"Acero puro"
TÍTULO ORIGINAL: “Real Steel” (2011). DIRECCIÓN: Shawn Levy. REPARTO: Hugh Jackman, Dakota Goyo, Evangeline Lilly, Anthony Mackie, Hope Davis, James Rebhorn, Kevin Durand, Olga Fonda, Karl Yune.
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Una reflexión sobre el espíritu de lucha y de superación humano que también aparece ahora -aunque sin llegar a extremos tan dramáticos-, en esta Acero puro, en la que Hugh Jackman encarna a otro ex -boxeador que malvive trapicheando con robots mediocres en peleas de segunda. Pero la suerte de Charlie -que así se llama nuestro héroe- cambiará al reencontrarse con Max, su hijo de 11 años y gran aficionado al boxeo que le pide ayuda para entrenar a su propia máquina: un androide sparring llamado Atom -pequeño de tamaño pero no de valor- con el que se atreverán a desafiar al todopoderoso Zeus, el campeón del mundo de los pesos robóticos.
Una premisa que podría haber dado mucho más de juego enfocada de manera distinta, pero que Shawn Levy malogra al adoptar una mirada demasiado infantilizada, previsible y disneyana a la historia, amén de por sus descarados paralelismos / homenajes / plagios a la recordada saga Rocky. Y es que aquí no falta el aspirante modesto que recobra la dignidad y consigue las simpatías del público por su esfuerzo y corazón; el prepotente campeón con nombre de divinidad griega -Zeus en vez de Apollo Creed-; el chándal gris, el entrenamiento por las calles; un boxeador con corte de pelo a lo mohicano como el Clubber Lang de Rocky III; la villana rusa estilo Ludmilla Drago; los ralentís en el combate definitivo, o ese ¡Maaaax, Maaaax! final a cambio del famoso ¡Aaadriaaaaan! con el que Stallone se convirtió en una estrella.
Tampoco los pequeños detalles ayudan a hacer más disfrutable la cinta, ya que el film está plagado de aspectos bastante molestos, como el prescindible personaje de Evangeline Lilly y su machacona insistencia en repetir el nombre de Charlie -¿un guiño a sus fans de Lost?-; la repelencia del niño Max y sus aires de sabeloto; el hecho de que tan sólo quede apuntada la posibilidad de que Atom tenga sentimientos -con ese misterioso plano contemplándose a sí mismo en el espejo del vestuario-; lo fácil que le resulta a Jackman congraciarse con su familia política -en primera fila en la última velada, a pesar de oponerse rotundamente a sus actividades-; o que encima se le impida al espectador presenciar la tunda de los apostadores a Ricky -Kevin Durand-, otro veterano de Perdidos y un actor casi siempre abofeteable, digno heredero de Erich Von Stroheim en aquello de ser “el hombre al que usted le gusta odiar”.
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