
Da pena que Sylvester Stallone, el
espíritu de la saga, interprete aquí por última vez a Rocky, porque no se trata de
una despedida a lo grande, ni mucho menos legendaria como proclama erróneamente su título; sino que Sly tiene un papel en esta mucho más secundario y con menos oportunidades
de lucimiento que en Creed, por lo
que al final no podrá vengarse del robo a mano armada del puto Mark Rylance en la edición
de 2015 de los Oscars, y ya no lo ganará nunca por interpretar al mítico boxeador. Podría intentar
comprarse uno honorífico, como Oprah Winfrey o Jackie Chan, pero no se lo darían;
está en su contra la envidia de muchos por haber sido una estrella taquillera y la sombra
de la asociación Rambo-Reagan de los ’80, demasiado alargada. Aunque se había previsto una trilogía, no parece
probable que la saga vaya a continuar sin él, ya que el personaje de
Adonis no tiene el carisma de Rocky como para
aguantar sin su apoyo la franquicia, por lo que el ciclo parece agotado.

Lo cierto es que la película tarda
en arrancar, y sólo lo hace de verdad cuando se deja de lado las concesiones gafapastiles
de las continuas escenas que no son de boxeo -esto es Rocky, señores- y se mete de lleno en el meollo de los montajes
musicales del entrenamiento paralelo entre los dos púgiles, para regocijo de los
espectadores más fieles de la saga, y de los que también lo somos pero no
hacíamos tiempo mirando al móvil y molestando a los demás con las putas
pantallas encendidas, capullos. Así, la acción se alterna entre, por una parte,
el desierto -con fotografía de tonalidad dorada- de un Michael B. Jordan sufriendo de sol a sol
pero en mejor forma física que muchos deportistas profesionales tendrán nunca; y en un gimnasio a cubierto -y fotografía
azulada- en el caso de Viktor Drago, aniquilando con rabia a sus sparrings quizá
al pensar en cuando era niño y su madre les abandonó a él y a su padre -hay un cameo
de Brigitte Nielsen y todo-. Por cierto
que, viendo a uno y a otro y por mucho que se esfuerce -o se cicle- Adonis,
es normal que las apuestas estén 25 a 1 a favor de Viktor, a pesar de ser el
aspirante… Tal es el poderío físico que despliega en el film el rumano Munteanu, una munteaña de 1’96 m y boxeador profesional en la vida real, que da
la impresión de poder empatar en un combate contra Hulk. Y hablando de
combates, estos de Creed II están
rodados de forma sólida y funcional, pero se echa en falta algo más de brillantez o
atrevimiento, como la osadía aquella de Ryan Coogler en Creed de rodar uno entero en un plano secuencia de varios minutos.
Para acabar quiero señalar lo que en
realidad echo yo de menos de las dos películas de Creed, y que parece increíble que no se le haya ocurrido en ningún momento
a Stallone: una aparición fantasmal del propio Apollo Creed -presencia continuamente
aludida en las dos películas- en una escena onírica como mentor, aleccionando a
Adonis o algo por el estilo, como ya hizo John G. Avildsen en Rocky V con Mickey -Burgess Meredith-. La
verdad es que Carl Weathers sigue vivo, y ya que el bueno de Sylvester no lo metió en la franquicia
de Los Mercenarios a pesar de todos sus
méritos atesorados -Rockys, Depredador,
Acción Jackson, etc-, hubiera estado genial que al menos Weathers saliera aquí. Pero si no lo
ha hecho es porque debe estar en la lista negra de Stallone por alguna razón de
peso como, por ejemplo, no sé, ser amigo de Steven Seagal.
Criticoll