domingo, 20 de enero de 2013

Sangre y balas

Django desencadenado

En una filmografía con tantas películas del Oeste encubiertas, a la octava por fin Quentin Tarantino ha rodado un western oficialmente: Django desencadenado, aunque dadas sus características, más bien habría que decir que se trate de un Spaguetti-Southern. Y es que el modelo que ha tomado como referencia no son los films canónicos de Ford, Hawks o Hathaway del Hollywood clásico, sino los eurowesterns baratos de Leone, Corbucci, Eugenio Martín y compañía que solía devorar en su videoclub de Manhattan Beach. Historias llenas de violencia, sangre, codicia, traiciones, venganzas… que parecen hechas a su manera de ver el cine y por las que deambulaban tipos con tan pocos escrúpulos como El hombre sin nombre, Tuco, Sábata, Sentencia o el propio Django.

Django Unchained cuenta con un arranque brillante, con un Christoph Waltz portentoso como el Doctor Schultz, un cazarrecompensas alemán que libera al esclavo Django -Jamie Foxx- de sus negreros y lo contrata como ayudante. Tras un periodo de prácticas acribillando forajidos aquí y allá, ambos se dirigirán a una plantación de Mississippi para rescatar a la esposa de Django, Broomhilda -Kerry Washington- de las garras del temible Calvin Candie -Leonardo DiCaprio-, un terrateniente aficionado a la frenología y a las peleas de Mandingos…


La película resulta en bastantes tramos muy disfrutable y entretenida para los aficionados al western y a Tarantino en general, suponiendo una mejora respecto a sus dos últimas cintas, la horrenda Death Proof y la sobrevalorada Malditos bastardos, aunque hay que reconocer que cerca de a la mitad de su metraje se estanca y da la sensación de que la media hora final sobra. Curiosamente, uno de los puntos flacos del film es el propio personaje de Django, al que Jamie Foxx -que se impuso en el cásting a Will Smith o Kenneth Michael Williams- no consigue dotarle del carisma necesario, viéndose superado por caracteres mucho más interesantes -y mejor escritos- como los de Schultz o Candie; por mucho que Foxx posea atributos ocultos que no tengan, ejem, nada que envidiar a los de otro actor tarantiniano -Michael Fassbender- en Shame. Y es que tras desaparecer Waltz y DiCaprio del mapa y centrarse el desenlace sólo en Django, esto supone un lastre del que la película no se recupera. Encima con esa secuencia final de vergüenza ajena, en la que los personajes de Foxx y Washington tienen gestos y actitudes muy abofeteables, que te sacan de la historia, y que uno no se explica cómo las incluyó Quentin en la escena hasta que no conoces lo que sucedió en realidad: que tras rodar el final previsto, éste no convenció a su director y guionista y se encerró en su caravana unos minutos para escribir otro, que es el que finalmente sale en la película. Ya me imagino las palmaditas en la espalda de todo su equipo de succionadores de miembros viriles -como diría el Señor Lobo con otras palabras- ante la espontánea genialidad de su jefe. Pues craso error, amigo Quentin, porque queda fatal. Tampoco la empatía de los tres mineros -uno de ellos el mismo Tarantino- ante la patraña que les cuenta Django para que lo suelten resulta muy creíble, como si hubiera escrito el diálogo también in situ por pereza. Sólo por estas dos cosas ya no debería ganar el Oscar al guión original que parece tener en el bolsillo. Esa aparición pasado de kilos de Quentin como actor me hizo pensar, simbólicamente, en otros dos aspectos adyacentes: que su oronda figura era una metáfora del metraje que últimamente siempre le sobran a sus películas, encima ahora sin la figura clave de la fallecida Sally Menke -la editora de todos sus films- para controlarlo; y el hecho de que detonarse a sí mismo sea como decirle a crítica y público que ya ha dicho todo lo que tenía que decir en el cine: que ya le da todo igual y que esto es lo que hay. Pues da un poco de pena que su talento se haya dejado vencer así por la autoindulgencia, porque a estas alturas está claro que Tarantino nunca más va a alcanzar con otro largometraje el nivel de sus prometedores inicios, aunque él opine todo lo contrario en declaraciones como éstas: “He llegado a la cima. Tengo una enorme ambición y he aprendido a usar al máximo mi talento”. Ojalá fuera cierto; lo único seguro es que al menos podremos disfrutar una y otra vez de Reservoir Dogs y Pulp Fiction cuando queramos, que no es poco.


En cuanto a los habituales guiños y referencias, en esta ocasión destacan los cameos de Russ Tamblyn, Don Johnson -la escena del Ku Klux Klan es muy ingeniosa- Don Stroud o el propio Franco Nero, el Django original al que Tarantino brinda una majestuosa réplica cuando Jamie Foxx deletrea su nombre y le dice que la D es muda: “ya lo sé”. O la ecléctica banda sonora de la película, que recupera apropiadamente el tema de Ennio Morricone de Dos mulas y una mujer y el de Jerry Goldsmith de Bajo el fuego… junto con algún resbalón como ese rap -una concesión a sus fans negros que no son Spike Lee- y que desluce todavía más la bochornosa escena final.

Una última mención para Leonardo DiCaprio, que en esta ocasión me gustó porque hace de malo con los dientes sucios. De su actuación destaca el momento en el que está hablando de forma vehemente en plano americano y de repente le da un puñetazo a la mesa mientras hay un primer plano de su cara. DiCaprio sigue hablando en plano americano y súbitamente brota sangre de su mano ¿? pero el tío acaba el resto de la escena sangrando como si nada, sin darle importancia. ¿Un fallo de raccord? Pues no, porque, por lo visto, al dar el puñetazo rompió una copa y se clavó un cristal. Leonardo, metido como estaba en el personaje, continúo rodando y se olvidó por completo de su herida hasta que supuestamente dijeron “¡corten!”. Sí, bueno, bueno, lo que hay que oír… no dudo de la profesionalidad o la capacidad de concentración del rubio actor de Titanic, pero parece una de esas tretas que acaban decantando la balanza a tu favor para que te den el Oscar. Pobre Leo, desde luego, lo que hay que hacer para ganar la estatuilla, y encima al final ni te nominan. Quizá harto porque ya ni hiriéndose aposta acaba convenciendo a los académicos, el actor ha declarado su retirada momentánea del cine -aunque tiene El gran Gatsby y The Wolf of Wall Street en la recámara- para tomarse un descanso y dedicarse a sus actividades habituales. Que pasan, como sabemos, por la ecología y por liarse con ángeles de Victoria`s Secret… aunque éstas estén casadas y con bebés recién nacidos, como Miranda Kerr. Ay, ay, Leo, como saque el arco Orlando Bloom…

Criticoll

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