El Goya al mejor documental
estaba cantado para todo aquel que hubiera visto Muchos hijos, un mono y un castillo. En 2003, casi a la vez que Richard Linklater iniciaba Boyhood, el actor Gustavo Salmerón tuvo
una idea similar: ir grabando sin guión las peripecias cotidianas de su madre,
Julita Salmerón, y dejar así testimonio al mundo de una personalidad tan excéntrica como
divertida. El resultado, 400 horas filmadas durante 14 años -13 de rodaje y
otro de montaje- ha llegado por fin a las pantallas, convirtiendo
a su madre en una estrella del rock gracias a su espontaneidad y sencillez, mostrando
sin artificios sus virtudes y defectos, algo que le dota de gran humanidad y cercanía
de cara al espectador. Como ya se ha encargado de repetir la publicidad, el enrevesado
título del film se corresponde con los tres deseos que una joven Julita se hizo
prometer a sí misma, y que logró cumplir con más o menos éxito
a lo largo de su vida.
Al tratarse de un rodaje tan
peculiar y sobre un personaje tan próximo, Bill Nichols diría que Gustavo
Salmerón adopta una postura documental que oscila entre lo reflexivo, lo interactivo
y lo performativo, y donde brilla con luz propia el re-enacment de Julita recreando anécdotas -como la de la sacarina
en El Corte Inglés o al recordar al mono gamberro-, que deja bien claro que en casa
de los Salmerón no se han debido aburrir nunca si estaba cerca esa mujer tan
políticamente incorrecta. Junto a esos apuntes de vida, en el film también somos
testigos gozosos de muchas otras de sus costumbres, como el hecho de poner el
Belén el 1 de diciembre y dejarlo hasta septiembre -en verano riega
las figuritas para que no suden-; verla cruzar el Puente de San Pablo de Cuenca
con su walkman de cinta de casette escuchando villancicos en pleno mayo de 2014;
pinchar a su marido por las noches con un tenedor extensible para comprobar que sigue
vivo, o darle un nuevo significado al Síndrome de Diógenes, al acumular cajas
y trastos por todas las habitaciones como si fuera lo más normal del mundo. En
este sentido, no es extraño que tuviera un cuadro del filósofo griego en su
castillo ni que su lema sea “si tiras cosas, pierdes parte de tu vida”. Y es
que -según reveló Julita en El hormiguero-
la misma noche de los Goya, al volver hizo una parada en el contenedor de la
esquina porque había unos muebles muy interesantes, y que supongo que luego
acabarían en la nave industrial que posee la familia Salmerón: La fábrica, el cuarto
trastero más grande ever.
Rodado en 4/3 con Mini DV, iPhone
6 y el apoyo de viejas películas caseras en Super-8, el documental es muy
entretenido y se deja ver con una sonrisa, por más que algunas cosas que cuente
Julita no sean muy alegres -su hermana y uno de sus hijos murieron-. Y es que,
en el fondo, todos podemos vernos identificados con la historia de Julita
Salmerón, un ser humano cualquiera y al mismo tiempo inimitable, capaz de
ensayar su propio funeral o de levantarse de madrugada a comer un bocadillo de
chorizo porque le entra hambre, ¿por qué no? Por ponerle alguna pega, lamentar que
el montaje no esté un poco más afinado de ritmo en su parte final, o que los
tres guionistas acreditados le den tanta importancia al macguffin -las
vértebras extraviadas de la abuela- o al antagonista -la crisis económica-. Sin
duda, concesiones de guión a la ortodoxia cinematográfica más comercial, pero demasiado
metidas con calzador en un documental sobre un personaje tan heterodoxo y
libre como Julita Salmerón.
Criticoll
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