La última película de Clint
Eastwood cuenta la historia real de Richard Jewell, el guardia de seguridad que
salvó decenas de vidas al descubrir una bomba a punto de explotar durante los
Juegos Olímpicos de Atlanta’96, pero que pasó de héroe a villano al ser
falsamente acusado por el FBI y los medios de comunicación de haber sido él
quien colocó el artefacto.
El largometraje está narrado con el
habitual estilo clásico de Eastwood que tanto se echa de menos en la
actualidad, y resulta ciertamente notable en su descripción de los hechos y en
el retrato de su protagonista -magnífico Paul Walter Hauser-, un hombre
sencillo aupado a héroe nacional pero convertido en villano a los tres días por
culpa de una ambiciosa periodista y la incompetencia del FBI, cuya imagen queda aquí bastante desprestigiada, si es que en realidad fueron tan negligentes
como apunta el film. La entrada en escena del abogado de Jewell -un combativo
Sam Rockwell- y el apoyo de su madre Bobi -Kathy Bates, nominada al Oscar-
sirven para apuntalar el típico esquema de David contra Goliat tan del gusto del
Eastwood director -Sully, Ejecución inminente, Mistic River, El intercambio-: la
victoria del individuo contra el sistema para garantizar que el propio sistema
funciona.
Richard Jewell resulta así mismo una
interesante reflexión sobre la necesidad que tiene la sociedad de construir modelos
a seguir; falsos ídolos que pueden ser
manipulados y destruidos con facilidad por los mismos mass media que los
crearon. En este sentido, es significativo que en una escena salga de fondo en
la tele John Wayne en Arenas sangrientas, y Jewell la apague enfadado
para que no se oigan bombas y explosiones, pues el FBI ha colocado micros
en su casa. El detalle que sea esa película no es casualidad, pues simboliza el
afán USA de crear héroes a pesar de que estos sean tan postizos como el Wayne
patriótico de sus cintas de la Segunda Guerra Mundial. Una contienda en la que
el actor nunca llegó a combatir en realidad, alegando excusas como una vieja
lesión en el hombro, ser padre de cuatro hijos o el rechazo de la Warner a rescindir
su contrato. Esa negativa de Wayne a ser llamado a filas pero a la vez alardear de héroe de Iwo Jima o Filipinas en la pantalla era algo vergonzoso
para John Ford, y se lo estuvo recriminando toda la vida, humillándole delante de otros actores condecorados en la guerra de verdad como Woody Strode, Robert Montgomery o James Stewart. Curiosamente Eastwood y Wayne no se llevaban muy bien, ya que
el Duke acusó a Clint de mancillar el western tras ver Infierno de cobardes,
rehusando su oferta de protagonizar juntos un film del Oeste. Pero volvamos a Richard Jewell, una gran película con todo el aliento de los clásicos y que mereció mejor suerte en los
Oscar, ya que sólo obtuvo esa única nominación para Kathy Bates como mejor actriz
secundaria por su emotivo retrato de la madre del protagonista.
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Otra película de
factura clásica muy recomendable, aunque uno no sea amante de los
coches. Christian Bale a veces pone un poco nervioso con sus gestos de actor
intensito, pero bueno, lo hace bien, parece un piloto profesional y experto en
mecánica, y su química con su familia y con Matt Damon es muy buena. La película
cuenta con un guión muy sólido, basado en hechos reales que se van integrando
en el relato de forma bastante efectiva, manteniendo en todo momento el interés
y la tensión dramática al ir añadiendo continuamente pequeños conflictos que
deben superar sus protagonistas. Muchos de ellos provocados por el tóxico y
superficial personaje de Josh Lucas -tan inepto que parece un infiltrado de
Ferrari- poniendo trabas a los que de verdad saben y pretendiendo llevarse el
mérito cuando el grupo triunfa a pesar de sus injerencias: lo que viene siendo
un trepa de manual. El film ganó un merecidísimo Oscar al mejor montaje, no
sólo por la perfecta descripción de las escenas de carreras sino porque su
ritmo apenas decae en los 152 minutos que dura, y que pasan en un suspiro, casi
sin darte cuenta. Y es que las
comparaciones son odiosas, pero esto significa que dura 33 minutos más que La
favorita, 41 más que Flash Gordon, o que es como ver dos veces
seguidas Colt 45, por poner ejemplos de películas mucho más cortas pero que
se me hicieron más largas que un día sin pan. Como ocurría con Yo soy
Dolemite, es mejor googlear luego todo aquello relacionado con la carrera
de Le Mans en 1966 y sus protagonistas para disfrutarla más. Al Howard Hawks de
Peligro: línea 7000 seguro que le habría gustado esta película.
Woody Allen estaba en forma en
2010 -al año siguiente ganó el Oscar al mejor guión original por Medianoche
en París- y lo demuestra con esta resultona historia sobre las peripecias
sentimentales de varias parejas en Londres. La película corrobora una constante
en el cine de Woody: los matrimonios en sus films tienen menos futuro que
Arévalo en la NBA, siempre se acaban rompiéndose por infidelidades con terceras
personas. Igual la película me gustó más de lo normal en Woody Allen porque
tiene elementos comunes a dos de sus mejores películas: Delitos y faltas
y Match Point, como que cuando un personaje comete un delito para
obtener un beneficio, no lo pilla la policía, aunque aquí al final se le dé una
interesante vuelta de tuerca. Precisamente un fallo grave de este film que no
tenían los otros dos es que su historia acaba de repente, cuando más
interesante estaba la cosa, y quedan
inconclusas muchas subtramas, lo que fastidia bastante. SPOILERS: Así, no vemos si Anthony Hopkins averiguará de quién es el
hijo que espera la pedorra de Lucy Punch -tiene todos los números de que no es
suyo- cuando le haga la prueba de paternidad; si despertará del coma el amigo
de Josh Brolin y le denunciará con razón por usurparle la novela; o si se
alinearán pronto los planetas para que la madre de Naomi Watts le preste el
dinero para montar su galería de arte. Por cierto, no queda nada creíble que
Naomi Watts te declare su amor y tú pases tan alegremente de ella y no le des
ninguna oportunidad porque te has liado con una pintora borracha y porrera. Eso
no pasa ni en las películas de Woody Allen.
El desentierro -vaya
título, no se te queda- es un confuso film noir que pretende ser La isla
mínima a la valenciana cambiando las Marismas por la Albufera, pero que aparte de eso no tiene
demasiado interés. Se ve que para Amazon Prime Video tampoco, pues la meten
con las películas de miedo ¿? -Hombre, tanto terror no provoca-. La cinta parece
la típica producción española diseñada para trincar subvención, que sobre el papel
parecía mucho mejor; con actores malos importados haciendo de valencianos, como
el inenarrable Jan Cornet -el de La piel que habito- que no sé cómo ha podido
destacar tanto, dado su escaso talento interpretativo. Me gustó la escena en la
que le dan una paliza y le disparan en un pie, al menos cuando grita de dolor
no tuve que poner los subtítulos para enterarme de qué coño decía. En
contraste, el actor argentino Michel Noher -pronto en la serie La unidad- lo hace
bastante bien. Al espectador de la terreta le sonarán localizaciones
por las que deambulan los personajes como Salitre, Spook, el hospital de la
Malvarrosa, Chelva o Sueca.
Un interesante documental para frikis sobre
el cine español de serie B y Z, cuyo auge fue desde finales de los '60 hasta bien
entrados los ‘80, y desarrollado en subgéneros como el chorizo-western, el
destape, el fanta-terror, el quinqui o las comedias de Mariano Ozores. Con películas de culto del estilo de Pánico en el transiberiano, La
trastienda, Mil ojos tiene la noche, La invasión de los zombies atómicos, Navajeros,
La grieta o Los bingueros. Para hablar de todo esto salen actores y directores que participaron en ellas, como Eugenio Martín, Jorge Grau, Simón Andreu, Emilio Linder, Antonio Mayans, Fernando Esteso, Esperanza Roy o el
fallecido Álvaro de Luna, que ilustran sus recuerdos con anécdotas jugosas de los rodajes. Ya fuera sobre la falta de presupuesto suplida con imaginación, los choques con la censura
por la violencia o los desnudos, o cómo era el trabajar con actores extranjeros
legendarios como Peter Cushing, Christopher Lee, Lee Van Cleef o James Mason. Todo
ello en una España en plena Transición y no acostumbrada a ese tipo de cine de
género -exterminado por la famosa Ley Miró de
mitad de los ’80- y que en la mayoría de los casos, acababa siendo más valorado
en el exterior. En este sentido, el productor Enrique López Lavinge cuenta su
encuentro con Quentin Tarantino en Sitges hace años, y cómo este, admirador de La residencia
y ¿Quién puede matar a un niño? le preguntó que por qué nadie le producía en España otra película a Chicho Ibáñez
Serrador. También aparecen otros actores
y directores actuales hablando desde la perspectiva fan, de cómo vieron esas
cintas de niños en cines de barrio o videoclubs, y cómo influyeron en su cine.
Si bien alguno se viene demasiado arriba: Nacho Vigalondo y Alex de la Iglesia llegan
a decir que el bodrio de Supersonic Man (Juan Piquer, 1979) les parece
mejor que el Superman de Richard Donner ¿?
La primera película en color de
John Ford está ambientada en la Guerra de la Independencia USA del siglo XVIII,
y nos muestra a un grupo de colonos norteamericanos del estado de Nueva York
luchando no sólo contra los ingleses, sino también contra los indios mohawks, aliados
de estos. La película, al ser de 1939 -como La diligencia y El joven
Lincoln- se inscribe en el periodo en el que los nativos americanos no estaban
muy bien vistos ni en el género del western ni en el cine de Ford, pues aquí
son retratados como unos salvajes que no dudan en matar a los colonos y saquear
sus cosechas; La legión invencible y El gran combate quedaban aún
lejos. Si bien hay una escena bastante
ridícula, en la que varios mohawks que están
quemando una casa, obedecen dócilmente a la colona dueña de la vivienda cuando
esta les obliga a escobazos a que saquen fuera de la habitación su cama, un recuerdo
de familia ¿? Y en otra escena políticamente incorrecta, Henry Fonda abofetea a
Claudette Colbert y le dice que su deber como esposa es obedecerle;
definitivamente eran otros tiempos.
Prescindible remake de Dos
seductores, muy inferior a las versiones anteriores: la de David Niven y
Marlon Brando de 1964, y la de Michael Caine y Steve Martin de 1989. Aquí Anna
Hathaway es productora y se nota, su personaje es muy listo y siempre queda
bien, se las sabe todas. A su lado, Rebel Wilson como la aprendiz de timadora
no llega a resultar tan cargante, a pesar de que se esfuerza y mucho por
conseguirlo. No creo que vuelva a ver ninguna película más de estas dos, qué
pereza dan. Desde luego Anne Hathaway se está luciendo al elegir sus proyectos,
después de Ocean´s 8 y el desastre de Serenity. El propio Amazon
Prime Video no debe tener mucha confianza en la capacidad de esta película de despertar
alguna risa en la audiencia, pues la mete también en la categoría de drama ¿? Se
supone que la acción se desarrolla en la Riviera francesa -en el mismo Saint-Tropez
de El gendarme-, pero por lo visto se rodó en Mallorca.
Un título bastante absurdo al no
tener nada que ver con la trama de la película, pues estamos ante un thriller
en el que un teniente de policía -Ricardo Montalbán- investiga el asesinato de
una joven prostituta con la ayuda de un profesor de Harvard -Bruce Bennett- que
emplea métodos revolucionarios para la época, como el estudio del ADN. Dirige
John Sturges, otro director de westerns de los '50 que se fogueó en el cine
negro en la década anterior, como Delmer Daves, Anthony Mann, etc. Tristemente,
esta fue la última película en la que se le pudo ver andar bien a Ricardo Montalbán,
quien en su siguiente film -Más allá del Missouri- sufrió un accidente al caerse de un caballo
que le produjo serios problemas de movilidad, como una cojera irreversible.
Una película de espías ambientada
en los días previos a Pearl Harbor que transcurre casi toda en un barco, con
parte del equipo recién salido de El halcón maltés -Humphrey Bogart,
John Huston, Mary Astor, Sydney Greenstreet-, y en la que los japoneses planean
hacerse nada menos que con el control del Canal de Panamá. La historia empieza
bien pero se va deshinchando poco a poco, quizá porque la iban escribiendo
sobre la marcha. De hecho, ni el propio John Huston parecía muy interesado en
ella: cuando ya había dirigido casi toda la película, fue llamado a filas y
dejó su puesto a Vincent Sherman, que se encontró con el marrón de resolver un cliffhanger
en una escena de Bogart acorralado en un cine por unos matones. Sherman le
preguntó a Huston que cómo salía Bogie vivo de allí y este le contestó que le
daba igual, que se inventara algo que él se iba a las Aleutianas a la guerra…
Los personajes japoneses de este film -como era habitual en las películas de
propaganda durante la Segunda Guerra Mundial- están encarnados por actores chinos,
ya que los norteamericanos de ascendencia nipona estaban todos en ese momento
recluidos en campos de concentración en suelo estadounidense. Un oscuro
episodio de xenofobia y racismo de la que hablaba Bienvenido al paraíso
(1991) de Alan Parker.
Notable y poco conocida película
bélica de Howard Hawks, como siempre centrada en uno de esos grupos de
profesionales que pueblan su filmografía. En este caso, en la tripulación de un
bombardero del ejército de aviación USA, que debe realizar varias misiones
peligrosas por el Pacífico poco después del ataque japonés a Pearl Harbor. En
su reparto no hay un protagonista que destaque, siendo el colectivo el que
importa. Así, junto a actores habituales de Hawks como Harry Carey, George
Tobias o Stanley Ridges, aparecen jóvenes promesas como John Garfield, Arthur
Kennedy o Gig Young que había que usar porque estaban en la nómina de la
Warner. Una película ganadora del Oscar al mejor montaje de 1943 y que influyó
bastante en They Were Expendable, de John Ford. Y de aquí sacó Quentin Tarantino
el nombre de Winocki para la historia del reloj de Pulp Fiction: es el
personaje de Garfield.
Tras el buen sabor de boca que me
dejó Air Force, decidí hacer un mini-ciclo de películas de la 2ª guerra
mundial, algunas relacionadas con la incursión Doolittle del 18 de abril de
1942, cuando un grupo de aviones norteamericanos realizó una peligrosa misión en
Japón para bombardear enclaves estratégicos del mismo Tokio. Un hito que sirvió
para levantar la moral USA tras la afrenta de Pearl Harbor así como para provocar
las primeras dudas en el ejército nipón, que tras esta sorpresiva incursión del
enemigo hasta su cocina ya no vio tan clara la victoria. La hazaña, dirigida
por el Teniente Coronel James H. Doolittle, fue la base de varias películas, como
Treinta segundos sobre Tokio, Destino Tokio o The Purple Heart.
Superproducción de la Metro que
narra pormenorizadamente los preparativos, la ejecución y el destino que
sufrieron los participantes de la incursión Doolittle, interpretado aquí por un
Spencer Tracy que aparece destacado en el cartel pero que en realidad sale muy poco;
el protagonista es Van Johnson, secundado por Robert Walker y Robert Mitchum,
en su primer papel en una película A. Con guión de Dalton Trumbo, el film fue rodado
en Florida durante tres meses, y contó con el asesoramiento del propio James H.
Doolittle y 50 bombarderos B-29 de verdad; en la Metro lo hacían todo a lo
grande. De hecho, el director Melvin
LeRoy tenía a los pilotos dando vueltas en círculo mientras esperaba que se
formaran bancos de nubes en el cielo lo suficientemente fotogénicos para
empezar a rodar. La película se centra en la tripulación de uno de aquellos 18
aviones que participaron en el ataque: vemos las semanas previas de
preparación, su salida hacia Tokio desde el portaaviones USS Hornet, el
bombardeo de menos de un minuto, y cómo se les acabó el combustible y tuvieron
que aterrizar de emergencia en China y esquivar a los japoneses para poder
volver sanos y salvos a casa.
La vi con el doblaje original de
1946 que esconde varias sorpresas, como que Fernando Fernán Gómez ¿? doble a
Robert Mitchum, o que digan todo el rato Tokío en vez de Tokio. La película
ganó el Oscar a los mejores efectos especiales por la secuencia del bombardeo,
rodado con maquetas y planos aéreos aprovechando un incendio real que se
produjo en Oakland y rodado por cámaras de la MGM. En el otro lado, lo peor son
las escenas sensibleras de Van Johnson con su mujer -Phillys Tatcher, la Martha
Kent de Superman (1978) en su primer papel en el cine-. Algunas
enseñanzas que se desprenden de este film y de los otros que he visto de la 2ª
Guerra Mundial es que los aviadores iban de guays, eran la élite del ejército y
no caían muy bien a la infantería ni a la marina. Por otro lado, se hace raro
ver a los chinos como grandes amigos de los aviadores USA, ya que les cuidan de
maravilla y les protegen de los japoneses cuando aterrizan en sus costas
malheridos.
Considerada la mejor de las
películas de propaganda antijaponesas, The Purple Heart es otra mirada a
ese raid de Tokio del 18 de abril de 1942, esta vez centrada en el
post-bombardeo. El film narra las peripecias de los ocho tripulantes de uno de
aquellos aviones que, tras participar en la misión se estrellan en China, donde
son capturados por los japoneses. Ya en suelo nipón, son torturados de uno en
uno para sonsacarles si partieron de un portaaviones y, de ser así, dónde se
encuentra este, a la vez que se enfrentan a un juicio sumarísimo con pocas
garantías procesales. Al ser acusados falsamente de bombardear escuelas y
hospitales, quedan excluidos de la categoría de prisioneros de guerra; si bien
daba igual, porque Japón no había firmado la Convención de Ginebra. La película
no se estrenó en España y se deja ver, aunque a veces cae en la caricatura de
mostrar a los japoneses como demasiado inhumanos y perversos; unos fanáticos
que de repente se ponen a brincar cómicamente con sus katanas al conocer la
noticia de la toma de las Filipinas.
El film supone una eficaz
denuncia a las torturas sufridas por los prisioneros norteamericanos en Japón, donde
destaca el contundente alegato final de Dana Andrews amenazando al país del sol
naciente con la furibunda respuesta de USA para vengar sus muertes; algo
parecido a la carta que escribe a su esposa su personaje en The Oxbow
Incident, y que lee un emocionado Henry Fonda, en otra historia de denuncia
social producida por Darryl F. Zanuck. Añadir que el Corazón Púrpura es la
condecoración más antigua otorgada a soldados que han sido heridos o han muerto
sirviendo a los Estados Unidos, si bien Kennedy extendió su validez también a
civiles a partir de 1962.
Película de submarinos de la
Warner protagonizada por Cary Grant, cedido por la Columbia, en un papel
rechazado por Gary Cooper -yo creo que sí debió hacerlo, le pegaba bastante-.
La película, dirigida por el fiable Delmer Daves, actuaría como una precuela de
las dos anteriores, ya que cuenta la historia de cómo un submarino se infiltró
en la costa de Japón semanas antes del bombardeo de Tokio para fijar y marcar
sobre el terreno los objetivos que había que atacar, como fábricas de
suministros y hangares. Me impactó la escena en la que a un marino del
submarino le operan de apendicitis aguda apenas con un cuchillo de cocina
afilado y éter, un hecho que por lo visto sucedió en la realidad. Menos mal que
cuando me operaron a mí de lo mismo no estaba en un submarino, ni entonces las
urgencias estaban tan colapsadas por el puto covid-19.
La Fox también quería contribuir
al esfuerzo bélico durante la Segunda Guerra Mundial y lo hizo, además de con The
Purple Heart, con films propagandísticos como este sobre los marines USA.
Su historia nos muestra a un grupo de soldados durante la sangrienta campaña en
la isla de Guadalcanal, conquistada por el cuerpo de marines tras una larga lucha
-del 7 de agosto de 1942 al 9 de febrero de 1943-, y que supondría un decisivo
impulso para Estados Unidos en el frente del Pacífico contra las aspiraciones
japonesas. Un escenario en las Islas Salomón que también servía de marco para La delgada línea
roja (1998) o varios episodios de la serie de HBO The Pacific. Como
en estas, aquí también estamos ante otra trama coral con personajes
estereotipados, como el chistoso de Brooklyn, el latino, el joven inexperto, el
religioso, o el que sabes que palma fijo porque ha enseñado una foto de su
familia. De entre todos ellos, destaca el carisma de Anthony Quinn como Jesús
-el latino valiente-, que realiza varias heroicidades que provocan su
lucimiento, un papel que debió suponer un buen espaldarazo en su carrera.
Ya que me dio por películas de la
2GM, por qué no ver la mejor y más realista según Eisenhower: También somos
seres humanos, de William A. Wellman, o la invasión de Italia vista a
través del corresponsal de prensa Ernie Pyle -Burgess Meredith, el Mickey de Rocky-.
Pyle convivió durante meses con soldados de infantería de una misma compañía, y
los reportajes y columnas que escribió sobre sus experiencias con ellos le acabaron valiendo
el Premio Pulitzer.
El director, Bill Wellman, había
sido piloto de la Escuadrilla Lafayette en la Primera Guerra Mundial, y por ese
elitismo propio de las fuerzas aéreas no quería hacer la película, porque esta se
centraba en la infantería, la plebe del ejército. Pero tras entrevistarse con el
propio Ernie Pyle en su casa y leer sus reportajes de guerra, estos le
emocionaron profundamente y cambió de opinión. El resultado fue una película
antibelicista que le quitaba todo el glamour al combate, al mostrar realmente
como era el día a día de los soldados: un ambiente sombrío con personas cansadas
y deprimidas, donde el frío, la lluvia, la suciedad o la muerte eran lo
habitual. Un realismo tanto físico como psicológico que Wellman logró al ordenar
que los actores hicieran instrucción antes de comenzar el film, o luego en el
rodaje, al exigirles cargar con mochilas de 8 kilos y comer el rancho de la
tropa. Muchos extras eran soldados de verdad, y tras participar en este film
fueron enviados al frente del Pacífico, de donde la mayoría no regresaron. Como
el propio Ernie Pyle, que falleció en la batalla de Okinawa en abril de 1945 y
no llegó a ver nunca la película terminada. Una cinta donde no hay patriotismo
ni fariseísmo, y donde se muestra la guerra desde un punto de vista muy humano.
Desde luego, los jóvenes no saldrían corriendo a alistarse después de ver esta
película. El film supuso la única nominación al Oscar en la carrera de Robert
Mitchum -como actor secundario-, y, lógicamente, un gran impulso en su
trayectoria.
Película extraña que empieza con
James Stewart de protagonista y acaba con él de secundario y Spencer Tracy como
chico -más bien señor, que tenía 50 años- de la película. Durante la Segunda
Guerra Mundial, un periodista -Stewart- recibe el encargo del gobierno USA de
ir a Malasia y conseguir extraer allí de contrabando grandes cantidades de
caucho, a pesar de que los japoneses han ocupado ya la zona. Para ayudarle en
esta peligrosa misión, contará con la colaboración de un viejo amigo preso en
Alcatraz -Tracy-, liberado porque tiene los contactos necesarios en el país
asiático. Esta fue la única vez que coincidieron en pantalla dos leyendas como James
Stewart y Spencer Tracy, y por ello la cinta ya tiene interés, más allá de su
trillada historia. Si bien Fred Zinnemann no debió de verla -como pasaba con Colt
45-, ya que entonces tampoco le hubiera dado a Ian MacDonald el papel del
temible Frank Miller en Solo ante el peligro, tras ver cómo aquí le da
una paliza Spencer Tracy con su consentimiento, para engañar a los japos, pues
interpreta a un portugués que le vende el caucho pero quiere hacerles creer a
los nipones que se lo habían robado. Frank Miller no habría permitido esa
afrenta.
Para contrastar la visión de
tantas cintas contemporáneas a la 2GM, decidí ver la última versión de Midway de 2019,
en la que un director tan destrozón como Ronald Emmerich no deja pasar la
oportunidad de decir la suya sobre la Segunda Guerra Mundial, y rodar no sólo
la batalla de Midway sino también un prólogo ambientado en Pearl Harbor, y
disfrutar como un enano entre explosiones, acorazados reventados y cazas japos
disparando a diestro y siniestro, con unos F/X a los que parece que se les haya
aplicado una capa de lightroom para hacerlos más brillantes. La pega es que
sale el chulesco de Ed Skrein, un tipo con la rara habilidad de caerme fatal;
no sé cómo explicarlo, desprende vibraciones negativas, debe ser tan mala gente
como parece. Pero bueno, al ser una película coral, para eso está el botón de Amazon
Prime Video de adelantar 10 segundos la acción cada vez que asomaba la jeta.
Ojalá lo hubiera tenido en 1999 cuando vi La amenaza fantasma para
emplearlo contra Jar Jar Binks, snif. Lo mejor de la película es la breve
aparición de John Ford cuando atacan los cazas japoneses y vemos al mítico
director -encarnado por un actor bastante bien caracterizado- siendo herido
mientras rueda unos planos con los aviones acercándosele a porta gayola, tomas que
luego incluiría en su oscarizado documental de 18 minutos La batalla de
Midway, disponible en YouTube.
Buddy Cop ochentera protagonizada
por un policía humano -James Caan- y otro extraterrestre -Mandy Patinkin-, la
única combinación que parecía quedar en el subgénero, pues ya habíamos tenido poli blanco y negro -Límite: 48 horas; Arma letal-, americano y
ruso -Danko: calor rojo-, o humano y perro -Superagente K-9, Socios
y sabuesos-. Pero no, luego la cosa desbarraría todavía más y así hubo
poli y gnomo -Gnomo Cop-, poli con madre -Alto, o mi madre dispara-,
o poli y dinosaurio -Dino Rex-. De esta Alien Nación, cargada de
tópicos argumentales a pesar de su original pareja, destaca al menos que el
policía alienígena se comporte de forma más humana que el terrícola, o la
curiosa caracterización de los aliens, desde sus peculiaridades -más fuertes físicamente, beben leche
agria, son esclavos huidos a los que se les asigna un empleo o se disuelven al
meterse en el mar- hasta el maquillaje, que hace totalmente irreconocibles a
Patinkin, Terence Stamp o a Kevin Major Howard, el rompetechos de La
chaqueta metálica. La película -a pesar de dar pie a una serie de televisión- no
tuvo mucho éxito, quizá porque retrasó su estreno debido al inesperado taquillazo de La jungla de cristal, trastocando los planes de
la Fox, productora de las dos y que pensaba que Alien Nación era la
buena…
Para conmemorar el 40º
aniversario del fallecimiento de Alfred Hitchcock -29 de abril de 1980- y
aprovechando estos tiempos de confinamiento, pensé en ver La ventana
indiscreta, pero al final la dejé para verano, que es cuando la veo siempre;
así que lo arreglé con dos documentales que hay en Amazon Prime Video. El
primero es Hitchcock / Truffaut, que se supone que se centra en la
conversación que dio lugar al famoso libro de cabecera de cientos de cinéfilos.
Pero como no hay imágenes en movimiento de aquel encuentro -aunque sí muchas fotografías
y la grabación completa en audio- acaban teniendo mucho más peso en el metraje imágenes
de archivo que trazan las biografía de Hitchcock y Truffaut, así como las
intervenciones de directores como Scorsese, David Fincher, Oliver Assayas, Wes
Anderson o Peter Bogdanovich, dando su opinión sobre el cine del maestro del
suspense y su influencia en nuestros días. No sea que alguien se fuera a
aburrir escuchando algún tramo de los audios de la entrevista, a los que se
recurre muy poco y que, por otro lado, es lo que prometía este documental; lo
que le hace susceptible de ser denunciado por publicidad engañosa.
Más interesante resulta 78 /
52: La escena que cambió el cine, centrado en la mítica escena de la ducha
de Psicosis (1960), “la primera película de la historia del cine en
la que no era seguro estar en la sala de cine”. Un momento de violencia nunca
visto hasta entonces en una cinta mainstream y que convirtió el asesinato en una
parte aceptable y legítima del entretenimiento, abriendo la puerta al género slasher
y a películas como La noche de Halloween, La matanza de Texas o
Viernes 13.
El título del documental hace
referencia a que la icónica escena se compone de 78 planos y 52 cortes de
edición, pero en la que ni Anthony Perkins ni apenas Janeth Leigh intervinieron:
Perkins estaba actuando en el teatro en Nueva York y le sustituyó una actriz, y
Janeth Leigh sí rodó varios primeros planos y medios, pero el grueso del rodaje
-que duró toda una semana- se lo chupó una doble de cuerpo desnuda, llamada Marli Renfro. La escena es analizada
pormenorizadamente en cuestiones de escalaridad de planos, montaje, música o
situación en el guión del film, en una visión bastante completa y que deja
satisfecho al cinéfilo, no como el documental anterior. También hay
aportaciones de archivo de Janeth Leigh y comentarios de Jamie Lee Curtis, el
hijo de Perkins, Marli Renfro, Walter Murch, Danny Elfman, Eli Roth, Brett
Easton Ellis, Karyn Kusama, Peter Bogdanovich, Guillermo del Toro y Elijah
Wood, que va de experto en Hitchcock y sale con dos colegas riéndose a cada
cosa que dicen, con pinta de ir algo fumados.
Esta cinta bélica de Sam Fuller
ambientada en la Guerra de Corea pasó a la historia del cine por ser la primera
película en la que participó James Dean, si bien en un pequeño papel no
acreditado. De hecho sólo se le intuye un poco al principio y no vuelve a salir
hasta el final, donde tiene un par de frases y se le reconoce en un travelling
en plano medio, en el que avanza agachado y se sienta al lado de otros dos
soldados, como vemos en este link. Sus profesores de Método en el Actor`s Studio probablemente le aconsejaron que lo
interpretara con numerosos tics faciales, como un soldado en una situación de
estrés. Pues no sé, da la impresión de que el actor que hace de teniente actúa
de forma mucho más natural; si fuera por su actuación aquí, nadie habría
dado un duro por Dean como leyenda del cine. La película no tenía grandes
estrellas ni mucho presupuesto, y aunque está basada en una novela, bien podría
haber sido una obra de teatro, pues transcurre todo el rato en los mismos
escenarios: el interior de cueva y los alrededores de una colina donde se
refugian un pelotón de soldados norteamericanos, que han de contener a unas
tropas norcoreanas que los vigilan desde lo lejos para acribillarlos uno
a uno. La historia también supone una interesante reflexión sobre el liderazgo,
con el personaje de Richard Basehart acojonado porque no mueran los tres oficiales
que tiene por delante en el escalafón, para que no le toque a él dar las
órdenes, e incluye un par de frases interesantes a tal efecto: “A nadie le
gusta tener responsabilidades, pero siempre te las acabas encontrando”; y
“se necesitan agallas para liderar”. El film fue rodado en el Griffith Park
de Los Angeles en pleno verano y quién lo diría, pues la acción transcurre en un
monte coreano en un invierno gélido, y la sensación de frío está muy bien
transmitida, con los actores exhalando vaho al hablar y la nieve tan real.
Segunda película como director de
Leigh Whannell, guionista de la saga Saw tras Insidious 3. En un
futuro cercano, un chip de inteligencia artificial implantado dentro del organismo
de un joven parapléjico toma el control de su cuerpo y le devuelve la movilidad, a la vez que le ayuda a
encontrar a los responsables de la muerte de su mujer… Una entretenida película de ciencia-ficción rodada en Australia que debe ser la preferida de Skynet o HAL 9000, e
interpretada por Logan Marshall-Green, el Tom Hardy de Hacendado quien precisamente hizo Venom, de trama similar. Lo puto mejor es cuando el
chip -que se llama STEM y habla con Logan para darle buenos consejos- se hace con el
mando de las funciones psicomotoras del protagonista y arrea unas palizas a sus
enemigos que ríete tú de John Wick.
Enésimo film de Adam Sandler para
Netflix, aunque esta vez en un drama producido por Scorsese y dirigido por los
prometedores hermanos Safdie. Se rumoreaba que esta película podría darle su
primera nominación al Oscar a Sandler, ya que aquí abandonaba su tipo habitual de
personajes para interpretar a Howard Ratner, un joyero judío ludópata, con
déficit de atención y bastante irresponsable. Pues… nada más lejos de la
realidad, porque, aunque hay que reconocer que la película es bastante sólida y
mantiene el interés durante todo su metraje, el problema viene precisamente por
el personaje al que encarna Sandler: alguien muy estresante y desesperante, nivel Milhouse del episodio de la isla
desierta de Los Simpson. Y es que siempre aparece moviéndose de acá para allá, hablando
por teléfono, apostando compulsivamente o trapicheando con unos y con otros, ya
sean prestamistas, gente de baja estofa, apostadores, matones, etc. Un tipo de poco
fiar al que se le adivina un poso de tristeza al saberse un don nadie, un pequeño
timador metepatas que sabe que la acabará liando.
En la trama tiene un papel
destacado -y no lo hace mal- el exjugador de la NBA Kevin Garnett, obsesionado
por un ópalo incrustado en una piedra que Howard ha traído de contrabando desde
Etiopía, y que se supone que le hace jugar mejor. Así mismo, hay cameos interpretándose
a sí mismos del cantante The Weeknd y de John Stamos, el de El hijo de la
jungla, El príncipe de Zamunda o Encerrado. Y también destaca la
instagramer Julia Fox, como la voluptuosa amante de Ratner.
En fin, una película no
recomendable para gente tranquila -A Manoel de Oliveira, Tarkovsky o Dreyer les
habría dado un infarto en algunas escenas del trajín que hay- ni para ludópatas
que se estén quitando de las apuestas, porque, esa es otra, la película parece
patrocinada por William Hill, Sportium o Bet365, ya que su mensaje final es
algo así como: da igual que seáis unos mantas, chavales, ¡apostad, apostad a lo
loco y a lo mejor os ganáis una pasta!
Estrenada directamente en Netflix,
supone la ópera prima de Sam Hargrave, coordinador
de especialistas en las películas Marvel. No por casualidad, el propio Chris
Hemsworth -productor junto a los inevitables hermanos Russo- interpreta aquí a
un mercenario llamado Tyler Rake, que es contratado para liberar al hijo adolescente
de un señor de la droga indio, secuestrado por otro capo rival. La cinta está
basada en un cómic de los Russo brothers llamado Ciudad, y se rodó en la
India, si bien transcurre en Bangladesh.
Tyler Rake o Extraction
-que de las dos formas la he visto titulada- es entretenida pero se ve obviamente
saturada por las apabullantes dosis de acción y violencia que rebosan su trama,
si bien se le intenta dar algo de profundidad dramática a la historia al mostrar las
emociones de Tyler recordando hechos tristes de su pasado -la muerte de su hijo
y tal y cual- para demostrarnos que es humano y no lo que parece todo el rato: una máquina de matar
rollo Terminator. De hecho, el chaval al que protege es como el John Connor de
Bollywood, de tantas veces que está en riesgo y le salva su preciada vida. Pero
esa profundidad, aparte de que Hemsworth crea que se luzca al llorar un poquito,
lo cierto es que resulta muy aislada, y la película se acaba pareciendo más
bien a una partida de Fortnite, con Rake incluso reventando a un malo random
con un rastrillo. Un guiño, porque eso es lo que significa rake en inglés.
Lo más destacado del film es sin
duda su gran baza: ese publicitado plano secuencia de 11 minutos y 30 segundos
que incluye una persecución en coche, tiroteos, peleas a cuchillo, cuerpo a
cuerpo y hasta una llamativa explosión final. En un mundo post 1917 esto
no parecería ya tan reseñable, pero lo cierto es que la escena -más allá de que
a veces se note la coreografía de movimientos en las luchas- resulta técnicamente
formidable, con algunos momentos espectaculares como cuando la cámara está
fuera y se mete por dos veces dentro del coche -¿¿Cómo entra, por la ventanilla??-
y graba desde el asiento trasero un rato; o al seguir a los protagonistas
mientras saltan de una azotea a otra y se caen por un balcón a la calle, como
si filmara a unos tíos haciendo parkour. Una secuencia que llevó cinco meses de
preparación y que, aunque se noten los cortes y en ocasiones la cámara anticipa
por dónde se van a mover los personajes, lo cierto es que logra su objetivo de
dar la sensación de transcurrir en tiempo real; y, lo que es más importante,
que la acción queda limpia y clara, con el espectador sabiendo en todo momento
lo que está sucediendo en pantalla. Mucho mejor esto para mi gusto que el
montaje frenético estilo Paul Greengrass de la saga Bourne, con cámaras con
parkinson y planos de medio segundo de duración, que no te enterabas de nada y
que menos mal que ya se ha pasado de moda. Ah, se ha hablado de la posibilidad
de una secuela, de ahí su ambiguo plano final...
Policíaco de serie B de sólo
73 minutos dirigido por el artesano André De Toth, con varios actores que
Kubrick reclutaría luego para Atraco perfecto: Sterling Hayden, Ted De
Corsia o Timothy Carey, además de un joven Charles Bronson, cuando aún se
apellidaba Buchinsky y no era muy conocido. Hasta el punto de que al final no
queda muy claro qué sucede con su personaje, como si ni al guionista le importase;
algo parecido a lo del astronauta negro de Interstellar. La película cuenta
la historia de tres fugados de San Quintín que, tras cometer varios atracos,
burlan el cerco policial y se refugian en casa de un antiguo compañero de
prisión, que los acoge contra su voluntad pues trataba de empezar una nueva
vida junto a su mujer. La película la iban a protagonizar Humphrey Bogart y Ava
Gardner, pero De Toth se empeñó en contar con su amigo Sterling Hayden, para así
evitar injerencias del estudio y hacerla como él quería, aunque tuviera menos
tiempo; pues en 13 días la hizo. De la trama llama la atención la poca
confianza que tienen en la policía los ex -presidiarios que quieren regenerarse,
que desisten de acudir a la ley para reportar un delito aunque sean inocentes, pues
dan por hecho que no serán creídos… Vaya, a Hitchcock debió de gustarle este
detalle si la vio. Curiosamente, para mantener de mal humor a Sterling Hayden
-que interpreta a un inspector de policía permanentemente enfadado-, De Toth se
inventó que éste estaba dejando de fumar y se ponía cerillas en la boca para
sofocar el mono; en realidad el actor fumaba un paquete de cigarros al día, y De
Toth se lo prohibió durante el rodaje. La mala leche y la dureza de este
personaje serían la base para el brutal policía que encarna Russell Crowe en L.A.
Confidential.
Criticoll