lunes, 4 de febrero de 2019

LAS PELÍCULAS DE LOS OSCARS: INFILTRADO EN EL KKKLAN



La imprescindible cuota afroamericana en la categoría de Mejor Película tiene a su representante más reivindicativa con Infiltrado en el KKKlan, nominada a 6 Oscars: Película, Director, Actor Secundario -Adam Driver-, Guión Adaptado, Montaje y Banda Sonora, de los cuales no creo que gane ninguno.

Con Donald Trump en la Casa Blanca desde enero de 2017, Spike Lee se sintió obligado a dejar las películas de encargo y volver a sus soflamas sobre el racismo en USA, como en los viejos tiempos de Haz lo que debas (1989). Así, tras Rodney King (2017) y Pass Over (2018) ahora llega Infiltrado en el KKKlan -BlacKkKlansman, 2018-, y, como siempre con el Lee más combativo, todos los blancos anglosajones que aparecen en este film son de dos tipos: racistas y estúpidos, o solo racistas o solo estúpidos, con los personajes negros y judíos siendo los únicos que demuestran humanidad y buen juicio. Es lo malo de generalizar, que acabas resultando injusto y sectario.


Infiltrado en el KKKlan está protagonizada por David John Washington, que no tiene la presencia física ni el carisma de su padre Denzel, y por Adam Driver, nominado al Oscar como actor de reparto pero sin muchas posibilidades de conseguirlo, ya que tampoco se luce mucho ni tiene ninguna escena importante en el plano emocional que le permita darlo todo interpretativamente. La trama, basada en una historia real sucedida en 1979 -aunque aquí se cambia a 1972- cuenta cómo un policía negro de Colorado logró infiltrarse por telefóno en el Ku Klux Klan, y que, al descubrir que los miembros de la organización racista querían conocerlo en persona, tuvo que contar con la ayuda de otro compañero judío que se hiciera pasar por él.



BlacKkKlansman es mejor verla en versión original, ya que la gracia consiste en oír la diferente manera de expresarse que tienen negros y blancos en inglés norteamericano, algo que el doblaje madrileño despacha de manera bastante rutinaria. De todas formas, la cinta no termina de definirse tonalmente, ya que empieza con tintes de comedia, coquetea de forma postmoderna con el blaxploitation y acaba desembocando en una especie de thriller con un clímax bastante rocambolesco y mediocre, que evidencia el poco talento de Lee para rodar el suspense o la acción. También da la impresión de que la película prometía contar muchas más cosas de las que finalmente cuenta, desaprovechando la oportunidad de sacarle más partido a la historia o de profundizar en los personajes, y cayendo así mismo en varias incongruencias de guión difíciles de creer. No se entiende, por ejemplo, que los miembros del Klan no cachearan nunca a Flip -ni siquiera el día en que lo conocen-  por si llevaba un micro bajo la ropa, que de hecho llevaba siempre; o que veamos a Ron en la misión de ser el policía guardaespaldas del supremacista David Duke, después de que en la escena anterior haya tenido un enfrentamiento con su compañero racista Landers, y que el jefe de ambos, Bridges -Robert John Burke, el que hacía de Robocop 3- lo hubiera relevado de ese encargo al comprobar que no tenía el temple adecuado. Además -apunto yo- de que con Ron se ponía en peligro la operación, ya que Flip también estaría allí, y los del Klan se darían cuenta de que la voz del Ron telefónico y la del Ron de carne y hueso pertenecía a dos personas distintas. Por no recordar que los policías ya sabían que uno de los nazis conocía a ambos, y que éste podría relacionarlos al verlos juntos ¿?

Lo mejor de la película es la presencia señorial de Harry Belafonte, símbolo de la lucha por los derechos civiles de los ‘50 y ‘60, interpretando a un personaje que relata a un grupo de universitarios negros una terrible escena de racismo de la que fue testigo en 1919 en el Sur, que concluye con la rotura de la cuarta pared con todos los personajes mirando al espectador para incitarle a tomar partido ante la salvajada que acaba de escuchar. Curiosamente, Spike Lee alterna esta secuencia en el montaje con otra en paralelo donde el grupo de tarados del Ku Klux Klan ven entusiasmados El nacimiento de una nación... una doble referencia envenenada a David W. Griffith que tiene su intrahistoria, ya que Lee casi fue expulsado de la NYU Film School en 1980 al quejarse de que se exhibiera en las aulas el film de Griffith sin avisarse antes de su contenido racista, rodando como protesta un corto llamado The Response, en el que ofendía a varios de sus profesores.


Otra de las cuentas pendientes de Spike Lee que aparece en este film es, sorprendentemente, ¡Alec Baldwin! su enemigo público número uno después de que Kim Basinger lo abandonara por los brazos blancos de Alec 30 años atrás. Sin embargo, parece que ha pasado ya mucha agua bajo el puente, y ahora Lee y Baldwin se han unido contra un enemigo común: Donald Trump, a quien no deja de aludirse entre líneas durante todo el metraje, como en el detalle de que los neonazis de 1972 coreen el América primero, América primero, uno de los lemas más famosos del actual presidente USA.

Al final la película se hace larga y se nota demasiado la intención de Lee por premiar a los buenos y castigar a los malos, de forma muy infantiloide. Claro que luego añade una serie de imágenes sacadas de la más reciente actualidad que hielan la sonrisa tras ese desenlace excesivamente feel good, y que muestran la supervivencia del Klan y el racismo latente en los Estados Unidos de hoy. Como en ese trágico atropello de Charlottesville, Virginia, el 12 de agosto de 2017, cuando un supremacista blanco atropelló a un grupo de personas que se manifestaban en las calles frente a una concentración de extrema derecha, y que Lee no pierde ocasión de mostrar de forma bastante gráfica -la película está dedicada a una de las víctimas mortales, Heather Heyer-. Pero por si no nos había quedado aún claro -la sutileza nunca fue uno de los fuertes de Lee-, aparecen seguidas unas declaraciones de David Duke y del propio Donald Trump expresando discursos similares: que hay que recuperar América y que los activistas que se enfrentaron en esa concentración a los neonazis tampoco eran nada pacíficos.

El film acaba con la bandera USA boca abajo y en blanco y negro, un recurso visual para denotar dolor, angustia, sufrimiento, peligro… y un aviso de que la sociedad estadounidense sigue siendo un polvorín racista que puede acabar estallando en cualquier momento, encima con un personaje como Trump okupando la presidencia del país. Lo que pasa es que Spike Lee está ya tan radicalizado que predica a los conversos: ningún blanco que vea este largometraje va a cambiar su voto porque se lo diga él, y aquellos a los que Lee querría convencer no le tocarían ni con un palo ni se van a acercar a menos de 100 metros de esta película sólo con ver su nombre en el cartel.


Criticoll

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