lunes, 20 de febrero de 2012

Fuego en el cuerpo

Shame

TÍTULO ORIGINAL: “Shame” (2011). DIRECCIÓN: Steve McQueen. REPARTO: Michael Fassbender, Carey Mulligan, James Badge Dale, Nicole Beharie, Elizabeth Masucci, Marta Milans, Lucy Walters, Amy Hargreaves.

Si hace pocas fechas Alexander Payne logró que en Los descendientes llegáramos a sentir pena por el mismísimo George Clooney, ahora el director británico Steve McQueen ha conseguido algo similar con el Michael Fassbender de Shame: un joven ejecutivo de Nueva York muy bien dotado... para los negocios y atrapado en una vorágine de ligues furtivos, porno por internet u onanismo desenfrenado. Una existencia dura y solitaria pero ante la cual -y desde fuera- cualquier maromo se cambiaría sin muchos escrúpulos. Sin embargo, y como bien nos muestra McQueen, en la vida de Brandon -que así se llama el protagonista, en homenaje al Marlon de El último tango en París- no es oro todo lo que reluce, ya que en realidad su adicción al sexo ha acabado por convertirse en un arma capaz de anestesiar sus emociones y destruirle como ser humano. Un tema muy serio que se agudizará con la entrada en escena de Sissy -Carey Mulligan-, su problemática hermana pequeña y a la que se ve incapaz de ayudar.

Como en la inédita en España Hunger, McQueen y Fassbender se alían de nuevo para retratar a otro personaje en el límite: si entonces se trataba de un preso del IRA en huelga de hambre, ahora es un hombre incapaz de evitar sus frenéticos impulsos sexuales a todas horas y lugares: ya sea en el metro, en los servicios, en la pantalla del ordenador, en la oficina, en un hotel, en un bar o hasta en el socorrido descampado. Una patología que corre el riesgo de ser descubierta por quienes le rodean y producirle esa vergüenza social -shame- de la que habla el título original.

McQueen desarrolla la historia con su habitual querencia por el plano fijo -un recurso heredado de sus tiempos de creador multimedia-, así como por un sentido de la estética demasiado pronunciado para mi gusto. Quizá a veces uno tienda a pensar que un actor con menos planta que Fassbender sí que habría resultado realmente sórdido en escenas como en la que persigue y acosa a la chica del metro, o en las que practica la actividad preferida de Torrente mientras espera en los coches. Claro que entonces el mensaje de la película se habría perdido, ya que la paradoja que nos plantea Shame es ver cómo un hombre que en apariencia tiene una fachada perfecta, en realidad vive sumido en un oscuro infierno personal. Y si en Habitación en Roma Julio Medem consiguió que apartáramos la vista de la pantalla para mirar el reloj, McQueen logra aquí algo similar aunque por otras razones, haciendo que sus explícitas escenas sexuales terminen pareciendo agobiantes y desagradables; otro paso más de Brandon en su camino a la perdición.

Por una vez los elogios eran merecidos y hay que destacar la interpretación de un intenso y arriesgado Michael Fassbender, aunque a los académicos debieron de entrarles los sudores fríos desde el minuto 1 de Shame, pensando en qué escena poner en el video previo de nominados al Oscar al mejor actor. Pues más allá de las de sexo, lo cierto es que habrían tenido bastantes donde elegir, ya que el film cuenta con secuencias notables tanto en la parte artística como en la técnica. En la primera, por ejemplo, el New York, New York a ritmo de blues entonado por Carey Mulligan, con esa lágrima en la mejilla de Brandon al escuchar cantar a su hermana; y en la segunda, el largo travelling lateral de Fassbender haciendo footing por Manhattan, un brillante plano nocturno de más tres minutos de duración y sin cortes.

Sin embargo, el problema de Shame es que es una de esas películas -como el Juan Nadie de Capra-, en la que se ve claro que sus guionistas no saben cómo acabarla, ya que, viendo el rumbo que toma la historia, de un modo u otro el público se va a sentir defraudado. Tampoco ayuda el hecho de que el libreto venga firmado por Abi Morgan, la responsable de ese lío llamado La dama de hierro… Al final sucede lo que uno se temía y Morgan y McQueen toman la solución facilona: pasarle la pelota al espectador mediante un epílogo situado en el metro, para que éste decida la conclusión de la historia y el significado de la enigmática mirada de Fassbender a su compañera de vagón. Un gesto ambiguo que recuerda a la Garbo de La Reina Cristina de Suecia con su famosa y postrera cara de nada en el barco, aunque aquí al menos sabíamos que la divina se dirigía al exilio.

Criticoll

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