La saga oficial de Star Wars
ha llegado a su fin con El ascenso de Skywalker, pero, a pesar de las toneladas de
nostalgia y de fan service que incluye el film, no lo ha logrado de la mejor manera posible; más bien, haciendo bueno el dicho de si no sabes adónde vas, acabarás en
cualquier parte. El hándicap de esta nueva trilogía Disney ha sido la alarmante
falta de coherencia argumental de una cinta a otra, debido principalmente a la ausencia de una
personalidad creativa al frente y con las ideas claras que pusiera orden desde el principio. J.J.
Abrams y Rian Johnnson se han dedicado durante todo este tiempo a rodar su
propia versión de la trilogía y a sabotear las ideas del otro, con lo que quien
ha salido perdiendo al final es la propia saga y por ende, el espectador. Aunque en
realidad la culpable está más arriba y esa no es otra que Kathleen Kennedy, la
mandamal de Disney que no ha sabido gestionar la lucha de egos entre los
directores-guionistas de cada film para que dejaran de medirse los sables láser
y remaran unidos diseñando una estructura lógica de la historia. Hoy se critica
y con razón las precuelas de George Lucas, pero al menos en conjunto la trama
tenía congruencia y casaba perfectamente con la trilogía original sin
alterarla -bueno, menos en pequeños detalles como que Leia recordaba a su madre
y que Obi Wan hubiera sido entrenado por Yoda- porque se trataba de una única persona detrás de todo y no de dos haciéndose la puñeta consecutivamente, con
una tercera por encima de ellos que parecía guiarse por lo acordado en interminables
reuniones de marketing con ejecutivos sin mucha idea sobre la saga -salvo que esta daría
un pastón-, como desgraciadamente ha sucedido aquí.
Recordemos la historia desde el
principio. Después de que en noviembre de 2012 la Disney comprara los
derechos de la franquicia galáctica a George Lucas por 4.050 millones de
dólares, este recomendó para el puesto de jefa encargada de los nuevos films a Kathleen
Kennedy -antigua protegida de Spielberg-, a la vez que les proporcionaba unas notas
argumentales sobre cómo pensaba él que debería cerrarse la última trilogía de
la saga. Pero Kennedy y la Disney cortaron lazos con Lucas y encargaron el
guión del primer largometraje a Michael Arndt -Oscar por Pequeña Miss
Sunshine-, que luego sería retocado por Lawrence Kasdan -El imperio
contraataca- y un J.J. Abrams recién salido de reflotar Star Trek y que
por ello había sido el elegido para dirigir este episodio VII, titulado El
despertar de la fuerza (2015). Sin embargo, Kennedy fue poco previsora y estrenó
el film sin tener planificado argumentalmente lo que acontecería en los episodios
VIII y IX, confiando en que ya lo arreglarían más adelante… un error fatal de
cálculo que acabarían pagando caro. Además, Abrams, agotado por la presión de haber
tenido que escribir, producir, rodar y estrenar The Force Awakens en sólo
dos años, se bajó del barco ante la negativa de Kennedy de otorgarle más margen
para dirigir los siguientes episodios de la nueva trilogía; estos debían estrenarse
obligatoriamente en 2017 y 2019, ya que le habían pagado una fortuna a Lucas por la
franquicia y había que rentabilizarla desde ayer. Sabiéndose dueño de una mina
de oro, la Disney preveía una entrega anual de Star Wars hasta el fin de los tiempos, ya fuera de la saga oficial o de historias
satélites de su universo, como Rogue One (2016) o Han Solo
(2018).
El despertar de la fuerza fue
un exitazo mundial en taquilla recaudando más de 2.000 millones de dólares,
pero no acabó de convencer a la crítica por la estrategia reservona de Abrams de copiar de
forma tan descarada La guerra de las galaxias, así como el poco carisma
de los nuevos personajes, como Finn o Poe Dameron. El problema que suponía su historia por cerrar se agravó al ser elegidos para escribir y dirigir
los episodios VIII y IX dos tipos -Rian Johnson y Colin Trevorrow-
con el ego tan subido o más que el propio J.J. Se ve que uno era del Barça y otro
del Madrid o uno de VOX y el otro de Podemos, pero el caso es que no se puede
decir que hubiera mucha química o comunicación entre ellos para diseñar la historia que tenían que contar por turnos -ni tampoco con Abrams, que no se había ido
del todo porque seguía de productor ejecutivo-. No solo eso, sino que Kathleen
Kennedy le dio carta blanca a Rian Johnson para moldear la trama a su antojo, y el hombre se lo tomó demasiado al pie de la
letra. Así, el episodio VIII -Los últimos jedi, estrenado en diciembre de 2017- pasó por ser el film más polémico de la trilogía, ya que de piedra
angular al ocupar el lugar central acabó por ser el banco de pruebas para que un
pirómano como Johnson desarrollara todas sus excentricidades argumentales, que
pasaban por adoptar una visión iconoclasta con los personajes clásicos o de cercenar las posibles derivas argumentales insinuadas por Abrams en El despertar de
la fuerza. Además, la película tenía escenas de vergüenza ajena como el
momento Mary Poppins de Leia volando por el espacio o subtramas prescindibles
como la excursión de Finn y Rose Tao al planeta-casino para
contratar a DJ del Toro; al tiempo que tiraba directamente a la basura personajes que J.J. había apuntado en el episodio anterior como importantes, del
estilo de Snoke, la Capitana Phasma o el
Capitán Hux; amén de matar a Luke Skywalker para no ser menos que Abrams, que ya
había hecho lo mismo con otra figura mítica como Han Solo. Irónicamente, la que
sí que se murió de verdad -el 27 de diciembre de 2016- fue Carrie Fisher, cuando
su personaje era el único del trío original que aún sobrevivía en la ficción.
Es justo reconocer que este episodio VIII, de tan alocado e insensato, también
estaba dotado de hallazgos originales e interesantes, como el entrenamiento de
Rey en la isla irlandesa de Luke estilo Dagobah con Yoda, la pelea de Kylo Ren
y Rey contra la guardia pretoriana de Snoke o la emocionante batalla de
Luke contra la Primera Orden por Skype.
Cuando se estrenó este episodio VIII
entre división de opiniones y una recaudación algo inferior -1.330 millones- ya
estaba claro que Colin Trevorrow no iba a dirigir el IX, pues había
sido apartado en septiembre de 2017 por las socorridas diferencias creativas
que también se llevaron por delante a mitad de rodaje de Han Solo a Christopher
Miller y Phil Lord -que luego no eran
tan malos, ganaron el Oscar por Spiderman: un nuevo universo-. Con el previsible
fracaso en taquilla de Han Solo, en la Disney empezaron a verle las
orejas al lobo, por lo que sondearon a J.J. Abrams acerca de su disponibilidad para
dirigir el capítulo final. Este aceptó sin muchos titubeos al verse herido en su orgullo, adoptando para sí el rol de salvador de la franquicia; era el momento de ajustar las cuentas con el díscolo Johnson
y tratar de enmendar el desaguisado argumental que este le había legado. Problema agravado con el fallecimiento de Carrie Fisher, ya que Leia se presumía con un gran protagonismo en este postrero film de la trilogía. Con tanto parcheo de guión -hasta le pidieron
ayuda a Chris Terrio, Oscar por Argo- la película se encaminaba a un
callejón sin salida, por lo que Kennedy y sus drugos le sugirieron a Abrams que
fuera a lo seguro y se dejase de experimentos, ya que la película tenía que
estar lista para diciembre de 2019. De este modo, y como ya había hecho en El
despertar de la fuerza con A New Hope, J.J. tomó como modelo un film
de la trilogía original y fue siguiendo su pauta: en este caso, El retorno del Jedi. En
pleno delirio de escrituras y reescrituras, Abrams debió pensar cosas como: ¿Que
me han matao a mi Snoke? Pues nada, que vuelva el Emperador y ya está. Sin pararse
a pensar que, de esta forma, se manchaban argumentalmente situaciones de la
trilogía original. Y es que ahora el sacrificio de Darth Vader para salvar a
Luke en el episodio VI se antojaba inútil, porque en realidad no mataba a
Palpatine. Este ha vuelto y la explicación que se da a su retorno en boca de
Poe Dameron no puede ser más sonrojante: clonación, artes oscuras de los
sith, lo normal, ya sabes. Le faltó añadir: y que el cabrito de Rian
Johnson se cargó a Snoke y ya no quedan más malos, joer.
Así, en El ascenso de
Skywalker tenemos constantemente puyas hacia Johnson: si en Los últimos
jedi Luke tira su sable laser con desprecio, aquí dice: Hay que respetar
a los sables laser, y reconoce que se equivocó retirándose para ser un
ermitaño. ¿Que los padres de Rey eran unos simples chatarreros? Pues no, oye, que
al final era nieta de Palpatine, que por lo visto también se lo pasó bien de
joven; ¿Que a Rey le gustaba Finn ¿? Que no, que en realidad quien le hacía
tilín era el parricida de Kylo Ren, aquí oportunamente blanqueado, rollo Negan; ¿Que
la pesada de Rose Tico no ha gustado al fandom? No hay problema, le hacemos un
Jar Jar Binks y que se quede en la base archivando carpetas. ¿Que hay rumores
de que Poe Dameron es homosexual? Le inventamos una ex novia y así enchufo a
mi colega Keri Russell. ¿Qué entonces quedaremos como unos homófobos? Pues
ponemos un beso al final entre dos mujeres de la Resistencia y nos ganamos al público LGTBI, etc.
Después de conocer el fallecimiento
de Carrie Fisher, yo tenía curiosidad por ver esta The Rise of Skywalker
y saber qué habrían hecho para conseguir integrar en la historia a Leia, y hay que decir que se nota que se han esforzado, pero el resultado queda
algo pobre. En alguna escena salen airosos, pero en otras, como en un diálogo
plano contra plano con Daisy Ridley, se nota que ésta desarrolla todo el trabajo y Fisher
apenas asiente con un par de monosílabos, dando la impresión de que tenían
poco grabado de ella y lo han estirado todo lo que han podido. Por lo visto el
CGI no está todavía a la altura para poder sustituir caras y cuerpos de actores
fallecidos, como ya se pudo comprobar en Rogue One. Vaya, que la
película esa llamada Finding Jack que se estrena el año que viene en la
que se recreará a James Dean por ordenador lo lleva claro. Volviendo a Carrie
Fisher, su desaparición no es excusa para que el guión de este episodio IX sea tan deslavazado y
con tantos agujeros. De hecho la película tiene tantos hoyos, que es mejor
dejarse el cerebro en casa y disfrutar del carrusel de planetas, macguffins y
escenas de acción que se suceden sin solución de continuidad desde el minuto
uno. Porque lo cierto es que si uno se pone a analizar las cosas que pasan en el
film, no tienen mucho sentido. ¿Una flota de cien mil naves enterrada en el
suelo de un planeta sith con nombre futbolero -Exegol-? No hacía falta
enterrarlas, ni Luke con sus poderes jedi pudo encontrarlo nunca. ¿Y cómo llegó a
las manos de Maz Kanata el sable laser de Luke? Al final no lo han explicado. ¿Qué han pintado en la trilogía Finn
y Poe Dameron? ¿Y cómo puede el patán de Finn ser sensible a la Fuerza? ¿Utilizaba
Palpatine sus poderes sith para ligar? ¿A quién se tiró? ¿Cómo le pudo salir un
hijo buena persona con los genes tan malvados que llevaba? ¿Cómo pueden
respirar los caballos en el espacio?¿Por qué la Leia de CGI está tan mal hecha,
aunque sólo salga dos segundos? ¿Cuándo y para qué hizo Leia su entrenamiento jedi,
si nunca usó sus poderes? ¿Por qué Luke y Leia sabían que Rey era la nieta de
Palpatine pero nunca se lo dijeron? Si C3PO y androides similares tienen
prohibido traducir mensajes en el idioma de los Sith, ¿cómo pensaba la
Resistencia ganar la guerra?
Encima la película se saca de la
chistera nuevas funciones para la Fuerza, como la capacidad de curar
heridas o resucitar a los muertos. Vaya, vaya, vaya, cómo habría cambiado la
historia si Anakin las hubiera descubierto en su momento… No por
casualidad, para curarse en salud contra los haters, en el episodio 1x07 de The
Mandalorian -emitido dos días antes del estreno de The Rise Of Skywalker- Baby Yoda utiliza
por primera vez este poder para curar las heridas de Greef Karga -Carl Weathers-.
Pero por si alguien no había visto ese capítulo, los guionistas también lo presentan al principio de la película, cuando Rey cura
a una serpiente gigante, el típico recurso visto en mil y un cuentos en el que
un león o una fiera similar tiene una pincha en una pata y el protagonista se
la saca, consiguiendo así su lealtad. Una pistola de Chejov en toda regla que
obviamente vuelve a salir al final del film, cuando Rey cura las heridas de Kylo
Ren -bueno, Ben Solo ya- y este luego la resucita mediante el mismo método, completando
su retorno del lado oscuro. Si bien el destino del personaje de Adam Driver estaba
sellado por el Código Hays disneyano desde el momento en The Force Awakens en el que mataba a
su padre de forma tan vil y traicionera, por mucha aparición fantasmal aquí de este
-un rejuvenecido por CGI Harrison Ford, como recién salido de El irlandés- perdonándole.
De este modo, abrumado por tanta incongruencia,
a mitad de película empecé a pensar secretamente: que se acabe esto de una vez,
por Dios. Luego pequeños guiños de fan service aminoraron el golpe, como que
Luke sacara del agua por fin un X-Wing; la medalla retroactiva a Chewbacca, la nostálgica
aparición de Lando y Wedge Antilles, o el previsible final en Tatooine de Rey y
BB8 contemplando la puesta de soles bajo la mirada espiritual de los hermanos
Skywalker. Sí, todo muy entrañable y emotivo, pero yo de J.J. Abrams no cantaría todavía victoria: la Disney le ha encargado una nueva trilogía de Star Wars a Rian Johnson
y este debe de estar afilando ya sus puñales por la espalda contra J.J. Conociendo el percal,
apuesto a que en la primera secuencia del nuevo film le explotarán los dos soles en la cara a Rey o algo.
Criticoll
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