Algunas películas que vi en Marzo de 2025
Tootsie (1982)
La historia de un actor
desesperado -Dustin Hoffman- que se disfraza de mujer para conseguir trabajo en
una telenovela, no pasaría hoy el más mínimo filtro de sensibilidad social. En
plena era de la representación y el respeto por las identidades, Tootsie
probablemente sería despedazada en redes sociales por su tratamiento
superficial del género, sus clichés de manual y una visión que hoy se sentiría
más reaccionaria que rompedora.
Uno de los elementos más
discutibles es, curiosamente, el que la Academia decidió premiar: Jessica Lange
como actriz secundaria. Su personaje es dulce, sí, pero ni especialmente
complejo ni especialmente memorable. Da la sensación de que su Oscar fue más
una compensación que un reconocimiento real a su trabajo: ese año también
estaba nominada como actriz principal por Frances, pero con Meryl Streep
arrasando por La decisión de Sophie, había que consolarla de alguna
forma. Lo curioso es que otras actrices como Sigourney Weaver o Scarlett
Johansson también compitieron por partida doble en años distintos… y no
recibieron ni la palmadita en la espalda.
Tootsie sigue siendo una
comedia bien realizada, con momentos acertados y un reparto sólido. Pero vista
con ojos actuales, no tiene el impacto que una vez tuvo. Más que romper moldes,
hoy parece atrapada en ellos. Aun así, sigue siendo un documento interesante sobre
los límites del humor, el disfraz como narrativa y cómo cambian los tiempos, incluso
en Hollywood.
Meteoro (1979)
Aquí tenemos a Sean Connery, en
un momento de bajón profesional, al frente del reparto, liderando una misión
para desviar el inminente impacto espacial. Henry Fonda aparece, como tantas
veces en esa época, en un papel de autoridad moral —esta vez como presidente de
los Estados Unidos—, en un rol tan simbólico como fugaz. Y por supuesto, como
buen producto de su tiempo, no podía faltar el mensaje de cooperación
internacional, con Estados Unidos y la Unión Soviética uniendo fuerzas y
misiles para salvar el planeta. Hoy, esa coalición incluiría también a China,
India, Corea del Norte e Irán, todos tirando sus respectivas cabezas nucleares
por el bien común... ¿quién dijo que la política internacional no tenía sentido
del humor?
Uno de los detalles más
llamativos es la elección de Natalie Wood y Brian Keith para los papeles rusos,
algo que resulta más creíble sabiendo que ambos hablaban ruso en la vida real.
Hoy en día, eso se resolvería en postproducción con una IA clonadora de voces
—al estilo The Brutalist— y unos subtítulos automáticos. ¿Natalie Wood?
Reemplazada por Selena Gomez. ¿Brian Keith? Quizá Benjamin Bratt. Así estamos.
Visualmente, Meteoro ha
envejecido regular, tirando a mal. Los efectos especiales —esos asteroides que
parecen poliespán pintado— y las maquetas que chirrían hoy, no ayudan a tomarse
en serio la amenaza global. Aun así, como cápsula del tiempo y ejercicio de
nostalgia catastrófica, tiene su encanto. Aunque más como rareza que como
referente.
Una película fallida, sí, pero
también un simpático ensayo de lo que podría (o no) pasar en 2027, 2032… o
cuando el apocalipsis decida llamar a la puerta. Por si acaso, que alguien
tenga los misiles listos.
Hoosiers (1986)
La historia del entrenador Norman
Dale -Gene Hackman- y su llegada a un pequeño instituto de Indiana para
levantar un equipo desmotivado y convertirlo en campeón estatal está narrada
con una sensibilidad poco común. Hackman, a pesar de no tener mucha fe en el
proyecto —según cuenta la leyenda, en una escena del banquillo le dijo a Dennis
Hopper: “Espero que hayas invertido bien, porque después de esto ni tú ni yo
volveremos a trabajar”—, entrega una de sus interpretaciones más contenidas y
humanas. Su escepticismo, afortunadamente, no se contagió a la película.
Mi primer encuentro con Hoosiers
fue casi por casualidad, en la era dorada del videoclub. La descubrí en un
trailer previo a Superdetective en Hollywood II, y la alquilé sin saber nada
de ella. Fue una sorpresa grata: una película intensa, con una excelente
progresión dramática que sabe construir el clímax sin golpes bajos ni
efectismos gratuitos.
La música de Jerry Goldsmith
merece mención aparte. Su partitura, nominada al Oscar, es un acompañamiento
perfecto a la emoción creciente del relato. Y ya que estamos con la Academia:
si alguien debía arrebatarle la estatuilla a la música de La misión, esa
era Hoosiers, no Alrededor de la medianoche, una decisión que aún
hoy cuesta digerir.
Hoosiers es cine deportivo
en su máxima expresión, pero también es una lección sobre segundas
oportunidades, perseverancia y comunidad. Un clásico que, más allá del balón,
sigue inspirando.
Hostiles (2017)
Hostiles es un western
crepuscular, duro y cargado de silencios. Christian Bale interpreta con su
habitual intensidad contenida al capitán Joseph Blocker, un militar curtido que
debe escoltar a un jefe cheyenne moribundo y a su familia de regreso a tierras
sagradas. En el camino, se cruza con el personaje de Rosamund Pike, una mujer
que acaba de perderlo todo a manos de una brutal incursión indígena. El odio es
mutuo, y palpable.
El rodaje debió de ser un
hervidero emocional: Bale y Pike, conocidos por su intensidad (y fama de
exigentes), liderando un reparto en el que también aparecen Ben Foster, Jesse
Plemons y un jovencísimo Timothée Chalamet en papeles secundarios pero efectivos.
Una alineación que da gusto ver, aunque a veces se perciba cierta contención
narrativa que deja a algunos personajes a medio camino.
La película no es amable con el
espectador. Es dura, seca, incluso desoladora en momentos. Pero también sabe
manejar la belleza: los paisajes del Oeste americano filmados con una
sensibilidad pictórica, la violencia mostrada sin épica, la redención como un
acto de resistencia más que de fe.
Hostiles no es un western
clásico, ni tampoco uno completamente revisionista. Se mueve en esa tierra
incómoda de lo ambiguo, donde no hay héroes limpios ni villanos absolutos. Y
eso es, precisamente, lo que la hace valer la pena.
En mitad de la noche (1959)
Basada en una obra teatral del
propio Chayefsky, la película no oculta su origen escénico: diálogos densos,
espacios reducidos, y una fuerte carga emocional en cada gesto. Pero lo
interesante aquí no es solo la diferencia de edad -que hoy en día seguiría
levantando cejas-, sino cómo se abordan los juicios sociales, la soledad, el
luto y la necesidad de reconexión en la vida adulta.
Durante buena parte del metraje, En
mitad de la noche se atreve a desafiar convenciones y miradas moralistas,
planteando preguntas incómodas con una honestidad admirable. Sin embargo, el
final feliz que el guion se saca de la manga parece más una concesión al
público o al estudio que una conclusión orgánica del conflicto. Esa resolución
edulcorada va en contra de todo lo que la película ha construido hasta
entonces, y desluce lo que podría haber sido un retrato mucho más honesto y
descarnado.
Aun con su cierre forzado, la
cinta sigue siendo un interesante retrato de las relaciones marcadas por la
diferencia generacional y el juicio ajeno, sostenida por dos actores en muy
buen estado de forma y una escritura que, al menos durante buena parte del
trayecto, brilla con lucidez.
El cazador de recompensas
(2023)
Encabeza el reparto Christoph
Walz -en un look parecido al de Django desencadenado- como el cazador de
recompensas del título, mientras el malo de turno es Benjamin Bratt con una
interpretación que pretende ser carismática, pero termina empañada por un
detalle imposible de ignorar: su español en versión original es tan forzado
como desconcertante. Le pasa lo mismo que a Selena Gómez en Emilia Pérez,
otra que apelaba a sus raíces latinas
pero sin manejar con soltura el idioma. El resultado es una interpretación que
parece actuar en dos idiomas… y no acertar en ninguno.
Willem Dafoe, siempre magnético
incluso en los peores papeles, aparece también en el elenco. Su presencia suele
elevar cualquier proyecto, pero aquí no es suficiente para salvar la función.
Porque sí, hasta Dafoe tiene sus días malos, y este es claramente uno de ellos.
La película naufraga, además, por
exceso de ambición mal canalizada: demasiados personajes, demasiadas subtramas,
y poca claridad en el foco narrativo. Cuando por fin parece que va a arrancar,
se quitan de encima a varios personajes de golpe, como si la cinta se rindiera
ante su propia falta de dirección.
Visualmente, no ayuda nada su
estética barata. En algunos momentos, uno diría que está rodada en algún
decorado perdido de Almería o en una llanura genérica de Rumanía. Pero no: fue
filmada en Santa Fe. Aun así, su acabado recuerda a esas producciones televisivas
de bajo presupuesto que apenas consiguen diferenciarse unas de otras.
Imposible no acordarse de Rust,
el infame rodaje en el que Alec Baldwin terminó disparando accidentalmente a la
directora de fotografía Halyna Hutchins. El cazador de recompensas
comparte con aquella cierta estética de western televisivo barato y, viéndola,
uno no puede evitar pensar en lo absurda que fue esa tragedia si era para algo
de este estilo.
Y para colmo, esta película es
una de esas razones que hacen que uno piense seriamente en cancelar su
suscripción a Prime Video. Especialmente ahora que, como guinda, han empezado a
poner anuncios. Mal negocio para el espectador.
En definitiva, El cazador de
recompensas es un western sin alma, sin fuerza y sin dirección, que ni
siquiera logra sostenerse con sus nombres de cartel. Ni el legado de Walter
Hill, ni la presencia de Dafoe, ni la supuesta inspiración en Boetticher
consiguen darle vida. Una oportunidad perdida… otra más en el cementerio de los
westerns contemporáneos.
La gran jornada (1930)
La gran jornada es uno de
esos títulos que te hacen levantar una ceja incluso antes de ver la película.
¿"Jornada"? ¿En serio? Como si John Wayne fuera a recorrer de
Missouri a Oregón en un solo día. El título original, The Big Trail,
hace mucha más justicia a la historia: una épica odisea por el Oeste americano,
en la que una caravana de colonos atraviesa desiertos, ríos y montañas para
expandir la frontera hacia Oregón. Pero lo que realmente sorprende de esta
cinta no es su argumento, sino su audacia visual y técnica para la época.
Dirigida por Raoul Walsh y protagonizada por un jovencísimo John Wayne en su primer rol principal, esta fue una superproducción con todas las letras. Rodada en 1930, La gran jornada parece un artefacto fuera de su tiempo: un auténtico oppart1 cinematográfico. Visualmente es impresionante, como si alguien hubiera colado una película de Cinemascope en la era del cine mudo. Utiliza el formato Grandeur de 55 mm, que permitía una amplitud de campo y una calidad de imagen inusuales en ese momento. La profundidad de campo, las composiciones panorámicas, y el uso de exteriores naturales hacen que parezca más cercana a producciones modernas como Horizon o American Primeval que a sus contemporáneas.
Y, sin embargo, fue un fracaso.
En plena Gran Depresión, pocos
cines podían permitirse adaptar sus equipos para proyectar en 55 mm, y más aún
cuando sólo la Fox estaba experimentando con ese formato. Así que, pese al
ambicioso presupuesto de 4 millones de dólares, la película quedó relegada a un
rincón de la historia, injustamente olvidada por muchos, y recordada por otros
como una rareza técnica.
El proyecto fue tan descomunal
que se rodaron hasta seis versiones distintas: una en Grandeur, otra en 35 mm
estándar, y cuatro más en francés, español, alemán e italiano, todas con
diferentes elencos y directores. Como en el famoso Drácula de Bela
Lugosi, se aprovechaban los mismos decorados y se trabajaba por turnos. El
cómico sueco El Brendel, por ejemplo, salía también en la versión alemana. Un
despliegue logístico colosal que, por suerte, el doblaje acabaría simplificando
años después.
En cuanto a los aspectos
narrativos, la película tiene altibajos. El villano interpretado por Tyrone
Power Sr. parece salido de una ópera muda, sobreactuado y gesticulante, en lo
que fue su única película sonora antes de fallecer ese mismo año. John Wayne,
por su parte, muestra el carisma que lo haría leyenda, aunque su personaje es,
cuanto menos, contradictorio: acosador de mujeres en ciertas escenas, pero
también amigo de los indios.
Y luego está el vestuario. Ay, el
vestuario. Wayne pasa toda la película con el mismo mono blanco —incluso en un
flashback y un salto temporal de un año— como si no existiera la ropa de
repuesto en todo el Oeste. Ni los más duros pioneros del siglo XIX eran tan
cutres.
El sonido también deja que
desear, como en muchas producciones de transición entre el cine mudo y el
sonoro, pero todo queda eclipsado por la fuerza visual de la propuesta. Cada
plano es una postal, un testimonio de lo que podría haber sido el cine si la
tecnología y el contexto económico hubieran acompañado.
Raoul Walsh no sólo firmó una
superproducción adelantada a su tiempo, sino que también descubrió a la futura
estrella del western. Aunque se suele decir que fue John Ford quien lanzó a
Wayne al estrellato, lo cierto es que sólo le daba papeles menores. Fue Walsh
quien, viendo algo en Marion Morrison, le dio un nuevo nombre y una verdadera
oportunidad.
La gran jornada es una
película imperfecta, sí, pero también un hito olvidado, una joya sepultada por
las circunstancias. Merece ser vista con ojos curiosos y mente abierta, no sólo
como pieza arqueológica del cine, sino como un valiente intento de empujar los
límites del medio antes de que el mundo estuviera preparado.
1El
término "oopart" es un acrónimo en inglés que significa
"out-of-place artifact" (artefacto fuera de lugar). Se utiliza para
describir objetos arqueológicos o paleontológicos que se encuentran en lugares
o contextos donde, según la comprensión científica convencional, no deberían
existir. Estos objetos suelen presentar características que parecen indicar un
nivel de tecnología o conocimiento que no se atribuye a la época en la que
fueron encontrados.
Horizontes lejanos (1952)

La película es un relato moral
sobre la redención, la confianza y la traición. Especial mención merece el
personaje interpretado por Arthur Kennedy, un buscavidas encantador pero sin
escrúpulos, cuya relación con el protagonista añade tensión y profundidad al
conflicto. Kennedy encarna a la perfección ese tipo de villano ambiguo tan
propio de los westerns de Mann, donde los límites entre el bien y el mal no
siempre están del todo claros.
Entre los secundarios destaca un joven Rock Hudson en un papel menor y completamente prescindible. Su personaje tiene poca relevancia para la trama, y bien podría eliminarse sin afectar el desarrollo de la historia. Aun así, la Universal ya lo tenía en la mira como futura estrella y decidió colocarlo en esta producción de primera línea para ir familiarizando al público con su rostro. Tanto fue así que, pese a su rol secundario, Hudson apareció en los carteles promocionales como coprotagonista, algo que molestó al veterano Stewart. De hecho, la noche del estreno, los aplausos del público fueron más sonoros para Rock Hudson que para el mismísimo James Stewart. Dolido por lo que consideró una falta de respeto o una amenaza a su estatus, Jimmy decidió que no volvería a compartir nunca más pantalla con Hudson. Y cumplió su palabra.
Horizontes lejanos es, en
definitiva, un western sólido, con acción, paisajes espectaculares y personajes
cargados de conflictos internos. No es la mejor colaboración entre Stewart y
Mann —ese título probablemente le pertenece a Winchester '73 o El
hombre de Laramie—, pero sigue siendo una pieza clave en su filmografía
conjunta y un ejemplo del western de transición, más psicológico y moral que
puramente aventurero.
En algún lugar del tiempo
(1980)
A veces cuesta separar al actor
de su personaje icónico, y con Christopher Reeve eso es casi inevitable. Para
muchos, verlo en pantalla es ver a Superman, del mismo modo que a Mark Hamill
siempre le pesará el sable láser de Luke Skywalker. Pero En algún lugar del
tiempo merece el esfuerzo de mirar más allá de la capa y adentrarse en una
historia de amor que, con los años, se ha convertido en película de culto.
Más allá de la historia
principal, los cinéfilos con buen ojo podrán encontrar algunos cameos muy
tempranos: William H. Macy aparece brevemente en la escena inicial, y una
jovencísima Meg Ryan asoma en la de la biblioteca. Son pequeños detalles que
añaden valor a la experiencia para quienes disfrutan de buscar joyitas
escondidas.
Jane Seymour, por su parte,
brilla con una elegancia atemporal. Para muchos —entre los que me incluyo— fue
un amor platónico infantil, y aquí despliega todo su magnetismo. Según se dice,
la química entre Seymour y Reeve traspasó la pantalla y se convirtió en algo
real durante el rodaje, aunque el romance terminó abruptamente cuando la
entonces pareja de Reeve le anunció que estaba embarazada. Una historia de
película dentro de la película.
En algún lugar del tiempo
es, en definitiva, una obra que se toma su tiempo, que respira romanticismo
clásico y que, sin grandes efectos ni ambiciones comerciales, logra dejar
huella. No es solo una historia de amor imposible: es también una oda a la
nostalgia, al cine que emociona sin necesidad de ruidos ni explosiones.
Testigo silencioso (1978)
La historia, basada en la novela
danesa Tænk på et tal (llevada al cine por primera vez en 1969 con Bibi
Andersson), parte de una premisa tan simple como brillante: Elliot Gould
interpreta a un introvertido cajero de banco que descubre que van a atracar su
sucursal. En lugar de alertar a las autoridades, decide adelantarse y robar él
mismo el dinero antes de que llegue el ladrón. El problema viene cuando el
criminal, interpretado con escalofriante frialdad por Plummer, se da cuenta del
engaño y empieza a chantajearlo.
El resultado es un thriller con
tintes de comedia negra que juega con el gato y el ratón entre sus dos
protagonistas. La primera parte del filme se apoya en un tono ligero y casi
cómico, mientras que en la segunda mitad -tras un cambio de director- se impone
un enfoque mucho más oscuro y tenso. El motivo: Daryl Duke, el director
original, abandonó la producción por diferencias creativas, y fue reemplazado
por uno de los guionistas del proyecto, un entonces poco conocido Curtis
Hanson. Sí, el mismo que años después firmaría L.A. Confidential. Hanson
ya se había postulado para dirigir desde el inicio, y su visión más centrada en
el thriller terminó marcando el pulso del tramo final.
Rodada en el recién inaugurado
Toronto Mall Center (hoy Eaton Centre), la película no sólo tiene interés
cinematográfico, sino también valor documental: muestra uno de los centros
comerciales más icónicos de Norteamérica en su primer año de vida. Además, Testigo
silencioso ostenta el honor de ser la primera producción de Carolco
Pictures, la misma que más tarde produciría títulos como Terminator 2 o Rambo.
No está nada mal como carta de presentación.
La cinta fue un éxito en Canadá,
donde ganó seis Canadian Screen Awards, incluyendo el de Mejor Película. Y
aunque nunca llegó a ser un fenómeno de masas a nivel internacional, sí
conquistó a un espectador exigente: Alfred Hitchcock. El maestro del suspense
alabó la película por su tensión y por el carisma de su antihéroe, interpretado
por un Elliot Gould contenido pero muy eficaz.
Plummer, por su parte, brilla
como un villano inquietante, manipulador y violento, alejado de los papeles más
nobles que acostumbraba a interpretar. En el reparto también aparece Céline
Lomez, en el papel de Elaine, una actriz con gran presencia en pantalla que
pudo haber sido una de las “Ángeles de Charlie”, pero que -según IMDb- fue
descartada por la ABC por ser "demasiado sexy" para el horario
familiar. La elegida fue finalmente Tanya Roberts. Curiosidades de la
industria. Y para los más observadores, hay una aparición breve pero simpática
de un jovencísimo John Candy, otro torontoniano ilustre, que seguramente no
tuvo que alejarse mucho de casa para participar.
En resumen, Testigo silencioso
es un thriller inteligente, bien construido y con una tensión creciente que
logra mantenerse fresca con el paso del tiempo. Una de esas películas que, sin
hacer demasiado ruido, deja huella. Ideal para descubrir (o redescubrir) un
rincón diferente del cine de suspense de los 70.
CriticAIll