¡AVE, CÉSAR!
Como si no pudieran tomarse nunca en serio a George Clooney, los Coen reinciden en la comedia tontorrona en su
cuarta colaboración con el actor de Kentucky tras Oh Brother!, Crueldad
intolerable y Quemar después de leer.
En esta ocasión, desarrollando un viejo guión que convierte a Clooney en
una star de los años '50 que, en pleno
rodaje de un peplum hollywoodense -el ¡Ave,
César! del título-, es raptado por una misteriosa organización clandestina
para exigirle un rescate al estudio para el que trabaja. Sin embargo, en
realidad el protagonista de este film -número 19 de los Coen- no es él, sino Josh
Brolin, otro habitual de los hermanos de Minnesota que aquí encarna a un
productor de ese estudio que se las ve y se las desea para lidiar con sus
problemas del día a día: estrellas casquivanas y borrachas, gacetilleras gemelas
chismosas, directores muy pagados de sí mismos, vaqueros cantantes de nulo talento,
la amenaza de la televisión, etc. encima, con la Caza de Brujas y la Guerra
Fría de fondo.
La película supone otro homenaje de
Joel y Ethan a ese cine del Hollywood clásico que está casi siempre tan presente
en sus films, ya sea de manera directa -Barton
Fink, El gran salto, Oh Brother!- o indirecta, como aquella escena onírica
de El gran Lebowski que satirizaba
las coreografías estilo Busby Berkeley, y que aquí vuelven a aparecer en
modalidad acuática con Scarlett Johansson emulando a Ester Williams. Sin
embargo, más allá de eso, el resultado al final es algo deslavazado y
decepcionante, dando la sensación de que en el fondo los hermanos no tenían un
guión muy bien definido, sino tan sólo algunas escenas sueltas que les apetecía mucho rodar. Como esa tan divertida entre Hobie Doyle -un trasunto de cowboys de cine
de los '50 como Audie Murphy y Roy Rogers- y el paciente director Laurence
Laurentz -Ralph Fiennes-, el cual va paulatinamente perdiendo los nervios ante la falta de talento de Doyle para
decir la frase Would that it were so
simple? (como si fuera tan fácil). Sin duda la mejor escena de la película,
junto quizá con la única en la que aparece Jonah Hill como el servil chupatintas
acostumbrado a ser el chivo expiatorio del estudio, en los marrones legales en
los que se meten sus descerebradas estrellas.
Más que un histriónico Clooney
-que sólo tiene la oportunidad de brillar en contadas ocasiones-, el peso de la
película se lo reparten entre el estoico Brolin como Mannix, el productor que intenta
poner orden entre tanto personaje excéntrico made in Coen, así como el gran descubrimiento del film, Alden Ehrenreich
-Tetro-, que sabe sacarle partido al
personaje más memorable de la película, Hobie Doyle: un vaquero de Texas algo
patán pero muy taquillero, cuya popularidad quiere aprovechar Capitol Pictures metiéndole
con calzador en prestigiosos dramas de época, u obligándole a tener citas
convenientemente publicitadas con starlettes del estudio. Por contra, la
película desaprovecha la intervención de la Johansson -apenas sale cinco
minutos-, de Channing Tatum -la secuencia musical homenaje a Gene Kelly con
tintes homo y poco más- o de un irreconocible por avejentado Christopher
Lambert. Si bien peor suerte corre Dolph Lundgren, cuya intervención como
comandante de submarino ruso se quedó en el suelo de la sala de montaje. Aunque
igual esto ya lo tenían previsto los Coen desde un principio para, irónicamente,
hacer un último chiste a costa de ese Hollywood comercial al que aquí tanto
caricaturizan, convirtiéndolo en una clara alusión a la prescindibilidad de productos
como The Expendables o el propio y ficticio
¡Ave César!
Criticoll
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