Un servidor, que es mucho más de gatos que de perros, no ha podido resistirse a la tentación de acudir esta semana a la doble propuesta minina que nos ofrecía la cartelera: El gato con botas y El gato desaparece.
"El gato con botas"
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La intención de DreamWorks de hacer una película protagonizada por El gato con botas nació ya tras su primera y fulgurante aparición en Shrek 2 (2004), donde el personaje doblado por Antonio Banderas casi le robaba las carteras al ogro verde y a Asno. Aunque en un principio la idea de Jeffrey Katzenberg y compañía era la de lanzar su film directamente en DVD, las exitosas intervenciones del minino en las tres secuelas de Shrek convencieron a los ejecutivos de que debían darle una oportunidad en el cine. Así, en 2009 se empezó a gestar El gato con botas con vistas a su estreno en otoño de 2011; una preproducción de sólo dos años -escaso margen para un film animado- y con un presupuesto menos holgado de lo deseable, pero en el que al menos se reclutó por el camino a Guillermo Del Toro como asesor y productor ejecutivo.
El resultado, finalmente, es una película irregular llena de guiños al spaghetti western y a la cultura latina -la audiencia mayoritaria a la que va destinada la cinta-, similar en estética y humor al de la franquicia madre, si bien cae en el error de desestimar por completo el cuento original de Charles Perrault, en favor de un remix algo deslavazado de otros relatos y caracteres de la cultura popular, como Las habichuelas mágicas, La gallina de los huevos de oro o Humpty Dumpty. Una decisión discutible que hace del guión uno de sus puntos menos logrados y que provoca importantes baches de ritmo en su desarrollo, con rémoras tales como el largo flash-back que nos narra la infancia de Gato y el pesado de Humpty, o la gratuidad de escenas como el duelo de baile entre el espadachín protagonista y Kitty -Salma Hayek-. No obstante, también es de justicia señalar aciertos como el provecho que saca Gato de sus mohínes para conseguir sus fines, el afortunado gag visual del cuervo y la pantalla partida, o frases inspiradoras del tipo “nunca es tarde para hacer lo correcto”.
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"El gato desaparece"
TÍTULO ORIGINAL: “El gato desaparece” (2011). DIRECCIÓN Y GUIÓN: Carlos Sorín. REPARTO: Beatriz Spelzini, Luis Luque, María Abadi, Hugo Sigman, Javier Niklison, Hugo Pisa.
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A partir de una anécdota muy pequeña -un paciente sale del psiquiátrico y su mujer sospecha que no está curado- la película trata de sumir al público en un extraño estado de inquietud, forzando su identificación con Beatriz -Beatriz Spelzini-, esa mujer quien, a pesar de las garantías de los médicos, no las tiene todas consigo respecto a la recuperación de su marido Luis -Luis Luque-. Un profesor universitario que, un año atrás y presa de un brote psicótico pasajero, la atacó a ella y a un amigo sin motivo aparente…
Lo que pasa es que Sorín nos va narrando la historia de forma bastante heterodoxa, sin apenas acentuar esa tensión angustiosa que tanto nos promete el film en su trailer. Más bien al contrario, el largometraje es muy reposado y tan sólo puntualmente parece recordar a qué género pertenece, pasando del suspense y recreándose en exceso en la relación afectiva entre la pareja protagonista: un matrimonio que debe recuperar la confianza cotidiana tras un año sin verse. Un hecho éste que no sólo no es malo sino que resulta atractivo y hasta interesante -sobre todo por la naturalidad de Luis Luque y Beatriz Spelzini-, pero que al fin y al cabo no es la película ni el género que nos habían vendido, dando la impresión de que el director va por un lado y la trama por otro. Una rara sensación similar a la de ver Sospecha o El carnicero dirigidas por alguien como Mike Leigh o el propio Sorín en lugar de Hitchcock o Chabrol. De autores, en definitiva, poco duchos en ejercicios de estilo o en las claves del suspense puro y duro, y más preocupados por comprender y amar a sus personajes.
Y es que todo ese suspense que pueda haber en El gato desaparece -un título bastante macguffin, por otra parte- se evapora sólo con observar la mirada de Luis en el primer instante en el que aparece, dejando en agua de borrajas todas las dudas posteriores que pueda albergar Betty sobre su marido. Tampoco su previsible desenlace molesta demasiado a esas alturas, porque la película ya se ha ganado para entonces las simpatías del espectador, entretenido por lo que ha visto por mucho que, parafraseando a Rafa Benítez, pidiera un sofá y al final le trajeran una lámpara…
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