El plano inicial de La
gran estafa americana ya nos avisa de los derroteros por los que deambularemos
las próximas dos horas y cuarto: Irving Rosenfeld -Christian Bale- peinándose cuidadosamente
ante el espejo con cortinilla, postizos y mucha moral para esconder su calvicie. Y
es que el engaño, la simulación o el timo están en el ADN de este film de David
O. Russell, uno de los favoritos para alzarse con el Oscar el próximo
2 de Marzo.
La película narra en
clave de sátira la historia de dos timadores de baja estofa que se ven
obligados a colaborar con el FBI para empapelar a senadores demasiado amigos de
sobornos. Las alianzas, las traiciones o los dobles juegos entre personajes
serán los protagonistas de la trama, una especie de Entre pillos anda el juego con patillas, pantalones de campana y
canciones setenteras.
David O. Russell vuelve
a demostrar aquí todas las constantes de su cine, ya sean temáticas -desenfado,
personajes peculiares en dificultades- o de estilo -primeros planos, travellings,
ralentís musicales, improvisación-... algo que parece encandilar a la Academia de
Hollywood, que por tercera vez consecutiva ha vuelto a nominarle a todo tras The Fighter y El lado bueno de las cosas. Sin embargo, y al igual que sucede con
el eunuco dorado, puede que no sea oro todo lo que reluce, ya que si rascamos
un poco en la superficie de American
Hustle quizá descubramos que tantos honores le vengan un poco grandes a la
cinta. En efecto, el film resulta simpático y posee buenas interpretaciones, sobre
todo a cargo del triángulo formado por ese Christian Bale de peinado imposible,
esa Amy Adams alérgica a los sostenes y esa Jennifer Lawrence terror de
microondas y secundaria roba escenas; pero la cinta se ve lastrada a lo largo y
ancho de su metraje por un exceso de espontaneidad e improvisación actoral,
algo habitual en el trabajo de O. Russell con su reparto, pero que aquí lleva
demasiado lejos. Y es que el ritmo interno de las escenas, los diálogos... se
ven perjudicados por un abuso constante de pausas, acciones y reacciones innecesarias
de sus intérpretes, algo que se nota -aunque no tengamos el libreto delante o no
hayamos visto la trivia de imdb- por ejemplo en el ya famoso morreo que le
planta Jennifer Lawrence a Amy Adams en los servicios. Un hecho éste el de la
espontaneidad que le resta agilidad a la trama -compadezco a su trío de montadores
acreditados, no sabrían dónde cortar- y que no le habría gustado nada a Billy
Wilder, quien siempre condenó este libertinaje para con sus guiones hasta el
punto de que fue el motivo de su salto a la dirección. O. Russell en cambio no
parece muy sofocado por esto, estando más interesado en cuidar la estética años '70 o en
sus homenajes cinéfilos -como ese gratuito baile en la disco copiado de Saturday Night Fever- que en otra cosa. Es
el espectador, en última instancia, el que ve frustradas sus expectativas de
estar ante el prometido gran film hollywoodense del año, sintiéndose al final como
el personaje de Bradley Cooper con la historia del hielo y la pesca que nunca
le acaba de contar Thorsen -Louis C.K.-.
Criticoll
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