lunes, 9 de diciembre de 2019

EL IRLANDÉS



Si no fuera por el spoiler a los millennials abonados a Netflix, El irlandés bien podría haberse titulado El hombre que mató a Jimmy Hoffa, pues supone para la filmografía de Martin Scorsese lo mismo que El hombre que mató a Liberty Valance (1962) para la de John Ford: la mirada crepuscular y nostálgica de un maestro sobre su género fetiche y el film que actúa como resumen de toda su obra. En el caso de Scorsese, su famoso cine de gangsters con hitos como Malas calles, Uno de los nuestros, Casino o Infiltrados. Sin embargo, El irlandés, a pesar de ser un film notable, no alcanza la categoría de obra maestra que sí tenía el film de Ford por una serie de pequeños factores cuya suma acaban por resultar molestos. Tenemos, en primer lugar, el tan discutible CGI de rejuvenecimiento facial, que provoca una sensación extraña en el espectador que recuerde cómo eran las caras de Robert De Niro o Al Pacino de jóvenes y que desde luego no eran así de raras o acartonadas, como de videojuego; dando la impresión de que Frank Sheeran y Jimmy Hoffa tengan 55 años durante tres décadas. Además, esa tecnología digital habrá costado 160 millones de dólares, pero no logra rejuvenecer ni por asomo el movimiento de los cuerpos ni su agilidad, que no son los mismos a los 25 que a los 80, y si no, a la paliza de De Niro al tendero me remito. Otro hándicap es que la película baja un poco de ritmo e interés tras el asesinato de Hoffa, dejando unos 45 minutos finales menos lucidos donde parece que la cinta vaya a echar el cierre 15 veces antes de cuando finalmente lo hace, estilo El retorno del rey. Está, por otro lado, la confusión enunciativa que provoca la ausencia física de la persona a la que Frank Sheeran -Robert De Niro- le está contando su historia. En el plano secuencia inicial oímos a Frank en off y luego aparece sentado en la residencia de la tercera edad verbalizando el resto de su parlamento introductorio, y después insertos diseminados a lo largo del film de él hablando de anciano, pero nunca vemos a ningún interlocutor que le esté escuchando. ¿Está senil y habla solo? Se ve que no, se supone que se dirige al espectador, aunque no mira a cámara. Otra opción es que se lo esté narrando de forma indirecta al escritor Charles Brandt, el autor del libro I heard you paint houses, que le entrevistó en realidad en los últimos años de su vida y a quien este sicario irlandés de la mafia le reveló la verdad sobre la misteriosa desaparición de Jimmy Hoffa. Sin embargo, a Ward tampoco le vemos ni oímos en ningún momento en toda la película ¿? Creo que aquí el guionista Steven Zaillian y Scorsese no están muy finos en la claridad de la puesta en escena.



Otro aspecto que se podría haber ahorrado Scorsese es la sobrexposición de la canción In the Still of the Night (I Remember) de The Five Satins: la película empieza y termina con ella, y durante los 209 minutos de metraje suena como unas veinte veces más; una reiteración tan machacona que acaba por hacerla aborrecible. Yo personalmente la odio profundamente después de ver este film, y creo que tampoco veré Dirty Dancing en un lustro por no encontrármela. Eso por no hablar del equivocado doblaje en castellano, con la incomprensible defenestración de Ricardo Solans, voz de De Niro en 79 películas, pero que aquí no se la presta por el capricho de Scorsese, al que le dio por meter las narices en el doblaje en castellano sin conocer el idioma, guiándose por cómo le sonaban las voces de los actores de doblaje propuestos y eligiendo al tun tun. Así, Jordi Royo tampoco pega ni con cola con Pacino -al que nunca había doblado y no creo que vuelva a hacerlo-; encima con errores de pronunciación, como cuando en un mitin Hoffa dice la frase El día que nuestros camiones se paren, Estados Unidos se parará, que no entiendo cómo no la repitieron, porque en lo de nuestros camiones parece que estuviera comiendo sopas, sólo se le intuye decirlo. El único que tiene una voz que le ajusta -la de Camilo García- es Harvey Keitel, pero sólo sale en dos escenas.

Después de darle tantos palos, ¿qué es lo que hace a The Irishman un film notable? Pues en primer lugar su carácter de fresco histórico, que la hace muy interesante al contarnos hechos mil y una vez vistos en el cine pero ahora desde la perspectiva de alguien sin pelos en la lengua que los vivió de primera mano. Así, por medio de las experiencias vitales de Frank Sheeran viajamos por la trastienda de la historia de USA del siglo XX, a través de los manejos de la mafia para mover los hilos del poder en la sombra. Ya sea al aupar a John Kennedy a la presidencia -con la promesa de este de recuperarles Cuba-; en la frustrada invasión de bahía de Cochinos, o en el asesinato de JFK por no cumplir sus promesas y colocar a su hermano Bobby -Jack Huston- de fiscal general antimafia. También somos testigos del auge de Las Vegas y, obviamente, de la desaparición de Hoffa en 1975; lo que acaba convirtiendo a El irlandés en el Forrest Gump de las películas de gangsters. Otro aspecto positivo del film es el tremendo oficio de sus tres actores principales, que consiguen sobreponerse al hecho de ser demasiado viejos para sus papeles -y a pesar de que ni el CGI millonario ni dos años de postproducción lo puedan disimular-. Empezando por Robert De Niro, que si bien no da el pego físico para encarnar al protagonista -Sheeran medía en realidad 1’94 m-, a él le hemos de agradecer que se haya rodado la película, pues fue quien le sugirió el libro de Brandt a Scorsese, como ya hiciera con Toro salvaje. De todas formas, al final te acabas acostumbrando a esta suspensión de la credulidad, y hay momentos como el rostro compungido de Frank en la secuencia del coche cuando sabe que ha de encargarse de Jimmy Hoffa, que valen el precio de la entrada. Precisamente Al Pacino, a pesar de no tener ojillos pequeños sino saltones, resulta un buen Hoffa, ya que su histrionismo por una vez no resulta excesivo y se ajusta a la personalidad arrolladora del legendario presidente del sindicato de camioneros, del que no conocía yo su fijación por los helados y la puntualidad. Tema este último que se erige en protagonista de la mejor escena de la película, la reunión de Hoffa con su odiado Tony Pro -Stephen Graham- acerca de cuánto tiempo de cortesía ha de darse al que llega tarde, si diez o quince minutos -o doce y medio-. Una escena potente interpretativamente donde vuelan las réplicas y contrarréplicas ágiles y efectivas y las improvisaciones con sentido.

La tercera pata del banco es Joe Pesci, quien, tras negarse más de 50 veces a salir de su retiro para rodar este film, al final terminó accediendo para brindarnos una última gran interpretación como el mafioso Russell Bufalino. No es casualidad que, a pesar de que De Niro y Pacino se lleven la fama, sea él quien aparezca más grande en el cartel, pues de los tres es el que parece más a gusto con su personaje y consigue entregar una interpretación realmente sublime. Tanto, que me apuesto a que acaba siendo nominado al Oscar como mejor actor secundario: de momento ya lo ha sido a los Globos de Oro -junto con Pacino-. Como curiosidad, en una escena Sheeran interactúa con un tipo llamado David Ferrie, que es en realidad el mafioso anticastrista que encarnaba Pesci en JFK. Si el CGI hubiera sido realmente bueno, ya puestos, este papel lo debería haber interpretado el propio Pesci, y no otro caracterizado con su aspecto de 1991.


Del resto del reparto, destaca Anna Paquin como Peggy, la hija de Sheeran, que tan sólo dice una frase en todo el film, pero cuya forma de mirar a su padre en segundo plano supone un cuestionamiento constante sobre sus actividades, que acaban pesando sobre la conciencia del pistolero. Aunque Frank en ningún momento disculpa sus crímenes -al ser parte del trabajo con el que sacaba adelante a su familia-, secretamente sabía que no estaba bien ir matando a gente por ahí.

Destaca así mismo el gran número de actores surgidos de la cantera de Boardwalk Empire -serie producida por Scorsese- que aparecen en este film, como el propio Steven Graham, Aleska Palladino, Bobby Cannavale, Jack Huston, Kevin O’Rourke o la niña Lucy Gallina -que hace de Peggy de pequeña.-  También me gustó que saliera Jesse Plemmons -el hijo de Hoffa- aunque desde luego no por verle a él, sino por el homenaje que supone a Breaking Bad, el gran referente audiovisual del noir contemporáneo. 

Añadir que la película, a pesar de bajar un poco de interés en sus últimos 45 minutos, es entretenida y transcurre de forma bastante fluida durante la mayor parte de sus tres horas y media de duración, y eso es un gran mérito. Porque yo he visto cortometrajes de diez minutos que se me han hecho más largos que un día sin pan, y eso que en ellos no sonaba la pesada de In the Still of the Night (I Remember).

Criticoll

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