La película es una reflexión
sobre el acto de interpretar, la performatividad, la capacidad del ser humano
para cambiar de rol y representar un papel en una ficción. En este sentido, la
trama contiene tres escenas donde se ilustra claramente este tema. En la
primera, a un actor secundario de Narcos: México -Francisco Barreiro- se
le insta a que interprete una escena de la serie; un curioso juego entre
realidad y ficción, pues el propio Barreiro participó en esa misma serie de
Netflix. En la segunda, una madre y una hija representan una emotiva escena
sacada de Sonata de otoño (1978) de Bergman, que le sirve a Pereda para
homenajear visualmente al maestro sueco de la incomunicación -y al espectador
para comprobar la odiosa comparación de las dos actrices mexicanas con nada
menos que Ingrid Bergman y Liv Ullman-; y en la tercera, dos personajes ensayan la interactuación que uno de ellos ha de tener con otro en el futuro, un
encuentro provocado y que no llegaremos a ver, después de todo, en la pantalla.
Rodada en un estilo cercano al
documental -Pereda aboga por eliminar las barreras entre realidad y ficción y
califica a su cine de docuficción-, la película va organizando sus escenas en distintos
planos secuencia, con lo que la acción se desarrolla en tiempo real, sin
cortes. Pereda tampoco mueve la cámara del emplazamiento inicial, y son los
actores con su movimiento de acercamiento y alejamiento del objetivo los que
hacen variar la escalaridad del plano. Esto hace que la labor de estos sea muy
importante, pues cualquier error podría echar a perder una toma de, por
ejemplo, ocho minutos del tirón. Un alarde que denota la gran confianza de Pereda
en sus actores: no por casualidad, el director siempre trabaja con el mismo
cuarteto de intérpretes -Gabino Rodríguez, Luisa Pardo, Francisco Barreiro y
Teresa Sánchez-, hasta el punto de que cuando escribe un guión ya les da a los
personajes el nombre del actor que lo va a interpretar, amoldando sus
caracteres a la forma de hablar y moverse de estos.
La película también encierra una
crítica al modo distorsionado en el que los medios de comunicación -películas, series,
libros, periódicos, noticiarios- representan la
narcocultura, inoculando en el subconsciente colectivo una imagen glamourizada
de la violencia y de unos narcos que son retratados como antihéroes con un
férreo código de honor, algo muy alejado de la realidad. En este sentido actúa
la escena donde Barreiro recita el monólogo de Diego Luna en Narcos:México, donde
vemos que, fuera de su hábitat natural -un episodio de Netflix- y trasplantado
a la realidad cotidiana y espartana de una película como Fauna, sus
frases resultan grandilocuentes y exageradas, poco verosímiles. Así mismo, el
personaje de Rosendo Mendieta -referido en los dos universos diegéticos que nos
muestra el film- alude a los más de 121.000 muertos y 30.000 desaparecidos que
ha provocado la guerra contra el narco desde 2006 en México; y la canción que
interpreta Teresa Sánchez en el bar es una parodia de la intro de Narcos
de Netflix, principal causante de esa distorsión mediática relacionada con la
narcocultura mexicana.
En resumen, con Fauna
estamos ante una película situada en los márgenes del cine comercial, interesante
por su experimentación con la metaficción, y que aunque pueda ser de difícil
digestión para el público mainstream por su propuesta tan minimalista, no
resulta nada desdeñable si se pueden interpretar sus claves.
Criticoll
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