pro -Stephen Graham- acerca de cuánto tiempo de cortesía ha de darse al que llega tarde, si diez o quince minutos -o doce y medio-. Una escena potente interpretativamente donde vuelan las réplicas y contrarréplicas ágiles y efectivas y las improvisaciones con sentido.

La tercera pata del banco es Joe Pesci, quien, tras negarse más de 50 veces a salir de su retiro para rodar este film, al final terminó accediendo para brindarnos una última gran interpretación como el mafioso Russell Bufalino. No es casualidad que, a pesar de que De Niro y Pacino se lleven la fama, sea él quien aparezca más grande en el cartel, pues de los tres es el que parece más a gusto con su personaje y consigue entregar una interpretación realmente sublime. Tanto, que me apuesto a que acaba siendo nominado al Oscar como mejor actor secundario: de momento ya lo ha sido a los Globos de Oro -junto con Pacino-. Como curiosidad, en una escena Sheeran interactúa con un tipo llamado David Ferrie, que es en realidad el mafioso anticastrista que encarnaba Pesci en JFK. Si el CGI hubiera sido realmente bueno, ya puestos, este papel lo debería haber interpretado el propio Pesci, y no otro caracterizado con su aspecto de 1991.


Del resto del reparto, destaca Anna Paquin como Peggy, la hija de Sheeran, que tan sólo dice una frase en todo el film, pero cuya forma de mirar a su padre en segundo plano supone un cuestionamiento constante sobre sus actividades, que acaban pesando sobre la conciencia del pistolero. Aunque Frank en ningún momento disculpa sus crímenes -al ser parte del trabajo con el que sacaba adelante a su familia-, secretamente sabía que no estaba bien ir matando a gente por ahí.

Destaca así mismo el gran número de actores surgidos de la cantera de Boardwalk Empire -serie producida por Scorsese- que aparecen en este film, como el propio Steven Graham, Aleska Palladino, Bobby Cannavale, Jack Huston, Kevin O’Rourke o la niña Lucy Gallina -que hace de Peggy de pequeña.-  También me gustó que saliera Jesse Plemmons -el hijo de Hoffa- aunque desde luego no por verle a él, sino por el homenaje que supone a Breaking Bad, el gran referente audiovisual del noir contemporáneo. 

Añadir que la película, a pesar de bajar un poco de interés en sus últimos 45 minutos, es entretenida y transcurre de forma bastante fluida durante la mayor parte de sus tres horas y media de duración, y eso es un gran mérito. Porque yo he visto cortometrajes de diez minutos que se me han hecho más largos que un día sin pan, y eso que en ellos no sonaba la pesada de In the Still of the Night (I Remember).

Criticoll