miércoles, 26 de enero de 2022

EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS

Tras la oscarizada La forma del agua, Guillermo del Toro abandona el fantástico con El callejón de las almas perdidas, adaptación de la novela Nightmare Alley, de William Lindsay Gresham, que ya dio pie a un film de la Fox de 1947 con Tyrone Power, hoy título de culto. Hacer su versión de Nightmare Alley era un viejo deseo para del Toro y también es su primer largo sin elementos sobrenaturales, pues aquí estamos de lleno en el cine negro, un territorio donde el mexicano demuestra pisar con solvencia, adaptando su estilo e imaginario personal a los códigos del género. La película cuenta la típica historia de ascenso y caída, la de Stanton Carlisle -Bradley Cooper- un estafador con presuntos poderes mentales que, tras foguearse en una feria, se alía con una psicóloga -Cate Blanchett - para sacarle el dinero a los ricos. Pero la ambición sin límites de Stanton acabará por llevarle a la perdición, no sin antes dejar por el camino un buen reguero de cadáveres.

La película dura dos horas y media, la primera en la filmografía de Del Toro en superar los 120 minutos, e incluso está recortada de las 3 horas y 15 minutos de la que constaba en su primer montaje; pero lo cierto es que mantiene un buen ritmo y la trama es lo suficientemente interesante como para que no se pierda el interés por ella. Es cierto que el film del 47 -que está en YouTube- contaba lo mismo y duraba 45 minutos menos, pero en parte se debió a la censura, que no permitió mostrar apenas en pantalla al geek o engendro de la feria, un personaje secundario en la trama pero cuyo rol resulta esencial para el mensaje que film y novela quieren transmitir. Y es que el escritor, Gresham, se encontraba combatiendo en la guerra civil española con la brigada Lincoln cuando un médico le contó una historia real: la de un borracho que había visto empleado como monstruo ambulante a cambio de alcohol y un techo. El pobre hombre vivía en una jaula y era obligado a decapitar serpientes o gallinas a bocado limpio y beberse su sangre, entre otras perrerías. La anécdota causó una honda impresión en Gresham, que no comprendía cómo un ser humano podía llegar a caer tan bajo. A partir de esta idea escribió su libro, publicado en 1946, que le proporcionó buenos dividendos al ser comprado por la Fox como vehículo para un cambio de imagen de Tyrone Power. Pero el público no lo aceptó y el film fue un fracaso, resultando en realidad una rareza adelantada a su época. A Gresham tampoco le fue muy bien: era alcohólico y acabó suicidándose a los 53 años.


Del Toro divide su historia en tres bloques -ascenso, auge y caída del protagonista- y dos escenarios distintos, una feria y la ciudad de Buffalo, donde no por casualidad también se ambientaba parte de La cumbre escarlata -Guillermo vive en Toronto, que está cerca-. La parte del ascenso se desarrolla en la feria, donde el ambicioso Stanton descubrirá su talento para manipular y engañar al prójimo con sus supuestos poderes adivinatorios, basados en realidad en lugares comunes y en su gran capacidad de observación. Aquí la fotografía -obra del danés Dan Laustsen- adopta tintes más cálidos con predominio del color ámbar -como no podía ser menos en un film de del Toro- y el apabullante diseño de producción recuerda al Tim Burton de Big Fish o Dumbo, a la cuarta temporada de American Horror Story, o al Freaks de Tod Browning, pues el film se ambienta en la USA de los años 1930 y 40. Es en este tramo donde el mexicano incluye muchos de los elementos que nunca faltan en su cine, a modo del austrohúngaro de Berlanga: los tarros con fetos, los cuadernos con dibujos, los engranajes mecánicos con ruedas, los túneles, los insectos, la imaginería religiosa o a Ron Perlman, que interpreta al forzudo al que ya le fallan las rodillas. Falta eso sí la escena de una autopsia: seguro que si saca esa versión de 195 minutos en bluray aparece. Así mismo, sería interesante que incluyera la versión en blanco y negro estrenada en varios cines de USA y UK, pues el deseo de Del Toro era rodarla inicialmente en b/n, pero la Disney no le dejó.

A la hora exacta de metraje la acción se traslada a la ciudad y comienza la etapa de auge del protagonista, donde perfecciona sus fraudes adivinatorios en los clubs nocturnos más selectos, ganando una fortuna a costa de la credulidad del respetable y añadiendo a sus habilidades la de recibir mensajes de los muertos. Pero Stan no tendrá suficiente, y al conocer a la psicóloga Lilith Ritter -una femme fatale de manual- ambos se asociarán para desplumar a peces más gordos y ansiosos de comunicarse con seres queridos fallecidos. El truco es que Ritter graba sus sesiones en audio sin que sus clientes lo sepan, proporcionando a Stanton valiosa información sobre los secretos más íntimos de estos. Pero el codicioso Carlisle pierde la perspectiva poco a poco y lo echa todo a perder, como ya le avisaron las cartas del tarot: no se puede escapar del destino, y menos en un film noir. Aquí la fotografía se ha ido volviendo progresivamente más oscura, conforme aumentaban los turbios manejos del protagonista. La demoledora escena final de dos minutos supone el remate a su caída en desgracia, con una portentosa interpretación de Bradley Cooper en Primer Plano; un plano que Del Toro pensaba que tendría que rodar 60 veces para conseguirlo, pero que el actor clavó en la primera toma.

La película se empezó a rodar en enero de 2020, pero en marzo tuvo que interrumpirse debido a la pandemia del coronavirus. No fue hasta septiembre de 2020 cuando pudo reanudarse, acabando la filmación en diciembre. El caso es que este hiato de seis meses no se aprecia en absoluto, y eso que pilló en medio de una escena que empezó a filmarse en el primer periodo y se acabó en el segundo -la del detector de mentiras- o a que a Rooney Mara, embarazada de tres meses en marzo, le diera tiempo a tener a su hijo en el intervalo. Dándose la curiosidad que en la misma escena -la de la estación de autobuses- haya planos de ella rodados antes y después sin que se note. Una Rooney que no da mucho el tipo como la dulce e ingenua Molly: su turbia mirada y la sombra de Lisbeth Salander es alargada. Incluso Del Toro pareció darse cuenta de ello y le hace pronunciar al personaje a modo de justificación: a mí no me gusta sonreír. La verdad es que no la veo como protagonista del biopic de Audrey Hepburn que dirigirá Luca Guadagnino, pero bueno.

El reparto resulta deslumbrante -es la Liga de la Justicia de los actores, según Del Toro-; y aunque el papel de Bradley Cooper en principio iba a ser interpretado por Leonardo DiCaprio -se cayó por problemas de fechas- Cooper llena la pantalla y recuerda a galanes del cine clásico: esta versión podría haberla protagonizado el propio Power, William Holden o Robert Michum. La comentada aparatosidad del conjunto, ese derroche de medios que se trasluce en la pantalla, no llega a resultar tan inflada como en, por ejemplo, el King Kong de Peter Jackson, pero sí que apabulla un poco y parece una maniobra de Hollywood para echar toda la carne en el asador en películas caras y lujosas como esta para atraer al público a las salas y que pierda el miedo a salir de casa, una costumbre perdida por el covid. No por casualidad, en la publicidad Nightmare Alley se anuncia con la famosa frase: solo en cines, como si solo en las salas de cine el espectador podrá disfrutar de un espectáculo semejante. Por cierto, nunca entendí eso de solo en cines: ahora con las plataformas digitales vale, pero, ¿y en los 80? No sé por qué se usaba, ¿dónde se iba a ver una película si no era en un cine, en una panadería? Sí, ya, en los videoclubs, pero entonces no irían anunciándolo en todas partes como si fuera algo exclusivo y elitista, las pelis de serie B que iban al videoclub sin pasar por cines no iban chuleando precisamente de ello.

En resumen, una película en la que Del Toro se aleja de su género habitual pero que no por ello deja de resultar satisfactoria a pesar de su largo metraje, y que se aprecia mejor en sucesivos visionados, pues como siempre hay detalles que la primera vez se escapan y que el director de Cronos ha metido ahí sibilinamente. Una película que como todo buen noir habla de temas de hoy, ya sea la difusa frontera entre verdad y mentira a causa de términos modernos como la posverdad; el predominio de la hipocresía y la falsedad -sólo hay que echar un vistazo a las redes sociales-; o cómo la clave del triunfo es aprovecharse de las debilidades, la ignorancia o el sufrimiento de los demás para sacar beneficios.

Criticoll