Tras su etapa de aprendizaje
junto a Griffith la Fox le fichó como director, debutando con The
Regeneration (1915), rodada en su Nueva York natal y con una escena de un
naufragio en el río Hudson que casi le lleva al calabozo, al haber contratado a
golfos y prostitutas como extras que visiblemente no llevaban ropa interior;
todo un problema en una época sin CGI… Y es que, por lo que se adivina en el
libro, Walsh no se daba mucha importancia así mismo, y si habla de alguna
película, más allá de su calidad, es porque recuerda alguna buena anécdota que le
ocurrió durante su rodaje; como por ejemplo en Perdida y encontrada (Lost
and Found on a South Sea Island, 1923) rodada en Tahití y donde, tras una
orgía-borrachera, se despertó con el tabique nasal perforado. El primer hito de
su carrera llegó en 1924 con El ladrón de Bagdad, superproducción de la
United Artists en la que dirigió a Douglas Fairbanks, la estrella más
taquillera de la época. Al comentar este film, Walsh desvela el detalle técnico
de cómo se le ocurrió el vuelo de la alfombra mágica: mediante una grúa y
poleas muy bien disimuladas.
Además de dirigir, Walsh seguía actuando de vez en cuando en sus películas, como en La frágil voluntad (Sadie Thompson, 1928), basado en el libro de W. Somerset Maugham, donde era pareja de Gloria Swanson. Pero un desgraciado accidente en 1929 en el que perdió el ojo derecho le obligó a concentrarse solo en la dirección; un infortunio recogido en un capítulo entero del libro -apropiadamente titulado Cíclope-, y que tuvo lugar durante el rodaje de En el viejo Arizona, la que iba a ser su primera película sonora, que también protagonizaba. La cosa fue así: una noche, mientras atravesaba el desierto en un jeep, una liebre quedó deslumbrada por los focos y chocó contra el parabrisas, que se rompió en mil pedazos. El conductor -que iba demasiado rápido y con alguna copa de más- resultó ileso, pero Raoul tuvo la mala fortuna de que el animal se estrelló por su lado, recibiendo el impacto de miles de cristales en su cara. Tras una primera cura de emergencia, fue llevado al hospital más cercano, donde le certificaron que había perdido la visión de su ojo y que este debía serle extirpado para evitar males mayores. En adelante, un parche quedaría como recuerdo perpetuo de aquella aciaga noche, que Walsh recuerda con bastante estoicismo.
Walsh volvió al trabajo para
dirigir otro western en exteriores, La gran jornada (1930) donde
descubrió a un actor que daría que hablar en el futuro: un joven de Iowa
llamado Marion Michael Morrison al que Raoul le cambió el nombre por otro más rotundo:
John Wayne. Walsh vio enseguida las cualidades del Duke, algo que siempre le
dio superioridad moral ante John Ford, que a pesar de tratar a Wayne como su
protegido, no le dio una oportunidad hasta 1939 con La diligencia. Ford
conservaba los dos ojos a pesar de lucir un parche, que era más bien una pose,
pues se lo iba cambiando de uno a otro. Una noche, en una cena, harto de oír sus quejas y lamentos sobre cómo le dolía un ojo, Walsh cogió un tenedor y le ofreció a Ford
arrancárselo allí mismo. Este tuvo que callarse,
porque con la fama de loco de Raoul igual se lo estaba diciendo en serio.
La llegada de Raoul Walsh a la
Warner Bros. a finales de los años 30 marcó el inicio de su etapa más
fructífera como director, llegando a ser un referente en este estudio, sobre
todo en películas de gangsters y aventuras, pero también en comedias dramáticas
como La pelirroja (1942), su película favorita. Aquí nuestro hombre cuenta
anécdotas para parar un tren: a George Raft -que no sabía nadar- le hizo creer
que tenía que saltar del puente de Brooklyn en una película, cuando en realidad
iban a utilizar un maniquí; de Humphrey Bogart -al que le dio su gran
oportunidad con El último refugio- resalta que era un quejica que
protestaba por todo; y a Errol Flynn -que le llamaba afectuosamente “tío”- le
gastó la madre de todas las bromas al robar de la morgue el cuerpo de su
antiguo compañero de colegio, el actor John Barrymore -recién fallecido- y
sentarlo en el salón de Flynn con una copa en la mano, escondiéndose detrás de
una cortina para ver la aterrada reacción del australiano, lívido al ver regresar de entre los muertos a su viejo compañero de borracheras. Walsh y Flynn
rodaron oficialmente siete películas juntos: Murieron con las botas puestas
(1941), Gentleman Jim (1942), Jornada desesperada (1942), Persecución
en el Norte (1943) Gloria incierta (1944); Objetivo Birmania (1945)
y Río de plata (1948), y Raoul,
que sentía mucho afecto por él, se lamenta en el libro de la espiral de alcohol,
drogas y mujeres en la que se perdió Errol y que dio al traste con su carrera.
Una de las historias más
increíbles de Walsh fue poco antes de estallar la Segunda Guerra Mundial: de
viaje en Inglaterra, Raoul fue contactado por unos oficiales del ejército nazi
para que rodara una película en Berlín. Walsh accedió y durante varios días fue
agasajado en la capital alemana, donde se respiraba un peligroso clima
prebélico y en la que se reencontró con el director de fotografía alemán de su
película sobre Pancho Villa. Finalmente, el director descubrió
que lo que en realidad querían de él es que convenciera a su amigo William
Randolph Hearst -el magnate de la prensa- para que le vendiera un cuadro suyo a
Hitler que este deseaba poseer, el retrato de un general alemán aliado de George Washington. Y es que las fiestas de Hearst en su castillo
de San Simeón son importantes también en el libro, pues Walsh, muy amigo de
Marion Davies, era
un habitual en ellas y conoció allí a personajes como Winston Churchill; una
referencia que se echa de menos en el Mank de Fincher.
Otro aspecto importante de la
vida de Walsh es su gran querencia por los animales. No en vano, en su casa de
la playa tenía un león amaestrado y varios perros y gatos. También tuvo un rancho donde
criaba caballos y de hecho, conoció a su tercera y definitiva mujer cuando fue
a comprarle un caballo de carreras al abuelo de esta.
Walsh también tiene palabras para
James Cagney como el mejor actor con lo que trabajó, y recuerda que al leer el
guión de Al rojo vivo (1949) supo que sólo él podía interpretar a Cody
Jarrett. De Gary Cooper dice que era una gran persona y que le gustaba cazar y
pescar, como a Clark Gable, quien pidió a Walsh como director de su última
película, Vidas rebeldes, (1961) algo a lo que los productores se
opusieron por su fama de ser un director de hombres. En este
sentido, circulaba por Hollywood una broma sobre Raoul -atribuida a Jack Warner
pero en realidad dicha por Jack Pickford, hermano de Mary- acerca que una
escena de amor en una película de Walsh consistía en un
incendio en una casa de putas.
Según Peter Bogdanovich -que le entrevistó en 1974-, Walsh se quedó ciego en los últimos años de su vida, un problema que también padecieron contemporáneos suyos como el propio John Ford, Fritz Lang o Allan Dwan, al haber estado durante años en contacto con los primitivos materiales con los que se fabricaban los focos en aquel Hollywood clásico, como las funestas lámparas klieg; una época en la que la seguridad laboral no estaba precisamente a la cabeza del presupuesto de una película. En un curioso guiño del destino, el aventurero Walsh Falleció la nochevieja de 1980, dejando tras de sí un buen puñado de obras maestras y de títulos indispensables en la historia del cine.
Criticoll
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