Quizá trastornado de tanto ver a Ángel Llácer y compañía en Tu cara me suena, he decidido adoptar el rol de profesor Criticoll para repartir las calificaciones del 2011 a las películas que se han estrenado y que he visto. Hoy empezaremos con los suspensos, las que a mi juicio son las peores películas del año. Ya fueran cintas que apuntaban muy alto y decepcionaron estrepitosamente, u otras que ya desde el principio prometían llegar a las más altas cotas de la miseria que luego alcanzaron.
SUSPENSOS
El Capitán Trueno
Más conocida como Capitán Chispita durante su rodaje -porque nadie creía que pudiera llegar muy lejos- o Capitán Truño entre los cuatro incautos que luego fuimos a verla, parecía que a esta desdichada película le había mirado Goliat o Carlos Fabra desde el principio. Y es que, si ya la historia de cómo se inició el proyecto -y las vueltas que dio durante años- y los cambios y suspensiones sufridas darían para un libro, cuando por fin empezó su filmación no hubo otra cosa que broncas, peleas y malos rollos. Debido principalmente a dos factores inversamente proporcionales pero muy relacionados entre sí: la falta de cash y el exceso de jeta de sus productores, quienes, a pesar de deberle dinero a casi todo el mundo -actores, equipo técnico, hoteles, panaderías, bares de carretera- tuvieron el morro de sacarles a las arcas públicas 10 millones de euros de subvención, que debieron perderse en algún agujero negro porque en pantalla la cosa lucía más bien como de 10 euros. Y eso que, cinematográficamente hablando, su director Antonio Hernández al menos intentó saquear ideas de los buenos -Spielberg, Lucas o el prólogo de Robin Hood: Príncipe de los ladrones- para darle algo de forma al desastre, pero al final todo fue más inútil que la r de Marlboro: no había por donde cogerla. Empezando por sus escenas de acción, pretendidamente dinámicas pero que hasta Manoel de Oliveira habría rodado con más brío; su guión, por lo visto escrito en una servilleta de papel a una cara y plagado de expresiones tan entrañables del tebeo como cáspita, recórcholis y voto a bríos, con las que sin duda las nuevas generaciones se sentían muy identificadas; su paupérrima dirección artística, inferior a la de algunas obras de parvulario que he visto; o sus discutibles “actores”, gente como Gary Piquer que, tras perpetrar este film, dio el siguiente paso natural en su carrera: salir de prota en la última de Garci. Y eso por no mentar a la sin par Jennifer Rope, a quien a más de uno le dieron ganas de colgarla -o colgarse- de su apellido antes que volverla a ver nunca mais en una pantalla de cine. Pero a pesar de todo, El Capitán Trueno no era tan rematadamente horrenda como se ha dicho; de hecho, durante unos segundos salían bellos parajes de la Serranía valenciana de Chulilla, y tampoco se puede decir que llegara al nivel chusco de Plauto, R2 y el caso del cádaver sin cabeza o Hot Milk. Pero dio igual: los fans veteranos de Trueno ésas no las habían visto -ni sabían que existían, no iban al cine desde 1980- y de lo que se sintieron orinados en sus recuerdos infantiles fue por la forma tan cutre con la que se había llevado a la pantalla a su amado personaje, después de tantos años esperando. Hasta los propios actores acabaron rajando de ella ¿? e incluso Enrique González Macho -el presidente de la Academia Española de Cine-, que se supone que debe mentir bellacamente para defender las cintas patrias, no se atrevió a hacerlo y la acabó de rematar corriendo la voz de que era un pestiño y que la gente debía ir a ver Tintín en su lugar; esa otra cinta, por otra parte, de arte y ensayo cañí y también muy necesitada de publicidad… Lo que no entiendo es por qué al final los productores de El Capitán Trueno le hicieron caso al G-Macho y no la presentaron a los Goyas: en realidad no habría desentonado tanto en la gran noche del cine español.
Linterna verde
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Conan el bárbaro
Los héroes de saldo veraniegos continuaron con Conan el bárbaro, poco convincente reboot del universo creado por Robert E. Howard con más aire a exploitation europeo cutre -tipo Druidas- que a un blockbuster hollywoodense de pro. Y es que tampoco Jason Momoa, aunque gozase de un similar físico ciclado, lograba hacer olvidar aquí al gran Arnold Schwarzenegger, resultando mucho más convincente como el Khal Drogo de Juego de Tronos que cortando cabezas y dando saltitos con su espadón por esa Cimmeria fotografiada en exteriores búlgaros. Eso por no hablar de su discutible estreno en tres dimensiones, ilustrando una vez más el principio de que cuando una película se desarrolle en interiores de espacios poco iluminados, lo último que se necesita es un par de gafas oscuras en 3D para no ver nada.
Super 8
Pero en mi opinión la decepción del verano fue Super 8, sobre todo teniendo en cuenta la expectación levantada y la fama y el prestigio de sus responsables, J. J. Abrams y Steven Spielberg. Y es que a pesar de sus buenas intenciones, la película sufría de varios elementos en su contra: un guión poco trabajado y ñoño para los mayores de 12 años; una banda de sonido repleta de ruidos estridentes; un peloteo excesivo del creador de Perdidos hacia E.T. Los Goonies o Encuentros en la 3º fase… amén de un horripilante doblaje al castellano para acabar de arreglarla. Demasiados factores adversos ante los que poco podía hacer la sensible -y autoplagiada de Lost- música del gran Michael Giacchino.
Zoo loco
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El árbol de la vida
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Y es que con El árbol de la vida estábamos ante algo más cercano al video-arte que a una cinta convencional con planteamiento, nudo y desenlace: un hecho éste que su sibilina publicidad intentó ocultar durante la semana de su estreno para sacarle a la plebe el mayor botín posible antes del efecto negativo del boca-oreja. Pero todo fue inútil, pues ya desde el primer día se produjeron deserciones en masa de la ídem durante sus proyecciones, a modo de anunciantes de La Noria. Un sorprendente fenómeno que llegó incluso a los telediarios y a que algunos cines colgaran carteles avisando del riesgo al que se exponía uno al entrar a la sala. Y es que la película pretendía ser nada menos que “un poema visual, un retrato familiar íntimo y una digresión filosófica sobre la existencia humana”, pero en realidad suponía un gafapastil remedo de 2001: Una odisea despacio -bueno, despacio no, lo siguiente- de Malick respecto al gran Kubrick. Con un Sean Penn que pasaba por allí con cara de no entender nada, un Brad Pitt en plan padre cabrón -y que esperemos que no trate a su prole así en la vida real-, y una etérea Jessica Chastain recitando a las hojas y a las nubes como recién salida de un anuncio de compresas. En resumen: muy aburrida, oiga. De hecho, hay rumores de que sus seis editores acreditados están en trámites de ser canonizados por la Santa Sede; porque, por si no fueran ya bastante sus interminables 133 minutos, encima en Blu-Ray se puede disfrutar de un montaje de más de seis horas...
Criticoll
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